I- Los Antecedentes
¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡Nooo! Es una legión de comic-books de los más variados super-héroes, surcando los cielos para delicia de sus seguidores. Un género tremendamente popular, a pesar de sus continuos altibajos, que hoy en día sigue generando gran cantidad de títulos y moviendo mucho dinero. Pero, ¿cómo empezó semejante fenómeno? Hagamos un poco de historia.
El nombre de cómics se aplicaba a las tiras de dibujos aparecidas en los diarios estadounidenses de principios del siglo XX. ¿El motivo? Bien sencillo: en su mayoría se trataba de tiras cómicas que pretendían arrancar una sonrisa al lector. La creación de los Syndicates norteamericanos, como el International News Service del magnate William Randolph Hearst, tuvo la virtud de unificar (y también constreñir) la producción de cómics para el mercado mundial. El género familiar (family strip) fue el más extendido, pues iba dirigido a un espectro enorme de lectores. De esa forma, en 1910, Harry Hershfield introdujo en su Desperate Desmond una estructura de serial, con episodios que continuaban de un día para otro. El camino estaba trazado. Personajes como Popeye el marino, en una operación publicitaria sin precedentes orquestada por el sector de las espinacas, Blondie o Betty Boop tuvieron un gran éxito de público acabada la Primera Guerra Mundial. Se había abierto el género al gran público.
Pero no es hasta finales de los años veinte, con la irrupción del cine sonoro, que las imágenes ganaron naturalismo, con juegos de claroscuros y contraluces, así como un lenguaje más plástico. Al mismo tiempo la fotografía se popularizó entre la gente gracias a las cámaras portátiles, extendiéndose también en revistas y publicidad el uso de ilustraciones realistas, dibujadas a pincel. Todo este cambio cultural se produjo mientras llegaba a los medios una nueva hornada de dibujantes de cómics, surgidos de academias de dibujo y con práctica en el trabajo a pincel. La consecuencia de todo ello fue la eclosión de un nuevo lenguaje plástico más realista, diametralmente opuesto a la caricatura hasta entonces imperante. El naturalismo de las imágenes, con sus escorzos y encuadres enfáticos, permitió a los dibujantes crear un nuevo género: los cómics de aventuras épicas. Abandonando el chiste gráfico adoptaron una estructura novelesca, copiando las formas de un serial literario o cinematográfico y consiguiendo lectores asiduos que seguían las peripecias de sus personajes.
Todo esto ocurría en la época de Depresión que sacudió Estados Unidos. El crack financiero de Wall Street, en 1929, fue el pistoletazo de salida. Curiosamente, mientras el país permanecía sumido en una gran crisis, comenzaba la Edad de Oro de los cómics. Resulta lógico: los ciudadanos precisaban de una evasión a sus frustraciones cotidianas. Los cómics, al igual que el cine y la literatura popular, permitían imaginar mundos mejores donde los lectores/espectadores se refugiaban, identificándose con sus protagonistas y abominando de la realidad circundante. La ventaja del cómic sobre los otros dos medios era evidente: por una parte requería menos esfuerzo de lectura que las novelas y por otra era más barato que una entrada de cine, pudiendo disfrutarse tantas veces como se quisiera. Era el sucedáneo más económico y, por lo tanto, fue el más popular.
El primer cómic realista de aventuras fue Tarzán de Alan Harold Foster, inspirado en la famosa obra de Edgar Rice Burroughs. Salió publicado por vez primera en una edición dominical de enero de 1929 y todavía llevaba los textos bajo cada viñeta, a la vieja usanza. Foster dejaría la serie en 1937 para iniciar su obra cumbre, la saga medieval Prince Valiant, siendo a su vez sustituido por Burne Hogarth, creador de un estilo mucho más monumental y enfático, repleto de plasticidad. Casi al mismo tiempo que Tarzán surgía un futurista Buck Rogers, dibujado por Dick Calkins y que abriría el sendero de la ciencia-ficción en los cómics.
