Por Luis Fonseca
Después de muchos años leyendo y reseñando todo tipo de obras es la primera vez que me quedo sin palabras para rescatar algo positivo de un libro.
No puedo dejar de lamentar que mi tradicional lentitud haya evitado activar una temprana señal de alarma que permitiera a algún despistado mantener este libro a distancia. No es que leerlo vaya a producir un sarpullido (o sí), pero francamente hay un sinfín de mejores formas de sacar provecho al tiempo libre de uno. A los que debiera salir un sarpullido, o al menos debieran sonrojarse un poquito, es a los autores de las citas promocionales que adornan al libro, si es que en efecto tienen autor y no han sido producidas por un generador aleatorio:
‘Una reflexión certera sobre el mundo actual’, ‘La obra de Gibson merece ser seguida muy de cerca’ ‘La acción gira a un ritmo frenético que te mantiene pegado al libro… y el final es grandioso’. Ni caso, viles exageraciones. Prefiero evitar ser mordaz y callarme lo que dichas citas me inspiran, pero encuentro especialmente gracioso lo del grandioso final porque tras trescientas páginas de no saber a dónde dirigirse el autor nos escamotea literalmente el final. Quizá ese no-final pudiera haber sido un descubrimiento en manos de alguien más inspirado, alguien que le hubiera sabido insuflar alguna intensidad dramática, algún arropamiento literario, alguna herramienta argumental más allá de la plana reiteración de las discrepancias de los personajes…
Y eso que el arranque, algo caótico, no es malo del todo: la sucesión de capítulos cortos, la mezcla de líneas temporales, la incertidumbre acerca de la condición real del protagonista y la presentación de múltiples bandos parece apuntar a que se nos prepara un escenario de cierta complejidad y ritmo… pero a pesar de algún diálogo con chispa y alguna situación aislada la cruda verdad no tarda en aflorar: la novela se embarulla y embarranca en la banalidad. Descubrimos entonces una novela sin substrato, plagada de lugares comunes (ahora algo que se parece a la novela aquella, luego algo que recuerda a aquella otra película), que abusa de la tecnojerga, del nanocatastrofismo falto de criterio y que rezuma falsa trascendencia; una novela sin artificios literarios, vale, pero sin la más mínima ambición literaria (es como comer resfriado, solo con cuatro sabores básicos al alcance y con la pérdida de todo matiz); una obra con un argumento endeble que no conduce a ningún lado, con situaciones pobremente resueltas (las de acción mueven a la risa, y *la* de sexo es tan excitante como un duelo de mirados entre dos galápagos); una novela con una trama mal trabada: demasiados personajes totalmente accesorios o dolorosamente arquetípicos, ¿quiénes son y qué buscan ‘los muertos’? ¿por qué los aumentados parecen superhombres en un determinado momento y un poco después vulnerables cobayas?
Si la desnudamos de abalorios nos quedan los políticos iluminados, los científicos arrogantes, la experimentación poco ética con prisioneros en busca del supersoldado… todo novedad y originalidad. En fin, una novela que solo sería meritoria escrita por un adolescente y que cómo tal nos retrotrae a ciertas novelas de a duro (duros a cuatro pesetas casi añadiría en este caso) que se tragaban más que se leían pero que tenían el encanto o la disculpa de una época que ya no es la nuestra. ¡Cómo duele ver pasar ante tus ojos todos los defectos que estigmatizaron y estigmatizan aun hoy en día al género de la Ciencia Ficción!
© 2007 Luis Fonseca.
Contra la gravedad, de Gary Gibson (Against Gravity; 2005). La factoría de ideas, col. Solaris Ficción nº 82. Madrid, 2006. Traducción de Raúl Campos Martín y Alicia Moreno Delgado. 352 páginas, 18,95 euros. ISBN 84-9800-277-X.
Texto de la contraportada
A finales del siglo XXI, miles de prisioneros políticos malviven confinados en el Laberinto, donde los investigadores los utilizan como cobayas para crear el soldado perfecto. Kendrick Gallmon, un superviviente de los experimentos, intenta reunir las piezas de su vida, consciente de que las mejoras nanotécnicas que los científicos han introducido en su sistema nervioso lo están matando lentamente. Un día, su corazón deja de latir para siempre y un fantasma lo apremia a regresar a la fuente de todas sus pesadillas: un complejo militar abandonado hace mucho tiempo donde todavía resuenan las voces de los muertos…