TE TOCA A TI, de Santiago Eximeno

«Te toca a ti» es un breve relato de amor, una fábula romántica localizada en un marco inusual, que desde su nacimiento fue concebido para ser publicado en la red de redes.

Santiago Eximeno

 

TE TOCA A TI

Ilustración de Pedro Belushi

 

Vi entrar al anciano desde la trastienda. Desde el primer momento supe que buscaba un arma, no me pregunten por qué. Quizá algo en su mirada, en su forma de recorrer la tienda arrastrando los pies y acariciando objetos al azar, en su sonrisa. No podría precisarlo, tendrán que confiar en mi palabra, pero supe que había entrado aquella mañana de otoño en mi tienda para comprar un arma. Y aquella certeza hizo que se me encogiera el estómago, pues nunca puedes saber qué es lo que va a hacer un hombre que alberga esa necesidad.

Recuerdo que en aquel momento yo estaba conectado a la red, descargando variaciones electrónicas sobre olvidadas composiciones clásicas. Material legal, claro, nadie se atrevería a usar la conexión de su trabajo para bucear en lugares prohibidos. Las limitaciones impuestas por el gobierno en la red, que muchos nos habíamos tomado a broma durante los primeros años, ahora las respetábamos sin cuestionarlas. Todos conocíamos a alguien, un familiar, un amigo, un conocido, que había acabado en la cárcel por algo que, diez años atrás, había sido declarado legal. Malos tiempos para la lírica, como solía decir un viejo amigo. En fin, dejando a un lado las divagaciones, el caso es que desconecté y salí de la trastienda dispuesto a hablar con aquel hombre, y justo en ese instante entró otro cliente.

—Buenos días —dijo el recién llegado, un japo que aparentaba mil años de edad y caminaba apoyado en un bastón.

El anciano –el otro anciano, el que buscaba un arma– se sobresaltó, pero respondió al saludo con una inclinación de cabeza. Yo hice lo mismo, y lo acompañé con una sonrisa y con mis manos extendidas sobre la repisa, junto al terminal de venta. Durante varios minutos los ancianos danzaron entre vitrinas de plástico transparente, asintiendo en ocasiones, sonriendo en otras. El japo llamó mi atención y me indicó con un gesto de su bastón que quería una de las figuras de piedra negra que representaban a Buda. Abrí la vitrina con mi tarjeta y cogí con ambas manos la figura. Pesaba como un muerto, como la posible víctima del otro anciano. No me lo podía quitar de la cabeza. ¿Cuál era el secreto que ese anciano ocultaba? Dejé el objeto sobre la repisa, busqué su botón de encendido. El japo sonrió y movió la cabeza arriba y abajo cuando el Buda abandonó su posición reflexiva y se incorporó, bailando al ritmo de una música que surgía de su oronda barriga.
—Conexión sin cables, descarga legal de música y nuevos patrones de movimiento a través de la red —recité sin pensar.

—¿Autonomía? —preguntó el japo mientras el Buda caminaba por la repisa, se sentaba en el suelo y se cruzaba de brazos.

El anciano asesino nos miraba de reojo, expectante. Ya no albergaba duda alguna: estaba deseando que despachara al cliente y pasara con él a la trastienda.

—Cuarenta y ocho horas de actividad antes de necesitar una recarga —dije.

—Me lo llevo.

El japo salió de la tienda tras despedirse con una reverencia. Me abstuve de imitarle, ahora sólo podía pensar en mi otro cliente.

—Hola —dijo, acercándose hasta donde me encontraba—. Necesito un arma.
Magnífico, me dije. Tus dotes de observación siguen siendo excelentes.
Claro está, le vendí un arma, una hermosa automática negra, y una caja de munición.

* * *
 Ilustración de Pedro Belushi para

En realidad no sé exactamente qué ocurrió, no creo que nadie lo sepa. Ellos siempre habían sido muy reservados. Educados, eso sí, pero reservados. Somos, bueno, éramos vecinos desde hace más de quince años y no recuerdo haber cruzado con ellos más de cien palabras. Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Nada más. Sé que muchos en el edificio me consideran una anciana chismosa, pero no es verdad. Sólo hablo de cosas que todo el mundo sabe, no manejo información especial. Sólo la comparto.

En fin, lo único que sé es que oí un disparo. No, no me mire con esa cara, a mi edad sé diferenciar el sonido que procede de un arma de un petardo o un cohete de feria. Este barrio no ha sido siempre un lugar seguro, antes asustaba caminar por las calles cuando anochecía. Sí, mucha democracia y esos rollos, pero no es hasta ahora, con la mano férrea del Mando, que yo he encontrado tranquilidad. A mi edad poco importan algunos de esos derechos básicos por los que abogan los jóvenes. Me queda poco tiempo, y quiero vivirlo lo mejor posible.

A lo que iba. Oí un disparo, y después otro más, y otro. Recuerdo que me santigüé. José acaba de matar a su mujer, me dije. Lo cierto es que ese hombre se comportaba de forma extraña últimamente. Me esquivaba más de lo habitual, como si ocultara algo. Sé lo que me digo. Algo raro se traía entre manos. Por eso, en cuanto oí los disparos, supe que había matado a su mujer.

Sí, lo sé, los agentes no han encontrado nada, el piso está vacío y están buscando a la pareja. Sospechan algo, claro, algo turbio, pero no se lo van a decir a una pobre anciana, lo entiendo.

