Aunque pasaron algunos meses más de los previstos, fueron meses fecundos. Logré salir de una situación que me asfixiaba e iniciar una serie de publicaciones que no sólo me sirven para demostrar que estoy en buenas condiciones para llevar adelante proyectos propios, sino que los proyectos son lo que yo quiero, que no me tengo que ajustar a los deseos de otros. Y esto que digo se vincula estrechamente con lo que he querido hacer, desde un principio, en esta columna que BoL me ha ofrecido con generosidad y sin condicionamientos: aquí están los escritores del futuro y allí, en los espacios a los que hice referencia al hablar de nuevos proyectos, también. En estos meses renació Sinergia, se publicaron dos nuevas antologías y otras seis esperan su turno. En todas ellas late el deseo de apertura y pluralidad, mi propio concepto de lo que hay que movilizar para que una literatura especulativa poderosa haga oír su voz en el castellano variopinto que se escribe y se habla entre Ushuaia e Irún.
Sergio Gaut vel Hartman
SGvH: Cuéntanos dónde naciste y cómo fueron tus primeros años.
PFNC: Nací en el puerto de Huacho, al norte de Lima; en un tiempo del cual no quiero acordarme pero del cual todavía no salgo. Crecí haciendo mil estrategias para esquivar los discursos senderistas en los últimos grados del colegio. Sabía que los apagones y destripamientos de canes en los suburbios no convertían a Lima en Sarajevo precisamente; pero la verdad es que en aquellos días no haber leído a Marx, Lenin, y Mao era tan escandaloso como no haber oído una explosión en las puertas de alguna agencia bancaria.
SGvH: ¿Cómo empezaste a escribir o cómo te sentiste atraído por esa forma de expresarse?
PFNC: Vivía en un lugar donde los muchachos de mi edad hacían sus primeros rasguños literarios en los muros de todo el barrio; donde era tan fácil odiar a las autoridades y tan difícil no sentirse excluido por una sociedad tan esquiva a nosotros. Recuerdo que fui levado, rapado y adoctrinado como un dogo de caza en la Infantería de Marina por cuatro insufribles años con la misión caníbal de devorar a la mayor cantidad de muchachos pobres como yo, que equivocados o no, luchaban por un ideal que ellos consideraban digno. Desde luego que evité aquellas dentelladas fraticidas y me dediqué a cualquier cosa hasta que aquello acabara.
SGvH: ¿Cómo te libraste de todo eso? ¿Te sirvió la literatura?
PFNC: Cuando salí del cuartel, la furia subversiva se había convertido en idiotismo colectivo. Un idiotismo que estaba liderado por los medios de comunicación maniatados por la nefanda figura bifronte de Fujimori y Montesinos. Fueron años de televisión basura, de Lauras Bozo repetidas en todas partes y prensa vendida; de represión en las calles, cortinas de humo, y masacres de posibles sospechosos; de servicios de inteligencia y jueces sin rostro; fueron años de arcadas espasmódicas pero también años de universidad, cuando ingresé a la Facultad de Educación a estudiar Lengua y Literatura, convencido de que el pueblo con cultura podría ser mejor, un mejor pueblo.
SGvH: ¿Lograste llegar a la gente, transmitir esa cultura?
PFNC: Era difícil —aún lo es—; manos miserables sonreían por la generosa ayuda económica que el Banco Mundial había dado al Perú por figurar como el Campeón comenzando de abajo en Razonamiento Matemático y Subcampeón en Razonamiento Verbal de toda Latinoamérica. El ministro de educación leía, con cierto sadismo, las estadísticas que decían que de cada cien niños de segundo de primaria, dos comprendían lo que leían. Era y sigue siendo para jalarse de los cabellos, morderse las uñas y preguntarse qué demonios hacer. Los niños son inteligentes a pesar de la sociedad, como diría Rousseau; pero luego cuando necesitan del aparato científico, del acopio de toda esa cultura que el mundo atesora en libros… simplemente no tienen nada.
SGvH: Cuéntanos acerca de tus lecturas, cómo te formaste, cómo llegaste a esta forma tan especial de ficción especulativa que cultivas.
PFNC: Comencé a leer teoría literaria y pedagógica, además de literatura clásica y contemporánea. Leí un poco de todo, desde Foucault, Piaget, Chomsky, hasta Derridá, Vigotsky, Gadner. Las ciencias sociales me abrían los ojos hasta desgarrarlos. De golpe, comprendí que lo más inteligente y poderoso era la ficción para educar a los jóvenes. Me alejé del borrego realismo y comencé a orientarme a lo fantástico. Hice mi tesis sobre la corrección ortográfica significativa con el uso de una historieta, basada en un cuento de terror infantil de mi comunidad. El resto fue elaborar un discurso a favor de mis ideales epistemológicos:
—La ficción esfuerza la atención en la comprensión de mundos posibles que lejos de alejarse de lo real lo toman como punto de partida para recrearlo, criticarlo y reformularlo.
—La ficción especulativa que va de la mano de lo científico, es un saludable caldo de cultivo para el desarrollo de la ciencia propiamente dicha.
—El terror es la catársis aristotélica de estos tiempos llenos de frustración y monstruos cotidianos.
SGvH: ¿Lograste llegar a la gente con eso?
PFNC: Decidí abocarme a dictar ciertas conferencias sobre los resultados de mi labor pedagógica en el desarrollo de la “competencia literaria” en los alumnos de secundaria. Elaboré y compartí material didáctico sobre comprensión lectora con una pequeña antología que suelo siempre recomendar a alumnos y amigos. Esta antología habla de mis gustos y sobre la pasión que le pongo al trabajar con obras de: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Bioy Casares, Horacio Quiroga, Felisberto Hernández, Clifford D. Simak, Heinlein, Philip K. Dick, Ray Bradbury, Isaac Asimov, Fredric Brown, Arthur C. Clarke, Stanislaw Lem, Lovecraft, Robert Silverberg, Carlos Gardini, Sergio Gaut vel Hartman, China Melvilla; entre otros. Suelo entre colegas distribuirnos cuentos de estos autores y trabajarlos-disfrutarlos en clase.
SGvH: ¿Y en lo personal? Tu carrera, ¿cómo la has encarado?
PFNC: Con la llegada del Internet, decidí participar en concursos literarios con el propósito de expresar de manera literaria algo que llevo entre los dedos y que suelo escribir eventualmente. Pensando, quizá, que en algún mundo posible, un profesor como yo se considere digno de estar a la altura de las pupilas de sus alumnos y sus problemáticas. Con esa esperanza sueño, y sigo escribiendo.
© Sergio Gaut vel Hartman diciembre de 2007
Puede leer un relato de este autor aquí.
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