Hace ya tiempo que vengo sosteniendo la teoría cíclica de la edición de ciencia ficción en España, una teoría que cada vez tiene un número mayor de adherentes. No cometeré aquí el pecado de orgullo ni la ingenuidad de creer que con ella abrí camino para dejar que los demás siguieran al maestro, entre otras cosas porque no soy ni he sido nunca maestro de nada, y porque la teoría en sí es de una lógica y de una sencillez tan aplastantes, tan elementales, que basta con pensar un poco en ella para elaborarla hasta sus últimos detalles, y es tan universal que podemos encontrarla, en sus distintos aspectos, en toda la sociedad a nuestro alrededor: la teoría cíclica de la historia quizá sea la más famosa y universalmente conocida de todas ellas.

Centrándonos en el mundo de la edición de ciencia ficción, la teoría funciona así: en un momento determinado hay muy pocas colecciones de ciencia ficción en el mercado (en algún momento ha llegado a no haber ninguna): la oferta es inferior a la demanda. Entonces, un editor avispado piensa que puede ser una muy buena cosa lanzar una colección del género, aprovechando la escasez de la oferta; lo hace, y oh sorpresa, descubre que los libros se venden relativamente bien (oferta y demanda equilibradas). Pero en este mundo editorial mimético nuestro, en el que las noticias no vuelan sino que viajan en cohete, la noticia se difunde con extrema rapidez: “Zutanito está editando ciencia ficción, y parece que vende. ¿Por qué no le imitamos?” Al poco tiempo aparece así una nueva colección, y luego otra, y luego otra: los editores con iniciativa abundan más que las setas en nuestro país. Al poco tiempo la oferta supera a la demanda
Así, no tarda en llegarse al punto de saturación. El lector medio, ante la imposibilidad de asimilar económicamente el creciente número de novedades que se le ofrecen, empieza a escoger. En consecuencia, las ventas disminuyen. Ante el descenso de las ventas, los editores empiezan a ponerse nerviosos y a cerrar colecciones. A veces, el pánico editorial hace que se cierren incluso más colecciones que las necesarias. De pronto nos encontramos otra vez como al principio; la demanda supera a la oferta. Llegamos así de nuevo al punto más bajo de la curva. Y se reinicia el ciclo.
Esto viene sucediendo desde hace décadas, y me atrevería a decir que en el fondo se trata de un fenómeno natural. Sin embargo, al igual que con los demás ciclos semejantes, como la teoría cíclica de la historia por ejemplo, los ciclos editoriales de la ciencia ficción no son siempre iguales: el actual es distinto del anterior, y el siguiente será distinto del actual.

En estos momentos, en España, nos encontramos dirigiéndonos de nuevo hacia el punto más bajo de la curva sinusoidal del proceso. Aún no se han cerrado colecciones (bien, sí, una, Ómicron, de Los Libros del Atril, tras sólo dos años de existencia y con dieciséis títulos en su haber, algunos excelentes), pero en general las ventas se retraen. Sin embargo, esta vez las causas no son tan sólo un exceso de oferta ante una limitada demanda: paralelamente, en los últimos tiempos se han producido una serie de múltiples y variados cambios en nuestra sociedad, la mayoría de los cuales afectan directamente a los jóvenes, desde siempre el gran mercado potencial de iniciación al ancestral vicio de la lectura, sea ciencia ficción o novela social o cualquier otro tipo de literatura dentro del mainstream. Todos conocemos cuáles son. El creciente dominio de la imagen por encima de la letra impresa. El gran auge de los videojuegos y las consolas de todo tipo. Los teléfonos móviles y sus cada vez mayores prestaciones y ofertas de entretenimiento. Internet. Todo ello ─y algunas cosas más que no creo necesario mencionar porque están en la mente de todos─, con sus alicientes de novedad, diversión y espectacularidad, hace que el sagrado tiempo dedicado tradicionalmente a la lectura sea cada vez más breve y más difícil de encontrar. Ya no nos sentamos a leer; rebañamos unas pocas páginas de lectura en cualquier momento, en cualquier lugar, siempre que podemos. Y cada vez somos menos los acérrimos, los lectores empedernidos que no podemos desprendernos de nuestro vicio.
