Presentación a «Amor de hombre»
Para mí resulta difícil hablar de “Amor de hombre”, pues es un relato que ha tenido muchos novios y por diversas razones siempre ha sido abandonado. Ante tantas pasiones incumplidas tentado estuve de llamarle “Amor de editor”, pero eso ya es otra historia… De hecho, el ying y el yang se han armonizado de nuevo y todo vuelve a su cauce en el Universo. Con algunos años de retraso el relato finalmente será publicado en BEM on Line, el sucesor de BEM, algo que el destino y otros editores impidieron en su momento.
La idea central de la historia surgió una tarde mientras conversaba con una amiga, en cierto momento ella me retó a “ser capaz” de escribir como una mujer. Tonto como soy, sin dudar un instante recogí el desafío. Mi intención era relatar cómo ven las mujeres a los hombres, ahí es nada. El resultado fue esta narración repleta de seres extraños y también algún extraterrestre. La verdad es que no me desagrada ese “toque femenino”, aunque ha de ser el lector quien juzgue si he logrado triunfar en el reto.
Opino de veras que “Amor de hombre” es un relato muy ameno y divertido. Claro que yo soy el autor y profeso hacia esta historia un incontrolable “amor de hombre”.
Joan Antoni Fernàndez
AMOR DE HOMBRE
Relato de Joan Antoni Fernàndez
Ilustraciones de Juan Antonio Fernández Madrigal
Sin duda el infierno ha de ser un lugar típicamente masculino. A pesar de que me considero una mujer imaginativa, no logro pensar en nada más horrible que ser asediada por una jauría de machos sudorosos, prestos a someterte a toda clase de vejaciones. Porque los hombres en general son así: zafios, groseros, narcisistas y cobardes. Para ellos el placer es su placer; nosotras estamos en un segundo término, somos el instrumento que utilizan para satisfacer sus bajas pasiones, un simple trofeo que exhiben pavoneándose para provocar la envidia entre los de su especie. ¿Creéis acaso que exagero? Muy bien, tomemos entonces un ejemplo.
Se llamaba Bobby, como si fuera un perrillo faldero. Y la verdad es que lo parecía. Tal vez por ello, tonta de mí, me enamoré de él. Yo acababa de cumplir los diecisiete años y todavía conservaba intacta la inocencia propia de la adolescencia; estaba atravesando aquella etapa de la vida donde todavía se confunden la fantasía con la realidad. Él era dos años mayor que yo, alto y esbelto; tenía el negro cabello ondulado, unos intensos ojos oscuros y una sonrisa siempre misteriosa que aceleraba los latidos de mi corazón.
Así que caí rendida a sus pies. Las miradas lánguidas, las caricias furtivas, los besos apasionados encendieron en mi pecho una llama que me consumía. Yo le deseaba como a nadie, le quería con locura, le idolatraba con fe ciega. En una palabra, le amaba. Por ello me entregué a él con la pasión que sólo una muchacha ingenua puede sentir; sin barreras, sin tapujos ni mentiras. El dolor que me laceró en nuestro primer contacto carnal era sólo físico, soportable, fruto de nuestra mutua inexperiencia. Después llegaría el dolor verdadero.
Fue una tarde casual cuando, saliendo de clase, le vi en el parque rodeado de varios compañeros. Yo me acerqué por detrás, sigilosa, dispuesta a darle una sorpresa. ¡Ingenua de mí!, la sorprendida fui yo. Él estaba hablando a grandes voces y sus palabras eran coreadas por las fuertes risotadas de los demás. Yo me detuve a pocos metros de distancia, de súbito herida por un misterioso rayo cuando comprendí lo que él estaba explicando, las hazañas de las que se vanagloriaba ante su séquito de adoradores. En aquel mismo instante supe qué era en realidad lo que yo representaba para aquel patán: una simple conquista, un triunfo de cazador sobre otros machos menos afortunados que él. Es decir, nada.
Avisado por alguien Bobby se giró y me vio. Su rostro se tornó ceniciento y la mirada extraviada, a la vez que su mentón caía escuálido y sin fuerza, la lengua incapaz de pronunciar nuevas palabras. En aquel instante le vi por primera vez tal y como era en realidad. Un fantoche, un petulante, un animal cegado por su propia fatuidad. La sonrisa misteriosa había dejado de serlo, tan sólo era una pose para ocultar el vacío inmenso que encerraba tras de sí.
Sin pronunciar una sola palabra de reproche le di la espalda y me alejé de él para siempre. No quiero decir que aquello no me doliera. Me dolió. Pero al mismo tiempo era como si hubiera cauterizado una herida profunda, vislumbrado el final de un largo túnel. Me obligué a mí misma a enterrar aquel triste episodio de mi vida, centrándome por completo en mis estudios y logrando al fin superar mi sufrimiento.
Y entonces, quince años más tarde, agitando las aguas del olvido, el doctor Barbasan entró como una tromba en mi despacho y me mostró una holofoto de Bobby, vestido con un uniforme de soldado y sonriendo de manera infantil. Sí, no había la menor duda; se le veía más viejo, más fofo, más estúpido. Pero era él.
—¿Le conoce usted, doctora? —la cara de sapo de mi jefe me miró con suspicacia, sin revelarme el motivo de su abrupta interrupción.
—Sí, le conozco —confesé, dejando de lado el informe que estaba estudiando y mirándole con extrañeza—, ¿por qué, qué sucede?
—¡Válgame el Cielo! —Barbasan se desplomó materialmente en un asiento y alzó las manos al aire, dejando que la holofoto rebotara como una pelota sobre la mesa—. Es usted nuestra última esperanza, doctora Méndez. Ese tipo nos ha metido en un auténtico lío y necesitamos de su ayuda para repararlo en la medida de lo posible.
—Bien, la verdad es que Bobby y yo no somos lo que se dice amigos —me apresuré a matizar, arrugando el entrecejo—. No creo que mi presencia sirva para nada.
