La que hoy presento fue la décima columna de “Se buscan libros” que fue publicada en BEM, en el número 68 (Abril-Mayo de 1999), y que aquí aparece en noveno lugar.
Seda ha sido (y sigue siendo, tantos años después) uno de mis libros favoritos: es breve, intenso, y dice mucho más de lo que parece que dice. Lo mismo me sucede con Novecento (que me gusta aún más si cabe), tan lleno de esas “novelas en una frase” tan características de Baricco. Después de la publicación original de esta columna, han aparecido otros dos libros de este autor: City y Sin sangre (la cual, por mucho que diga el autor en contra, está sin duda ambientada en un pueblito español durante la postguerra civil). Debo decir que, si bien sigue en la línea de atacar a las emociones del lector con armas construidas con frases únicas, a mí no me han llegado tan dentro como sus obras anteriores. A lo mejor es que me estoy haciendo viejo, y se me va endureciendo el corazón. O tal vez no, porque Seda y Novecento me siguen vaciando el alma cada vez que los releo…
Poco después de mi última lectura de Novecento, concretamente en junio del pasado año 2006, tuve la inmensa fortuna de asistir a una casi privada representación de Novecento, en el Teatro Galileo de Madrid, por la compañía cordobesa Teatro Ñaque, interpretada por Ricardo Luna, al piano Alberto de Paz y dirigida por José A. Ortiz. Éramos pocos en el teatro, 12 ó 14 personas, pero Ricardo Luna, un ACTOR con todas las letras mayúsculas, no se amilanó y nos mantuvo en vilo con su voz y su baile por el escenario. Una hora de monólogo. Ni un fallo. Ni un olvido. Ni una vacilación. Te agarra en el primer minuto y ya no te suelta ni un instante, ni una vez. Éramos poquitos en la sala, pero el patio de butacas tronaba con los aplausos al terminar…
Háganme (y háganse) un favor: si esta obra pasa un día por su ciudad, no duden en asistir, les garantizo que vivirán unos pocos de los mejores minutos de sus vidas.
BUSCANDO SEDA POR TIERRAS DE CRISTAL, CON NOVECENTO A LA ORILLA DEL OCÉANO MAR
Hace mucho tiempo, alguien muy querido me llevó al cine a ver Casablanca. Durante toda la proyección vi a esta persona más pendiente de mí que de la película, mirándome sin cesar por el rabillo del ojo. Me di cuenta, y al terminar pregunté el porqué, lamentando que no se hubiera enterado de nada. «Yo la he visto ya más de veinte veces. Y hay un placer mucho mayor que verla, y es verla con alguien que no la ha visto nunca.»
A mí, escribir esta columna me proporciona muchas satisfacciones.
Una, pasarme horas buscando por los saldos algo viejo sobre lo que escribir, a toda prisa y con los editores de BEM enviándome desesperados mensajes por correo electrónico, días antes de cerrar el número. O incluso el mismo día.
Otro, volver a leer los libros antiguos que leí hace años y que tanta impresión me causaron entonces y, a veces, también descubrir por casualidad alguno que no había leído nunca. Y, aún hoy, sorprenderme.
Por fin, poder compartir con mis amigos las cosas que para mí han sido importantes, eso que un amigo llamó una vez “los chascarrillos de Astolfi”, cosas que me ocurrieron en algún momento de mi vida y que ahora me apetece recordar.
Pero, sobre todo, al igual que aquella persona que me descubrió Casablanca, el mayor placer de escribir esta columna es descubrir al lector los libros que alguien, una vez, me descubrió a mí, y alegrarme si decide que vale la pena leerlos.
Hace poco el proceso volvió a comenzar: alguien me regaló un libro. Algo raro, pues generalmente nadie que me conozca bien se atreve a regalarme un libro. Quizá es que no me conocía bien. O quizá es que me conocía demasiado bien. Era Seda (Anagrama, 1997), del escritor italiano Alessandro Baricco.
Sé que te gustará, seguro. Sonreí; no podía imaginar cómo era posible esa seguridad. Y sin embargo, vi tanto convencimiento en su mirada que no lo dudé, y esa misma tarde lo leí.
