A estas alturas del siglo XXI cualquier estudio realizado sobre Akira, auténtico título de culto en el fenómeno manga, casi se convierte en un pequeño trabajo de historia.
No en vano se trata de una obra colosal que tuvo la virtud de ser precursora en su género, traspasando fronteras hasta convertirse en un éxito a escala internacional. Antes de Akira muy pocos aficionados de Occidente sabían que en Japón se dibujaban cómics, y mucho menos cómics tan extraordinarios. La descomunal obra de Katsuhiro Otomo contaba con más de 2.000 páginas dibujadas en un primoroso blanco y negro, una gran calidad gráfica y un enfoque casi cinematográfico donde predominaban cámara subjetiva, campos y contracampos. Su edición en EE.UU. supuso un pistoletazo de salida para difundir el género, primero en manga y algo más tarde en anime, causando sensación en todo el mundo.
El autor japonés Katsuhiro Otomo nació el año 1954 en la prefectura de Miyago. El país todavía estaba convulsionado por la posguerra, a la vez que la sociedad nipona había sido invadida por una cultura, la americana, muy diferente a sus propias raíces. Así pues el joven Otomo creció en los convulsos años sesenta, tras la pérdida de los valores tradicionales japoneses, siendo una época dominada por manifestaciones obreras y estudiantiles que ponían en tela de juicio el férreo sistema social del Japón y sus hasta entonces imperantes tradiciones ancestrales. Este ambiente efervescente, entre renovador y rebelde, actuó de caldo de cultivo para inspirar a muchos jóvenes artistas, entre ellos Otomo. Así los argumentos de sus historias, en especial el de Akira, poseen un poderoso sustrato donde surge un mundo post apocalíptico y de pérdida de valores tradicionales.
Conviene señalar que más tarde Otomo cursaría sus estudios en el instituto Sanuma, del cual ya habían surgido y surgirían gran cantidad de mangakas. Inmerso en semejante entorno no es de extrañar que en su estilo creativo se note la influencia de los populares animes que triunfaban en aquella época, como el celebérrimo Astro Boy. Y no menos significativa es la clara absorción de la cultura popular americana a través del cine, ese gran arma de penetración cultural. ¿Quién no detecta un claro reflejo de películas como Easy Rider en su creación de ciertos personajes, en especial el joven motorista Kaneda, rebelde protagonista de Akira?
Hijo de su época, no es de extrañar que Otomo comenzara a coquetear con el popular manga, pero siempre con la declarada intención de abandonarlo para realizar animes, su genuina pasión. Así desde 1973 publicó diferentes trabajos en papel, hasta que en 1980 surgió su primer gran éxito, Domu (Pesadillas). Dicho manga le hizo ganar el premio a la mejor historia de ciencia-ficción en el SF Gran Prix, un galardón hasta aquel momento sólo otorgado a novelas. Semejante reconocimiento le impulsó a plantearse la creación de una obra mucho más ambiciosa: la descomunal Akira.
A mi modo de ver el Akira de Otomo representa para el género de ciencia-ficción ilustrada, tanto en sus vertientes manga o anime, lo que en cine la famosa Trilogía del dólar de Sergio Leone es para el western. Ambas obras recogen la tradición existente en sus propios estilos y la subvierten, al tiempo que la muestran como es, más tenebrosa y terrible, dotándola de un halo crepuscular. Ya nadie será capaz de concebir ambos géneros de la misma forma, ingenua y optimista hasta la exageración, con la que hasta entonces eran explicados. Otomo y Leone nos muestran el reverso de sus mundos, un trasfondo lúgubre y en cierto sentido más realista, aunque también desesperanzador. En cierta medida esa visión contribuye a hacer sus obras más atractivas, con una impronta muy personal y propia. Señalar como dato curioso que Otomo se inspirara en gran medida en el cine americano (Easy Rider, Mi vida es mi vida…), mientras que Leone tomara su inspiración de películas del japonés Akira Kurosawa, como Yojimbo. Todo un auténtico mestizaje cultural de ida y vuelta.
