Las peores noticias te llegan cuando menos te lo esperas. El 1 de julio por la noche llamé por teléfono a Juan Atienza a su casa de Madrid: quería hablarle de la posibilidad de editar una recopilación de sus mejores relatos de ciencia ficción, fantasía y terror por la que estaba en principio interesado un editor. Me respondió una voz femenina, seria y grave. Al pedir por Juan me contestó: “Juan ha fallecido; murió el pasado día 16 de junio”. La noticia me impactó de tal modo que por unos momentos no supe qué responder. Al preguntarme quién le llamaba di mi nombre, sin aclarar el motivo de mi llamada, balbuceé un entrecortado “la acompaño en el sentimiento” y colgué, sin siquiera preguntar si quien me había contestado era su esposa o algún otro familiar.
A la mañana siguiente, sentado ante la pantalla vacía de mi ordenador tras una noche de desasosegado sueño, consciente de mis propios achaques, pensé en él, en todas las vicisitudes, a veces convergentes, a veces divergentes, a veces paralelas, por las que habíamos pasado ambos en nuestras vidas, en nuestra amistad de más de cuarenta años. Aunque últimamente no nos habíamos visto mucho, desde que abandonara la ciencia ficción por la España mágica, aunque a veces le reprochara su deserción del género, la amistad aún perduraba.
No soy necrólogo, aunque últimamente haya tenido que ejercer en varias ocasiones contra mi voluntad este oficio (“cada vez vamos quedando menos”, me dijo al respecto otro buen amigo, el incombustible Agustín Jaureguízar, al saber la noticia), pero tuve la impresión de que tras todos estos años le debía algo a Juan García Atienza. De modo que conecté el ordenador y, con un sordo dolor en el pecho, me puse a escribir este In Memoriam.
La vida de Juan García Atienza (que firmaba sus trabajos indistintamente como Juan G. Atienza o Juan Atienza) puede dividirse en cuatro etapas sucesivas claramente diferenciadas: el cine, la ciencia ficción/fantasía/terror, la televisión, y la España mágica. Según rezan sus biografías, Atienza nació en Valencia un 18 de julio de 1930 (“aunque no fui en absoluto responsable de lo que sucedió el día en que yo cumplía seis años”, solía decir). Estudió Filología Románica en la Universidad Complutense de Madrid, aunque desde joven mostró su entusiasmo por el cine, de modo que alternó los estudios de filología con la crítica cinematográfica en diversas revistas y con dos cursos de cinematografía en la Escuela de Cine, por aquel entonces llamada Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas. Al poco tiempo consiguió una beca del Instituto de Filmología de la Sorbona y partió hacia París. Según su propia confesión, prácticamente no asistió a ninguna de sus clases, pero se vio un mínimo de cuatro películas diarias durante cuatro meses sin interrupción (los mentideros dicen que París es la ciudad del mundo con más salas de cine por kilómetro cuadrado, y que si en cualquier momento determinado una película no está en exhibición o al menos en cartel en alguno de esos cines es que simplemente no existe. Es cierto; como aficionado al cine que soy puedo atestiguarlo por experiencia propia).
De regreso a España y metido de lleno en los ambientes cinematográficos, Juan empezó a escribir guiones (algunos de los cuales –pocos, se lamentaba–, llegaron incluso a verse realizados), y trabajó como ayudante de dirección en como una treintena de películas de diversos realizadores, entre las cuales, se enorgullecía, una de Roberto Rossellini. Un par de sus guiones fueron incluso premiados por el Sindicato del Espectáculo…, aunque ninguno de los dos llegó a plasmarse en una película.
Luego, en 1962, le llegó la oferta de dirigir un filme, Se tituló Los dinamiteros y, a partir de un guión suyo y de Luis Ligero, dio como resultado una ácida, lúcida y divertida cinta en blanco y negro heredera directa del neorrealismo italiano y de filmes como Rufufú, que narraba en clave de comedia la historia de tres entrañables viejecitos encabezados por Pepe Isbert que, indignados por la miseria que cobraban cada mes de su mutualidad, decidían atracarla para darse con el dinero obtenido los caprichos que nunca se habían podido dar. La película se estrenó en 1963, y pese a su calidad y a sus indudables méritos pasó casi completamente desapercibida. (En buena parte la culpa de eso hay que achacársela a las leyes de “protección” de la industria cinematogáfica nacional de aquellos tiempos, que obligaban a los exhibidores a programar una “cuota de pantalla” de películas nacionales por cada día de exhibición de películas extranjeras. Aunque en teoría la intención era loable, en la práctica esto hacía que salvo muy contadas excepciones las películas nacionales que llegaban a estrenarse no recibieran ningún tipo de promoción, su publicidad fuera inexistente, y la mayoría de ellas fueran programadas como relleno para cubrir la norma en programas dobles junto a filmes extranjeros de segunda fila, y en muchas ocasiones –los ejemplos son abundantes–incluso eran programadas tan sólo nominalmente a efectos de cuota de pantalla, sin llegar a exhibirse nunca.)
