Ficha técnica
Título La hora final
Título original On the Beach
Dirección Stanley Kramer
Producción Stanley Kramer
Guión John Paxton, basado en el libro de Nevil Shute
Intérpretes Gregory Peck, comandante Dwight Lionel Towers del USS Sawfish
Ava Gardner, Moira Davidson, amiga de Dwight
Fred Astaire, científico Julian Osborne
Anthony Perkins, teniente de navío Peter Holmes, de la Armada australiana
Donna Anderson, Mary, esposa de Peter
John Meillon, Ralph Swain, el marinero que desembarcó en San Francisco
Música Ernest Gold
Fotografía Giuseppe Royumo
Estreno en España 23 de diciembre 1960
En vísperas de una Navidad que presagiaba una década incierta, en la fría noche del 17 de diciembre de 1959, el estreno de una película en blanco y negro causaba sensación al proyectarse simultáneamente ante el multitudinario público que la veía en el teatro Domikino de Moscú y en Los Ángeles, Tokio, Berlín, Caracas, Chicago, Johannesburgo, Lima, Londres, Melbourne, Nueva York, Roma, París, Estocolmo, Toronto, Washington, Zurich y la base América en la Antártida. Madrid era otra de las elegidas, pero su estreno se retrasó por una necedad administrativa.
La causa de su éxito fue tanto la forma como el contenido de la primera película norteamericana de ciencia ficción que se estrenaba con tal elenco de estrellas en su reparto. La multitud rusa que abarrotaba el local aplaudió al final a sus intérpretes, pero el público japonés lloró. Y los «Artistas Unidos», la productora UA, se apuntó un gran triunfo, aunque no tuviera la entidad de otras multinacionales de un Hollywood que veía cómo lentamente iba cambiando el sistema de estudios cinematográficos.
La UA no sólo consiguió reunir a primeras estrellas del firmamento hollywoodense, sino que las gentes quedaron tan seducidas como repelidas por la visión en la pantalla del apocalíptico mundo radiactivo del bestseller del australiano Nevil Shute, bien llevada al cine de la mano de Stanley Kramer.

Stanley Kramer
Fue uno de los grandes títulos de un año que produjo muchos, al igual que el siguiente, otra fecha señalada para las obras maestras de Hollywwod. Eran el espejo de su época, tan convulsa y llena de miedos como la que nos toca vivir ahora, pero que resultó ser el prólogo de una década prodigiosa en la que, si no todo fueron sonrisas, sí fue rica en grandes pasos humanos y plena de avances en todos los campos.
Supuso además la primera película de ciencia ficción que vieron conjuntamente los bloques occidental y soviético. Fue la primera vez que la première de un filme fue vista por tanta gente, no por unos pocos centenares de elegidos, sino por más de treinta y tres mil personas, un número paradójicamente cercano al de víctimas del primer bombardeo nuclear.
La propia agencia Tass, filtro informativo del telón de acero, glosó la película. Continuaba la guerra fría, pero desaparecidos de la escena política individuos como Truman o Stalin -éste de la faz de la Tierra-, el ser humano se abría a una reflexión de su miedo cotidiano. Poco después de su presencia en el Domikino, el gran Gregory Peck declaraba que los soviéticos «aceptaron el tema como un aviso dramático y estuvieron de acuerdo en que nadie les señalaba con el dedo y que esa demencia tenía que parar». Muchos años después Charles Winecroft, en su libro The Life of Anthony Perkins recogía estas palabras del actor: «Era una historia seria y sobria sobre la posibilidad de que una guerra atómica destruyera la civilización. Era algo que no podía suceder». Y apostilló Kramer que «era la mayor historia de nuestra época».
La película en general sigue fielmente el argumento y la trama lineal del libro del gran especialista en bestsellers que era Shute, aunque éste manifestara un cierto disgusto por los cambios que se habían hecho a expensas de la integridad de la novela, lo que entendemos que estaba escasamente justificado. Ni en la pantalla ni en la novela hay flash backs hacia el pasado, aunque se hagan referencias continuas y sutiles a la vida anterior de los personajes.: la trama no se interesa por lo que hacían sus protagonistas en el pasado, sino por aquello en que se han convertido.
