Por Pedro Jorge Romero
Resulta que el Cid Campeador no luchó su última batalla después de muerto. En realidad, aunque la historia no lo registra, resucitó durante un día para comandar su ejército. El responsable de tal prodigio fue Esteban de Sopetrán, Truhán, Estebanillo -y seguro que varios nombres más- que es capaz de usar la magia combinada de las tres grandes religiones.
Así arranca la novela que cuenta la vida -o parte de la vida, es mi suposición- de Truhan. Desde sus orígenes como bebé abandonado en un monasterio, su paso como sirviente de un joven noble adepto a la magia, sus estancias con el Cid, su vida en los caminos como juglar y el favor final que hace a la causa del único señor al que es más o menos fiel.
La novela está escrita en primera persona y es el propio Estebanillo el que cuenta su historia. En ella hay ecos de Lágrimas de luz y de esa casi desconocida novela que es El muchacho inca. Es fiel a la tradición picaresca y va desgranando una serie de aventuras que sin embargo tienen un hilo común detrás, una columna vertebral narrativa que mantiene razonablemente la coherencia.
Antes de pasar a lo bueno, voy a por un par de críticas. A Rafael Marín le gusta oírse escribir, y en ocasiones se le nota demasiado. Estebanillo trabaja tanto las frases que en ocasiones todas parecen estar reclamando la atención del lector. Así mismo, algunas aventuras funcionan mejor que otras y la coherencia general a veces queda un poco deslavazada. Por último, los personajes de Rafa Marín tienden a llorar un poco de más, y Truhán no es excepción. Leyéndole, uno pensaría que es el único que sufre en ese mundo de sufrimientos.
Ahora, a lo bueno. El personaje está tan lleno de matices y de grises, está tan bien construido, que efectivamente nunca sabes cómo va a reaccionar. Estebanillo reacciona como una persona de verdad y eso da mucha fuerza y sinceridad a la historia. Así mismo, la época queda magníficamente plasmada. Tanto es así, que por primera vez en la vida salté a la enciclopedia a comprobar quién era toda esa gente. Hacerme desear saber más siempre me ha parecido un gran halago para una novela.
Me parece un acierto que el protagonista no sea uno de los personajes que la historia conoce. Los históricos parecen todos unos matones sin escrúpulos -impresión incrementada tras leer sobre la época- y hubiese resultado difícil identificarse con ellos. No quiero decir con ello que Truhán no cometa crímenes -que los comete, y a patadas-, sino que su humanidad es más fácil de comprender y plasmar. En ocasiones simplemente los acontecimientos se confabulan contra él.
La historia es fantástica, con magia y hechos sobrenaturales. No es, sin embargo, una ucronía, sino una historia secreta del mundo. Sucede más o menos lo mismo que sucedió en la historia, sólo que los libros de historia no registran las causas últimas y reales. La fantasía permite también introducir divertidos elementos: el Cid Campeador entregándole al rey Sancho un ejemplar del Necronomicón.
En resumen, una buena novela de aventuras, un excelente paseo por el mundo de El Cantar de Mío Cid y una forma estupenda de empezar a leer a Rafael Marín.
© 2007 Pedro Jorge Romero.
Juglar, de Rafael Marín. Ediciones Minotauro, col. Ucronía. Barcelona, octubre de 2006. 442 pgs. ISBN. 84-450-7587-6.
Texto de la contraportada
Cuenta la historia que Rodrigo Díaz de Vivar, Mío Cid, ganó su última batalla después de su muerte. Dicen que ataron su cadáver al caballo y que así, muerto, guió a su ejército a la victoria. Efectivamente, un domingo del mes de julio del año de gracia de 1099, no pudiéndose recuperar de una herida en el cuello, vio la muerte Mío Cid. Sin embargo, fue gracias a las artes mágicas e las tres religiones monoteístas conjugadas que, en presencia de la viuda Ximena, de los capitanes del ejército y del obispo don Jerónimo, el cuerpo sin vida del Campeador resucitó por un día. Un día en el que debía de nuevo defender la ciudad del enemigo almorávide. El artífice del hechizo fue, a petición de Ximena, Esteban de Sopetrán, jugar también conocido como Estebanillo o, sencillamente, Truhán.