Las ucronías llamadas isabelinas no suponen que la nariz de Isabel I de Inglaterra fue más corta, sino que fue su vida la que se acortó, que no llegó a reinar o que, si lo hizo, su reinado fue efímero, determinado con frecuencia por el triunfo de la Armada Invencible: la Reina Virgen fue un personaje tan singular que invita a especular sobre cómo su distinta suerte habría cambiado la suerte de Inglaterra.
Estas historias suelen estar escritas por ingleses, ya que las ucronías que recogen una confrontación las escriben los vencedores como un último acto de dominio sobre los vencidos y aprovechándolas para contar cómo hicieron cosas malas, pero cuánto peores las hubieran hecho los vencidos de haber triunfado ellos. Pavana ofrece el mérito de ser una de las primeras ucronías que utilizó la multiplicidad de factores para explicar el cambio histórico, aunque, lógicamente, los factores se puedan sistematizar y jerarquizar.
El autor de esta multieditada novela es Keith Roberts, un escritor muy británico, nacido en 1935 en Northamptonshire y fallecido en el 2000 en Salisbury, donde residía y ubicó muchas de sus narraciones. En 1968 publicó esta ucronía distópica, aún más distópica por la aparente frialdad y distanciamiento con que narra los acontecimientos. En ese 1968 alternativo, en Inglaterra no existen los Beatles ni Mary Quant, sino que padece un régimen medieval, sometida al férreo control de la curia romana.
Es un libro complejo, a veces ambiguo, en el que las causas del cambio histórico residen en el asesinato de Isabel I…
«En una cálida noche de julio del año 1588, en el palacio real de Greenwich, a las puertas de Londres, con balas asesinas en el pecho y el abdomen, agonizaba una mujer. De rostro arrugado y dientes ennegrecidos, la muerte no le prestaba dignidad, pero su último suspiro despertaría ecos que convulsionarían a todo un hemisferio. Pues la Reina Virgen Isabel I, soberana absoluta de Inglaterra, se habría ido.»
…en que la nación sumida en la guerra civil no pudo hacer frente al desembarco de la Invencible…
«Mientras Medina-Sidonia iba y venía preocupado por las cubiertas del San Martín, la suerte de la mitad del mundo estuvo pendiente de un hilo. Luego Medina-Sidonia tomó una decisión y los galeones y las carracas, las galeras y las lentas y pesadas urcas pusieron velas al Norte, rumbo a tierra, a Hastings y al antiguo campo de batalla de Santlache, donde ya una vez, siglos atrás, se forjara la Historia. La monarquía que vino a continuación encontró a Felipe instalado como soberano en el trono de Inglaterra.»
…y en que la Iglesia católica recuperó su poder y domina el país, al igual que toda la Europa occidental.
David Pringle, que sitúa la novela entre las cien mejores de sci-fi de siempre, señala cómo los autores de este subgénero suelen complacerse en mostrar sus conocimientos técnicos de una determinada disciplina. Aquí Roberts abunda en las descripciones de una tecnología obsoleta, lo que proporciona un peculiar sabor de «mundo antiguo» a su libro. Veamos cómo el hermano John prepara la losa para la prensa de una imprenta rústica:
«Sobre el banco, frente al monje, había una losa de piedra caliza de unos sesenta centímetros de largo por diez o más de espesor, y al lado del banco, dos cajas de arena de plata. El hermano John se dedicaba a pulir la superficie de la piedra, para lo cual vertía la arena en una moldeadora circular de hierro, que luego hacía girar con destreza haciendo remolinear sobre la losa una emulsión de agua y abrasivo. La labor exigía esfuerzo y una atención minuciosa: en la piedra no podían quedar ni rastros de curvas en ninguna dirección.»
Su marcado carácter de fábula se acentúa cuando muestra el inmovilismo social, a lo largo de casi cuatrocientos años, de un mundo regido por el Papa, que se mantiene en una dura estructura feudal que en la realidad ya había desaparecido hasta en los imperios más conservadores. Presenta una monarquía débil, cuando en esas circunstancias debería haberse hecho fuerte, aunque transformada hacia un poder clerical, al estilo del otomano. Los gremios mercantiles los describe como una fuerza menor, sin poder político, cuando eran ya fuertes entonces.
Y hay situaciones que el autor no explora, pues su novela no es una historia lineal en la que los acontecimientos se suceden unos a otros, sino discontinua, se limita a abrir cuatro ventanas al universo que ha creado para mostrarnos otras tantas escenas a través de personajes de escasa relevancia.
En todo caso, ya tenemos lo que parece el talón de Aquiles de esta extraña obra maestra: las premisas sociohistóricas sobre las que se asienta son endebles. A Roberts no le importa, pero la narración se vuelve así más fantástica que científica. Si las cosas hubieran sido las que supone y las hubiera desarrollado con auténtica lógica histórica, el eje de la narración debería haber sido el gremio de los señalizadores.
