Nada mejor que iniciar un nuevo año de esta columna presentando a un autor de un país no “tradicional” de la ciencia ficción hispanoamericana. Estamos habituados a tratar con escritores españoles, mexicanos, cubanos, peruanos, chilenos, uruguayos y argentinos. Pero hasta donde sé, Iván es el único autor “tico” que empieza a ser conocido fuera de las fronteras de su país. Lean la entrevista, que no tiene desperdicio y no se pierdan el cuento; sé por que lo digo…
Sergio Gaut vel Hartman: Cuéntanos dónde naciste y cómo fueron tus años de infancia.
Iván Molina Jiménez: Nací en Alajuela, Costa Rica, el 6 de enero de 1961. Mi infancia y adolescencia transcurrieron en una pequeña ciudad de provincia, no muy lejos de San José (la capital, que está a unos 20 kilómetros), en la que la vida era bastante apacible y segura. Por esta época, la población total del país era muy pequeña –alrededor de unos 2.5 millones de personas– y las políticas sociales impulsadas por el Estado tenían un impacto decisivo en la reducción de la pobreza y la mejora en las condiciones de vida. En este contexto, fue posible que, desde muy pequeño, empezara a desplazarme solo por toda la ciudad y a hurgar en sus misterios y maravillas.
Provengo de una familia de clase media urbana tradicional. Mi padre, nacido en 1906, y mi madre, en 1914, eran pequeños comerciantes con una clara preocupación por la educación de sus hijos. Como resulté el último e inesperado miembro de la familia, me tocó crecer en un mundo de adultos, compuesto por cuatro hermanas y un hermano mayores. Por esa razón, la calle era fundamental para mí, ya que allí era donde podía encontrar los compañeros de juegos y aventuras que no tenía en la casa.
¿Cómo se inicia tu interés por la lectura y, eventualmente, por la literatura, como escritor?
En mi familia, todos leían, incluidos papá y mamá, que apenas pudieron terminar algunos años de primaria. Eran lectores sistemáticos del periódico y mamá de la Biblia y algunas novelas. Dos de mis hermanas, además, se hicieron maestras, así que, a partir de los cinco años, fui sujeto de sus experimentos pedagógicos. Por entonces, apenas aprendí a leer y a escribir, mi hermano, que estudiaba filosofía, me convirtió en adicto a las historietas. De ahí a descubrir las obras de Julio Verne sólo había un paso, pero me demoré en darlo. En 1971, mientras convalecía de una grave neumonía, leí mis primeras novelas, entre las cuales estaba De la Tierra a la Luna.
¿Y con la ciencia ficción?
Con la ciencia ficción, sin embargo, me había topado mucho antes. Alrededor de 1966, mi papá compró el primer televisor que hubo en la familia (la televisión inició en Costa Rica en 1960) y, poco después, Ramón, un amigo, me contó que había un programa increíble sobre viajes espaciales y seres de otros planetas. Una semana después, trabé amistad duradera con “Perdidos en el espacio”.
¿Una serie de televisión te impulsó a escribir?
Escribir fue algo que surgió durante la convalecencia que ya mencioné, en un momento en el que me quedé sin materiales qué leer. De esos tempranos esfuerzos no conservo nada, pero recuerdo algunos poemas que procuraban imitar los de Rubén Darío y breves relatos inspirados en historietas, programas de televisión y películas. De ahí en adelante, no he dejado de escribir.
¿Sólo ciencia ficción?
Durante mi adolescencia, amplié significativamente mis gustos literarios y, a la vez que publicaba algunos pequeños relatos y poemas en el periódico de mi colegio, tomaba consciencia de que uno de los géneros literarios que más me gustaba, como es la ciencia ficción, no tenía mucho espacio en las editoriales ni en los círculos literarios y culturales costarricenses. Esta fue una de las razones por las cuales nunca me atrajo estudiar Literatura y, ya a la distancia, me alegro de no haberlo hecho, dado el conservadurismo que aún hoy caracteriza a los departamentos respectivos en las universidades costarricenses.
En algún momento entra la Historia a tu vida, ¿verdad’
Empecé a estudiar Historia por accidente y sin muchas ganas; pero, por azar, ingresé a la carrera en el momento exacto en el que los estudios históricos en Costa Rica experimentaban una profunda renovación teórica y metodológica. Así, sin proponérmelo, tuve la enorme suerte de verme inmerso en uno de los movimientos intelectuales más importantes de la Costa Rica del último tercio del siglo XX.