—¡Al contrario, al contrario! Él ha pedido que vaya usted a rescatarle, así que debe de valorarla en mucho.
—¿Rescatarle? —inquirí con sorpresa—. Yo soy bióloga, no marine. ¿De dónde se supone que debo rescatar a ese tipo?
—¿No lo sabe? —Barbasan aspiró el aire con fuerza—. ¿Es que usted no ve nunca la holovisión? El astronauta Roberto Fresnedoso, su amigo Bobby, es el piloto de la nave “Ad Astra”, en misión de establecer contacto con la civilización macerana.
—Por supuesto —asentí sorprendida, recordando—. La verdad es que no había prestado atención al nombre. Pero, ¿quiere usted decir que Bobby está ahora en el planeta Macero y pide que yo vaya allí para rescatarle? Perdone, doctor, pero eso resulta de lo más ridículo. Yo nunca he ido a ningún otro planeta y dudo que supiera desenvolverme de forma adecuada.
—¡Pero es vital que usted vaya! —Barbasan se incorporó hacia mí con los ojos brillantes —. Necesitamos de su ayuda para evitar que todo este asunto acabe en un conflicto a escala planetaria. El demente de su amigo nos ha metido en un buen brete.
—¿Y qué puedo hacer yo? —noté enojada que el viejo chivo me estaba contagiando su nerviosismo—. ¿Cómo voy a ayudar a nadie en un planeta lejano y desconocido si ni tan siquiera se me ha ocurrido visitar la Luna en vacaciones? ¿De qué puedo servir?
—Mire, amiga Ainara —Barbasan se dirigió a mí por el nombre, haciendo que aumentaran mis recelos—, su amigo ha metido la pata hasta el cuello. Parece ser que se trata de un hombre un tanto impetuoso y que.., en fin, pues… se ha propasado sexualmente con una macerana.
—¿Qué? —exclamé sin dar crédito a mis oídos—. ¿Que Bobby ha violado a una alienígena?
—Más o menos —mi superior se rascó la calva con indecisión—. La verdad es que el asunto en sí no está nada claro, pero todo parece indicar que el piloto ha mantenido relaciones sexuales con una hembra de esa extraña especie. Y lo que es peor, el muy imbécil dice estar enamorado y se niega a abandonar el planeta aunque el marido de la macerana le mate.
Sí, sin duda el infierno es masculino.
El planeta Macero era de un color verde intenso, o más bien debo decir turquesa. No soy muy experta en matices y tonalidades cromáticas. De todas formas, el efecto visto desde la nave espacial era extraordinario. Aquel mundo semejaba una enorme y palpitante gema refulgiendo sobre el negro tapiz del Universo. Y Bobby se encontraba atrapado en su interior.
Durante el corto viaje ultralumínico yo había estado entretenida repasando los escasos informes que tenía sobre el caso en cuestión. La nave “Ad Astra” había sido enviada para establecer relaciones con los exóticos maceranos. Se sabía muy poco de aquella nueva raza, con la que no se había producido contacto directo alguno. A pesar de ello, la Federación Coca Cola tenía puestas grandes esperanzas en un posible tratado comercial entre las dos culturas. Pero de manera incomprensible Bobby había sigo asignado como piloto de la misión.
Los maceranos resultaron ser unos seres en extremo reservados. Habían autorizado el descenso de la “Ad Astra” dentro de una zona delimitada, a escasos kilómetros de su capital, y accedieron a recibir una delegación de humanos para entablar un diálogo previo. Cuatro de nuestros mejores embajadores eran conducidos cada día por impávidos robots hasta una enorme edificación acrisolada, sita en el mismo centro de la ciudadela, donde entablaban conversaciones con una siempre invisible delegación autóctona. Durante cierto tiempo todo transcurrió con normalidad, aunque las conversaciones no avanzaban demasiado. Pero un buen día estalló el desastre.
Al cabo de una semana de reuniones el ambiente parecía estar más distendido. Así que los maceranos autorizaron que los terrícolas pudieran recorrer las zonas más interesantes de la ciudad, siempre controlados por un robot guía, y advirtiéndoles que estaba prohibido relacionarse con los indígenas. Pero hacerle a Bobby una advertencia de ese calibre era como echarle perlas a los cerdos. En menos de quince minutos, el piloto se había separado del grupo y vagaba como un lobo solitario teniendo a toda la urbe bajo su merced.
Lo que sucedió entre el momento en que Bobby desapareció de los ojos de sus compañeros hasta que una patrulla de autómatas le trajo de vuelta nadie lo sabe. Pero cuando el médico de a bordo reconoció al exánime soldado, éste pareció salir de un profundo trance y exclamó a voz en grito que quería volver con su amada. Aquella extraña afirmación despertó el recelo de todos; tras un corto y duro interrogatorio el piloto reconoció haber penetrado en una vivienda de la ciudad, en cuyo interior había descubierto a una hermosa hembra macerana. Bobby se había enamorado en el acto de ella y, haciendo gala de sus dotes de galán, mantuvo un romance corto pero intenso con su conquista. La llegada del previsible marido había acabado en un altercado con los vigilantes autómatas, motivo de su precipitada vuelta al seno de la nave.
Ni que decir tiene que todos los miembros de la expedición se escandalizaron y temieron por sus vidas. Los maceranos habían sido muy tajantes en el punto de mantenerse alejados de ellos, invisibles a sus ojos. Y ahora resultaba que aquel zoquete se había colado en una casa, había forzado a una macerana casada y, lo que era peor, había sido descubierto por el marido.
Ciertamente el asunto no pintaba nada bien. El capitán estuvo tentado de colgar por los pulgares al infractor, pero los embajadores le hicieron desistir de la idea. Tal vez los m
aceranos preferirían colgarle ellos mismos.
La siguiente reunión fue algo tensa. Los invisibles interlocutores maceranos manifestaron a los embajadores que el piloto debía abandonar el planeta lo más rápido posible. Los terrícolas estuvieron por completo de acuerdo, manifestando que así se haría aunque el infeliz tuviera que recorrer el camino a la Tierra sin navío y a patadas. Pero Bobby tenía otros planes.