Los dinamiteros sí llegó a estrenarse, “arropada” por su correspondiente “madre” foránea: a tenor de su distribuidor, la CBS, que la había comprado precisamente para “calzarla” en programas dobles como complemento de uno de “sus” estrenos, fue un fracaso comercial: según una expresión típica de aquellos tiempos, “no dio un duro”.
Los dinamiteros sería la única película cinematográfica que firmaría Atienza como director. Inmediatamente tras ella vino la sequía: cuatro años. Atienza siguió escribiendo pese a todo sus guiones: muchos de ellos, montañas de ellos, buscando algo nuevo, la mítica piedra filosofal. Amante desde pequeño de la ciencia ficción, la fantasía y el terror, se dedicó a ahondar en esos temas, y los presentó machaconamente a los productores, que invariablemente los rechazaban argumentando que esos nuevos géneros eran “demasiado arriesgados” para invertir en ellos. Atienza les dio entonces forma de relatos cortos: si no entraban por la imagen, pensó, tal vez entraran por la palabra.
En esto tuvo más suerte, y así inició la segunda fase de su carrera.
Corría el año 1967. Un editor, EDHASA, se interesó por aquellos cuentos que le ofrecían, y decidíó publicarlos en dos volúmenes (La máquina de matar y Los viajeros de las gafas azules) dentro de su colección Nebulae, por aquel entonces la colección más prestigiosa del género; y otro editor, Acervo, aceptó incluir también algunos de esos relatos en sus conocidas Antologías de Novelas de Anticipación; y otros antologistas se interesaron también por ellos, y en pleno auge de los fanzines éstos también se interesaron por su producción, y el nombre de Atienza empezó a sonar entre los fans. El bache parecía superado. A lo largo de los siguientes seis años Atienza escribió –y publicó– unos cuarenta relatos, que aparecieron diseminados prácticamente por todas las antologías, revistas, fanzines y demás publicaciones que editaban ciencia ficción. Por un tiempo pareció que había encarrilado su carrera. Pero todavía le faltaba dar el siguiente paso. La literatura en general, y la ciencia ficción en particular, no eran rentables económicamente para los autores. Y así, en 1973, Juan García Atienza abandonaría de golpe –y definitivamente– la ciencia ficción y el terror (aunque no la fantasía) para cubrir su siguiente etapa: la televisión.
A principios de los años setenta Juan Atienza fue llamado por Televisión Española con el encargo de realizar un programa informativo diario para la recién estrenada segunda cadena. El programa duró poco, dos meses tan sólo, pero sirvió para que Atienza entrara en los engranajes de la televisión como colaborador y no tardara en hacerse cargo de una serie de documentales destinados a ensalzar en principio las virtudes patrias carpetovetónicas. Atienza la calificó de inmediato como una “serie pedrusquera”: durante toda una temporada recorrió con su equipo los más recónditos rincones de la península ibérica en busca de lugares, ruinas ancestrales, enigmas, leyendas, festividades.., todo lo que fomentara en principio el interés y el sentido patrio del público. Se trataba de una serie firmemente encorsetada, marcada por unos conceptos caducos que en ciertos aspectos parecían haberse detenido en los Reyes Católicos, pero que sirvieron a Atienza para abrirle los ojos a la existencia de toda una serie de ideas esotéricas y conceptos no ortodoxos, camuflados, como decía el propio Atienza, debajo de las más ancestrales piedras que registraban fielmente sus cámaras. Hizo los documentales tal y como se le pedía que los hiciera (no era cuestión de enemistar a los que ponían el dinero), pero tomó al mismo tiempo abundantes notas personales de lo que veía y lo que su mente lúcida deducía de lo que veía, y se creó para su propio uso todo un dossier, varios dossieres, con sus verdades alternativas.
Al mismo tiempo, fue el preludio de una serie de la cual se sentiría tan orgulloso como de Los dinamiteros durante todo el resto de su vida.
