DEL MOSTRADOR DE USADOS A LOS RESULTADOS DE GOOGLE

Queridos lectores, hoy les voy a contar un chascarrillo que me ha estado atormentando durante semanas. BOL es, siempre ha sido, un lugar de libros. Hay muchas más cosas, sin duda, pero son los libros (esos paralalepípedos tan bonitos y de tacto tan agradable que están tan llenos de hojas de papel emborronadas con palabras que cuentan cosas) los protagonistas incuestionables de este espacio en particular, y de la cultura mundial en general. En mi caso particular, durante años aquí (y antes en BEM) he hablado de libros, de los libros que buscaba, compraba y leía, y después almacenaba en una de las librerías de casa, donde pasaba a mejor vida acumulando polvo. Y es que en esto, un libro es como una botella de vino: se elije, se compra, se consume, y se acaba. Guardar libros es como si después de beber su contenido, sintiéramos la compulsiva necesidad de poner la botella vacía en la estantería, para que sirva de adorno (yo lo hice una vez, pero es que era un vino muy especial, que a buen seguro nunca más tendré la oportunidad de catar) Habrá quien diga que hay libros que se leen más de una vez (sí, ¿cuántos?, ¿cuántas veces?), pero a cambio ¿cuántos se compran, se almacenan y no se leen nunca? Aparte de esta excepción, sólo queda la posibilidad de prestarlo a alguien, a sabiendas que nunca volverá a nuestras manos (dice una sentencia que hay dos clases de estúpidos: los que prestan libros y los que los devuelven, aunque cualquiera de ustedes, lectores, como yo, seguro que pertenecen a ambos tipos), si bien tampoco esto se hace mucho, y los montones de libros inútiles (por ya leídos o porque nunca lo serán) se siguen amontonando, comiéndose todos los huecos libres de la casa.

Se preguntará el lector “¡Eh! ¿Qué pasa con Astolfi? Siempre diciendo que quiere mucho a los libros, que los adora, que le gustan como objeto independientemente de su contenido, y ahora nos sale con que son una inservible devoradora de espacio…” Pues sí, es verdad, lo que sucede es que he estado muy enfadado, y todavía me dura.

Como decía al principio, he estado sufriendo porque he tenido que tomar una decisión sobre los libros muy dolorosa: en casa tenía una habitación llena de librerías, todas llenas de libros, libros que he comprado y almacenado desde que tuve el primer duro que me dio mi padre a los 6 ó 7 años. Y como cada vez tengo más años, y nunca he dejado de hacerlo, cada vez tenía más libros. Pero de repente un día me encontré con la necesidad de transformar esa habitación, y prepararla para ser el dormitorio de Luis Astolfi III, la criaturita que vino al mundo en el 2005 y que ya necesita ocupar su propio espacio (como los libros, valga la comparación) Eso ha significado deshacerme de más de la mitad de mis libros (por el momento, luego tendrán que ser más, me temo), mis queridos libros. Libros, lo admito, que no volveré a leer nunca, o que nunca he leído y ya no leeré, pero ¡porras!, me gusta tenerlos, son mis amigos y los quiero mucho. Tampoco los podía guardar en algún sitio en cajas hasta que el niño o la niña se vayan de casa y pueda recuperar los metros cuadrados que tuve antaño, porque como están las cosas, aún queda para eso entre 35 y 40 años. Me imaginaba a los 80 u 85, subido precariamente a una banqueta recolocando con mano temblorosa en una librería de plástico mis antiguos libritos hechos del para entonces desaparecido papel. Es absurdo, lo sé, los libros no son más que cosas, con una función determinada, la cual termina cuando se leen… Pero es tanto el cariño que les tengo, que les tenemos todos los que los queremos, que la decisión resulta durísima. Recuerde el lector cuántos libros ha tirado en su vida, y cómo se ha sentido cuándo lo ha hecho. Son muchos miles de años apegados a ellos, una generación tras otra, siempre presentes en cada minuto de nuestras vidas, desde que tenemos uso de razón hasta que morimos. No es fácil traicionarlos.

Al final tuve que hacerlo, porque el señor de los muebles nuevos del enano ya no me concedía más prórrogas para la entrega. Y así, sin salida, un fin de semana me puse a ello.

Tenía que decidir una pauta de selección (los más viejos, los más nuevos, los que ya he leído, los que no voy a leer…), pero siempre llegaba a un callejón sin salida. Cada uno tenía para mí un valor especial, ni más ni menos importante que otros. Recordaba cada uno de ellos, dónde lo compré, por qué y en qué momento. O quién me lo regaló ilusionado y cuándo. Cada uno de los volúmenes (sobre todo los más antiguos, polvorientos e inservibles) me hacía emprender un viaje en el tiempo que puso un nudo de tristeza en mi garganta. Y fue precisamente gracias a estos viajes temporales que pude finalmente tomar la decisión. Alcanzado ese punto, la selección fue rápida: libro entre las manos, un vistazo, cerrar los ojos, escuchar, y sentir lo que me decía. Y a la librería, o a la caja para entregar en la biblioteca municipal. Como si estuviera usando la fuerza de los Skywalker.

