Hace algún tiempo se me ocurrió una curiosa teoría literaria, e incluso, más adelante, hice algunos pasos para que la misma se debatiera en público por gente más preparada para ello que yo. El marco habría sido la HispaCón pasada, pero el tema o no interesó o no llegó a buen fin, no tengo idea y da lo mismo. El tema era que tengo la sensación de que los escritores de ciencia ficción están mejor preparados que otros escritores para ofrecer buena narrativa general, o sea, que no pertenezca a la ciencia ficción (el caso inverso es curioso: los escritores de narrativa general que se acercan a la ciencia ficción suelen hacerlo de manera un tanto ridícula, en el mejor de los casos, inoperante en otros. No vale la pena citar ejemplos).
¿A santo de qué esa idea? Sinceramente, no sabría decirlo, porque no es tanto una idea como una “sensación”, y como tal sensación no obedece a nada concreto. De ahí mi interés en un debate público precisamente por quienes practican ambos lados de la vía: la ciencia ficción y la narrativa general (incluso sugerí unos autores concretos para el debate, aunque me temo que en algunos de los casos no eran tanto practicantes de narrativa general como de literatura juvenil, pero para el caso era gente suficientemente preparada).
Hace poco, con motivo de la excelente antología de Julián Díez sobre ucronías de la historia de España, me encontré con el relato «Ñ», de David Soriano, del que comenté que ningún autor de narrativa general podría superar ni literaria ni imaginativamente su propuesta. Es algo que creo y mantengo con firmeza. Pues mi impresión es que cuando autores que no han tratado o cultivado la ciencia ficción han intentando hacer algo por el estilo, los resultados han sido bochornosos o ridículos o fallidos. No hace mucho, Elia Barceló escribió una novela, Disfraces terribles, cuya premisa argumental da la impresión de que sólo podría haberla concebido un autor de ciencia ficción, y si no concebirla, al menos desarrollarla convenientemente. Yo mismo, aunque no me guste hablar de lo que hago, confieso que algunos de mis relatos para y sobre adolescentes están escritos tras un solemne colocón de obras de Philip Dick (la lectura de las galeradas de La pistola de rayos y una relectura de “The Unteleported Man” y su versión larga, Lies Inc., me hicieron caer en tal estado místico que escribí casi seguidos cuatro o cinco de los
relatos más celebrados de tales cuentos).
Mi teoría es que la ciencia ficción hace ver el mundo con ojos distintos a los escritores (y por añadidura a los lectores), quizá de una forma menos apegada a la tierra, más espiritual, como si mirásemos desde el otro lado de un cristal o –un juego que me enseñó mi padre en mi niñez– mirásemos la portada de un libro que nos sabemos de memoria poniéndola del revés: la portada es el mismo dibujo de siempre, pero al verla invertida nos parece otra. Bueno, pues eso es lo que yo creo hacen los escritores de ciencia ficción cuando abordan la narrativa general, da igual si en novela, cuento o qué: se invierte ese mundo normal para verlo de otra forma y contar una historia normal con unas técnicas distintas (porque además, yo creo que la ciencia ficción te dota de una técnica de escritura particular y diferente) y mediante unos ojos que tratan de examinarlo como si fuera algo extraño que descifrar y sobre lo que especular: es nuestro mundo, pero lo vemos con ojos distintos. Al especular sobre el futuro y los cambios sociales o morales por razones científicas o del orden que sean, nos planteamos el presente como algo que igualmente debe ser analizado para descubrir sus absurdos o injusticias: especulamos, pues sobre el presente.
Cierto, todo esto no es más que una de esas teorías raras mías, y seguramente absurda, soy el primero dispuesto a admitirlo deportivamente. En todo caso, yo creo que sería un buen tema para un debate público entre los practicantes (y los lectores, claro).
© 2006 Juan Carlos Planells
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