El piloto burló la vigilancia a la que era sometido y volvió por su cuenta a la ciudad. Dos horas más tarde estaba de regreso a la nave portando consigo una hembra desnuda de gran belleza, tez morena y largos cabellos azabache, la cual se acurrucaba contra él trémula y asustada. Por supuesto, pisándole los talones iba toda una legión de robots vigilantes, los cuales penetraron en el navío y le arrebataron la hembra sin contemplaciones, propinándole de paso algún fuerte coscorrón. El resto de los humanos se mantuvo al margen de la refriega, eso sí, observando con gran atención el cuerpo escultural de la macerana, tratando de no perderse ni un detalle. Por fin los humanos reaccionaron y redujeron al furioso piloto cuando éste, apoderándose de una pistola de rayos láser, trataba de dar caza a los robots y recuperar a su amada. Fue necesario inyectarle varios calmantes antes de que cayera inconsciente.
Al día siguiente llegó una escueta orden de las autoridades maceranas. Ningún terrícola podía abandonar la nave ni ésta podía dejar el planeta hasta que se resolviera el caso que se había planteado y que, según palabras textuales, afectaba a las relaciones entre las dos culturas. Los embajadores, tratando de calmar la previsible furia de sus anfitriones, ofrecieron someter a Bobby a los rigores de un juicio marcial sumarísimo, o bien matarle sin más preámbulos, dejando que los propios habitantes de Macero escogieran la fórmula que consideraran más oportuna para tal fin.
La respuesta, extraña y confusa, llegó horas más tarde. Bobby tenía que demostrar ser digno de permanecer en el planeta, para ello debía elegir a alguien que hablara por él ante los maceranos. Y el muy necio me había elegido a mí.
* * * *
—Que la chispa llene tu vida, doctora Méndez —el rubicundo Jefe de Protocolo Sorrymuch me saludó pomposo, utilizando el arcano ceremonial de la Federación Coca Cola.
—Chispa para ti —le respondí abreviando sin entrar en su juego. Yo no era ninguna diplomática y no estaba dispuesta a perder el tiempo en chorradas—. ¿Dónde está ese cretino de Bobby? Si tengo que hablar por él ante los maceranos, será mejor que sepa qué pasó en realidad.
—Bien —Sorrymuch me miró con desaprobación, ofendido ante mis modales demasiado directos—, sígame. El piloto Fresnedoso se encuentra instalado en la enfermería y creo que el capitán le está sometiendo a un nuevo interrogatorio.
No tardamos en alcanzar la zona médica de la enorme nave. Ya desde lejos pudimos oír el sonido de una fuertes risotadas y pronto reconocí la voz de Bobby, gritando en un tono más grave del que yo misma recordaba.
—… y entonces la tía se me echó encima como una leona hambrienta —explicaba el muy imbécil haciendo resonar su voz entre las paredes de la nave—. ¡Chicos, se notaba que nunca había sido amada por un hombre de verdad! Para mí que esos maceranos la tienen todos pequeña. No se merecen semejantes bombones, porque ellas sí que son canela en rama. Aunque yo mismo tengo una dilatada experiencia con infinidad de hembras humanas, jamás me había encontrado con alguna tan fogosa. Imaginad que…
—Veo que sigues siendo el mismo macho reprimido y jilipollas de siempre —gruñí con rabia, plantándome ante él.
El grupo de hombres que rodeaba la cama de Bobby se quedó súbitamente silencioso, mientras sus rostros se volvían sorprendidos hacia mí. Murmurando excusas incomprensibles, aquel coro de advenedizos comenzó a desaparecer del recinto con una rapidez pasmosa. Pronto el soldado quedó solo con la única excepción del capitán, el cual bizqueaba y se atu
saba un ridículo bigotillo sin saber muy bien cómo actuar ante mi presencia.
—Chispas en tu vida, doctora —murmuró el oficial al fin—. Estaba… estaba interrogando al detenido por si podía ofrecer algún detalle esclarecedor de los hechos.
—Chispas, capitán —le devolví glacial el saludo—. Ya he podido comprobar el tipo de detalles que le interesaba conocer.
—Bueno… yo… —el hombre enrojeció y carraspeó indeciso—. Será mejor que les deje solos para que hablen con mayor comodidad. Luego nos veremos, doctora. ¿Viene usted, Sorrymuch?
El Jefe de Protocolo asintió sin decir palabra y ambos se apresuraron a marchar con expresión aliviada, dejándome por primera vez sola frente a Bobby. Respirando con resignación, cogí una silla y me senté junto a él, inspeccionándole en silencio. Se le veía cansado, demacrado más bien. El cabello otrora ondulado lo llevaba cortado a cepillo, los ojos estaban hundidos y rodeados de bolsas mientras la sonrisa de su rostro resultaba más bien idiota y carente de gracia. ¡Dios mío, cómo podía haber estado alguna vez enamorada de aquel pobre hombre! Era tal su estado de postración y dejadez que yo me sentía incapaz de guardarle el menor rencor por su pasado comportamiento conmigo.
—Hola, Nara —su voz sonó débil, sin fuerza, extrañamente diferente al tono enérgico que utilizaba cuando yo entré—. Me alegra que hayas podido venir; tenía miedo de que no quisieras ayudarme.
—Hola, Bobby —le contesté con una media sonrisa al oír mi viejo diminutivo en sus labios—. Parece ser que tú eres de los que no escarmientan nunca, ¿eh?
—Yo… —él se incorporó un tanto en el lecho, sintiéndose incómodo ante mí—. No es lo que parece. Por eso he pedido que tú hables por mí; eres la única que puede entenderme.
—¿Qué se supone que debo entender?
—Tú sabes que yo no soy una mala persona —Bobby habló en un susurro, lanzando inquietas miradas hacia ambos lados, como temiendo que alguien pudiera estar escuchándonos—, tal vez me dejo dominar por la situación, pero soy honrado.