Los paladines, rodada en 1971 y emitida en España en 1972, fue en principio una coproducción de Televisión Española con la televisión alemana: una serie de aventuras históricas situada en la España de la Reconquista y protagonizada por tres hombres unidos por el azar: el hijo cristiano de un señor feudal, un campesino y un noble musulmán, que sellan un pacto de amistad y se comprometen a ser paladines tanto de moros como de cristianos. Este planteamiento ya es suficiente para adivinar por donde iban los tiros, pero Atienza, que era a la vez director y guionista de los episodios, no se conformó sólo con ello, sino que además de dotar a la serie con algo más de profundidad le dio su marchamo personal, mezclando en los argumentos, además de aventuras y claras intenciones políticas y morales, una buena dosis de fantasía e incluso, cuando se terciaba, algo de magia. La intención de Atienza, según sus propias palabras de la época, era crear una serie eminentemente dinámica, divertida, pero que al mismo tiempo hiciera pensar y le dijera algo al espectador.
Por supuesto, los altos mandos de nuestra televisión no opinaron lo mismo. Hubo reuniones de la producción bicéfala: los alemanes pusieron algunos condicionantes a las manipulaciones españolas (entre ellas el formato de los capítulos: se había previsto una primera temporada de siete capítulos de una hora, que la televisión española transformó por su cuenta en catorce de media hora por el expeditivo sistema de partirlos por la mitad). Se plantearon por parte del lado español de la producción una serie de temas non gratos acerca de la corrección política de los argumentos… Total: pese al éxito de la serie entre el público y las buenas críticas recibidas, los siete/catorce capítulos de la primera temporada fueron los primeros y los últimos, y la continuidad de Los paladines quedó olvidada en los cada vez más profundos cajones de los cada vez más profundos despachos de nuestra bienaventurada televisión. Los paladines murió de inanición, pese a haber sido vendida a otros países y pese a que aún se la recuerda con cariño por parte de muchos espectadores y es alabada por muchos críticos del medio.
Pero no hay mal que por bien no venga, y el paso de Atienza por Televisión Española sirvió para que diera su cuarto y definitivo salto. El cine quedó arrinconado. La ciencia ficción, la fantasía y el terror quedaron arrinconados. La televisión quedó arrinconada. Juan García Atienza había descubierto la España mágica.
La culpa fue primariamente de la propia Televisión Española. Los documentales pedrusqueros, la propia serie Los paladines, sirvieron para que Atienza fuera descubriendo una nueva imagen de España que estaba oculta a la mayoría de los españoles. En su deambular por los remotos caminos de la piel de toro filmando lugares apartados y costumbres ancestrales y mitos y leyendas de todo tipo, Atienza empezó a acumular una gran abundancia de datos sobre “hechos malditos” en los que se mezclaban los templarios, los supervivientes de la Atlántida, leyendas de todo tipo que pese a todo tenían una base de realidad, la magia oculta del Camino de Santiago, el enigma de los caballeros teutones, la leyenda negra de toda una serie de reyes y reinas y grandes personajes, además del material suficiente para confeccionar toda una serie de guías de España muy poco ortodoxas, desde la guía judía hasta la de mitos y leyendas, así como la de recintos sagrados, que incluía una nueva visión del origen y significado de muchas de las esculturas de nuestras catedrales, auténticos templos iniciáticos… Atienza tuvo la suerte de hallar un editor, Martínez Roca, que confió y creyó en él y se avino a publicar su heterodoxa obra, y durante los siguientes veinte años Juan García Atienza ha producido una treintena de libros serios y bien documentados sobre esos temas que, frente a las alegrías y los excesos de un von Däniken o un Jimenez del Oso, le han proporcionado gran solvencia, una enorme reputación internacional y la traducción de buena parte de su obra a otros idiomas. Hoy en día Juan García Atienza es considerado una autoridad en la España secreta, esotérica y mágica, y sus textos son estudiados en muchas universidades.
Así, tras el cine, tras la ciencia ficción, la fantasía y el terror, y tras la televisión, desde 1973, fecha de la primera edición de su La meta secreta de los templarios, su primer libro sobre la España mágica, hasta 2007, con el último, El legado templario, pasando entre muchos otros temas por 1981 y su La gran manipulación cósmica, y sus guías de la España secreta (inefable su Guía de la España mágica), Juan Atienza ha creado un corpus consistente y coherente sobre los aspectos ocultos de un país hasta ahora injustamente olvidados, mal comprendidos o despreciados, que componen la realidad de nuestra historia oculta, destacando las bases que los sustentan. Sólo por eso merece ser recordado.
Hay algunos fans acérrimos de la ciencia ficción que afirman que Juan Atienza será un buen cineasta y un magnífico desvelador de misterios, pero que dentro del campo fe la ciencia ficción, la fantasía y el terror es el de un advenedizo. Ha habido incluso uno que me ha dicho que este artículo, en todo caso, debería limitarse a reflejar al Juan Atienza autor de ciencia ficción, fantasía y terror, dejando a un lado el resto de su carrera.