Este fenómeno afecta a la literatura en general, pero dentro del campo de la ciencia ficción influyen además otros elementos. El principal es la creciente competencia de otro género paralelo a la ciencia ficción, la fantasía. Aunque la fantasía existe en la literatura desde mucho antes de que naciera la ciencia ficción, debemos culpar, denostar, anatemizar y responsabilizar de su auge actual a John Ronald Reuel Tolkien (bienaventurada sea su inmortal trilogía), y sobre todo a la cohorte de imitadores que han sustituido la ciencia por la magia, los marcianos por los gnomos, los alfacentaurianos por los dragones, las pistolas de rayos por los conjuros y los gadgets pseudocientíficos por las varitas mágicas. Desde hace unos años existe entre el público lector (y en consecuencia en el mercado editorial) una clara predilección hacia la fantasía por encima de la ciencia ficción, a la que Harry Potter ha dado muy recientemente la última puntilla.
Todo esto hace que, aunque no hemos alcanzado aún la parte más baja de la curva, nos estemos acercando peligrosamente a ella: las cifras de edición (y de ventas) son elocuentes de por sí.
He hecho una pequeña encuesta personal entre algunos editores de ciencia ficción amigos míos presentes hoy en el mercado, para ilustrar con algunos datos concretos el título de este artículo. En un principio temí que alguno de ellos se amparara en el secreto profesional y la excusa del “Oh, esto es información reservada” para eludir sus respuestas. Me equivoqué de lleno: obtuve de todos ellos la más completa colaboración.
En las décadas gloriosas de la ciencia ficción en España, en los tiempos históricos de Nebulae, de Acervo, de Ultramar, las ediciones estaban en torno a los 4.000 6.000 ejemplares, con algunas reediciones puntuales de algunos títulos punteros. Ningún editor ─salvo casos excepcionales─ imprimía menos de 3.000 ejemplares de ningún título.
Hoy la cosa ha cambiado radicalmente. La colección Nova de Ediciones B, por ejemplo, que aparte de heredar el fondo de Editorial Bruguera tuvo la fortuna de ver garantizada su continuidad a finales de los años 80 gracias al repentino, inesperado y enorme éxito de su primer título, El juego de Ender de Orson Scott Card, se plantearía hoy dos veces (¡o más!) el iniciar una colección de ciencia ficción. En la actualidad, tras veinte años en el mercado y más de 200 títulos, Miquel Barceló, su director, me confía que para el año 2010 la previsión de novedades de la colección ha pasado de 10 a 6 títulos. Se siguen editando teóricamente 3.000 ejemplares, que pueden ascender a 4.000 o 5.000 en caso de autores de “venta segura”. Barceló no tiene constancia de que B distribuya en Sudamérica. En cuanto a las ventas, eso sí es un secreto editorial, amparado en que “las cifras de los distribuidores reflejan tan sólo la realidad transitoria del momento” (sic).
Minotauro, la señera editorial de ciencia ficción creada en 1955 por Francisco Porrúa en Argentina, faro y guía durante muchos años de la mejor ciencia ficción mundial en castellano, pertenece ahora al imperio Planeta, después de que Porrúa la vendiera (mejor dicho, vendiera a Tolkien, con el nombre de la editorial y el resto de su fondo añadidos como propina) en 2001, y gracias a ello se beneficia de la excelente infraestructura de distribución y ventas del grupo. Según José López Jara, director editorial de Minotauro, la tirada media de la colección es de 3.000 ejemplares, y las ventas alcanzan un promedio de 2.000 2.500, lo cual es una relación excelente. Minotauro sí se distribuye en Argentina, y López Jara señala un dato curioso al respecto: Ray Bradbury, el autor estrella del fondo de Minotauro argentina desde su creación, vende hoy tan sólo 1.500 2.000 ejemplares de sus novedades en España, mientras que en Argentina la misma novedad vende 4.000 5.000, un dato digno de ser tenido en cuenta. Como también lo es el hecho de que certifique categóricamente que, vistos los informes de distribución, la fantasía le gana en ventas a la ciencia ficción por goleada.