Fue en ese contexto tan estimulante que, debajo de la piel de un aspirante a poeta y a escritor de ciencia ficción, empezó a abrirse paso el historiador. En este oficio, rápidamente alcancé un desarrollo que me sorprendió a mí mismo. Creo que en esto influyeron, de manera decisiva, dos factores. El primero es que mi formación académica en Historia estuvo precedida por casi diez años de escritura, en los que ejercité mi imaginación y mejoré significativamente mi capacidad para expresarme por escrito. Entre 1971 y 1980, escribí varias novelas, algunas decenas de cuentos, demasiados versos y hasta un par de obras de teatro.
El segundo factor consistió en que, por influencia de mi hermano, que participó de la radicalización política estudiantil de finales de la década de 1960, durante mi adolescencia me identifiqué profundamente con las obras literarias y artísticas de creadores de izquierda. Así, mi acercamiento inicial al marxismo no fue a partir de lecturas teóricas, sino de poemas, novelas, relatos y películas de autores y directores social y políticamente comprometidos. De este modo, adquirí una sensibilidad que luego resultó fundamental cuando empecé a realizar investigación histórica.
Como historiador, dediqué buena parte del decenio de 1980 al estudio de la historia económica, en particular, a analizar el surgimiento del capitalismo en Costa Rica durante la primera mitad del siglo XIX. Hacia 1990, diversos temas culturales empezaron a llamar mi atención, y concentré mis esfuerzos en investigar la historia del libro en Centroamérica. Más recientemente, mi interés se ha dirigido a explorar los procesos electorales costarricenses del período 1885-1948 y las especificidades del Partido Comunista entre 1931 y 1948.
O sea que tu carrera de historiador postergó tu carrera literaria o por lo menos la relegó a un segundo plano.
A medida que me concentré cada vez más en mi carrera de historiador, la escritura de ficción y de poesía se redujo casi al mínimo. No obstante, a mediados de la década de 1990, volví a escribir relatos, en este caso de ciencia ficción, de manera más sistemática. El retorno a esta práctica obedeció a varias razones. Por un lado, Costa Rica estaba en vías de transformación por políticas económicas neoliberales que acentuaban la desigualdad social y la corrupción. Por otro, diferencias y tensiones, acumuladas a lo largo de más de veinte años, condujeron a una profunda crisis del gremio de historiadores, la cual se trasladó del plano de las relaciones personales al ámbito institucional. Por último, después de casi tres lustros de escribir historia, necesitaba nuevas vías de expresión, independientes de las exigencias epistemológicas de las ciencias sociales.
Mi primer cuento, en esta nueva etapa, fue “Febrero 2034”, el cual escribí a finales de 1993 y se publicó en Nicaragua en 1994 (en Costa Rica, inmersa en una campaña electoral, ningún medio se interesó por publicar un relato en el que los costarricenses, en vez de votar, se suicidan). Poco después, en 1995, otro cuento, “Craks”, fue publicado de nuevo en Nicaragua y reproducido en Sagatara, una revista dirigida por la prestigiosa escritora salvadoreña, Jacinta Escudos. En los años siguientes, escribí ocho cuentos más y, entonces, publiqué por mi cuenta La miel de los mudos (2003).
Lo de “por tu cuenta” requiere, sin duda, una explicación, ¿qué significa eso?
En el 2000, durante una estadía de un semestre en Indiana University (Bloomington), aproveché los ratos libres para escribir una novela corta, titulada Cundila, la cual contiene algunos elementos de ciencia ficción, pero no califica en tal género. Este relato juega con la idea de que podría existir una segunda parte de El moto, una de las primeras novelas costarricenses, publicada en 1900 por Joaquín García Monge. Luego de terminarla, pasé casi dos años sin decidirme a presentarla a una editorial, en buena medida porque no deseaba valerme de mi carrera como historiador para publicar ficción. Al final, opté por publicarla por mi cuenta, una posibilidad que me fue facilitada porque, en mis andanzas como historiador del libro, aprendí a diagramar, a retocar imágenes y a elaborar portadas. Esta experiencia me sirvió de base para proceder, de igual forma, con mis otros libros de ciencia ficción. La parte más complicada de esta empresa ha resultado la comercialización; sin embargo, me las he agenciado para llevarla a cabo sin que implique una excesiva demanda de tiempo para mí.
También influyó en mi decisión de publicar estos libros por mi cuenta el hecho de que sólo muy recientemente las editoriales costarricenses se han interesado un poco más por la ciencia ficción. Entre el 2007 y el 2009, han publicado cuatro libros de este género, y hay uno más que viene en camino, Posibles futuros, una antología de seis relatos (incluido uno mío). Si esta tendencia se consolida, es probable que, a futuro, publique mis próximos libros con una editorial.