Permítanme que discrepe. Una ojeada a la vida de una persona ha de hacerse sobre su totalidad, no tan sólo sobre alguno de sus aspectos. El Juan Atienza descubridor de la España mágica no se comprende sin el Juan Atienza televisivo, y el Juan Atienza escritor de ciencia ficción no se comprende sin el Juan Atienza guionista cinematográfico. Todo está ligado a todo, todo está engarzado en todo.
Personalmente, además de amigo, yo siempre he sido un fan de Juan Atienza. Del Juan Atienza multidisciplinar. Tengo el vídeo de Los dinamiteros, que como aficionado al cine veo de tanto en tanto junto con los vídeos y DVDs de otras películas de mi filmoteca privada y muy particular. No he podido conseguir hasta ahora ninguna copia de la serie Los paladines, que vi con fruición cuando la pasaron en su tiempo por la pequeña pantalla, en una época en la que los vídeos aún no existían a nivel doméstico. Conservo la mayoría de sus libros sobre la España mágica. Y por supuesto guardo en mi maltrecha biblioteca todos sus relatos de ciencia ficción, fantasía y terror que he podido reunir (me faltan sus dos volúmenes de Nebulae, cuya colección completa nos fue robada de las oficinas de ND por una secretaria desleal antes de que nos diéramos cuenta de ello, maldita sea su estampa). La producción de Atienza dentro del campo de la ciencia ficción no es muy abundante y está muy limitada en el tiempo, pero desde 1967 (fecha de aparición de sus dos Nebulaes) hasta 1975 (fecha de publicación de su último relato, “Omicrón-cero-dos”), su nombre estuvo constantemente en primera plana del mundillo del fandom y muy presente en los índices de las antologías y los fanzines y en la mente de los lectores. Y, pese a los treinta y cinco años largos transcurridos desde entonces, su nombre no ha sido olvidado…, y esto sólo lo consiguen los grandes. Juan Atienza perteneció, pertenece, a la generación de los pioneros del género en España, y esto es algo que queda en la memoria. El mazazo de la noticia de su muerte ha hecho que la idea de reunir en un volumen lo mejor de su obra escrita de ciencia ficción, fantasía y terror haya quedado aparcada de momento…, pero no olvidada. Dentro de un tiempo, cuando las cicatrices se cierren, volveremos con ello. Juan Atienza se lo merece.
He dejado de escribir. Releo lo que he escrito y me doy cuenta de que me he dejado llevar como siempre por la deformación profesional: he redactado una biografía al uso, sin siquiera centrarme en lo que en un principio interesa a BEM on Line, la ciencia ficción, en lugar de dejarme llevar simplemente por las emociones y los recuerdos como pretendía. Como aquellas veladas entrañables en su casa de Madrid, con él convaleciente e inmovilizado en la cama a raíz del accidente de coche que sufrió rodando uno de sus documentales pedrusqueros y su esposa haciendo de solícita enfermera, o como nuestro frustrado proyecto de rodar para Televisión Española las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, con él como director y conmigo como guionista, antes de que los americanos hicieran aquel bodrio con Rock Hudson; teníamos ya la autorización del propio Bradbury, pero el proyecto terminó como muchos otros en uno de los insondables cajones de no sé cuál ministerio a causa de un periódico cambio ministerial. O…
Pero no, no quiero ponerme más triste. Allá donde estés, Juan, imagino que podrás saludar a Rossellini y charlar amigablemente con él, hartarte de cine en las salas de París, ver tu Los dinamiteros y tu Los paladines por enésima vez y disfrutarlos como se merecen, y ahondar un poco más en los enigmas de España y escribir otro libro sobre el tema. O cinco. O dos docenas.
Y, por supuesto, hincharte de escribir de nuevo ciencia ficción. No te perdono que dejaras de hacerlo. El último cuento lo escribiste hace más de treinta y cinco años. Creo que nos merecemos que nos regales con algún otro. O con esa novela que no llegaste a escribir nunca, pese a que en ocasiones me dijiste que tenías una idea…
Mientras esperamos esto, permíteme que compartamos tiempos pasados con el relato/homenaje que sigue a continuación: «Las tablas de la ley» apareció en el número 43 de la revista Nueva Dimensión, ése enteramente dedicado a ti simplemente porque te lo merecías. Permíteme que compartamos en recuerdo tuyo algo del universo literario de ciencia ficción que nos has legado, breve pero intenso. Gracias, Juan.
Tu amigo, Domingo Santos.
© 2011 Domingo Santos
Si desea leer el relato de Juan G. Atienza pinche en este enlace: «Las tablas de la ley«
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