Minotauro y Ediciones B pueden considerarse como los dos grandes editores de ciencia ficción en España. Dentro de la categoría de medianos, y junto con Gigamesh, con su excelente fondo (aunque su principal éxito haya sido una serie de fantasía, por otro lado magnífica: la Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin), y de la que no he podido recabar información (culpa enteramente mía), cabe destacar La Factoría de Ideas, una joven y emprendedora editorial que tiene la ventaja de ser propiedad de su propio distribuidor. Iniciada como editora de juegos de rol, no tardó en decantarse también hacia la fantasía, la ciencia ficción y el terror. Aunque considerada como un editor mediano, últimamente se está moviendo mucho en lo que a número de novedades se refiere, hasta el punto de superar incluso en este aspecto a alguno de los grandes.
Desde un principio La Factoría de Ideas ha seguido a rajatabla una máxima de estricto sentido común: en los almacenes los libros sólo acumulan polvo. En consecuencia, su política editorial ha sido a lo largo de toda su vida: tiradas cortas, que las reediciones siempre son bienvenidas, Según Juan Carlos Poujade, responsable editorial de La Factoría, la tirada media de sus libros se halla entre los 1.500 y los 2.500 ejemplares, según el título y el autor. En cuanto a las ventas, se sitúan entre los 1.000 y los 1.500 ejemplares como máximo: más allá de eso son casos excepcionales. La política funciona estupendamente para la editorial, y es al mismo tiempo prudente y realista, algo muy saludable en esta época de crisis.
Finalmente, y como ejemplo de editor pequeño pero emergente, tenemos al Grupo AJEC, que tras unos principios tambaleantes parece estar consolidándose a ojos vista. Raúl Gonzálvez, su editor, es muy consciente de su status de “editor menor” dentro del campo de la ciencia ficción y la fantasía. Como tal, ha seguido desde un principio el mismo esquema conservador de La Factoría de Ideas, quizá por necesidad más que por convencimiento; tirajes cortos y bien estudiados para evitar acumulaciones de stocks en los almacenes, y fondo muy medido aunque también a veces arriesgado ─siguiendo la política personalista del “edito lo que a mí me gusta”─, en el sentido que combina libros “seguros”, como la reedición de La reina de la nieve de Joan D. Vinge y El sueño de hierro de Norman Spinrad, o la publicación de Diáspora de Greg Egan, con otras propuestas más arriesgadas como pueden ser las obras de Paul di Filippo (hacia quien, entre nosotros, siento una predilección especial por su extraordinaria Páginas perdidas), o las antologías temáticas como los tres volúmenes dedicados a las ucronías. ¡Y además edita con regularidad y, por qué no decirlo, relativa abundancia, autores españoles!
Según me informa Raúl, que es quien más se ha volcado a la hora de proporcionarme datos, y habla con el entusiasmo de los jóvenes pero el realismo de los que mantienen los pies en el suelo, las tiradas medias de AJEC en lo que a autores extranjeros se refiere van de los 1.000 a los 2.000 ejemplares, mientras que los nacionales deben de conformarse con una tirada de 450 a 1.000 ejemplares. Eso en lo que a novelas se refiere. Raúl coincide con el resto de editores (y la realidad lo confirma) en que las antologías de relatos, pese a ser desde siempre el relato corto la columna vertebral de la ciencia ficción, se venden menos que las novelas, y por eso sus tiradas en AJEC se reducen de 1.000 1.200 ejemplares (antología extranjera) a tan sólo 400 800 (autor nacional).
En cuanto a las ventas, varían mucho según los títulos, pero como norma general, y salvo casos puntuales, suelen situarse en un 50% de la tirada. Esos casos puntuales son, por poner algún ejemplo, hacia arriba El sueño de hierro de Norman Spinrad y Britania conquistada de Harry Turtledove, que alcanzaron unas ventas de un 70% de la tirada, y hacia abajo El rebaño ciego de John Brunner, que apenas llegaron a un 30%, y la Trilogía steampunk de Paul di Filippo, que no llegaron ni al 25%.
En los libros de autores nacionales, me comunica, y pese a sus tiradas más reducidas, las cifras son aún más inferiores: en las novelas se sitúan en un margen medio de un 40%, que desciende todavía más en las antologías. Como caso extremo Raúl cita una obra, de la que comprensiblemente se niega a dar el título y el nombre de su autor, de la que, de una tirada de 650 ejemplares, ¡se vendieron tan sólo 79!