—¡Honrado! —exclamé sorprendida e indignada.
—¡Es cierto! —él alzó la voz con vehemencia—. Yo te quería de verdad, lo sabes bien.
Pero entre hombres es normal fanfarronear un poco, ya sabes. Tenía que mostrarme cínico ante ellos, fingir que no me importabas y que sólo había placer sexual en nuestros encuentros. Es… como una regla sagrada, una costumbre que todos debemos respetar. No podía mostrarles mis sentimientos hacia ti o todos se habrían reído, burlándose de ellos.
—Entonces fuiste un cobarde.
—Supongo que sí —Bobby bajó la cabeza—, siempre lo he sido. Renuncié a ti por miedo, incapaz de mostrar un débil sentimentalismo que provocara posibles burlas. Cuando huiste de mi lado, tuve que limitarme a encoger los hombros despectivo; pero en mi fuero interno me sentía roto. Tardé mucho tiempo en olvidarte. Salí con otras chicas, desde luego, pero ninguna de ellas llenó el hueco que tu ausencia había dejado en mí. Con los años me acostumbré a fingir, a ser la envidia de mis compañeros. Yo era el que más éxito tenía con las mujeres, un conquistador nato que explicaba sus aventuras con pelos y señales. Pero me sentía solo y asustado. Siempre con miedo a ser rechazado, a caer en el ridículo, a no dar la talla. Hasta que la conocí a ella. Entonces sentí que todo era diferente, auténtico, que olvidados sentimientos florecían de nuevo, como la primera vez contigo.
—¿Cómo la conociste? —le pregunté, sintiéndome turbada por aquel arranque de sinceridad.
—Yo iba vagando por la ciudad. Aunque todas sus edificaciones son cristalinas y transparentes, sólo podía ver robots por todas partes. De repente, al pasar frente a una especie de pirámide, me pareció apreciar un leve movimiento en su interior. No sé cómo expresarlo, pero un súbito deseo pareció despertar en mi alma. Tuve la necesidad de entrar allí dentro, como si una cadena invisible tirara de mí. Entonces la vi, hermosa y sensual, observándome con sus maravillosos ojos negros. En el acto supe que la amaba, que la había amado siempre. Me acerqué hasta ella y la besé. Luego, de una forma natural, hicimos el amor.
—Ahórrate los detalles —le interrumpí con sequedad.
—No hay detalles —repuso Bobby—, simplemente nos amamos. Mis compañeros quieren detalles picantes y yo les digo cualquier cosa con tal de despertar su admiración. Es mi costumbre, no puedo evitarlo. Hace ya tiempo que dejé de explicar mis escarceos auténticos, demasiado triviales para su gusto. Por ello te pido que seas tú quien hable en mi nombre a los maceranos. Cualquier otro lo ensuciaría todo, convertiría el episodio en algo desagradable y obsceno. Pero tú me conoces, sabes que puedo sentir amor de verdad; tienes que decirles a ellos que la amo, que tan sólo deseo estar a su lado.
—Pero esa macerana está casada —objeté sintiéndome confundida ante aquel súbito e inesperado alarde de pasión—. No puedes deshacer un matrimonio alienígena así por las buenas.
—¿Quién ha dicho que está casada? —Bobby se sulfuró—. El tipo que nos descubrió no parecía estar muy dolido, como lo estaría un auténtico marido. Yo más bien diría… , sí, resulta curioso. Hasta ahora no había reparado en ello.
—¿Qué, en qué no habías reparado?
—Cuando el fulano nos sorprendió, yo temí un típico ataque de celos, ya sabes. Pero el macerano se mostró muy flemático, como si todo aquello no le importara en absoluto. No obstante, yo diría que sí que sintió una profunda emoción, pero hasta ahora no me había percatado de ello. Sí, estoy del todo seguro; cuando nos descubrió amándonos, su primera e involuntaria expresión fue de auténtico miedo.
* * * *
La estancia macerana a la que fui conducida era por completo transparente. Resultaba curioso el estilo arquitectónico de aquella gente; parecían utilizar sólo materiales cristalinos y no existía nada opaco ni dominado por la penumbra. La verdad, tanta luz acababa por marearla a una, irritando los ojos y llegando incluso a exasperar el ánimo. Al cabo de un rato la opresiva sensación de estar expuesta a todas las miradas resultaba enervante. Por fortuna, la luz verdosa del planeta hacía más soportable la inexistencia de sombras bajo las que guarecerse.
—Que las chispas recorran tu vida, doctora Méndez.
La voz nasal llegó desde algún lugar a mi espalda, haciéndome soltar un respingo. Me volví con presteza y contemplé a un individuo alto, de mediana edad y rostro anguloso. Aunque lo más llamativo de él era su completa desnudez que dejaba al descubierto un enorme y flácido pene. Carraspeé para ocultar mi turbación y me obligué a apartar la vista de semejante cosa, clavando mis ojos en las pupilas de aquel… macho.
—Chispas —le devolví el saludo, sin comentar su error al pronunciar la frase ceremonial—. Veo que me conoces, pero ¿cuál es tu nombre?
—¿Mi nombre? —el macerano pareció confundido durante unos instantes y yo tuve la extraña sensación de que su pene se encogía—. ¡Ah, claro! Puedes… puedes llamarme Marido.
—¿Eh? Bien, como quieras, Marido. Estoy aquí para hablar en nombre del piloto Roberto Fresnedoso, el cual se ha enamorado de una hembra de vuestra especie.
—¿Hembra? —Marido vaciló de nuevo, como si tuviera una enorme dificultad en entender el significado de aquella palabra—. ¡Oh, mi ygarm!
—Sí, tu… eso —miré con desconfianza hacia el traductor que me habían facilitado en la nave, el cual parecía incapaz de encontrar una palabra equivalente a aquel extraño nombre—. La verdad es que el piloto no ha querido ofenderos… ni ofenderte a ti, por supuesto. Sólo quiere que te explique que se siente terriblemente enamorado de tu… ejem… ygarm.