Como siempre, la realidad me sorprendió: al contrario de lo que podía suponer, no me quedé con los que aún no había leído, ni con los que más me gustaron, ni con los más bonitos exteriormente, ni con los escritos por los más famosos escritores. Al final me he quedado, simplemente, con los que más dulces recuerdos me trajeron al volver a tenerlos en mis manos. Me he quedado con los libros más viejos, con los más queridos.

Era la única decisión posible, siendo como soy. Y era una decisión satisfactoria. Aún así, al acabar estaba sumido en una pena profunda y amarga.

Pero, como siempre me ocurre en la vida, nunca se cierra una puerta sin que se abra una ventana.

Me he comprado un book reader de Sony.

Admito que cuando me lo “presentó” un amigo, como amante de los libros convencionales, me mostré reacio por un lado, pero por otro, como amante al mismo tiempo de los gadgets tecnológicos, el juguete me atrajo de inmediato. Así que, aún bajo los efectos de la reciente pérdida, no me resistí demasiado y lo encargué en el gran Mercado Mundial que es Ebay.

Hay cientos de análisis del cacharro publicados en la Red, remito al lector a ellos para ver sus características. En cuanto a mi experiencia personal, diré que el e-lector es perfecto para lo que es. Yo suelo decir en broma a quien me pregunta que para los que nos gustan los libros es (sin intención de ofender a nadie) como una muñeca hinchable para los que les gustan las mujeres: cumple con su cometido si estás preparado psicológicamente, pero no es lo mismo que una dama de verdad. Pues eso.

Dando por hecho que a los lectores ODIAMOS leer en la pantalla del PC, o que nos gusta leer en el campo o la playa o la cama, donde el PC (aun el portátil) no suele llegar, y que tampoco somos amigos de los folios impresos DIN A4, el chisme es una maravilla: lee un gran tipo de formatos de documentos electrónicos, y para los que no lee, existe software que convierte de uno a otro (en particular al formato propietario lrf), se puede aumentar el tamaño de la letra (ideal para los cuarentones que empezamos a tener la vista cansada) y lo mejor es que realmente es como tener un libro en las manos, por tamaño, peso, y sobre todo por la calidad de la pantalla, que es un invento llamado papel y tinta electrónicos, sin retroiluminación, sin barrido, sin que los ojos se resientan, lo mismo que el papel de verdad. Admite tarjetas de memoria, por lo que en una sola SD podría meter todos los libros que tengo, he tenido y tendré en mi vida, multiplicados por 10, o por 100, o más, y llevarlos conmigo en el bolsillo, en un aparatejo que pesa 210 gramos y cuya batería da para unas 7.000 páginas de lectura, se tarde lo que se tarde en leerlas, ya que sólo consume al pasar página, no al mantenerla. Se ahorra espacio de almacenamiento en casa, y dinero (los que gustan de leer clásicos que ya no tienen derechos de autor, y los que quieren amortizar el canon de copia con recientes Best Sellers). Y lo mejor, permite leer «inencontrables» (en libro de papel), o versiones originales de poca distribución en España. Por último, si en un momento dado uno quiere ver qué tal es ese El Código Da Vinci del que tanto se habla (sobre todo mal), y que todo el mundo lleva en el metro, sin gastarse para la prueba 25 euros, pues ahí está el lector y los correspondientes pdf para probar circulando por la Red.

Por contra, no es un libro, no huele a libro, ni tiene el tacto de un libro. Y aquí se acaban las diferencias fundamentales. Tampoco se puede encontrar en la Red absolutamente todo, sino que lo que hay principalmente son superventas, clásicos y libros más o menos conocidos, pero nada de rarezas. Además, en España no hay un mercado de ebooks oficial, es decir, que se pueda comprar cualquier novedad en cualquier librería online, a un menor precio que el libro de papel, mientras que en los USA hasta es posible con algún modelo descargar los libros por wifi, mientras se espera el avión en el aeropuerto. No obstante los inconvenientes, todos los que vivimos por la literatura y por los libros, que tendemos a llenar la casa con ellos, deberíamos probarlo.

Y esto no ha hecho nada más que empezar. Estamos ante los primeros modelos de libro electrónico, el cual no va a cambiar el mundo por sí mismo, pero va a hacer más fácil el inevitable cambio, la transición. El libro-objeto va a ceder el paso al libro-contenido. Hay que asumirlo: el papel tiene los días (o los años, da igual) contados, para alivio de los árboles. Cuánto antes nos subamos al tren, todos, lectores y escritores, editoriales, imprentas y distribuidoras, mejor.

Como habrán visto, ésta no ha sido una columna sobre un libro clásico en particular, como habitualmente, pero ha sido una columna sobre los todos libros del mundo en general, al alcance de la mano y metidos en un bolsillo. Confío en que les haya sido de utilidad.

© 2008 Luis Astolfi

Acerca de Interface Grupo Editor

Editamos en papel 75 números de la revista BEM entre 1990 y 2000 y desde 2003 hasta 2012 mantuvimos el portal BEM on Line. Tras múltiples problemas de software, decidimos traspasar a este blog los principales textos publicados en esos años. Interface Grupo Editor está compuesto por Ricard de la Casa, Pedro Jorge Romero, José Luis González y Joan Manel Ortiz.
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