LAS UCRONÍAS DEL EMPERADOR (III)

Napoleón no fue a Santa Elena

Si hay ucronías sobre el triunfo de Napoleón en Waterloo,  sobre su deportación a Santa Elena hay historias secretas que se prestan a la fabulación sin mayor rigor histórico, lo que las convierte en novelas de no mucho más que de aventuras. Narran las más cómo no fue a la isla, sustituido por un sosia, y las menos cómo se tramó su siempre fallido plan de fuga.

danrit evasion d'empereur-1Es conocida entre éstas Évasion d’Empereur, (1903-04), del capitán Danrit, seudónimo de Émile Driant, nacido en 1855 y muerto en 1916 en la batalla de Verdún, que fue un émulo de Julio Verne, prolífico en el Journal des Voyages.  En esta novela se lee cómo veteranos del ejército de Napoleón se dirigen a Santa Elena en el Aigle con el propósito de rescatarlo. El 3 de mayo de 1821 echan el ancla no lejos de la isla y lanzan al mar el Invisible, un submarino de ruedas de paletas, movido a vapor en superficie y a brazos de marineros bajo el agua. Ha sido construido según los planos de su amigo Fulton por el hijo del emperador, que viaja en él  bajo la apariencia del marinero italiano Pasquale Paoli.

Pretenden que el emperador alcance América para fundar allí un imperio en el Far West, donde su hermano José ha adquirido grandes extensiones de terreno. La noche en que el submarino llega a Santa Elena, Napoleón se está muriendo. El día siguiente amanece claro, los ingleses avistan a los dos navíos y los hacen saltar por los aires, llenos de soldados que habían sido sus compañeros de armas en una Francia en la que el poder residida en el Ejército.

Esta historia conoció un precedente en 1848 en Les deux étoiles, de Teophile Gautier, una novela de amor e intriga en la que varios miembros de una sociedad secreta británica desembarcan en Santa Elena. Su propósito es semejante al anterior, conducir a Napoleón al gran imperio que le han preparado en la India, mas el emperador no acude a la cita porque ha muerto esa noche. De esta obra existe una antigua versión en castellano, impresa en La Habana cuando Cuba era española.

Cuando empezamos a tomar notas para este ciclo, a más de leer todos los títulos que conocíamos, recurrimos a la Histoire revisitée de Henriet, la Historia virtual de Ferguson, la Encyclopédie de Versins, la Historia de la ciencia ficción moderna de Sadoul y el prólogo de Guadaluppi al Napoleón apócrifo de Geoffroy, de donde, por ejemplo, supimos de la novela que sigue.

Les deux étoiles, de Teophile GautierEn 1941 el periodista  milanés Raffaele Calzini (1885-1953), apreciado en los años veinte y treinta del siglo pasado y después olvidado, escribió Lampeggia al nord di Sant’Elena. Los frustrados libertadores de Bonaparte, que se proponían rescatarlo modestamente en una chalupa, se desilusionan igualmente por su muerte prematura.

Son más en cantidad y fantasía las narraciones que suponen que un doble del héroe marchó en su lugar al exilio. La más inverosímil de ese filón es la robinsoniana César dans l’île de Pan (1924), de Paul Vimereu, nom de plume de Paul Boulogne (1881-1952), un médico que escribió novelas coloristas. Aquí narra cómo un vapor francés arriba a las costas de Nueva Zelanda en 1914, huyendo de un buque de guerra alemán. Uno de sus pasajeros se aloja con una familia maorí que le muestra un manuscrito encontrado en 1840 en un islote. No puede creer lo que ven sus ojos, pues tiene en sus manos el Diario de Napoleón.

Éste tenía un en reserva un sosia, el corso Malfilio que va en su lugar a Santa Elena, mientras él embarca en una corbeta danesa que naufraga en el Pacífico y se salva sólo él, que alcanza la costa a nado cuando la lancha que ha tomado choca contra los arrecifes. Lleva consigo un reloj, un cuchillo, los retratos de los suyos, dos pañuelos, una petaca, una libreta y un lápiz, y consigue rescatar un pequeño neceser, un catalejo y unas pocas galletas.

Cuatro años más tarde descubre que la isla tiene otro ocupante, pues un cartel en inglés, clavado en un árbol, advierte que la isla es propiedad de un tal Harris, con el que, tras varias confrontaciones a pedradas -una gran ironía para el que dispuso de tan grandes armas-, termina por acordar el reparto de la isla, mediante notas que se van dejando. Napoleón acaba por morir solo frente a la Naturaleza, aunque poseído por los mismos pensamientos de grandeza que cuando mandaba cientos de miles de hombres y decidía los destinos de millones.

Seconde vie de NapoléonY en la misma línea lo imaginó en 1913 Louis Millanvoy, en la Seconde vie de Napoléon: 1821-1830, que asimismo lo hace naufragar, prolongando su vida en nueve años que pasa como reyezuelo de los cafres.

Otra historia secreta es la curiosa La seconde vie de Napoléon Ier (1924), del autor de vodeviles Pierre Veber (1869-1942), donde John Dochre, marinero inglés del Bellerophon, no hace ascos a la proposición de reemplazarlo en su destierro de Santa Elena. Napoleón desembarca bajo la identidad del marinero a su regreso a Inglaterra, se instala en la granja de sus padres, que han fallecido ya, y pasa algún tiempo cultivando el huerto y entablando amistad con la granjera vecina, Kate O’Relly, que termina por declarársele, aunque la rechaza.