Centrándonos en Akira el manga, señalaremos que dicha obra comenzó a publicarse en Japón con un virtuoso blanco y negro el año 1982, pero no fue hasta 1984 cuando se editó por primera vez en occidente, con los dibujos coloreados para ser más comercial y bajo el sello de Marvel Comics, convirtiéndose en un verdadero fenómeno de ventas que ganó ese mismo año el Premio Kodansha al mejor manga. De hecho la publicación por entregas de toda la historia duró bastante tiempo, pues Otomo no concluyó el monumental relato hasta 1993. Años antes, en 1988, el propio autor realizó un también extraordinario anime con el mismo título, el cual nos mostraba un final diferente al no tener todavía perfilada la conclusión del manga.
Aunque en la actualidad Ediciones B ha realizado varias ediciones de la obra, recopilada en seis únicos tomos de gran tamaño, la primera versión publicada en España consta de algo más de una veintena de cuadernos (la memoria me falla, pero creo recordar que eran veintitrés). En dichos cuadernos, siempre coloreados, primaba el tan famoso y electrizante “continuará…”, el cual tenía la virtud de enganchar a los lectores hasta la salida del siguiente número, que por desgracia solía tardar demasiado tiempo en salir.
La historia de Akira, en líneas generales, hoy en día puede resultar bastante típica por la saciedad de tópicos que encierra. El autor nos traslada al año 2019 mostrándonos la ciudad de Neo-Tokyo, construida sobre los cimientos de la antigua Tokyo, al parecer destruida durante una terrible III Guerra Mundial. En semejante ciudad post apocalíptica, muy al estilo estético de Mad Max e incluso de Blade Runner, pululan bandas de jóvenes motoristas, marginados sociales que escapan de los centros correccionales para pelearse entre sí y realizar arriesgadas carreras de motos. Todo ello dentro de una sociedad agonizante, con un gobierno militarista que impone férrea disciplina policial y un grupo revolucionario que pretende derrocar a los tiranos. Por faltar no falta ni el típico proyecto secreto. En total el argumento nos ofrece una serie ininterrumpida de clichés de lo más manido
Un breve resumen del comienzo nos muestra a Kaneda, Tetsuo y su banda de motoristas haciendo de las suyas por Neo-Tokyo. En mitad de una pelea con una banda rival Tetsuo sufre un accidente por la repentina aparición de un misterioso niño que se cruza en su camino, siendo recogido por la policía. Como Tetsuo parece desaparecer del mapa, Kaneda comenzará a buscarle y conocerá a Kai, una chica que forma parte de un grupo revolucionario contra el gobierno, la cual le introducirá en un mundo de luchas internas, tanto políticas como religiosas y hasta psíquicas. Tetsuo aparecerá más tarde, pero algo ha cambiado en él, haciendo que el chico desarrolle enormes poderes psíquicos y convirtiéndole en un enemigo del propio Kaneda, de quien siempre ha sentido envidia. Poco a poco comienzan a surgir datos sobre el experimento secreto realizado con niños y de Akira, un joven con un enorme poder capaz de destruir una ciudad entera y a quien los militares, comandados por el implacable Coronel, retienen criogenizado bajo el estadio olímpico de la ciudad. Es entonces cuando un cada vez más enloquecido y poderoso Tetsuo decide despertar a Akira…
Aparte del hecho de que en 1982 semejante historia resultaba mucho más original que en el presente, ciertos detalles elevan el argumento de Akira por encima de la media. En primer lugar tenemos los bien construidos personajes principales: Kaneda, el joven líder de la banda de moteros, y Tetsuo, su amigo, protegido y a la vez rival en una relación de amor/odio hábilmente explicada por Otomo. Es en la confrontación entre ambos personajes donde tal vez la historia adquiere mayor brillantez. No obstante, también el resto del largo elenco tiene fuerza y cada personaje es capaz de captar nuestra atención y resplandecer con luz propia, aunque sea en una breve intervención.
Prescindiendo del argumento, sin duda gran parte de éxito de Akira se basa en el extraordinario dibujo en blanco y negro de Otomo. No siendo mala del todo, la versión coloreada que primero se editó en occidente pierde fuerza. Prueba de ello es que la reedición original, sin colores añadidos, que se publicó en EE.UU. el año 2002 llegó a ganar el importante Premio Eisner a la mejor obra extranjera, ello a pesar de haber sido editada a todo color años atrás.