—Es una grata noticia —comentó indiferente el macerano.
—¿De veras? —exclamé sorprendida, sintiendo que la confusión se apoderaba de mí—. ¿Quieres decir que apruebas las relaciones entre mi piloto y tu garmloquesea? ¿No te sientes ofendido, herido, ultrajado, ni nada de todo eso?
—Tu piloto me preocupa —Marido se acercó con sus bamboleantes atributos al aire—. ¿Sabes si tiene un pomf-larm poderoso para que la keer le sea propicia?
—Bueno… no le conozco tan a fondo como para asegurarlo —musité golpeando el maldito traductor con la palma de la mano.
—Debes averiguarlo y darme una solución correcta al dilema —Marido habló en tono tajante—. Te concedo veinte de tus horas para que me traigas la respuesta. Hasta entonces, que la vida chisporrotee para ti, doctora Méndez.
Antes de que yo pudiera objetar nada más, el macerano comenzó a desvanecerse ante mis atónitos ojos hasta que desapareció por completo, dejándome sola y confundida. ¿Qué diablos se suponía que debía hacer yo?, ¿qué demonios era un pomf-larm y una keer? Resoplando con indignación, me dispuse a volver a la nave.
El puente de mando de la “Ad Astra” poseía una enorme mesa oval, alrededor de la cual nos habíamos reunido seis personas. Allí estábamos el capitán Myway, sentado con aire marcial, su ayudante el risueño teniente Alaloca, el siempre pomposo Jefe de Protocolo Sorrymuch, la oronda exobióloga de la expedición doctora Basasdas, el propio Bobby y yo misma. Todos habíamos escuchado atentamente la grabación de mi entrevista con Marido y nos mirábamos en un embarazoso silencio pleno de desconcierto.
—¿Es ésta la voz del macerano que te sorprendió con tu conquista? —le pregunté a Bobby.
—Es difícil de precisar porque no dijo mucho —el aludido arrugó el entrecejo—, aunque yo diría que sí. Era un tipo de mediana edad, con la cara cuadrada, el cual pareció materializarse de la nada completamente desnudo, dándome un susto de muerte.
—Sí —confirmé—, la descripción cuadra con el sujeto que yo vi. La verdad es que no parece estar muy afectado; al contrario, es como si estuviera más preocupado por la salud de Bobby que por la suya propia. ¿Alguno de ustedes puede decirme qué diablos es un pomf-larm y una keer? El tipo insistió mucho en ese punto.
—La verdad es que resulta curioso —la doctora Basasdas carraspeó atrayendo nuestra atención—, aunque yo he estudiado algo su lenguaje. Diría que es un idioma ajeno a su cultura, pues me recuerda el arcturiano antiguo. Es posible que los maceranos hayan asimilado un lenguaje de otra raza con la que tuvieron contacto con anterioridad. Si así fuera, podemos deducir algo de esas palabras. Los arcturianos utilizaban siempre el prefijo ke para referirse a las emociones, por lo que podríamos aventurar que la expresión keer tiene un significado emotivo. Por otra parte, existe la palabra swartlarm, que significa fortaleza y pomfgeer, o sea corazón. De ello deduzco que el macerano quiere saber si el piloto tiene fortaleza de corazón suficiente para que sus ¿emociones? sean propicias.
—Eso me suena como si Marido fuera en realidad el padre de la novia —comentó Sorrymuch con una leve sonrisa—. Tal vez todo se pueda arreglar con una buena boda, ¿no les parece?
—No acabo de entenderlo —objeté—, el macerano parecía estar más inquieto por Bobby que por su mujer, o hija, o lo que sea. Ese comportamiento no me parece nada normal.
—Hay un detalle… —la exobióloga me miró con expresión preocupada—. Los arcturianos utilizaban siempre el prefijo yg en todas las palabras que hacían mención a algo ajeno a su propia raza. Por ejemplo, ygblaz eran sus animales de compañía, ygfilz sus árboles, ygest su ganado, etcétera.
—¿Está usted insinuando que ygarm puede querer decir algo así como “vaca” o “perro”? —pregunté alarmada al comprender el significado de aquella afirmación.
—¡Todo eso es ridículo! —estalló Bobby, rompiendo el mutismo en el que se había encerrado—. No va usted a decirme ahora que he hecho el amor con una vaca, ¿verdad?
—Si observamos que la terminación arm se solía aplicar a palabras como swartlarm, que ya he dicho significa fortaleza, o einterarm, que quiere decir resistente, yo diría que podemos traducir ygarm como “cosa dura”. Dudo que nadie, por muy macerano que sea, llame de esa forma a alguno de su misma especie.
—O sea, que Marido está preocupado por Bobby porque éste se ha follado a su perro —el teniente Alaloca dejó escapar su comentario con una risita, siendo fulminado por una mirada del capitán.
—¡Están todos locos! —Bobby se sulfuró y arreó un fuerte puñetazo sobre la mesa—. !Todos vieron a la macerana cuando la traje a la nave! En el nombre del Cielo, ¿acaso tenía aspecto de ser algún maldito perro?
—Pensemos que estamos hablando de una raza por completo diferente —intervino la doctora Basasdas con suavidad—. Tal vez ellos no sean en realidad como nuestros embotados sentidos los perciben. El hecho de que aparezcan y desaparezcan a voluntad indica que también pueden ser capaces de alterar su aspecto. Tal vez por ello los robots vinieron a rescatar a la… mm… ygarm con rapidez. Puede que sólo consigan mantener su falsa apariencia durante un corto periodo de tiempo.
—¡O sea que aquella bella hembra podía haberse convertido ante nuestros propios ojos en algún ser horroroso, babeante y lleno de escamas! —Sorrymuch abrió la boca en un gesto de genuina repulsión.