Dinos como compatibilizas la ortodoxia del historiador con el uso de la imaginación que hace un escritor de ficción especulativa.
Algunos amigos míos bromean en el sentido de que un historiador que escribe ciencia ficción es una persona con serios problemas para adaptarse al presente, y quizá tienen razón. Con todo, para mí la historia y la ciencia ficción están más cerca de lo que algunas personas piensan, y en un sentido fundamental. Analizar el pasado implica comprender sociedades y culturas muy distintas del capitalismo globalizado que actualmente depreda al planeta y sus habitantes; y escribir ciencia ficción supone –por lo menos para mí– explorar hasta qué extremos podría llegar la globalización capitalista. La importancia de este doble quehacer reside primero en constatar la historicidad del capitalismo (no ha existido desde siempre) y en imaginar posibilidades para su superación. Conocimiento histórico e imaginación social son fundamentales para retar a quienes están muy satisfechos con el orden existente.
Se comprende, a partir de lo que indico, que en los relatos que he escrito en los últimos quince años prevalece una ciencia ficción social, en la que se enfatizan las condiciones sociales. El que haya orientado mis relatos en este sentido le debe mucho a Bradbury, que es mi escritor preferido; sin embargo, no soy excluyente. Leo (y veo) todo tipo de ciencia ficción.
Los avances científicos y tecnológicos no están ausentes en mis relatos, pero su presencia es a veces tan sutil que fácilmente se pasa por alto. Cuando publiqué La conspiración de las zurdas, un periodista comentó que el cuento homónimo, que da título al libro, no era de ciencia ficción. Evidentemente, perdió de vista que la forma de hacer investigación histórica que se describe en ese relato está todavía muy lejos del alcance de los historiadores.
El comentario señalado lo resalto porque evidencia hasta dónde, en sociedades como las actuales, que son cada vez más de ciencia ficción, cuesta reconocer la ciencia ficción. La cuestión de fondo aquí es que, con el cambio científico y tecnológico de los últimos treinta años, la ciencia y la tecnología han sido tan interiorizadas en la vida cotidiana que la ciencia ficción ha empezado a perder una de sus especificidades como género literario. Crecientemente, toda la literatura –con excepción, quizá, del cuento y la novela históricas– incorpora aspectos científicos y tecnológicos. Es evidente, pues, que las condiciones en que se produce ciencia ficción hoy en día son muy distintas a las de períodos anteriores.
¿Puede ser que en algún momento el escritor de ficción desplace al ensayista?
Me gustaría disponer de más tiempo para escribir ciencia ficción; pero las demandas por el lado de la historia me lo dificultan. Trabajo de manera permanente como investigador, lo cual supone producir de tres a cuatro artículos académicos (o un libro) por año. A esto se añade la revisión de las nuevas ediciones de algunos de mis libros, y la corrección de reproducciones o traducciones de ciertos artículos. Además, debo dedicar tiempo a preparar conferencias, dictaminar materiales académicos, comentar libros de otros colegas, participar en seminarios y congresos dentro y fuera de Costa Rica, y colaborar en la prensa. En estas circunstancias, aproximadamente cada dos años puedo tomar tiempo para poner en orden mis pensamientos y escribir, de un tirón, diez o doce relatos cortos de ciencia ficción. Luego, a lo largo de unos seis meses, reviso, corrijo y vuelvo a revisar y a corregir. Algunos cuentos salen bastante bien desde la primera vez; pero otros requieren una revisión más sistemática.
Explícanos en qué proyectos estás embarcado en este momento.
Actualmente, trabajo en dos libros históricos. El primero es una historia de la educación en Costa Rica desde 1750 hasta el presente, el cual, espero, contribuirá a ofrecer una apropiada perspectiva histórica y comparativa para ubicar los debates actuales sobre el sistema educativo costarricense. Y el segundo, es un análisis de la producción impresa del Partido Comunista en el período 1931-1948. En esta obra desarrollo un enfoque poco usual en el estudio de dichas organizaciones, cual es considerar a los comunistas como empresarios, obligados a asegurarse la sostenibilidad financiera de sus proyectos editoriales. En ciencia ficción, tengo algunas notas para nuevos cuentos y, quizá, para una novela; pero esto último apenas es un sueño por ahora.
© Sergio Gaut vel Hartman Enero 2011
Puede leer el relato «Pandora Inminente» de este autor pinchando aqui.
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