Otro punto álgido en la creación del cómic de aventuras fue la publicación en 1931 de Dick Tracy, por Chester Gould, popular serie inspirada en la moda del cine de gángsters. El protagonista tomaba las facciones del actor James Cagney y siempre estaba dispuesto a defender la ley y el orden con energía, mientras los forajidos eran dibujados con un grafismo exagerado que rayaba en lo grotesco.
No obstante, tal vez la aportación más valiosa al inicio de la Edad de Oro de los cómics corresponde a Alex Raymond. Este autor está considerado el creador del denominado manierismo heroico, por sus cuerpos estáticos, las formas dinámicas y un elegante sentido de la escenografía. En 1934 sacó su clásico Flash Gordon, creando el cómic de ciencia-ficción más famoso de la historia. No contento con ello también dibujó Jungle Jim, aventurero de la selva, y junto con el escritor Dashiell Hammet produjo la serie de intriga detectivesca Secret Agent X-9.
El escritor Lee Falk y el dibujante Phil Davis bien pronto siguieron la senda con Mandrake the Magician (1934), un sorprendente mago dotado de fantásticos poderes hipnóticos y cuyas aventuras tocarían la ciencia-ficción en muchas ocasiones. Falk también crearía en 1936, junto al dibujante Ray Moore, The Phantom, el primer justiciero de los cómics. Por supuesto no podemos olvidar a Milton Caniff, quien con Terry and the Pirates (1934) y Steve Canyon (1947) supo reproducir en el papel gamas y efectos netamente cinematográficos.
Todo este material, sin duda excelente, caló muy hondo en el público lector. Se abría las puertas a la fantasía, cualquiera podía volar a continentes lejanos o atravesar selvas tropicales. Se dejaba atrás una vida frustrante, sedentaria y mediocre para cambiarla durante un rato por un mundo mágico. Los personajes adquirían la condición de mitos ejemplares para grandes capas de público, sin importar ni edades ni países. ¿Quién no gozaba transportado a otros planetas lejanos, luchando contra villanos a los que siempre se derrotaba, enamorando a chicas maravillosas? Fue precisamente esta adhesión emotiva al héroe de turno lo que convirtió en un éxito sin precedentes esta nueva forma de cultura popular.
Pero la evolución de los cómics todavía no había finalizado. En este orden de cosas, siendo un medio tremendamente popular, el paso siguiente resultaba lógico. Había que independizarse de los diarios, publicar de una forma autónoma y romper el ligamen que se mantenía todavía con la prensa escrita. De esa forma, en 1937, nacieron los primeros comic-books, unos álbumes periódicos que contenían episodios completos. Esta unidad narrativa en la historia, sin el clásico «continuará» ni las típicas viñetas refrescando la memoria del lector, también ocasionó ciertos cambios en la estructura del nuevo soporte editorial. En primer lugar, al considerarse que las historias iban destinadas a un público más adulto, se permitió aumentar las dosis de violencia. Y por supuesto, se crearon nuevos personajes para el medio. Unos personajes bien extraordinarios que fueron bautizados con un título rimbombante: eran los super-héroes. Había empezado una nueva era.
© Joan Antoni Fernàndez, febrero de 2005.
Joan Antoni Fernández nació en Barcelona el año 1957 y actualmente vive en Argentona. Escritor desde su más tierna infancia ha ido pasando desde ensuciar paredes hasta pergeñar novelas en una progresión ascendente que parece no tener fin. Ha sido ganador de premios fallidos como el ASCII o el Terra Ignota, que fenecieron sin que el pobre hombre viera un duro. Inasequible al desaliento, ha quedado finalista de premios como UPC, Alberto Magno, Espiral, El Melocotón Mecánico y Manuel de Pedrolo (que acabó ganando) entre otros. Ha publicado relatos y artículos en Ciberpaís, Nexus, A Quien Corresponda, La Plaga, Maelström, Valis, Dark Star, Pulp Magazine, Nitecuento y Gigamesh, así como en la web NGC. Que la mayoría de estas publicaciones hayan cerrado es una simple coincidencia… según su abogado. También es colaborador habitual en todo tipo de antologías, aunque sean de Star Trek. Hasta la fecha ha publicado tres libros: Reflejo en el agua, Policía Sideral y Vacío Imperfecto.