por Juan Carlos Planells
Existen dos maneras de acercarse a esta última novela publicada de Ballard (2006): una es juzgarla como novela per se, y la otra es juzgarla dentro de la producción novelística del autor británico. En el primer caso, estaríamos hablando de una novela revolucionaria, rompedora, atrevida, audaz, visionaria. En el segundo, como de un ligero paso atrás por parte del autor, un tropezón, siendo francos. ¿Y eso por qué? Pues porque el propio Ballard nos ha (mal)acostumbrado a esperar siempre más, a ir escalando puestos en sus desafíos novelísticos a lo largo de su carrera, y el que emprendió hace ya más de una década con Noches de cocaína (o incluso antes, con la novela corta Furia feroz), ha sido de los más audaces en su carrera.
Ballard la emprendió contra la clase media, el consumismo, la alienación, los enclaves sociales privados (o públicos) como caldo de cultivo de taras reaccionarias, violentas y peligrosas, todo ello ante la indiferencia gubernamental… Esas novelas han ido cada vez más lejos, hasta alcanzar su cénit conMilenio negro, una novela «casi delictiva», como escribí en un artículo para Revista de literatura sobre la ciencia ficción del futuro cercano.
De ahí que, tras Milenio negro, no se pudiera ir más lejos quizá. Y no se ha ido.Bienvenidos a Metro-Centre es una suerte de variación de la anterior, casi una reescritura, y el recuerdo de ésta, así como de Super-Cannes, pesa continuamente. La «víctima elegida» en esta ocasión es un centro comercial situado en una zona del extrarradio de Londres: algo reconocible, pues tales centros existen en todas las ciudades –¡y pueblos!– de todo el mundo, incluida España. Lugares que casi se convierten en una especie de entes autónomos al margen de la sociedad y de las costumbres, creando su propia… ¿ecología? ¿idiosincrasia? Así, Metro-Centre no difiere pues del Super-Cannes de la novela homónima, de la villa de vacaciones de Noches de cocaína, del centro escolar de Furia feroz, o del barrio de clase media de Milenio negro. Y, ciertamente, en la novela se pronuncian frases temibles, agudas, certeras, que demuestran la poca (nula, en realidad) fe que Ballard tiene sobre el hombre «moderno».
Pero algo no funciona en la novela en sí: todo titubea un poco, las motivaciones del personaje principal, Richard Pearson, no están suficientemente bien trazadas, y cuanto le rodea resulta asimismo insatisfactorio, poco elaborado. Es como si Ballard, consciente de que se repite y no aporta nada nuevo esta vez, hubiera bajado el listón. No creo que sea como para preocuparse, eso debe quedar claro: Ballard ya ha tenido sus tropiezos en otras ocasiones: Crash no es una de sus novelas más afortunadas, y Fuga al paraíso fue un tremendo error. En esta ocasión ha explotado una idea genial de una manera poco convincente.
Pero, como dije al principio, esto es si juzgamos la novela dentro de la producción de J. G. Ballard. Si viniera firmada por un autor joven, un principiante, sin duda nos asombraría su audacia… pero, ¿están los autores jóvenes y principiantes tan sobrados de ideas revolucionarias como el casi octogenario Ballard? Lo dudo. En este sentido, pues, Ballard vuelve a triunfar, aunque a sus fieles nos sepa a muy poco en esta ocasión.
© 2008 Juan Carlos Planells.
Bienvenidos a Metro-Centre, de J. G. Ballard (Kingdom Come; 2006). Ediciones Minotauro. Barcelona, junio de 2008. Traducción de Marcial Souto. ISBN. 978-84-450-7655-2. 336 páginas, 22,50 euros.
TEXTO DE LA CONTRAPORTADA
Mucha gente prácticamente vive en el centro comercial; algunos de ellos incluso mueren allí. Cuando el principal sospechoso de la muerte de su padre es puesto en libertad, Richard Pearson decide averiguar qué se esconde tras el tiroteo que mató a tres personas en el Metro-Centre.
Siguiendo el hilo de las pocas pistas que encuentra, irá introduciéndose en una aparentemente amodorrada comunidad que sacia su aburrimiento a través de bandas callejeras de hooligans y eventos deportivos que acaban en mítines patrióticos y cuya base de operaciones es el mismo centro comercial.
En este apasionante y distópico «tour de force» Ballard pone a Inglaterra frente al espejo, reflejando una inquietante imagen de las zonas residenciales y sacando a la luz las fuerzas oscuras que operan bajo el brillo del consumismo y el patriotismo exacervado.