—¡Bobadas! —gimió Bobby, notando cómo sus compañeros de mesa se apartaban levemente de su lado—. Yo hice el amor con ella y era humana en todos los sentidos.
—De todas maneras, nadie ha hablado de escamas ni de babas —objeté sintiendo compasión hacia el pobre piloto—. Yo más bien creo que los maceranos son de energía pura, no hay más que observar la forma de sus edificaciones: la luz se filtra con entera libertad a través de las paredes. Más que viviendas, parecen centrales fotovoltaicas.
—¡Por supuesto! —la oronda científica me interrumpió excitada—. ¡Son seres de energía pura y se alimentan de la luz del sol! ¡Por eso la ciudad parece desierta! Sólo cuando se concentran adquieren forma corpórea, lo cual explica por qué todavía utilizan expresiones del arcturiano arcaico. Hace siglos que deben de haber abandonado el lenguaje hablado y todavía no han asimilado el nuestro por completo.
—Ahora entiendo el extraño nombre de Marido —exclamé nerviosa—. Sin duda el macerano leyó la palabra en la mente de Bobby cuando se materializó ante él. A falta de una referencia más válida, la utiliza para definirse a sí mismo.
—Bien —interrumpió Sorrymuch—, hemos avanzado mucho. Pero la cuestión persiste: ¿tiene nuestro piloto suficiente fortaleza anímica para que sus sentimientos resistan su experiencia carnal con una… ejem… ygarm?
Todos nos giramos hacia Bobby; éste parecía ido por completo, la mirada extraviada en algún punto indefinido de la mesa oval.
—¡Una vaca! —murmuró con un hilo de voz—. Estoy enamorado de una vaca.
* * * *
Todavía faltaban varias horas para mi segunda entrevista con Marido, así que aproveché el tiempo libre para estudiar algo más del lenguaje arcturiano. Estaba decidida a no quedar en evidencia ante el macerano debido a mi desconocimiento de aquel idioma arcaico.
Fue así como hice el descubrimiento.
Cuando comprobé por quinta vez la información que surgía de mi pantalla, tuve que aceptar la evidencia. Aturdida ante lo que acababa de averiguar, salí de mi habitación y me dirigí hacia la sala de oficiales. Tenía que consultar aquello con alguien antes de que Bobby se enterara. ¡Pobre hombre! La verdad es que, por mucho que yo le despreciara por su pavoneante estupidez, las circunstancias se habían encargado de someterle a un cruel correctivo.
El teniente Alaloca era el único oficial que estaba gozando de unas horas de descanso, así que me resigné a acercarme a él.
—Chispas, teniente —saludé sentándome a su lado.
—Chispas, doctora —me contestó él con indiferencia, sorbiendo ruidosamente de un extraño zumo color violeta.
—Hay poco ambiente hoy —comenté, tanteando el terreno y sin decidirme a hablar con él. Alaloca no parecía ser un tipo en exceso popular a bordo y toda la tripulación parecía tener un interés especial en evitarle fuera de las horas de servicio.
—Como siempre que vengo —el hombre hizo un gesto con la mano—; ya se sabe que los individuos como usted o yo no somos demasiado queridos dentro de una nave militar.
—¿Perdón? —la frase del teniente me desconcertó—. ¿Qué quiere decir con lo de individuos como usted y yo?
—¡Vamos, doctora! —Alaloca dejó escapar una de sus desagradables risitas—. Conmigo no hace falta que finja. Aunque, a decir verdad, no hace falta que lo haga con nadie de esta nave. El piloto Fresnedoso ya nos había explicado historias de usted antes de que llegara a bordo.
—¿Historias mías? —una desagradable sensación recorrió mi espinazo—. ¿Qué clase de historias, si puede saberse?
—No se altere, amiga mía —el teniente me miró con cordialidad—, estamos embarcados en el mismo barco, por así decirlo. Yo también tengo preferencias homosexuales, todo el mundo lo sabe. Es una tontería querer ocultarlo, como hace mucha gente. Cada uno es como es; no tiene por qué avergonzarse de sus tendencias. Fresnedoso nos había contado hace tiempo que usted le dejó porque no la atraían los hombres. Bueno, ¿y qué? Son cosas que pasan.
—¡Lesbiana, dice que soy lesbiana! —exclamé sintiendo que la rabia me invadía por completo—. ¡Ese maldito mentecato, presuntuoso de mierda! ¡Sepa usted, señor mío, que yo he tenido varias relaciones con hombres y que si no me he casado ha sido por amor a mi trabajo y por no haber encontrado a ningún macho lo suficientemente bueno como para…!
—Lo que yo decía —Alaloca asintió con expresión seria—, pero no se inquiete usted por ello. Seguro que un día podrá encontrar a alguna linda mujercita que la comprenda. Mire, yo mismo tengo un novio en la Tierra, si quiere puedo enseñarle su holofoto…
—¡Maldición! —grité con rabia, largándome antes de que el furor asesino me obligara a cometer alguna locura.
Caminé como una loca rumbo a la enfermería. Ahora comprendía las risitas que se levantaban a mi paso, las extrañas miradas de los miembros de la tripulación, la estúpida sonrisa que lanzaba aquella sebosa ingeniero de máquinas cada vez que pasaba junto a mí… ¡Por Dios, que iba a matar a aquel maldito hipócrita! ¡Conque yo era una lesbiana y por eso le había abandonado! ¡Muy típico, muy… macho!
Bobby estaba en una sala de actividades, rodeado de babeantes pacientes masculinos, explicando con fruición una de sus asquerosas historias de sexo, convirtiéndose ante ellos en una especie de héroe follador. Aquello era demasiado, yo iba a darle una lección que no olvidaría en toda su despreciable vida.
—Así que lesbiana, ¿eh? —le espeté, parándome en jarras ante él.
—Yo… —el color huyó de su semblante mientras las risas se acallaban y todos nos miraban.
