Por Pedro Jorge Romero
Al comienzo de mi comentario sobre Marte rojo decía que no me gustaba la obra de Kim Stanley Robinson, pero al final de mi comentario sobre Marte verde, después de entusiasmarme con las dos primeras partes de una trilogía ahora por fin completa, decía: «Pero es evidente que novelas espléndidas como Marte Rojo y Marte verde no pueden haber salido de la nada.

A actividades de ese tipo se dedican continuamente los personajes de Robinson en la trilogía de Marte: a la reflexión obsesiva sobre el mundo que les rodea (¿no comienza Marte rojo con un personaje que pone en duda una visión de la colonización marciana propuesta dos páginas antes?). Pero más aún, esas preocupaciones se conectan con otra: con la memoria. En Icehenge, las personas viven tanto tiempo que al final pierden todo recuerdo y se convierten de hecho en personas diferentes. Pero entonces, ¿son responsables de lo que hicieron 300 años antes?, ¿no es nuestra memoria lo que nos permite considerarnos individuos y preguntarnos por el mundo que nos rodea? Y a eso también se dedican obsesivamente los protagonistas de la trilogía marciana: a la continua reflexión sobre su propia naturaleza (sin olvidar al maravilloso protagonista de «El geómetra ciego», que se interroga continuamente sobre su, y la de otros, percepción del mundo).
No quiero dar sin embargo la impresión que toda la trilogía de Marte y Marte azul en particular pueden reducirse a una reflexión sobre la memoria. Son libros complejos que tratan de muchos temas, y ninguno tan complejo y reflexivo como Marte azul. Tan complejo, que apenas cabe en la páginas que lo contienen (de la misma forma que aquello que me gustaría decir sobre él no cabe en esta columna). A principio parece un libro deshilachado y sin control, que va corriendo de tema en tema como si no hubiese tiempo suficiente. Dividido en 14 capítulos, cada uno de ellos daría material para más de una novela. Pero sin embargo, al final, el libro funciona por pura acumulación, por la yuxtaposición de todas esas historias. Robinson no nos cuenta ningún argumento concreto, o mejor, la historia gira alrededor de una aventura intelectual que es tanto de los personajes como del lector. La imagen total formada por los catorce capítulos en el recuerdo tras la lectura es lo que da fuerza a la novela. De los tres volúmenes, es el que más he disfrutado.

En Marte rojo se planteaba la conquista del planeta, en Marte verde la revolución y éste está presidido por la reflexión tranquila sobre lo sucedido. En cien años de historia de Marte, los personajes principales (no sólo los cien originales, sino también algunos de los primeros nativos) van repasando sus vidas y adaptándose a la nueva forma de vivir no sólo en un Marte completamente distinto, sino también a un sistema solar en continua expansión (Accelerando es el término empleado para describir esa expansión, con detalles que ya había empleado en The Memory of Whiteness). Algunos no pueden adaptarse, otros se hacen un hueco en la nueva realidad marciana y otros… bueno, otros, como Sax, hacen todo lo posible por seguir entendiendo. Algunos de ellos superan, en el momento de terminar la novela, los doscientos años y deben aceptar además las limitaciones que a la memoria impone el tratamiento de longevidad. Marte azul exige tiempo y atención. Es uno de esos libros apasionantes que crean un mundo tan exigente para lector que hay que sumergirse en él y se hace difícil volver a la realidad. Leerlo es como leer Cien años de soledad o En busca del tiempo perdido.
Marte rojo, Marte verde y Marte azul no son sólo las mejores novelas escritas sobre Marte, forman también una obra maestra del género. Alegrémonos: rara vez tenemos la oportunidad de leer una obra maestra como esta.
(c) 2008 Pedro Jorge Romero
Marte azul, de Kim Stanley Robinson (Blue Mars; 1993). Ediciones Minotauro. Barcelona, junio de 2008. Traducción de Ana Quijada. ISBN. 978-84-450-7708-5. 736 páginas, 18 euros
Texto de la contraportada:
Los colonos de Marte han trabajado mucho tiempo en la «terraformación» del planeta rojo y han llegado a producir una atmósfera habitable, similar a la de la Tierra. Varios océanos cubren ahora parte de la superficie, y unas tiendas gigantescas y diáfanas preservan áreas de Marte en su estado original. Mientras tanto, en la Tierra los casquetes de hielo de los polos están fundiéndose y la humanidad lucha por sobrevivir a las inundaciones. Las técnicas de terraformación comienzan a aplicarse en Júpiter y Saturno mientras una nueva edad de hielo amenaza a Marte.