La columna de “Se buscan libros” que hoy presento fue publicada en BEM, en el número 64 (Agosto-Septiembre de 1998).

Fredric Brown
Siempre he adorado los cuentos de Fredric Brown. El primero de que tuve conciencia me lo contó un compañero en el primer trabajo que encontré, allá por 1984. Era una empresa de tecnología donde fabricaban ordenadores de sistema operativo CPM que con el tiempo darían lugar a los hoy omnipresentes PCs. Benito era el ingeniero de diseño jefe, un muchacho con un buen carácter y un mejor sentido del humor. Le recuerdo en el taller, montando manualmente el ordenador aquél con CPM, y contándome el relato “…y el ordenador respondió: Ahora sí hay un Dios” Años después mi hermano me contó el relato “JC”, y más años después, leí el primer libro de relatos de Brown, sorprendiéndome al encontrar en dicho volumen los cuentos que tanto mi compañero de trabajo como mi hermano me habían contado un día, sin saber que eran de este escritor. Recuerdo que me hizo mucha ilusión…
Brown es el maestro indiscutible del minirelato, ese escritor del que no todos han oído hablar, pero del que muy pocos no habrán leído algo escrito.
De todas formas, como aprendizaje en mi propia vida, la frase que me ha llegado más dentro fue una que su mujer escribió al biografiarle, y que ya entonces mencioné en esta columna: «Fredric odiaba escribir, pero adoraba haber escrito»
EL MEJOR PERFUME SIEMPRE SE GUARDA
EN FRASCOS PEQUEÑOS
El cuento de terror más corto nunca escrito tiene fama de ser algo como sigue: «El último hombre sobre la Tierra estaba en su casa. Sonó una llamada en la puerta.»
Estremecedor. Sin embargo, puede que la historia que narra no fuera tan terrorífica, si se mira desde un punto de vista menos androcéntrico. Al contrario, la llamada en la puerta podría haber sido el preámbulo de algo muy bueno para ese último hombre… porque quien llamaba era una mujer. Así que las cosas no siempre son como parece que van a ser.
De cualquier forma, no es de cosas que parecen ser y no son de lo que vamos a hablar, sino de cuentos cortos.
Hace algunos años, en el añorado e inolvidable medio de comunicación que fue El Libro de Arena, antes de la irrupción masiva de la fría Internet, se desarrolló un juego al respecto, uno entre los muchos con los que sus usuarios nos divertíamos. Se trataba de ver quién escribía el cuento de terror o ciencia ficción más corto. Recuerdo que se escribieron muchos, y hasta hubo algunos que eran sólo títulos (ahora recuerdo ‘Tierra: 0, Marte: 1″). Fue divertido, y recomiendo al lector que invente los suyos.
Y como estamos hablando de cuentos cortos (pero de los de verdad), también debemos hablar del gran especialista en el asunto que fue Fredric Brown (también autor de la explicación alternativa al cuento de las primeras líneas; aunque haya quien diga que esa versión es más terrorífica aún que la original), saltándome la norma de tratar en esta página sólo novelas y no recopilaciones de relatos.
Pero es que de Brown se puede decir que fue el inventor de este tipo de microrelatos, arte en el que adquirió una maestría incomparable. Estos cuentos, muestra de ingenio, originalidad, sentido del humor y, a veces, también del absurdo (me viene a la memoria «El final»), rara vez sobrepasaban unas pocas páginas (o incluso, a veces, unas pocas líneas). Son literatura de ideas en su estado puro, desarrolladas con una brevedad que hoy en día parecería un despilfarro. A Brown no le preocupaba «quemar» su idea genial en página y media: además de tener muchas, también había muchas por tener en aquella época, en la que todavía ni siquiera existían los ordenadores personales (sí, hubo una época en la que NO existían ordenadores personales).
A pesar de que entre sus colegas escritores de ciencia ficción era muy conocido y apreciado (su relato «Arena» —adaptado en el episodio homónimo de la serie clásica Star Trek- obtuvo el decimoquinto puesto en la lista de las mejores historias de ciencia ficción jamás escritas, elegidas por los propios escritores de CF en los años 70), durante su vida profesional no llegó a «cuajar» entre los lectores, o al menos no llegó a ser tan famoso como lo fueron algunos de sus contemporáneos, como Heinlein, Chandler o Bradbury.
Las razones de ello son varias. Primero, Fredric Brown era un gran estilista, un artista experimental que se trabajaba sus historias. Al igual que Van Gogh, quien no improvisaba de ningún modo la genialidad de sus obras, cuyo colorido nunca le era dictado por una musa inspiradora (ni siquiera por su esquizofrenia), sino que era el resultado de profundos estudios sobre componentes y mezclas de los tintes, así Fredric Browntampoco improvisaba sus microcuentos, fruto de horas e incluso días de cavilaciones y sufrimientos (porque, como escribió su viuda, «Fredric odiaba escribir, pero adoraba haber escrito»).
Por otro lado, nunca se limitó a un único género literario: escribió ciencia ficción, fantasía, misterio, novela policiaca… lo que hizo que ningún grupo de aficionados lo considerase nunca como un autor «suyo», al que seguir con devoción apasionada.
En tercer lugar, es cierto que Fredric Brown escribió obras maestras, pero también surgieron de su genio creativo bodrios intragables, ya que durante un tiempo trabajó para «pulps», revistas en las que se pagaba al autor de los relatos por palabra escrita. Eso y las permanentes prisas con las que los editores de estas revistas presionaban a los autores contribuyeron a la aparición de obras de ínfima calidad que no fueron apreciadas por los lectores. Si además añadimos que la vida profesional «a tiempo total» de Brown fue muy breve (de 1947 a 1960) y que durante grandes periodos de tiempo su producción fue muy escasa, podremos entender la razón de su poca popularidad.
Si bien Fredric Brown ha pasado a la Historia por sus cuentos breves, también escribió obras extensas, en las que hallamos desde intriga policiaca o fantasía criminal (La noche a través del espejo), hasta clásica ciencia ficción (Universo de locos), pasando por una ácida sátira en Marciano vete a casa, ninguna de las cuales debería perderse el amante de las joyas literarias.
De todas las recopilaciones de relatos (en las que podemos encontrar veinte o treinta obras, de entre media página y quince páginas de extensión, que se leen de una sentada y en donde aparecen casi todos los géneros), destaca la que hizo su amigo Robert Bloch(publicada en castellano por Ediciones B, Libro Amigo CF, número 60), tanto por el acierto en la selección de los relatos, como por la calidad de su traducción (debida a María Teresa Segur).
Es prácticamente imposible hablar de los cuentos de Brown sin «matarlos», pero si diré que de todos ellos mi favorito es «J.C.», por la habilidad que demuestra intercalando ciencia con ciertas creencias ancestrales. También me encanta «Respuesta», en el que cualquiera que se dedique a la informática encontrara un típico ejemplo del humor definitivo y a veces absurdo tan característicos de esta profesión.
Por último, sólo recomendar al lector interesado el único libro del que tengo conocimiento sobre la vida y obra de Fredric Brown: Martians and Misplaced Clues; The Life and Work of Fredric Brown, escrito por Jack Seabrook y publicado por Bowling Green State University Press en el año 1993.
Una nota sobre el titulo de esta columna: hay quien dice que también el veneno más mortífero se guarda en frascos pequeños.
© 2010 Luis Astolfi