II Nacimiento y apogeo
Podemos decir que el periodo que va entre el año 1929 y el comienzo de la II Guerra Mundial constituye la edad de oro del cómic. Es entonces cuando este nuevo medio de expresión se afianza entre el público, a la vez que la mitología aventurera implícita en sus historias triunfa en el imaginario popular. Para tener plena carta de naturaleza sólo hacía falta un empujón.
Los cómics no lograron emanciparse de los periódicos hasta que no eclosionó la difusión de los llamados comic-books. Antes de estos libros sólo existían ciertas publicaciones autónomas del género que habían empezado a utilizarse durante los primeros años de la Depresión, aunque sólo como simples regalos publicitarios. Eran los llamados funny books, con el formato de revista pulp que en 1910 inaugurara Dell Publishing con el número uno de The Funnies, una revista de carácter mensual.
No fue hasta el año 1933 que salió al mercado el primer comic-book como ahora lo entendemos. Bajo el título de Funnies on Parade y con el formato hoy estandarizado de 21 x 28, fueron lanzados 10.000 ejemplares, aunque todavía eran regalados con los cupones de ciertos productos y todo su contenido eran reimpresiones de tiras ya publicadas. Pero no fue hasta febrero de 1935, con la aparición de New Fun Comics, cuando se publicó material original especialmente creado para dicha editorial.
Precisamente Jerry Siegel y Joe Shuster, de quienes hablaremos más adelante, creaban para el número seis de la revista al Doctor Occult, un detective de casos sobrenaturales. En diciembre de 1935 aparecía el primer número de New Comics, que luego cambiaría su nombre por Adventure Comics. No obstante, el despegue de semejante formato no llegaría hasta marzo de 1937 con el mítico número uno de Detective Cómics, revista especializada donde se desarrollarían con gran éxito todo tipo de aventuras de corte épico.
Pero el primer gran personaje de comic-book sin duda fue Superman. Era el año 1938 cuando el escritor Jerry Siegel y el dibujante Joe Shuster mostraban al público, dentro del número uno de la revista Action Comics Magazine, la primera aventura de quien iba a convertirse en el super-héroe por antonomasia. Había nacido un mito.
El nuevo formato de comic-book exigía superar las propuestas habituales de los cómics periodísticos tradicionales. Si el público iba a pagar por leer aquellas historias, por fuerza habían de ser más atrayentes que aquello que ya existía gratis en las páginas de los diarios. Esto motivó la propuesta de ideas mucho más extravagantes y, por lo general, más agresivas al no hallarse bajo la tutela conservadora de los rotativos. De igual modo la feroz competencia entre las propias revistas, sumado a la poca o nula publicidad existente en sus páginas, las obligaba a ser más impactantes en la búsqueda de nuevos lectores.
Los comic-books dieron un impulso enorme a la difusión del género. De hecho, no olvidemos que acababa de estallar la II Guerra Mundial, se convirtieron en la lectura predilecta de los soldados en campaña, llegando incluso a ser utilizados como manuales de instrucción militar. La vistosa presentación en color, así como su calidad mucho más aceptable que en las tiras en los periódicos, fueron factores a tener en cuenta. Pero sin duda su gran baza radicó en los nuevos personajes que presentaban, esos extraordinarios super-héroes capaces de cualquier hazaña y que supieron identificarse muy bien con un ávido colectivo de lectores.
El nacimiento de Superman marcó una inflexión importante dentro del medio. Su inmensa fuerza física venía justificada por el hecho de una procedencia extraterrestre, digamos que «casi divina». Cual Moisés de la nueva era, de pequeño era adoptado por un matrimonio americano, quienes le adoctrinarían en los valores de la democracia. Así, una vez adulto, pondría toda su energía sobrehumana al servicio de América y sus libertades, en eterna lucha contra todo tipo de malhechores. Varios son los factores que explican su rotundo éxito. Por una parte se nos presenta a un emigrante, igual que la mayoría de los ciudadanos que por entonces vivían en los Estados Unidos, quien motivado por una terrible adversidad había de abandonar su patria natal, buscando refugio en la nueva tierra de promisión. De esa forma el recién llegado se convertía en un abanderado de la pujante América, aceptándola como nueva patria. ¿Cuántos lectores se veían reflejados en aquella situación? Sin duda millones de ellos.
Pero también en Superman aparece por primera vez el famoso modelo esquizoide que sirvió para inspirar a tantos personajes que seguirían su estela. Aquella doble y, digámoslo también, ridícula personalidad secreta se halla muy arraigada en la mitología popular, donde el héroe aparenta ser en la vida cotidiana un personaje inferior o incluso risible. El torpe y débil Clark Kent pretende hacernos creer que en el fondo de todos nosotros late un Superman encubierto, el cual sólo está aguardando el momento de manifestarse para deslumbrar a los demás.