Un cast magistral ayuda al espectador a meterse de lleno en la narración desde los minutos iniciales en Australia. Gregory Peck es como siempre un duro con connotaciones positivas, de una rectitud e integridad ejemplares. Ava Gardner, que aún patética y desgarrada sigue siendo «el animal más bello del mundo», ensombrece su propia vida como no hará en otras de sus caracterizaciones posteriores. Fred Astaire, ídolo popular del baile y la canción en los 30 y los 40, pone aquí de manifiesto que es capaz de representar cabalmente a un científico de vuelta de todo. Y la interpretación de Anthony Perkins, que dijo que estaba en una película memorable, no desmerece para nada, más bien al contrario, de la que hará un año después en Psicosis.
La trama se desarrolla en 1964 -1963 en la novela, que es un año anterior-, lo que era entonces un futuro cercano, en los meses siguientes a la Tercera Guerra Mundial. El breve conflicto ha devastado el hemisferio Norte, acabando en él con la vida humana, pero, aunque las bombas atómicas se han limitado a esa mitad de la Tierra, el citado hemisferio, han llenado la atmósfera de cenizas radiactivas que las corrientes de aire arrastran lenta e inexorablemente hacia el hemisferio Sur. La única parte del globo todavía habitable es Australia. En la novela se supone que existen otros pequeños enclaves en Sudamérica y otros lugares del Sur, que van desapareciendo progresivamente, pero la cinta los obvia en beneficio de la claridad de la acción.
Un submarino de la Armada americana, mandado por el capitán de navío Dwight Towers (Gregory Peck) arriba como puerto de refugio a Melbourne, una ciudad entonces culta, conservadora y de alta calidad de vida, y se pone a las órdenes del gobierno australiano, el único que resta en el mundo. Su nombre es Scorpion en el libro, que se muda en la cinta a Sawfish, Pez Sierra, un irónico nombre para un barco que no ha participado en la contienda.
Tras serle asignado un enlace local, el teniente de navío de la Armada australiana Peter Holmes (Anthony Perkins), en las semanas que el submarino se encuentra en dique seco, el australiano invita al americano a una cena a la que asisten su joven esposa Mary (Donna Anderson) y la amiga de ésta Moira Davidson (Ava Gardner), con la que Towers hace amistad e inicia una relación, a pesar del sentimiento de culpa que le produce el recuerdo de la reciente pérdida de su mujer.
El científico asignado al caso, Julian -John en la novela- Osborne (Fred Astaire), sostiene la teoría de que, en las cercanías del Océano Ártico, la radiación podría ser menor que en otras latitudes y ofrecer alguna posibilidad de supervivencia. Y, por otra parte, desde lo que fueron los Estados Unidos se recibe una misteriosa e incomprensible señal de Morse que llega desde San Diego. Eso podría ser un aviso de que resta algo de vida en los territorios contaminados y, contra toda lógica, Towers mantiene un hálito de esperanza de que su familia esté milagrosamente viva.
A la misión se suma Holmes que, como el viaje puede durar semanas y entretanto llegar la radiación a Australia, explica dolorosamente a su esposa cómo practicar la eutanasia consigo misma y su bebé con las píldoras letales que suministra el gobierno, lo que ella se niega a aceptar, reaccionando con violencia.
Ante la mirada de Moira, el submarino inicia su inmersión al mando del ya general Towers, que ha pasado a ser el Comandante en Jefe de lo que resta del ejército estadounidense. Al llegar a Point Barrow, en el Océano Ártico, comprueban que los niveles de radiación son intensos y emprenden el viaje de regreso con parada en California.
La vista desde el periscopio de las calles de San Francisco sin una sola muestra de vida entre los edificios incólumes resulta tremendamente impactante, es uno de los puntos álgidos del filme. El marinero Ralph Swain (John Meillon) salta del buque para pasar las últimas horas de su vida en su hogar, la ciudad en que nació y ha vivido. Towers intenta hacerlo regresar, mas termina por aceptar su decisión y el Sawfish zarpa bajo la mirada del tripulante que ha elegido su destino.
Navega hasta una refinería abandonada en San Diego -en la novela una base naval cercana a Seattle-, donde descubren que, aunque todas las personas han muerto, la electricidad de origen hidráulico permanece y la señal que han ido a investigar la produce una botella de Coca-Cola a la que mueve una persiana impulsada por el viento y que ocasionalmente golpea el teclado del telégrafo.
Cada uno se esfuerza por pasar de la mejor manera posible sus últimos días y, al volver a Melbourne, Osborne consigue el sueño de su vida, ganar el Premio automovilístico que se organiza -el último sobre la Tierra-, en una inolvidable carrera de riesgo en la que mueren varios participantes porque todos se juegan alegremente la poca vida que les queda. También le queda poca vida a Osborne, pues decidirá a poco encender el motor del coche en el garaje y morir asfixiado por los gases.