La primera reflexión que uno se hace tras todo lo dicho es que buena parte de ello se debe evidentemente a la eterna bestia negra del mundo editorial español: la distribución. Los grandes editores tienen solucionado en parte este problema por su misma potencia o por tener distribución propia; pero cuanto más pequeño es el editor, cuanto menos volumen de novedades tiene mensualmente y menos ejemplares edita de cada novedad, más pequeña es la atención que le dedica el distribuidor y menor el número de puntos de venta que alcanza. Evidentemente, éste es uno de los factores más importantes que condicionan la vida del editor, pero no es el único: los “nuevos hábitos” del público mencionados antes tienen su buena parte de culpa, así como la crisis monetaria en general; los libros son uno de los primeros bienes “superfluos” que sufren las consecuencias de la falta de dinero. En su conjunto la situación es como una cebolla, que puedes pelar capa tras capa y hallar nuevos motivos en cada una de ellas. Raúl Gonzálvez recuerda con nostalgia los primeros tiempos de AJEC, en los que la tirada de una novela internacional alcanzaba los 3.000 ejemplares y la de un autor nacional los 1.200. Pero las ventas obligan, dice, y cuando éstas se retraen hay que bajar las expectativas, por mal que le pese a uno.
Hay que recordar aquí también, aunque sólo sea como testimonio, la ausencia de revistas de ciencia ficción, en sus tiempos el alma mater del género y el aglutinante de la relación lector/editor, con el sueño eterno de Gigamesh y la escasa duración del Asimov, que sólo se mantuvo dos años, pese a tener todos los elementos de calidad como para ser un gran éxito, o el fracaso de intentos posteriores como Historias extraordinarias. Recemos un piadoso responso por todas ellas. Afortunadamente, aún quedan algunos fanzines, aunque ellos también están en horas bajas…, mejor dicho, siempre lo han estado.
Evidentemente, el principal perjudicado de esta situación, aparte el editor, por supuesto, es el autor español. El escritor en ciernes que desea ver su nombre en la portada de un libro puede pasarse meses, incluso años, escribiendo, puliendo y repuliendo su novela, y cuando ya se siente satisfecho con ella mira a su alrededor y se pregunta: ¿dónde enviarla? Centrándonos como muestra en los editores examinados aquí, las posibilidades son pocas, casi nulas. En Minotauro, aunque está abierta en principio a todos los autores españoles, López Jara dice muy realísticamente: “La cosa anda fastidiada con la crisis económica; todavía no sé cuántos libros podré hacer en 2010.” Miquel Barceló de Nova sí lo sabe: 6, por lo que es difícil que pueda colar algún español, teniendo en cuenta además que uno de los seis debe ser ─teóricamente al menos─ el correspondiente al premio UPC del año. Aunque La Factoría de Ideas afirma públicamente estar abierta también a los autores españoles, la verdad es que hasta la fecha, que yo recuerde, sólo ha publicado uno, Las fuentes perdidas de José Antonio Cotrina (en 2003) y recientemente a Poujade se le escapó un “en estos momentos en los que no publicamos autores españoles…” Y
Alejo Cuervo se sonríe socarronamente si se le pregunta si piensa publicar más autores hispanos en su colección Gigamesh, tras sus tres únicas y ya lejanas incursiones en el campo de la ciencia ficción escrita originalmente en lengua castellana: Kalpa Imperial de Angélica Gorodischer (2001), Lágrimas de luz de Rafael Marín Trechera (2002, ¡con una reedición en 2008!) y El sueño del rey rojo de Rodolfo Martínez (2004).
Afortunadamente, están los pequeños. El Grupo AJEC rompe la norma y puede adjudicarse la medalla de tener una colección dedicada casi exclusivamente a autores españoles, Albemuth bolsillo, que se nutre en su mayor parte de autores aún poco conocidos, a los que se les brinda una siempre bienvenida oportunidad. Aunque Raúl Gonzálvez dice que la colección es deficitaria (¡y le creo, por supuesto!), sigue alimentándola con mayor o menor regularidad, casi como una declaración de principios.
Y no está solo. Pero, si indagamos entre los demás escasos editores que publican ciencia ficción y fantasía en España más allá de los mencionados (todos ellos pequeños, todos ellos menores), ¿cuántos encontraremos que cumplan con esta labor de apostolado hacia el autor español?
