LA CAZADORA, de Magnus Dagon

LA CAZADORA

Relato de Magnus Dagon

Ilustración de Pedro Belushi

 

El Emisario aterrizó con su vehículo monoplaza en mitad de la llanura helada y empezó a mirar a los lados a través de la pantalla de su visor delantero. Había sido un viaje muy largo desde Blezzirr, la última ciudad habitable antes de adentrarse en el Desierto de Hielo, debido sobre todo a las inestables y peligrosas tormentas que se levantaban y cubrían toda la escarpada zona, incluso por encima de las columnas de hielo que parecían llegar hasta el cielo y fundirse con el eterno firmamento nublado.

De hecho, reflexionó, había sido un viaje largo en todos los sentidos, desde que fue destinado por su superior para encontrar a la persona adecuada, una aguja en un pajar, un potencial aliado que en cualquier momento, por una tarifa adecuada y superior a la que ellos ofrecían, podía convertirse en enemigo.

Mercenarios, pensó el Emisario. Cómo los detestaba. Sin honor ni nobleza, ni tampoco respeto por los rivales ni reglas que cumplir.

Y allí estaba, en los confines del planeta SR688, tan inhóspito que ni siquiera tenía más nombre oficial en los mapas estelares habituales que la consabida designación estándar. El lugar perfecto para la clase de escoria que iba a buscar.

Cuando, tras muchas indagaciones, averiguó que la profesional que estaba buscando residía en ese trozo de roca congelado, preguntó cómo podría encontrarla entre más de diez millones de kilómetros cuadrados. La respuesta que recibió fue contundente.

—Vaya al último lugar al que iría a buscarla.

Y así fue como acabó en aquel sector muerto de un planeta que ya estaba muerto de por sí, preguntándose qué había hecho mal —o bien— para que confiaran en sus hombros una misión de extrema importancia, tan crucial que debía llevarse a cabo en secreto para que los altos mandos no supieran de tan terrible —pero necesaria— insurrección.
Se enfundó el traje protector, salió al exterior y empezó a rastrear con los binoculares de calor, en busca de una presencia extraña que confirmara que había llegado al lugar adecuado. Al fin y al cabo, si había allí alguien vivo aparte de él mismo, su temperatura corporal sería tan visible como la luz de un biofotón en la más absoluta oscuridad.

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Claro que el Emisario no era un hombre de acción, y había un pequeño factor que no había tenido en cuenta. Y era, sencillamente, que él también sería visible desde grandes distancias.

Si a eso se le sumaba el hecho de que estaba intentando localizar a un depredador en su propio territorio, el resultado fue el lógico y esperado, y no vio ni venir la bala que dejó una muesca a sus pies, justo en el medio de ambos. Transmitía un mensaje claro y sencillo de comprender: “no des ni un solo paso”.

El Emisario se quedó quieto como una estatua, y esperó largo rato bajo el frío glacial hasta que un trineo de nieve militar, ligeramente alterado para que pudiera salvar los abismos que se abrían a menudo entre las placas, de kilómetros de profundidad, llegó hasta donde él estaba y de él bajara una mujer enfundada en otro traje protector.
El Emisario intentó recuperar el aplomo antes de hablar.

—Talon Verrs, supongo —dijo con altivez, tratando a la mujer como la escoria que creía que era.
—¿Qué trae a un hombrecillo de despacho a las profundidades del gélido infierno? —preguntó sin más.
—¿Cómo ha podido enmascarar su temperatura corporal en semejante tumba de calor?
—Digamos que el Universo es grande, y uno puede encontrar los socios adecuados si sabe buscarlos. Ahora no agote mi paciencia, que dista mucho de ser infinita, y dígame qué hace aquí, o a un solo gesto mío la siguiente bala será certera y letal, por mucha tormenta que exista a nuestro alrededor.
—¿Siempre trata así a sus clientes? —preguntó el Emisario.
—Sólo a los que se creen superiores a mí —dijo la mujer entornando los ojos.
—Bien, vayamos al grano. La Gran Fuerza Humana precisa de sus servicios.
—De modo que otra vez, para no ensuciarse las manos, quieren que saque la basura en su lugar, para que sus altos mandos puedan seguir tomando sus aguijones en sus reuniones mientras filosofan acerca del arte de la guerra y la brutalidad de los mercenarios sin escrúpulos ni decencia.
—Su mordacidad no es bienvenida ni necesaria en estos momentos —se limitó a decir el Emisario—. Además, tenemos plena conciencia de que esta misión será de su agrado. Debe perseguir y matar a Susan Spector.

Si el Emisario esperaba alguna reacción por parte de su interlocutora, no la encontró en absoluto. Sabía dominar sus emociones, a pesar de que, como decía su informe confidencial, depredador y presa se habían encontrado en algún que otro momento en el pasado.

—¿Cuál es el motivo? —se limitó a decir.
—No es de su incumbencia —contestó sin más el Emisario. Y entonces sí que notó un cambio en la actitud de la mercenaria. Concretamente, estaba sonriendo. Como si aquello le hiciera gracia.
—Esta vez les ha debido cabrear de verdad, ¿eh? No me extraña. Spector tiene la capacidad de meter su evolucionada nariz donde nadie la llama. ¿Cuáles son los honorarios?
—Los habituales. Pero no la queremos herida, ni debilitada, ni moribunda. La queremos muerta. Muerta y enterrada. Como si nunca hubiera existido, que se desvanezca en el polvo de la Historia.

