por Joan Manel Ortiz
Estamos frente a la primera novela del gran escritor inglés y que, como suele pasar con gran parte de su obra, tiene defensores a ultranza y detractores acérrimos (no hay más que bucear un poco por la Red para leer comentarios del todo contrapuestos).
Pero, ¿qué tiene esta novela para ello? Para comenzar, hagamos un poquito de historia: En la década de los 60, J.G. Ballard escribió cuatro novelas basadas en los cuatro elementos básicos de la vida, agua, viento, fuego y tierra, narrando el fin de la Humanidad desde ópticas y por causas diferentes (aunque por motivos similares). Así escribió El mundo sumergido (agua) en 1962, El huracán cósmico (viento) en 1963, La sequía (fuego) en 1964 y El mundo de cristal (tierra) que concluía la tetralogía, acabada en 1966. En ellas el autor se dedicó a dar un nuevo enfoque al tema del fin de la Humanidad, tal y como lo habíamos visto hasta entonces. Y eso es lo que podemos ver, perfectamente definido, en el primer libro, El mundo sumergido.
Debido a la descontrolada actividad solar, la temperatura en la Tierra ha ido aumentando los últimos años provocando que la vida sólo sea soportable en los casquetes polares, cada vez menos extensos, y su deshielo ha provocado que el nivel de los mares haya subido hasta inundar la práctica totalidad de las ciudades meridionales. La pesadilla de cualquier ecologista preocupado por el cambio climático. Robert Kerans es un científico que estudia las mutaciones en la flora y la fauna de estas ciudades y que parecen retroceder a la Prehistoria. Con una misión militar de soporte, vive en los últimos pisos del hotel Ritz (los que sobresalen del mar) y, poco a poco, se va transformado por el entorno debido a unos sueños recurrentes, adaptándose y reinventando la realidad que, pese a quien pese, va cambiando inexorablemente. Cuando el destacamento recibe órdenes de replegarse hacia el norte, Kerans y dos amigos deciden quedarse, plenamente conscientes de que no podrán sobrevivir demasiado en un entorno tan hostil, pero consecuentes con sus creencias de que el mundo esta evolucionando y es inutil luchar contra esa evolución.
Las motivaciones nos resultan extrañas, extravagantes. No son actuaciones razonables según nuestra lógica, pero al autor lo que le preocupa es reflexionar acerca de si la civilización es tan perdurable como nos gusta creer o si, por el contrario, no somos sino simples primates vestidos de seda. Las aventuras que corren Kerans y sus amigos son un fiel reflejo de esto que digo. Son demenciales, casi oníricas y en absoluto convincentes para nuestra mente racional, pero Ballard intenta mostrarnos su deconstrucción como seres civilizados y su retorno a seres primigenios. También le sirven al autor para utilizar su gran fuerza descriptiva y hacernos visitar ese Londres sumergido, viejo y nuevo a la vez y que nos maravillemos con sus paisajes de misterio y pesadilla.
Porque, además de preocuparse por la esencia del ser humano, Ballard nos demuestra, por si quedaba alguna duda, que es un recreador de escenarios magnífico. Las visiones de la gran city inglesa son fascinantes, embriagadoras, descritas con gran maestría y habilidad. La escena en la que «desecan» varias manzanas de la ciudad es, simplemente, brillante.
De todos modos, y para ser justos, no es una obra redonda y, en algunos momentos de la novela me ha parecido ver a Ballard dudar, como si no tuviera claro qué rumbo seguir aunque luego retome el ritmo con brío, restandole algunos puntos a la que hubiera podido ser una obra maestra (otra). Es una pena aunque, en ningún modo, hace que la valoración final sea de suspenso.
Hay que dejar claro que no hay ningún mensaje de esperanza en El mundo sumergido. Todo tiene su fín y la civilización humana no va a ser ninguna excepción. Enfocado desde la óptica ecologista, el libro no aclara cual fue la causa del aumento de la actividad solar, podemos justificarlo como queramos: el cambio climático, la polución, la capa de ozono… o hasta causas naturales. No tiene, en el fondo, ninguna importancia. Son las consecuencias las que importan y las que nos condenan. No hay un final feliz, o al menos, no lo hay para nosotros, porque la Naturaleza se adapta y sigue. Con o sin nosotros.
Un libro impactante que debe ser leído sin aplicar constantemente la lógica. Los personajes crean la suya propia y es el lector el que tiene que plegarse a ella.
(c) 2009 Joan Manel Ortiz
El mundo sumergido, de J.G. Ballard (The Drowned World; 1962). Ediciones Minotauro, Barcelona junio de 2008. Traducción de Francisco Abelenda. ISBN.978-84-450-7724-9. 224 páginas, 18 euros.
TEXTO DE LA CONTRAPORTADA
Mares, pantanos y lagunas cubren la mayor parte de la Tierra. El aumento de la temperatura ha propiciado un clima tropical, de manera que la flora y la fauna proliferan de forma extraordinaria y el mundo parece volver al Triásico.
Los pocos humanos deben desplazarse en embarcaciones y sobrevivir con los escasos restos de la civilización que pueden encontrar en los pisos más altos de los rascacielos ahora sumergidos. Viven continuamente amenazados por animales, insectos y enfermedades, que ahora son difíciles de combatir. En este mundo, Kerans intenta sobrevivir, aunque en muchas veces parece más el aliado que el enemigo de una naturaleza que intenta eliminar al hombre.
Sin embargo, más allá de la aventura, el desarrollo psicológico de los personajes encuentra su reflejo en imágenes maravillosas y sorprendentes, pues la lucha se plantea también dentro de cada persona y entre ellas porque el infortunio común no es obstáculo para seguir con envidias, rivalidades y egoísmos.
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