por Luis Fonseca
Empecé a leer este libro de Miéville sin intentar ubicarlo primero. Ya había leído lo publicado por el autor en la serie de Bas-Lag (La estación de la calle Perdido, La cicatriz y El consejo de hierro), libros que me habían maravillado, y a las pocas páginas de éste no pude evitar fruncir el ceño: sí, parecía de China Miéville, pero un China Miéville algo tosco y desgarbado. Así que rápidamente rebusqué la fecha del libro y me di cuenta de que lo que tenía entre manos no era uno de sus últimos libros sino el primero de todos ellos, una obra la que empezó a trabajar a los 23 años y que publicó a los 26. Con esta información, el libro adquirió un nuevo interés, una nueva luz: estaba asistiendo, nada más y nada menos, que a la epifanía del genio de un escritor tan original como China Miéville.
Con buen criterio el autor elige como localización de este primer libro su Londres natal (incluso en buena parte su barrio natal: Willesden) y elabora la trama con ayuda de algunas de sus aficiones: la arquitectura, cierta música y sus ideas políticas. Y a partir de lo que le resulta un panorama conocido desata la ambición de volverlo del revés. Es en ese momento donde podemos reconocer algunos de los rasgos característicos del autor, como su gusto por una “geografía” y un“genética” alternativa.
Sin embargo, al no transcurrir la acción en un universo alternativo como sucederá en posteriores novelas, el divorcio de realidades en El rey rata es más abrupto y la plasticidad mórfica de sus personajes, más chocante. La línea que divide la realidad y lo sobrenatural o alternativo en esta ocasión es el suelo y el techo de Londres que separa a sus habitantes humanos de la realidad que se cocina en su alcantarillado y en sus tejados. Es impresionante la ambición de este primer Miéville para hacernos comulgar, no sin éxito, con las ruedas de molinos de los personajes principales de El rey rata, extrañamente humanos en forma, con poder absoluto sobre hordas de ratas, pájaros y arañas; personajes que se enfrentan a un contrincante perturbado, un malo, no ya de película sino de cuento, en una lucha de supervivencia con los papeles cambiados en la que los humanos corrientes son víctimas sin llegar a ser testigos.
Extremadamente arriesgada y ambiciosa, El rey rata se lee con interés por su originalidad a pesar de algunos altibajos narrativos, de algunas discutibles líneas de acción y de la dificultad inherente de su descripción más “musical”. A pesar también de algo de descontrol en las escenas de acción más corales, mejor montadas con fotogramas en la imaginación del autor que con palabras sobre el papel, el trabajo previo a los desenlaces es muy bueno (especialmente soberbia la descripción de los momentos previos a la ordalía final en el almacén de Elephant and Castle).
Se trata en definitiva de una destacable primera obra que goza de la ventaja de ser leída con ojos amigos tras la consagración de su magnífico autor. La alienígena, alquímica y grotescamente cautivadora dualidad fantástica a la que China Miéville nos acostumbrará en sus novelas mejor conocidas es en su estreno más local, visceral y violenta. En ella también aparecen algunas de las imágenes icónicas del autor como ese tren sobre vías elevadas con el que se abre la novela (qué no tendrá Nueva Crobuzón del Londres de fisonomía más victoriana), o el reflejo de sus ideas políticas, tan presentes en las clases más clandestinas de sus futuras novelas, y que llevarán al protagonista de la actual a instaurar en Londres una especie de República Independiente de Tu Alcantarilla.
P.S. (¿Es el inspector Crowley de la novela un homenaje a ese gran exponente de la dualidad fantástica de la cotidianeidad que es John Crowley?)
(c) 2008 Luis Fonseca
El rey rata, China Miéville (King Rat; 1998). La Factoría de Ideas, col. Solaris Ficción nº 113. Madrid, octubre de 2008. Traducción de Maria Xoubanova Vázquet. ISBN. 978-84-9800-424-3. Páginas: 320.
TEXTO DE LA CONTRAPORTADA
Algo se está gestando en la oscuridad de Londres, marcando los márgenes de su territorio con polvo de ladrillo y sangre. Alguien ha asesinado al padre de Saúl y le han cargado a él el muerto. Sin embargo, una sombra del deshecho urbano se presenta en su celda y le conduce a la libertad. Un desperdicdio llamado Rey Rata. En el ambiente nocturno que bulle tras la fachada londinense, en las alcantarillas, las barriadas y los espacios de podredumbre, Saúl conocerá su verdadera naturaleza. Como una maldición, la ciudad se ve azotada por grotescos asesinatos. A golpe de Drum n’ Bass y Jungle, Saúl se enfrenta a su extraña herencia.