Hay mucho que decir acerca de este librito de ciento veinticinco páginas y no muchas más palabras, cosas sobre cómo está escrito, sobre la sensibilidad que inunda cada letra, sobre el mágico ambiente en el que viven los personajes, sobre la realidad que, como en una narración infantil, se convierte en fantasía párrafo tras párrafo, sobre cada una de esas hojas llenas de pasión, dulzura, sensualidad, cariño y, sobre todo, llenas de algo sin nombre, que es precisamente la vida del relato. «En ella están entremezclados deseos, y dolores, que se sabe muy bien lo que son, pero que no tienen un nombre exacto que los designe. Y, en todo caso, ese nombre no es amor. Cuando no se tiene un nombre para decir las cosas, entonces se utilizan historias», escribió su autor. Pero cualquier cosa que se pueda decir carece de interés comparado con lo que esconden esas páginas, inocentes en apariencia, pero que en verdad son peligrosas como un estilete, pues penetran en el alma despistada desgarrando con su aguja de sinceridad el interior de aquel que no quiere oír la verdad. Este libro convierte al lector en una caja en la que, letra a letra, el autor va guardando cuidadosamente cosas, sentimientos, emociones, vidas completas presentadas en dos líneas, sin que se dé cuenta, y al final, en la última página, le abre, abre la caja en la que le ha convertido y deja salir todo de golpe, abrumándole con su intensidad.
La historia: un hombre busca huevos de gusano de seda en el otro extremo del mundo, y allí encuentra mucho más de lo que ha ido a buscar: su gran tentación, su mayor placer, su mayor dolor. Su vida.
Mucha gente ve reflejada su propia vida en él, me dijo la persona que me lo había regalado. Después de leerlo, esto no me sorprendió en absoluto, y me propuse descubrir en qué consistía la magia de esa narración.
Era lógico que leyera las otras tres obras de Baricco publicadas en castellano: Tierras de cristal (Anagrama, 1998), Océano mar (Anagrama, 1999) y Novecento(Anagrama, 1999), en total cuatro libros que, aun siendo independientes, en el fondo cuentan una única historia, sin que traten de lo mismo, ni tengan los mismos personajes, ni estén localizados en los mismos lugares ni en las mismas épocas.
Pero como toda buena magia, el truco se guarda muy bien oculto.
Alessandro Baricco es un escritor impresionista, al igual que lo eran los pintores que pertenecieron a aquel movimiento artístico. Si uno se acerca a su obra, si se para a analizar el detalle, no verá nada, no sentirá nada, pero si deja que las imágenes se condensen en la retina mirándolas desde lejos, entonces sí será posible apreciar lo que se está contando en cada lienzo, en cada página, con sus pinceladas, con sus frases. Escribe con brochazos gruesos, concentrando en cuatro palabras un mundo de impresiones que otros necesitarían páginas para insinuar apenas.
Podría decirse que las obras de Baricco, entonces, son pinturas.
Pero éste no es el secreto de sus novelas.
Baricco no describe sentimientos, ni los de sus personajes, ni los suyos propios. Normalmente, los escritores tienden a plasmar en sus obras las experiencias que han vivido y las emociones que han sentido, haciéndoselas vivir y sentir a sus creaciones; así, leemos que alguien está triste, o alegre, o que siente pasión, o desesperación, o lo que sea, lo cual puede importarnos más o menos, pero en realidad ello nos dará igual, ya que son cosas que les pasan a otros. Por el contrario,Baricco narra, plantea situaciones al lector y le sitúa dentro de ellas, como si él fuera un intérprete más de la novela. De este modo, cada una de las situaciones despierta en el lector sus propios sentimientos.
Los suyos propios, no los de ningún otro.
Por eso es difícil evitar sentir emociones al leer estos libros.
Tampoco describe a los personajes. No importa su aspecto físico. Las mujeres, todas son bellísimas. Los hombres, todos son de mediana edad, de mediana estatura, de rasgos medianos. Los niños, todos son niños, o alguna otra cosa desconocida que no explica. Una persona es lo que es por lo que hace, y los da a conocer por medio de sus actos. Los enseña por dentro, y descubrimos cómo son cuándo leemos sus acciones. ¿Cómo sería un hombre que pinta el mar en un lienzo usando solamente agua de mar para captar su verdadera esencia? ¿Y una mujer que cuando abandona su hogar pide al esposo que sea recordada sólo riendo? ¿Y un niño que pregunta en una orilla «Si aquí es dónde termina el mar, entonces ¿dónde empieza?»?
Por eso es difícil evitar sentir afecto, o cariño, o amor hacia estos personajes.
Los cuentos de Baricco, además, son como composiciones musicales. Estrictamente hablando es cierto que siempre son iguales, las mismas notas, los mismos acordes, los mismos sonidos y silencios, pero siempre provocan reacciones diferentes en cada oyente, incluso ocurre que muchas veces despiertan sentimientos diferentes en cada ocasión que un mismo oyente las escucha.
Podría decirse que las obras de Baricco, entonces, también son música.
Por eso sus libros son diferentes para cada persona que los lee. Y por eso son diferentes cada vez que una misma persona los lee.
Por eso estos libros son mágicos.
Pido disculpas al lector por este paréntesis en la columna. Sé que estos cuatro libros no son ni viejos, ni clásicos, ni de ciencia ficción. Pero a pesar de todo, estoy seguro de que me agradecerán el habérselos recomendado.
© 2007 Luis Astolfi
Título: Seda |