No se preocupe.

Ya me enteraré.

* * *

La mujer despierta con un jadeo, abre los ojos. Está envuelta en una sustancia gelatinosa que se adhiere a su piel como melaza. Tose, trata de incorporarse, pero una mano apoyada en su pecho la detiene.

—Tranquila, todo va bien —dice una voz, y reconoce al instante a su propietario.  José, su amor de toda la vida, su marido. Le ve inclinado sobre ella, el rostro anciano un desierto cuarteado, sonriendo. Ella tose, se lleva una mano a la boca. Se sorprende cuando ve el dorso de su mano, la piel tersa y joven. Ahoga un grito.

—Tranquila, cariño, tranquila. Eres tú, sólo que más joven. Te dije que los nanotanques funcionarían. Han trabajado durante seis años en un clon de tu cuerpo, un clon de veinte años de edad. Has derrotado al tiempo, has vuelto a nacer.
Ella se incorpora, queda sentada en el interior del tanque. José está llorando, ella también.

—¿Cómo… cómo…? —dice, arrasada por sentimientos contradictorios.
—Lo hice por ti, cariño. Compré los nanotanques hace ya diez años, y desde entonces he estado trabajando en secreto. Crecimiento acelerado, nanotecnología, manipulación genética… He empleado todos mis conocimientos. Te quiero cariño.

Ella jadea, llora. Con ayuda de José sale del tanque y camina hasta un espejo. Ve su cuerpo desnudo, brillante por la sustancia que recubre su piel, y tiembla y se le doblan las piernas y José la sostiene por la cintura para que no caiga.
—¿No es hermoso? —dice él, y ella asiente y no puede parar de llorar.
Deja que él la cubra con un albornoz y la lleve hasta una silla de plástico blanco. Se sienta frente a él, frente a su cuerpo marchito surcado de arrugas. Duda.
—Sé lo que estás pensando, cariño —dice José, caminando hacia el otro extremo de la habitación.
Ella no ha mirado en esa dirección. Bajo una sábana negra descansa un bulto. José alza la sábana y ella se ve a sí misma, sesenta años más vieja, muerta, con el rostro descompuesto.
—Te disparé al pecho, tres veces —dice José, volviendo hacia el lugar donde ella espera sentada, horrorizada—. Fue rápido, muy rápido. Es importante no disparar a la cabeza, pues necesitamos el cerebro para replicarlo y volcarlo en el nuevo recipiente.
José coge una silla y se sienta frente a ella. Hay tristeza en su mirada, pero también amor, y esperanza.

—Sé lo que estás pensando. ¿Era necesario este asesinato? Me temo que sí, cariño. He preparado nuevas identidades para nosotros, pero para ello es necesario que las anteriores desaparezcan. Nadie se preocupará por dos ancianos tiroteados, sus cadáveres abandonados en la cuneta. Ya lo sabes, ahora sólo importan los jóvenes.

José señala el nanotanque situado al lado del de ella, ahora vacío, en cuyo interior descansa el cuerpo desnudo de un hombre joven, fuerte. Sin más preámbulos le tiende a ella una pistola automática, negra, y sonríe.
—Te explicaré los detalles, es más sencillo de lo que parece.

—Yo… no sé si…

—No te preocupes, podrás —dice José, desabrochándose la camisa—. Cariño, ahora te toca a ti.

© 2009 Santiago Eximeno
© 2009 Pedro Belushi por las ilustraciones.

Santiago EximenoSantiago Eximeno (Madrid, 1973) Ha publicado novelas como Cazador de Mentiras (Ediciones Jaguar, 2007, a cuatro manos con David Jasso) o Asura (Grupo AJEC, 2004) y antologías como Bebés jugando con cuchillos (Grupo AJEC, 2008) oImágenes (Parnaso, 2004), así como numerosos relatos en antologías y revistas. Ha sido traducido a varios idiomas (inglés, francés, búlgaro, japonés) y le han concedido varios premios, entre ellos tres veces el Premio Ignotus, concedido por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (AEFCFT), al Mejor Cuento del año y el Premio Xatafi-Cyberdark al Mejor Cuento del año. Próximamente aparecerá su primer juego de mesa, Invasión (Edge, 2009),creado junto a Pedro Belushi.

 

Foto de Pedro BelushiPedro Belushi, ilustrador y guionista. Ha trabajado en multiples proyectos de ilustración y comic. Entre sus obras están Melquiades y El Genio ( Dibujo y guión. Ed. Sulaco 2000) y Mighty Sixties ( Guión y diseño, junto a Carlos Vermut. Amaniaco Ed. 2001). Ha hecho diversas exposiciones de su obra gráfica dentro del Circuito de Jóvenes Creadores de su comunidad. Actualmente colabora con BEM on Line y otras revistas de CiFi haciendo ilustraciones para relatos y portadas, así como guiones para otros ilustradores como Carlos Vermut, Nando o Pablo Espada (con quien hizo Clon 27, una de las primeras tiras seriadas en internet).

Acerca de Interface Grupo Editor

Editamos en papel 75 números de la revista BEM entre 1990 y 2000 y desde 2003 hasta 2012 mantuvimos el portal BEM on Line. Tras múltiples problemas de software, decidimos traspasar a este blog los principales textos publicados en esos años. Interface Grupo Editor está compuesto por Ricard de la Casa, Pedro Jorge Romero, José Luis González y Joan Manel Ortiz.
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