Cuando conoce la noticia de su propia muerte, regresa a Francia con la esperanza de recuperar el poder, empleándose como secretario del conde de La-Mole-Thiéville, que está escribiendo un libro sobre los últimos días del imperio, para pasar luego a dar lecciones de geografía en un internado religioso. En 1830, enardece a la multitud que asalta el Palais Royal de Carlos X, el rojo contra negrode Stendhal, resultando herido.

Después se compromete en una conspiración bonapartista sin ser reconocido y es enviado a Viena para tratar de convencer al Aiglon de que reclame sus derechos al trono, cosa que no consigue: ni su hijo ni María Luisa lo reconocen. En 1840, anónimo entre la multitud, asiste a la llegada de sus restos a Francia. Muere a los ochenta años en las barricadas de París, tras haber revelado su identidad a un coronel de la Guardia Nacional.

Aparece otro sosia, ahora el francés Roubeaud, que va por él al exilio en Napoleone non è morto a Sant’Elena! (1943), de Tullio Gramantieri. Bajo el nombre de Guido Gallo, Napoleón se oculta en Verona, alojado en la casa de un joyero que es su amigo de la infancia, aconsejado por Fouché como la mejor manera de optar a la corona de Italia y recomponer desde allí su imperio. Pasa sus días de forma monótona, reviviendo una vieja pasión, escribiendo sus memorias y soñando con su revancha. Un día decide liberar a su hijo, prisionero en Viena, y con la ayuda de la bailarina Fanny Elssler, que está enamorada de él, organiza su fuga. Escala los muros del castillo de Reichstadt y es herido por un centinela, muriendo a los pocos días: el malvado Fouché lo había traicionado. El emperador de Austria conoce su identidad y llora su muerte, mas no la revela.

NAPOLEON

En la década de los treinta Jean Deincourt se especializó en historias secretas sobre Bonaparte, que justificó con una cita de Balzac: «Hay dos Historias: la mentirosa Historia oficial que se enseña, ad usum delphini, y la historia secreta en que residen las verdaderas causas de los acontecimientos, una Historia honrada«. Su novela de 1932, Le sosie de l’Aigle, que es la primera de una trilogía rematada por Le traîte y Napoléon avait raison se complace en hacer un retrato feroz de un Napoleón huraño y tiránico, lo mismo que sus allegados, en una narración  dominada por la inquietante figura del jefe de policía Fouché, contrapuesto al fiel mariscal Duroc.

Todavía cabe citar If Napoleon Had Escaped to America, del inglés H.A.L. Fisher (1866-1940), que es otra historia secreta, ésta más breve y rigurosa, dada la condición de historiador de su autor. Supone que el corso coronado, en vez de rendirse al Bellerophon, consigue cruzar el Atlántico, como en la realidad se había propuesto, y unir sus fuerzas a las de Bolívar para independizar la América española. 

No falta la contribución hispana a la estirpe, representada por Cómo murió Napoleón (1930), del madrileño Augusto Martínez Olmedilla (1880-1965). Un joven parisién tiene el mismo pie que el emperador y es el encargado de estrenar sus zapatos hasta domeñarlos. El autor lo aprovecha para narrar la vida entera del César, con gran cantidad de anécdotas.

Bonaparte dispone de una contrafigura, Napoeloncillo, que ya lo ha sustituido en muchas ceremonias y va en su lugar a Santa Elena, entregándose al capitán del Bellerophon con la frase que en ese mundo se hizo famosa: «Vengo, como Temístocles, a ponerme bajo la protección de Inglaterra«.

El verdadero emperador es muerto por un centinela al escalar los muros del palacio imperial de Viena para rescatar a su hijo el Rey de Roma, al que el emperador austriaco guarda en jaula de oro. Es el mismo final del Napoleón de Gramantieri, pero la novela del español es anterior.

La última historia secreta, de las muchas que cuenta Olmedilla, es que Francisco José, el longevo emperador de Austria, y Maximiliano, el malogrado emperador de Méjico, fueron realmente hijos de la archiduquesa Sofía, mas no de su esposo, el archiduque Francisco Carlos, sino del Aguilucho, nietos por tanto de Napoleón.

© 2012 Augusto Uribe y Alfred Ahlmann

 

 

uribeAugusto Uribe es doctor en una ingeniería, periodista y tiene otros estudios; ya jubilado, es presidente de una sociedad de estudios financieros. Ha ganado varios premios Ignotus y ha publicado en libros y revistas como el antiguo BEM o Nueva Dimensión, que lo tuvo por su primer colaborador.

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Alfred Ahlmann, director de la misión arqueológica española en Turquía, es doctor en Historia, profesor universitario en España e imparte clases en algunas universidades extranjeras: domina varias lenguas. Además de numerosos trabajos profesionales, ha publicado también artículos del género.

 

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Editamos en papel 75 números de la revista BEM entre 1990 y 2000 y desde 2003 hasta 2012 mantuvimos el portal BEM on Line. Tras múltiples problemas de software, decidimos traspasar a este blog los principales textos publicados en esos años. Interface Grupo Editor está compuesto por Ricard de la Casa, Pedro Jorge Romero, José Luis González y Joan Manel Ortiz.
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