Ciertamente la creación de Superman se produjo en un momento adecuado. No es de extrañar que prendiera en el imaginario colectivo con tanta fuerza, abriendo un camino de éxito que otros personajes se apresuraron a seguir. Puede decirse que con él llega a los cómics de super-heróes un esplendoroso nacimiento. Así surgen otros personajes, tal vez no tan imaginativos, como Captain Marvel (1938), ideado por los hermanos Earl y Otto Blinder y dibujado por C. C. Beck, quien obtenía sus poderes divinos al pronunciar la palabra mágica SHAZAM (iniciales de los míticos Salomón, Hércules, Atlas, Zeus, Aquiles y Mercurio). Precisamente en 1941 Captain Marvel consiguió vender la friolera de catorce millones de ejemplares, siendo hasta el momento el cómic más vendido de la historia. Por supuesto, en el acto semejante personaje fue acusado ante los tribunales de plagio de Superman, por lo que en 1945 la editorial Fawcet Publications tuvo que dejar de publicarlo. La guerra entre editoriales era ya un hecho.
Mucho más éxito entre el público obtuvo Batman (o The Bat-Man, tal como aparecía escrito en su famoso número veintisiete de Detective Comics en 1939). A diferencia de los anteriores, este personaje con aspecto de vampiro sólo basaba sus poderes en un ejercicio físico y mental extraordinarios. Su lucha contra el crimen era más bien una venganza por el asesinato de sus padres. El dibujante Bob Kane, quien bien asesorado supo conservar de forma inteligente el registro de propiedad literaria de su personaje, se basó en el clásico Zorro para crear, una vez más, esa dualidad entre justiciero implacable y ciudadano ricachón pero apocado que caracterizaba a su Batman / Bruce Wayne.
No obstante, también hemos de anotar un hecho muy importante para el futuro de los cómics de super-héroes. Algo que, con el devenir del tiempo, provocaría su primer y más serio declive. Nos estamos refiriendo a la censura que, paradójicamente, comenzó de forma autoimpuesta en las grandes editoriales.
Al principio de su existencia Batman se nos mostraba como un personaje oscuro, a quien no le importaba disparar y matar a malhechores si tal cosa «era necesaria». Esto no gustó a los directores editoriales de Detective Comics, asustados porque la mayoría de sus lectores eran niños y semejantes argumentos podían provocar las iras de los padres. Así poco a poco el personaje dejó de usar pistola, llegando incluso a convertirse en miembro honorario de la policía. De esta forma DC elaboró un código interno de autocensura, prohibiendo de forma expresa cualquier utilización en viñetas y guiones de apuñalamientos, azotamientos o referencias sexuales. Especialmente chusco fue el prohibir el uso de la palabra «FLICK» (golpecito) para evitar que algún rotulista pudiera confundirla con «FUCK» (joder). Igualmente los héroes no podían matar ni tomarse la justicia por su mano, lo que propició que los malos volvieran a aparecer una y otra vez. Este hecho consiguió que Batman tuviera una auténtica galería de villanos (Jocker, Two Faces, Pinguin, etc.) que daban a la serie un sabor especial. No obstante, el tono de las historias se volvió mucho más ligero, y finalmente acabó con la inclusión de un compañero adolescente, su escudero Robin, iniciador de una larga y muchas veces tediosa saga de compañeros de super-héroes, quienes trataban de identificarse con el cada vez más numeroso público juvenil. Resulta curioso comprobar como la inclusión de dicho personaje valió a la serie acusaciones de cierta homosexualidad encubierta, un efecto contrario al que sus creadores perseguían al concebir la idea.
Fruto de semejante deseo de ser políticamente correctos fue la creación de Wonder Woman (1941). La compañía DC había orquestado una campaña para mostrar a los ciudadanos, y a ciertas asociaciones conservadoras muy activas, que los comic-books eran poco menos que un sano entretenimiento. Uno de los miembros más destacados en este terreno fue el psicólogo William Moulton Marston, quien ha pasado a la historia como el creador del polígrafo. Fue él, a su paso por una de las innumerables juntas de DC, quien concibió a Wonder Woman en un intento de paliar la «horripilante masculinidad» existente en las historias de super-héroes. El propio psicólogo fue el creador de una serie de normas para las relaciones entre ambos sexos, ofreciendo un contrapunto a los ciertamente machistas héroes de entonces.