—Pues tal vez te interese saber que te dejé porque no eras lo suficiente hombre —grité para que todos pudieran oírme bien—. Y no me extraña, porque tu conducta es un tanto peculiar. ¿Sabes que he estado estudiando el idioma arcturiano? He descubierto algo que sin duda te alegrará: las terminaciones. Los arcturianos utilizaban las letras er para el femenino y rm para el masculino, así como la z para el neutro, ¿comprendes, imbécil?
—Yo… —repitió Bobby cada vez más alicaído.
—Eso significa —continué imbuida por un furor homicida— que la famosa palabra ygarm es masculina, porque si fuera neutra acabaría en zeta y, si fuera femenina, en er. ¿Captas el detalle?
—Yo… —el infeliz parecía ser incapaz de decir ninguna otra cosa.
—Exacto. No te has tirado a una vaca, amiguito. En todo caso ha sido a un buey. Bien venido al club de los homosexuales.
—Yo… —Bobby puso los ojos en blanco y cayó sin sentido a mis pies.
En aquellos momentos me sentía exultante como una antigua diosa guerrera.
De nuevo me encontraba dentro de la extraña edificación transparente. La luz verdosa que bañaba toda la estancia parecía adquirir un tono siniestro, amenazante. Mi ánimo, alterado por los últimos acontecimientos, también se agitaba inquieto, dejándome confusa.
—Chispas, doctora Méndez.
Lanzando un corto grito de sorpresa, me giré. El macerano había aparecido tras de mí, tan silencioso como siempre. Me sentí decepcionada al comprobar que en aquella ocasión vestía una especie de bañador ajustado que tapaba en parte sus atributos masculinos.
—Chispas, Marido —le contesté.
—¿Sabes ya la respuesta a nuestro interrogante? —el alienígena se acercó a mi altura con el rostro impenetrable.
—Me temo que el pomf-larm de Bobby está atravesando horas bajas en estos instantes —comenté con amargura—, lo mismo que su keer. Y debo confesar que en parte es culpa mía.
—Lo esperaba —Marido asintió con la cabeza sin abandonar su aspecto hermético—, no se puede establecer relaciones con un ygarm sin estar preparado antes. Cuando les vi en estrecha comunión tuve miedo por tu piloto, temí que no fuera capaz de asumir las implicaciones de lo que había hecho.
—¿Qué es exactamente un ygarm? —pregunté sintiéndome atrevida y curiosa a la vez—. Tal vez sería más fácil para nosotros si comprendiéramos…
—Creí que nunca me lo preguntaríais —en el rostro del macerano se dibujó una leve sonrisa—. Llevamos varios días tratando con vuestros enviados y nunca nos han planteado una sola cuestión. Hemos llegado a pensar que el preguntar era tabú para vosotros.
—Los embajadores acostumbran a actuar de otra forma —murmuré confundida—, ellos creerían que plantear una cuestión directa podría ofenderos.
—¡Sois muy extraños! —Marido me miró con fijeza—. ¿Cómo podéis comprender el Cosmos si no preguntáis? Perdéis el tiempo en circunloquios sin sentido en lugar de expresar con claridad qué es lo que deseáis de nosotros y qué podéis ofrecer a cambio.
—Tienes razón —me mostré sumisa, en parte por estar de acuerdo con él y en parte para sonsacarle algo más—, pero eso no responde a mi pregunta: ¿qué es un ygarm?
—Para que puedas entenderlo es preciso que comprendas nuestra verdadera naturaleza —el rostro de Marido adquirió una extraña ensoñación, desdibujándose ante mis atónitos ojos—. Nosotros no estamos sujetos a las leyes de la materia, somos energía. Hace siglos, eones tal vez, que logramos abandonar la prisión carnal de lo tangible para fusionarnos con el propio Cosmos. Ahora nosotros somos Macero.
—¿Quieres decir que sois la energía que alimenta este mundo? —pregunté asaltada por una súbita inspiración.
—Quiero decir que somos Macero. Todo el planeta está conformado por la voluntad de nuestros entes fusionados. Hasta la más pequeña de las moléculas que hay aquí somos nosotros. El aire que absorben tus pulmones, los sonidos que llegan a tus oídos, la luz que impregna tus pupilas, el suelo que hoyan tus pies, todo somos nosotros. Es nuestro pensamiento el que forma y moldea el mundo que vosotros estáis percibiendo. La unión de nuestras mentes puede materializar la energía, así que decidimos crear un planeta para que sirviera de nexo de unión entre nuestro pueblo y el vuestro. Sois tan primitivos, tan simples, que hemos tenido que elaborar un decorado donde os pudierais sentir cómodos.
—¡Claro! —exclamé excitada—. ¿Qué falta les hace un planeta a seres de energía pura, capaces de viajar por el Universo a la velocidad de la luz? Macero es simplemente un punto focal, un lugar de encuentro donde estudiar a seres primitivos como nosotros.
—Lo has entendido bien —Marido asintió—. No comprendo por qué habéis enviado a esos cuatro representantes tan obtusos para negociar con nosotros, cuando hay gente como tú para hacerlo con mayores resultados.
—Pero, ¿y el ygarm?
—Yo he sido designado por mi pueblo para relacionarme con vosotros, así que he tenido que descender a un plano inferior, separarme de la comunión permanente con los míos. Eso resulta muy doloroso y aburrido. El dolor lo elimino alimentándome a través de los toscos captadores de luz diseminados por la ciudad. Pero el aburrimiento…; para ello he creado mi ygarm, una simple distracción que me hace sentir en contacto con mi perdido ego superior. Cuando me uno al ygarm recupero mi mente dispersa, vuelvo a ser un todo sin fragmentar. Tan sólo así soy capaz de soportar esta terrible soledad.
—¿Quieres decir que el ygarm también eres tú? —pregunté incrédula.
—No, el ygarm es el ygarm, una simple creación sin vida propia. Capta la personalidad latente de cualquier ente y la despierta recreándola. Cuando estás en comunión con el ygarm, estás en comunión con tu propio ser. Es un reflejo de ti mismo, eres tú.