Pueden contarse con los dedos de una mano. Está el Equipo Sirius, que produce ciencia ficción a cuentagotas en su colección Transversal (una docena de títulos), y cuyos orígenes de editor de libros de divulgación astronómica hace que algunos lectores se desorienten ante su fondo, en el que destaca la reedición en un solo volumen de la excelente trilogía de Gerardo Muñoz La plica de Balbino el Viejo. Pedro García Bilbao y su editorial Silente, merecen nuestra gratitud y el figurar aquí con todos los honores aunque sólo fuera por reeditar pausada pero decididamente la gran saga de los Aznar y por haber
dado a conocer al público español a esos dos grandes autores que escriben al alimón y que son Eduardo Gallego y Guillem Sánchez y su Unicorp. Ediciones Parnaso, dedicada casi exclusivamente a dar a conocer nuevos (y cuando digo nuevos quiero decir nuevos) valores hispanos, y que posee incluso un servicio de autoedición, Hipocampo. Bibliópolis, en la cual, junto a autores extranjeros de prestigio, podemos ver algunos, pocos, nombres nacionales como el de Rafael Marín, Juan Miguel Aguilera o Rodolfo Martínez.
Pero sobre todo, para mí, destaca entre todos ellos Juan José Aroz y su espléndida y longeva colección Espiral, a través de la que ha dado a conocer un buen número de nuevos autores, al tiempo que publicaba a otros ya conocidos. Pero Juanjo Aroz es un caso aparte en el panorama editorial español de ciencia ficción. Lo suyo no es exactamente una editorial: lo suyo es casi una cruzada.
Pese a todo lo anterior, o quizá debido a ello (buena parte de los editores mencionados más arriba que publican autores españoles lo hacen casi a un nivel intermedio entre editor de fanzines y editor de libros, movidos más por la afición que por la profesionalidad, lo cual no quiere decir en absoluto que su labor no sea meritoria, al contrario), en líneas generales el pobre escritor español de ciencia ficción en ciernes se enfrenta a un terrible dilema: puede dar rienda suelta a todas sus fantasías, nadie se lo impide, pero hoy por hoy lo tiene bastante crudo a la hora de darles salida. Entonces, se preguntan muchos, ¿para qué escribir? ¿Para releer tu propia obra y tener la sensación de que has escrito algo bello e interesante que podría gustar al público lector, pero que difícilmente abandonará el cajón de tu mesa donde la has depositado o la memoria de tu ordenador donde la tienes archivada? ¿Para sacar una o varias copias de impresora y dárselas a leer a amigos y familiares y recoger sus opiniones, que siempre serán laudatorias, por supuesto? ¿Para pensar en las injusticias de la vida y del mundo? ¿Para consolarte diciéndote que esto ocurre no tan sólo en la ciencia ficción, sino en toda la literatura en general? Ninguna de estas actitudes soluciona nada, no hay forma alguna de levantar la moral. De modo que uno termina resignándose y metiendo en su televisor el último DVD que ha comprado (o se ha bajado con el eMule) y viendo el último éxito cinematográfico del momento para consolarse. De ciencia ficción, por supuesto. Lleno a rebosar de efectos especiales.
Se me ocurre que quizá piensen ustedes que esto afecta tan sólo a los autores noveles: los “consagrados” (sí, entre comillas) son (somos) una raza aparte. Para quienes piensen así, permítanme ofrecerles una pequeña ración de alivio: no están solos. Las “viejas glorias” no se libran (no nos libramos) tampoco de la crisis general. El nombre ya no significa nada: lo único que importa para el editor es que lo español no vende (no al menos tanto como lo extranjero, tanto como desearía). Añoro los tiempos de Ultramar, cuando conseguí incluir en su colección de ciencia ficción a varios autores españoles y demostré al editor que sí se vendían al mismo nivel que los extranjeros. Ahora ya no podría decir lo mismo. Las cosas han cambiado: el lector medio vuelve a dejar a un lado lo español. Supongo que es culpa de la crisis: el lector debe escoger, y en su lista de prioridades los autores españoles están en la cola, salvo casos excepcionales como puede ser el de Juan Miguel Aguilera y su La locura de Dios, que agotó su edición, pese a lo cual no ha sido reeditada (¡pero es una muy peculiar novela de fantasía!). En estos momentos, por ejemplo, tengo en mi ordenador seis obras mías, entre antologías de relatos y novelas (cuatro terminadas y dos en avanzado estado de gestación) en busca de editor, sin contar otro par de proyectos en un estado más o menos nebuloso de ejecución, y sé que las posibilidades de editarlas en un tiempo más o menos breve son más bien problemáticas. Y conozco a otras varias viejas glorias que se hallan en circunstancias parecidas, lo cual demuestra que la veteranía no es en absoluto un grado. Para tranquilidad (aunque no consuelo) de los recién llegados: el fenómeno es universal y nos afecta a todos. ¿Cuántos libros de ciencia ficción de autores españoles aparecieron en 2008? ¿Cuántos aparecerán en 2009? ¿Y en 2010?