La mercenaria no dejó entrever sus emociones, pero esa actitud la sorprendió y preocupó. Estaba tratando con un fanático. Alguien capaz de llegar muy lejos con tal de ver cumplido su objetivo. Tal vez, posiblemente, ese encargo estaba siendo efectuado de manera clandestina, sin que las órdenes vinieran de lo más alto.
Spector debía haber metido el hocico en el vertedero más grande de toda la galaxia en aquella ocasión.

—¿Dónde se encuentra ahora?
—Camino de la Tierra.
—¿La Tierra?
—Así es. Va a escarbar a nuestro mundo. ¡Nuestro mundo! Supongo que usted sólo ve el mundo que la rodea en términos de negocios, y no es consciente del daño que esa… esa evo puede hacer a nuestra cultura. Esto ha llegado muy lejos, y debe acabar. Tiempo atrás los humanos y los evos estábamos en guerra, y así debió de ser siempre, al menos hasta que los hubiéramos exterminado. Ahora incluso permitimos que uno de ellos pise la cuna de nuestra civilización.
—Pero la Tierra es un mundo en ruinas, que no le interesa a nadie.
—Si su visión llegara a englobar más que el combate, comprendería lo peligroso de esta incursión. Spector ha ido allí a investigar leyendas… ¡nuestras leyendas! Hemos investigado su ficha a fondo. La especialidad de Spector como xenoarqueóloga es la cultura terrestre, en concreto el tercer milenio. Una era de acontecimientos cruciales para la historia de la Humanidad. Quién sabe detrás de lo que puede andar. Tal vez busca los restos de las Torres Gemelas, o intenta hacerse con el control de la mítica Internet. E incluso si sus propósitos son meramente académicos, ¿cómo cree que interpretará esos resultados alguien que pertenece a una especie enemistada con nosotros desde hace más tiempo del que podamos recordar? No podemos dejar que los libros de historia sean escritos bajo el punto de vista del enemigo.
—Todo eso me es indiferente.
—Nos consta. Con que cumpla con su parte nos bastará.
—Puede contar con ello. Le informaré cuando parta hacia allí.
—Pero esperábamos que partiera cuanto antes… —replicó el Emisario.
—Mi agenda es apretada, y hasta una mente burocrática como la suya habrá caído en la cuenta de que no rondo este sistema por casualidad. No tardaré en llegar allí. Al fin y al cabo, conozco bien a Spector, y sé que va a pasar allí bastante tiempo. Supongo que llevaba tiempo deseando visitar ese lugar.
—¿Cómo sabe eso?
—A diferencia de usted, no sólo memorizo fichas sobre mis enemigos. También las analizo para extraer conclusiones.

Subió a bordo del trineo y, antes de marcharse, comentó:

—Mi trabajo es mucho, mucho más que simple combate, hombrecillo gris.
Después de aquello el trineo se perdió en la tormenta y el Emisario se quedó solo de nuevo, aunque estaba convencido de que aún seguía en el punto de mira de alguien… o algo, verificando que se largara por donde había venido.

No tendría que vigilar demasiado, por otro lado. Se moría de ganas de marcharse de ese asqueroso y gélido erial para volver a pisar de nuevo la civilización. Subió a su propio vehículo y dio media vuelta con la intención de regresar de nuevo a la capital, para luego retornar a su puesto habitual y sus labores usuales.

Sólo esperaba que las cosas salieran como estaban planeadas. Era mucho lo que estaba en juego, y no todas las guerras se resolvían con soldados, ni tenían que ver con la conquista de un emplazamiento geográficamente estratégico. Las guerras frías eran cruciales cuando los lobos decidían vestir con pieles de cordero.

Mercenarios. Cómo odiaba a los mercenarios, seguía pensando mientras viraba lentamente de rumbo en medio de la apocalíptica tormenta.

 

© 2010 Magnus Dagon por el relato

© 2010 Pedro Belushi por la ilustración

Magnus DagonMagnus Dagon es el seudónimo de Miguel Ángel López Muñoz. Nacido en Madrid en 1981. Ganador, entre otros, del premio UPC en el 2006 y del IX Certamen de Narrativa Corta Villa de Torrecampo en el 2009. Ha publicado relatos en numerosas publicaciones digitales y de papel, entre ellas esta BEM on Line donde nuestro colaborador Sergio Gaut vel Hartman le dedicó una de sus columnas. Es miembro de la asociación Nocte de escritores de terror.

Foto de Pedro  BelushiPedro Belushi, ilustrador y guionista. Ha trabajado en multiples proyectos de ilustración y comic. Entre sus obras están Melquiades y El Genio ( Dibujo y guión. Ed. Sulaco 2000) y Mighty Sixties ( Guión y diseño, junto a Carlos Vermut. Amaniaco Ed. 2001). Ha hecho diversas exposiciones de su obra gráfica dentro del Circuito de Jóvenes Creadores de su comunidad. Actualmente colabora con BEM on Line y otras revistas de CiFi haciendo ilustraciones para relatos y portadas, así como guiones para otros ilustradores como Carlos Vermut, Nando o Pablo Espada (con quien hizo Clon 27, una de las primeras tiras seriadas en internet).

Acerca de Interface Grupo Editor

Editamos en papel 75 números de la revista BEM entre 1990 y 2000 y desde 2003 hasta 2012 mantuvimos el portal BEM on Line. Tras múltiples problemas de software, decidimos traspasar a este blog los principales textos publicados en esos años. Interface Grupo Editor está compuesto por Ricard de la Casa, Pedro Jorge Romero, José Luis González y Joan Manel Ortiz.
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