«El niño estaba echado en el césped, frente a la cosa mágica que batía lentamente sus alas (…) El movimiento de los brazos casi lo había hipnotizado (…) Arriba y abajo, arriba y abajo, ¡clac! … y otra vez abajo y girando, levantándose, cayendo, dudando, gesticulando, sin detenerse jamás del todo. El semáforo parecía vivo (…), diciendo palabras extrañas que nadie podía entender (…) ¿Qué historias estaría contando la torre allí a solas, en lo alto de la colina? Cuentos de reyes y naufragios, de luchas y persecuciones, hadas, oro enterrado… Estaba hablando, eso lo sabía sin la menor duda, murmurando y parloteando, enviando mensajes y recibiéndolos de las otras torres de las líneas, de las grandes líneas que se extendían a través de Inglaterra por todos los lugares y en todas las direcciones que uno pudiera imaginar y ver.»
No hay teléfonos en el final de este atrasado siglo XX alternativo y los señalizadores que hacen sus veces bien podrían haber sido los protagonistas del libro, y no los Strange o el fantasmagórico paisaje de Bornemouth, acentuado por un misticismo druídico-celta con un barniz de El Señor de los Anillos. Roberts es un maestro de la ucronía, como demuestra igualmente en el excelente relato Weihnachtsabend, pero a veces parece olvidar las reglas convencionales de la novela histórico-ucrónica. Todo lo cual no empece para que Pavana sea una obra maestra en su género.
La excusa para la fabulación no es tanto una postura anticlerical, como muchas veces se ha dicho, sino más bien anticatólica y antihispánica, lo que no tiene demasiado sentido cuando se considera que el Imperio español del XVI tenía su mayor enemigo en el Papado. Y los grandes logros de la fabulación de este «fix-up» de hipnóticos y elegíacos relatos son el estilo de su rica y detallista prosa y la caracterización llena de matices de una serie de personajes, aparentemente insignificantes en el proceso de la evolución positiva y lenta que experimenta esa sociedad a lo largo de la historia.
Historia que se inicia con el relato «Lady Margaret», seguramente el mejor de todos, donde aparece el primero de los personajes más entrañables que hayan visto jamás las ucronías, Jesse Strange, que conduce su locomotora por una carretera de hierro: la bula papal Petreoleum veto ha limitado a 150 cc. los motores de los vehículos de gasolina, que se ayudan con velas. Resulta admirable que, desde entonces, la narración no decaiga nunca. Estos Strange, a través de sucesivas generaciones, son el hilo conductor de la trama. Sólo en «La barca blanca» no se menciona a ninguno, lo que explicaría que, aunque date de la misma época, no se incluyera en la primera edición: se ocupa de un supuesto progreso de origen extranjero y laico.
Una coda final nos ofrece un flash de nuestro mundo en un futuro lejano en que el progreso ha conseguido imponerse al inmovilismo. Parece como si la Iglesia católica supiera que ese momento tenía que llegar, pero se hubiera esforzado por retrasarlo para que el hombre tuviera tiempo de asentarse en los valores del espíritu antes de alcanzar los de la ciencia. Es más, al final el autor nos sorprende al sugerir que tantos siglos de oscurantismo y represión podrían ser un mal menor en comparación con los horrores que conoció nuestro propio mundo, bombas atómicas, campos de concentración y demás.
Caben muchas lecturas de esta novela que van más allá de la simple especulación ucrónica, muy convincente aún partiendo de las incongruencias históricas señaladas. Entre ellas estarían las que tuvieran en cuenta lo poco aconsejable que resulta mezclar religión y política o la incompatibilidad entre la fe obtusa y el progreso: el libro constituye en el fondo un canto al progreso humano, que se pone claramente de manifiesto en «Hermano John».
Cuando fui a Bornemouth -escribe Ahlmann– tuve ocasión de visitar unos viejos castillos, utilizados ahora como gabinetes de investigación, y me interrogué: ¿Será alguno de los miembros de la interesante minoría católica inglesa quién inspiró este Extraño/Strange alternativo? A veces me he preguntado si Roberts no habría querido hacernos danzar al son de su pavana.
© 2009 Augusto Uribe y Alfred Ahlmann
Roberts, Keith. Pavana (Pavana, 1968), Minotauro, Buenos Aires/Barcelona, 1981/2000, rúst., 310 pp., trad. Matilde Horne, y Ultramar, Barcelona, Best Seller nº 269, 1999, rúst., 305 pp., trad. Jaime Riera Salvador.
La traducción de Minotauro nos parece más acorde al estilo de la historia y, con ligeras variaciones, de ella hemos tomado las citas. La edición de Ultramar incluye el relato «La barca blanca», que no apareció en el original inglés de 1968, sino en el revisado americano de 1969.
Augusto Uribe es doctor en una ingeniería, periodista y tiene otros estudios; ya jubilado, es presidente de una sociedad de estudios financieros. Ha ganado varios premios Ignotus y ha publicado en libros y revistas como el antiguo BEM o Nueva Dimensión, que lo tuvo por su primer colaborador.
Alfred Ahlmann, director de la misión arqueológica española en Turquía, es doctor en Historia, profesor universitario en España e imparte clases en algunas universidades extranjeras: domina varias lenguas. Además de numerosos trabajos profesionales, ha publicado también artículos del género.
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