Por fortuna, y aparte la labor laudatoria y la cruzada de editores como AJEC, Pedro García Bilbao o Juan José Aroz, entre otros, últimamente (bueno, desde hace ya algunos años) están surgiendo dos nuevos modos de difusión literaria al que los autores españoles tienen un más fácil acceso, y que pueden paliar en parte (y de hecho lo hacen) la situación actual. Uno de ellos es la autoedición. Las nuevas tecnologías permiten editar hasta tan poco como cien ejemplares de un libro, con calidad editorial, a unos precios realmente asequibles, Es lo que hicieron en su tiempo, sólo por poner un par de ejemplos, Ángel Torres Quesada con su novela Los vientos del olvido o José Ignacio Velasco con su serie de novelas (no de ciencia ficción) sobre Egipto y las dinastías de los faraones. De hecho, han surgido incluso toda una serie de empresas que se dedican a actuar como intermediarias en el negocio de la autoedición. Pero cuidado: no todo es trigo limpio en algunas de ellas.
El otro medio es Internet, esa cosa amorfa y multitentacular tan alabada como denostada, y que está dando nacimiento a un nuevo tipo de difusión editorial: la edición electrónica. Las revistas electrónicas, los blogs, las páginas de los propios autores, se multiplican como setas en la Red. Es algo que se está desarrollando con la rapidez propia de nuestro tiempo, y lo hace hasta tal punto de que los propios grandes editores están empezando a interesarse por el fenómeno y a querer meter su cuchara en el asunto. Es otra forma de edición, dicen. Es el futuro, Es algo que quizá, es posible, tal vez, revolucione de tal modo el mundo editorial que cree nuevas normas de edición que espero que invaliden de una vez por todas la teoría cíclica mencionada al principio. Dentro de sus muchas posibilidades está incluso la de convertirse uno en su propio editor sin necesidad de recurrir al papel ni, sobre todo, a los distribuidores: tú mismo puedes convertirte en tu propio distribuidor. Al parecer, no tardaremos mucho tiempo en verlo. Estamos empezando a verlo ya.
Héctor de Montalvo habló hace ya un tiempo en El Sitio de Ciencia ficción del primero de estos dos temas (“¿Qué hago con mi novela? El autor como editor”). En lo que a mí respecta, me gustaría profundizar un poco más en el segundo: creo que el futuro está precisamente ahí. Pero no poseo los suficientes elementos de juicio como para poder desarrollarlo con la suficiente propiedad. De modo que aprovecho para lanzar desde aquí un aviso a navegantes: ¿hay por ahí fuera, en el proceloso mar de los visitantes asiduos de BEM on Line, alguien capaz de recoger el guante e ilustrarnos a todos sobre estas nuevas, importantes y candentes posibilidades? Estoy seguro de que todos los lectores de BoL se lo agradeceremos eternamente. Yo, por supuesto, el primero.
© 2009 Domingo Santos
Domingo Santos -Pedro Domingo Mutiño- a pesar de ser un escritor de reconocido prestigio en el género (los premios Gabriel, por poner un ejemplo, toman su nombre de su novela homónima), es mucho más conocido por haber sido uno de los editores de la mitica revista Nueva Dimensión durante veinte años. Es imposible exagerar la importancia que para la ciencia ficción española ha tenido este autor, que, además de escribir, ha dirigido multitud de colecciones (Superficción, Ultramar, Acervo, Jucar…) y de revistas (la última de ellas la excelente Asimov Ciencia Ficción, de Robel), a través de las cuales ha dejado su impronta de forma indeleble. Actualmente Domingo Santos vive en Zaragoza, sigue dedicado a labores editoriales y escribe una columna en BEM on Line con el nombre de El rincón de Gabriel.
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