Puestos a encontrarle fallos a la obra, confesaré que nunca me ha gustado su final, ni el del manga ni el del anime, ambos bastante parecidos en la forma y en el fondo. Un fuego de artificios que encuentro algo inocuo y vacío emocionalmente después de tantas promesas. Para mí los mejores tomos son los primeros, casi hasta la mitad de la obra, donde todo es extraordinario y engancha por la forma en que la historia rueda sin chirriar en exceso. Recuerdo esperar con impaciencia la salida del siguiente cuaderno para seguir deleitándome con las aventuras de Kaneda, Tetsuo, Kai, Key, el Coronel y el propio Akira entre otros personajes de tan vasta galería.
El gran acierto de Akira tal vez al mismo tiempo sea su gran fallo. Demasiado colosal, este fresco de 2000 páginas peca de gigantismo. Su propio peso resulta excesivo para sustentarlo y se hunde víctima de un descomunal exceso en todos los sentidos. Quizás con menos páginas y sin tanto efectismo hubiera quedado una historia mucho más redonda y perfecta. No quiero decir con esto que estemos ante una obra mala, pero siempre he tenido la impresión de que su conclusión ha resultado algo fallida. Pese al barroquismo virtuoso de sus imágenes, tanto en manga como en anime, al final la suma de tanto exceso llega a cansar. Una duración tan dilatada que acaba por concluir en un final extenuante, hacia el cual tanto el autor como el lector desembocan rendidos por el cansancio. Una lástima, porque así no se disfruta en su plenitud de tan magna obra.
De hecho, tal vez escarmentado por la experiencia, el mismo Otomo no ha vuelto a incidir en una creación tan monumental. Aunque con posterioridad se ha decantado más hacia el anime, con títulos tal vez no tan célebres pero para mi gusto mejores, como son las excelentes Memories (1996), la cual contiene tres historias cortas fabulosas, Metrópolis (2001), y la más reciente Steamboy (2004), una mezcla de steampunk muy notable. Su incursión en el terreno del cómic ha sido más modesta, principalmente como guionista, siendo tal vez su obra más destacada The Legend Of Mother Sarah, un manga dibujado por Takumi Nagayasu y que reincide en un mundo post apocalíptico para variar.
Así y todo Akira sigue siendo un título de obligada referencia, indispensable para cualquier aficionado al buen cómic, aunque no sea seguidor del estilo manga. De hecho, como ya se ha señalado antes, Otomo es un autor muy influenciado por la cultura occidental y eso se nota en su obra. Un montaje cinematográfico que raya la perfección absoluta, con sus viñetas repletas de líneas cinéticas y trazos realistas que conforman una calidad gráfica muy notable.
Exuberante, desmesurado, impresionante… Pese a su propio gigantismo un título del todo imprescindible.
© Joan Antoni Fernàndez, Abril de 2007.
Joan Antoni Fernández nació en Barcelona el año 1957 y actualmente vive en Argentona. Escritor desde su más tierna infancia ha ido pasando desde ensuciar paredes hasta pergeñar novelas en una progresión ascendente que parece no tener fin. Ha sido ganador de premios fallidos como el ASCII o el Terra Ignota, que fenecieron sin que el pobre hombre viera un duro. Inasequible al desaliento, ha quedado finalista de premios como UPC, Alberto Magno, Espiral, El Melocotón Mecánico y Manuel de Pedrolo entre otros. Ha publicado relatos y artículos en Ciberpaís, Nexus, A Quien Corresponda, La Plaga, Maelström, Valis, Dark Star, Pulp Magazine, Nitecuento y Gigamesh, así como en la web NGC y en BEM on Line. Que la mayoría de estas publicaciones hayan cerrado es una simple coincidencia… según su abogado. También es colaborador habitual en todo tipo de antologías, aunque sean de Star Trek. Hasta la fecha ha publicado cuatro libros: Reflejo en el agua, Policía Sideral, Vacío Imperfecto y Esencia divina, este último aparece estos días de la mano de Espiral. Ha ganado el premio de relatos en catalán Manuel de Pedrolo.