Fred Astaire, Gregory Peck y Ava Gardner
Antes de partir para América, Dwight ha hablado a Moira del placer que le produce el silencio y el relax de la pesca. Durante su ausencia ella utiliza su amistad con oficiales de la Administración para que adelanten la temporada de pesca y él tenga tiempo de disfrutarla. A su regreso se embarcan en un picnic de fin de semana que Termina en un fiasco por el ruido y el bullicio que hay alrededor. La jornada se remata en la oscura habitación del hotel en una secuencia romántica, mientras fuera suena la canción «Waltzing Matilda».
Towers es informado de que uno de los tripulantes del submarino sufre ya los efectos de la radiación. La radiación ha llegado y algunos ciudadanos buscan consuelo en la religión, liderados por el Ejército de Salvación que ha colgado en la Biblioteca Pública una pancarta en la que se lee: «Aún hay tiempo… hermano».
Otros acuden a los hospitales para recibir las píldoras de suicidio que facilitan las autoridades. Mary Holmes, que casi enloquece y ha de ser sedada, cuando recobra la lucidez no se atreve a hacer nada, mas pide a su esposo que se haga cargo de las vidas de ella y de su pequeña hija.
El final es inminente. A Dwight le gustaría quedarse con Moira, pero su tripulación decide marchar a Estados Unidos para morir en su patria, y embarca con ellos. Moira, a la que la novela describe como una mujer en la mitad de los veinte y en la película representa los 37 que tiene Ava Gardner, ve desde la playa cómo el Sawfish se sumerge más allá de las olas. Los planos postreros de la cinta muestran las abandonadas calles desiertas de Melbourne y, en el último de todos, se enfoca la pancarta que dice «Aún hay tiempo… hermano».
La película, desoladora y dura, a veces hasta cruel, se resuelve sin embargo en un final poéticamente crepuscular, como si nos transmitiera el mensaje de que, efectivamente, todavía estamos a tiempo.
No es sólo un clásico que ha cumplido de largo sus cincuenta años, sino uno de los mejores filmes de ciencia ficción de todos los tiempos. Lo es por dos razones, una por su factura elegante pese a lo áspero del tema: aunque no se disparan cohetes en la pantalla, la amenaza radiactiva de los que antes se dispararon está siempre presente; la otra, que su reparto lo encabezara la lista A de Hollywood. Y al mando de la lista A estaba Stanley Kramer como un artesano, un director que dirigía pensando en la producción, con un ojo siempre en la taquilla, sin la pretensión de imponer su sello personal en todo lo que filmaba.
Fue un excelente cierre de unos años 50 prolíficos en películas de ciencia ficción plagadas de extraterrestres y monstruos, que ya hacía tiempo que habían accedido a los guiones de las grandes, como Columbia o Universal: la RKO siempre fue un punto y aparte y por eso duró tan poco. Que La hora final se filmara en b&n responde al signo de los tiempos.
El filme sigue teniendo hoy una buena aceptación entre el público de 30-40 años, aunque los freekies prefieran el remake del 2000, de 195 minutos de duración. Armand Assante es el comandante del submarino, el matrimonio australiano compuesto por Rachel Ward y Bryan Brown son respectivamente Moira Davidson y el científico Julian Osborne y el reparto se completa con otros actores asimismo australianos. Lo nominaron al Globo de Oro en las categorías de mejor telefilme y mejor actriz principal.
Se dan en él diferencias sustanciales con la primitiva en secuencias clave, quizá como reflejo de la diferente perspectiva con que abordamos hoy el tema. El final no es tampoco feliz y deja un poso de amargura: el hombre no cambia en cincuenta años.
El argumento de On the Beach, en fin, se rescata en otra novela que citábamos en una columna anterior, The Last Ship, cuyo esperanzador final abierto que es un guiño al excelente acabado de la ingeniería rusa. Revela lo positivos que fueron los años 80 respecto de los 50, aunque no en el cine, pues, excepciones aparte, las películas de los 50 fueron mejores que las de la era Reagan.
© 2011 por el Taller, Alfred Alhmann
Alfred Ahlmann, director de la misión arqueológica española en Turquía, es doctor en Historia, profesor universitario en España e imparte clases en algunas universidades extranjeras: domina varias lenguas. Además de numerosos trabajos profesionales, ha publicado también artículos del género. También comparte en este portal y con Augusto Uribe, la columna sobre los mundos ucronicos Al-Ghazali Al-Magribi.