—¡Chispas! —exclamé comprendiendo al fin.
* * * *
Sigo pensando que el infierno ha de ser masculino. Hoy, de regreso a mi destino en la Tierra, todavía le doy vueltas al asunto. ¡Infeliz de Bobby!, ¿qué habrá sido de él? Lo último que supe de su vida fue que le habían internado en un centro psiquiátrico del Ejército. Eso sí, con honores militares. Todavía recuerdo nuestra última entrevista en el planeta Macero; él acudió tambaleante, con los ojos desencajados y las manos temblorosas, mirando siempre hacia lo bajo, como si ya una terrible maldición le atenazara el ánimo.
El capitán Mayway había tenido que ordenar al teniente Alaloca que no se insinuara más al pobre piloto. Le rugió que ya estaba harto de mariconadas y que iba a cargarse al primero que mencionara de nuevo el tema de las vacas y los bueyes. Yo ni tan siquiera sonreí ante aquella situación. Mi furor contra Bobby había desaparecido; él ya sufría un terrible castigo, algo mucho peor que cualquier condena imaginable.
Tuve que explicarles a todos mi entrevista con Marido, era necesario. Así quedó establecida la naturaleza energética de los maceranos, de Macero en su totalidad. Y, por supuesto, también la naturaleza del ygarm. Se trataba de un mecanismo desconocido, terrible, un instrumento extraño que absorbía las vibraciones de un sujeto, moldeándolas a su semejanza. Pero todavía era algo más, una especie de vampiro síquico que robaba parte del ego de uno, recreándolo y dándole vida autónoma.
No, Bobby no se había enamorado de una vaca, ni tan siquiera de un buey. No había tenido contacto carnal con un ser cubierto de escamas ni babeante. Ni siquiera con el propio Marido. El ygarm había robado y plasmado la parte más profunda del piloto, sus deseos ocultos, la esencia más íntima de su personalidad. Bobby le había hecho el amor a su propio ego al descubierto. En realidad, se había amado a sí mismo.
Cuando le vi conducido por un asistente hacia la enfermería, derrumbado sobre la camilla como un muñeco roto, la expresión alelada, incapaz de reaccionar en su irreversible estado catatónico, comprendí que al fin había alcanzado su tan ansiado sueño. Se había reunido para siempre con su gran amor, ya nadie podría separarle del ser por el cual sentía una pasión incontrolable.
Sí, ahora también yo lo he comprendido. Cuando en contadas ocasiones siento la necesidad fisiológica de relacionarme con algún individuo del sexo contrario, al mismo tiempo noto que me embarga una enorme conmiseración. Entonces, en los eternos entreactos amatorios, me limito a escuchar sin oír las inevitables y aburridas bravatas del individuo en cuestión, comprendiendo que, en realidad, dichas invenciones le son necesarias, están siendo contadas para sí mismo. Y de forma irremisible no puedo evitar que mi pensamiento se detenga en Bobby, otro infeliz atrapado dentro de su triste destino autista.
Todos son iguales, creedme, sólo son capaces de sentir una absorbente devoción hacia sus propios egos. Esa, sólo esa, es la verdadera pasión que les consume, su auténtico y genuino amor.
Amor de hombre.
Argentona, junio 1.998
Texto © Joan Antoni Fernàndez, abril de 2007
Ilustraciones © Juan Antonio Fernández Madrigal, abril de 2007
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Bio-bibliografía
Joan Antoni Fernándeznació en Barcelona el año 1957, actualmente vive en Argentona y trabaja en una caja de ahorros. Escritor desde su más tierna infancia ha ido pasando desde ensuciar paredes hasta pergeñar novelas en una progresión ascendente que parece no tener fin. Enfant terrible de la Ci-Fi hispana, ha sido ganador de premios fallidos como el ASCII o el Terra Ignota, que fenecieron sin que el pobre hombre viera un céntimo. Inasequible al desaliento, ha quedado finalista de premios como UPC, Ignotus, Alberto Magno, Espiral, El Melocotón Mecánico y Manuel de Pedrolo, premio éste que finalmente ganó en su edición del 2005. Ha publicado relatos, artículos y reseñas en Ciberpaís, Nexus, A Quien Corresponda, La Plaga, Maelström, Valis, Dark Star, Pulp Magazine, Nitecuento y Gigamesh, así como en las webs NGC y BEM On Line, donde además mantiene junto a Toni Segarra la sección Scrath!dedicada al mundo de los cómics. Que la mayoría de estas publicaciones haya ido cerrando es una simple coincidencia… según su abogado. También es colaborador habitual en todo tipo de libros de antologías, aunque sean de Star Trek («Últimas Fronteras II«), habiendo participado en más de una docena de ellas (Espiral, Albemuth, Libro Andrómeda, etc.). Hasta la fecha ha publicado cinco libros: «Reflejo en el agua», «Policía Sideral», «Vacío Imperfecto», “Esencia divina” y “La mirada del abismo”. Y lo más terrible de todo: amenaza con nuevas publicaciones. Su madre piensa que escribe bien, su familia y amigos piensan que sólo escribe y él ni siquiera piensa. |
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Bio-bibliografía
Aunque en las publicaciones suelen presentar a Juan Antonio Fernández Madrigal como «el escritor de Málaga» en realidad nació en Córdoba en 1970, aunque, efectivamente, reside en Málaga desde 1988. Trabaja como profesor en la Universidad de Málaga, intentando, como dice él mismo, “con mucho dolor y muchas horas enhebrar la investigación con la docencia, tarea que considera NP-completa (breve guiño para informáticos)”. En el ámbito del fantástico, he publicado diversos relatos y la novela Ciclo de Sueños (colección Espiral). Hasta el momento, ha publicado en Espiral, Artifex, 2001, Libro Andrómeda, Visiones, Fabricantes de Sueños, La Plaga, NiTeCuento, Qliphoth, CD de BEM…. y en BEM on line. |