No obstante, aunque en el horizonte ya se oteaban ciertos nubarrones, la industria de cómics de super-héroes siguió creciendo a un ritmo envidiable. No podemos dejar de mencionar a The Flash (1939), escrito por Gardner Fox y dibujado por Harry Lampert. La historia es la de siempre: un chico torpe y si éxito, merced a un accidente de laboratorio, se convierte en un super-velocista de rapidísimos reflejos. Su uniforme, con un casco calcado del propio dios Mercurio, consolida un principio común a todos los super-héroes: el de portar un uniforme original y emblemático que les caracterice.
Pero son éstos unos años de pleno apogeo y la industria parece crecer sin límite alguno. Cierto que el estallido de II Guerra Mundial, con la aguda crisis del papel, parece frenar su expansión. No obstante, la propia coyuntura bélica sirvió para alumbrar el nacimiento de nuevos héroes. La propaganda militar encontró un eco inusitado en muchos dibujantes de cómic. El caso más emblemático sin duda es Captain América (1941), un nuevo personaje escrito por Joe Simon y dibujado por uno de los artistas más emblemáticos del género, Jack Kirby, para Timely, la editorial que luego daría origen a Marvel. La historia resulta fiel a la etiología de los super-héroes. Un muchacho enclenque pero patriota, Steve Rogers, es rechazado por el ejército. No obstante, un experimento científico alentado por el presidente Roosevelt en persona, hace que le inoculen una droga que le convertirá en un superhombre. Este personaje combatirá al enemigo, casi siempre nazis megalómanos, con unos alardes de fuerza bruta que, de forma paradójica, dotaron a esta creación de un cierto aire fascista.
Ningún personaje se vio libre de dicha influencia, tanto militarista como militante. El mismísimo Superman tuvo el privilegio de ser acusado de judío por Goebbels, en una surrealista sesión del Reichstag, sin duda memorable para la historia de los cómics. Todos los super-héroes se dedicaron a combatir tanto a alemanes como a japoneses, impregnados por el espíritu propagandístico. De esta forma se inició una tradición bélica en los cómics que llegaría a extenderse a conflictos futuros, como Corea y Vietnam o más tarde la guerra fría. Lo malo era que en aquellas tiras no existía ninguna posición política razonada. Simplemente los malvados eran soldados alemanes o japoneses en unas historias que, debido al maniqueísmo imperante, dotaron a las colecciones de cierto tufo racista.
Pero los tiempos estaban cambiando. A finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta el público comenzó a alejarse de los héroes con fantásticos poderes. Un cansancio generalizado tras la cruenta guerra, así como cierto activismo denodado en contra de los cómics, hizo que descendieran las ventas. Grupos de padres comenzaron a quemar colecciones enteras mientras varios psicólogos y especialistas advertían del peligro que encerraba la lectura de los cómics para las mentes de los niños. Se intentó crear una asociación de código ético, la ACMP, pero compañías como DC, que ya tenía su código propio, no se adhirieron.
Lo único cierto es que a principios de los años cincuenta los cómics de super-héroes habían experimentado un bajón en las ventas muy considerable. Apenas subsistían en el mercado las series más populares, como Superman, Batman o Wonder Woman de la DC. Otras, como Namor o The Human Torch de la tambaleante Timely, se desvanecían en el recuerdo o bien cancelaban de forma definitiva sus colecciones. Había llegado el final de su Era de Oro.
© Joan Antoni Fernàndez, febrero de 2005.
Joan Antoni Fernández nació en Barcelona el año 1957 y actualmente vive en Argentona. Escritor desde su más tierna infancia ha ido pasando desde ensuciar paredes hasta pergeñar novelas en una progresión ascendente que parece no tener fin. Ha sido ganador de premios fallidos como el ASCII o el Terra Ignota, que fenecieron sin que el pobre hombre viera un duro. Inasequible al desaliento, ha quedado finalista de premios como UPC, Alberto Magno, Espiral, El Melocotón Mecánico y Manuel de Pedrolo entre otros. Ha publicado relatos y artículos en Ciberpaís, Nexus, A Quien Corresponda, La Plaga, Maelström, Valis, Dark Star, Pulp Magazine, Nitecuento y Gigamesh, así como en la web NGC. Que la mayoría de estas publicaciones hayan cerrado es una simple coincidencia… según su abogado. También es colaborador habitual en todo tipo de antologías, aunque sean deStar Trek. Hasta la fecha ha publicado tres libros: Reflejo en el agua, Policía Sideral y Vacío Imperfecto. Acaba de ganar el premio de relatos Manuel de Pedrolo.