¡LA CARNE ES VERDE!, por Daniel Antokoletz

LLuz Solaris, nave insignia de la flota terrestre, orbita la tercera luna del planeta Pifa. Su enorme figura plateada de finas líneas destellan con el brillo del sol. Espera la llegada de los pifanos.

―¡Cacho! ¿Falta mucho? Tenemos hambre.

—No, capitán. Le falta un poco al… vacío ―responde el hombre mientras da vuelta la carne en la parrilla iónica. Cacho Bermúdez, un hombrecito bajo y morrudo, es uno de los ingenieros más brillantes de la flota. De hecho, redirigir el flujo iónico para hacer una parrilla dentro de la nave, lo hizo bastante famoso… además de ser ingeniero, se convirtió en el parrillero. Y todos saben que jamás hay que contradecir al parrillero.

El capitán Werner se acerca a Cacho. Mira con desconfianza la carne que crepita acariciada por el reflujo iónico.

—¿Estás seguro que la carne de kyumak es comestible?

—La ofrecieron los locales como muestra de buena voluntad. Los habitantes de Pifa tienen una biología muy similar a la nuestra. Además estamos a 32 parsecs de la vaca más cercana. ―El ingeniero mira a su capitán quien, con el ceño fruncido aún observa la carne verde sobre la parrilla. Puede notar la duda en su jefe: ―La unidad de análisis bacteriológico no reportó nada que pueda hacernos daño y hace mucho que no comemos un asado.

—Pero, ¡es verde fosforescente!

—No, jefe. Parece fosforescente por la radiación iónica. Y sí… es verde. Pero no soy racista.

—No sé cómo me convencieron de traerla a bordo…

—Según nuestros embajadores, hubiera sido una descortesía. Y ya que la tenemos…

Por los parlantes de la nave suena la llamada del primer oficial. “Capitán al puente. Tenemos comunicación entrante de los pifanos”.

El capitán vuelve al puente negando con la cabeza. Recuerda las porquerías que ha tenido que comer cuando era soldado en las guerras intra-solaris. Pero no eran verdes. Por otra parte sabe que pronto van a tener que enfrentarse a los numianos…

Mira en las pantallas y ve una docena de puntos que abandonan el planeta en dirección a Luz Solaris. Los pifanos envían sólo una pequeña fuerza de choque. Según las negociaciones para que la Tierra le preste ayuda, necesitan defenderse de las recogidas de los numianos, que tratan a los pifanos como su ganado. Aparentemente decidieron atacar directamente las estaciones espaciales numianas, desde donde salen las partidas de caza. Como parte de ese tratado comercial y de paz, la Tierra envió a la Luz Solaris para generar una burbuja de salto capaz de abarcar a la flota pifana y dejarla en condiciones de atacar a sus enemigos mortales.

—Fijate qué potencia de fuego tienen ―le dice al oficial táctico en voz extremadamente baja.

—Ya lo hice, señor. Sólo tienen misiles explosivos. Y detecté muchos robots con armas cinéticas. Si piensan combatir con eso… Esas doce naves son doce féretros.

El capitán mira a su oficial de comunicaciones y éste pone en la pantalla principal la imagen del Mariscal Iircch. El capitán reprime una sonrisa como cada vez que ve a uno de los pifanos. Le cuesta mucho tomarlos en serio. Tienen la cabeza hundida en el cuerpo, los brazos que parecen hidras saliendo de unos hombros que se encuentran a la altura de sus orejas, la nariz redonda y roja resaltando contra esa piel rosa pálido; todo es bastante cómico, desde la perspectiva humana, claro. Pero lo que pone a prueba el autocontrol del capitán es la chillona voz gangosa que hipa cada vez que termina una frase yel colmo son las terribles ventosidades que emiten cada vez que terminan una idea.

Ateenzzión cruzzero eshpacial Luzzz Ssholarisss <hic>. SShoy ell Marishcalll  Maashorrr de la ffflotaa Huuummmer <hic>. Ssholizzitamos prerrrmisho paara ubbicarrrnossh en sshu esshfera de influenzzza <hic>. ¡Prrrr!”

El oficial de comunicaciones se levanta como un resorte y, discretamente, sale del puente de mando haciendo eses como un borracho, y apenas se cierran las puertas, se revuelca de la risa. El filtro sonoro evita que los aliados escuchen las risas, pero el capitán y el resto del personal del puente lo escuchan y eso le hace más difícil el diálogo. Los ojos de Werner se llenan de lágrimas en el esfuerzo por no reírse. Y eso sí es observado por los pifanos.

—Para nosotros es un verdadero honor ―responde el capitán forzando al máximo su autocontrol.

¿Le sshuusscede aalllgo aaa sshus oojossh? <hic> ¡Prrrr!

—Es por la emoción de que nuestras especies se unan en esta honorable campaña ―se excusa el capitán―. Sois muy bienvenidos.

Paaraaa nosshotrossh taaambién essh unnn holllor. Grraaasshiassh <hic> ¡Prrrr!”.

La comunicación termina, y el capitán se toma un tiempo para desahogar su hilaridad. Todo el puente ríe a carcajadas. Incluso, el oficial táctico, no puede evitar sonreír.

Capitán el asado está listo.

—Primer oficial Muñoz, queda al mando. En unos minutos le mando un reemplazo para que puedan asistir al asado de fin de año.

—Mando aceptado, capitán. Gracias capitán. Timonel, rumbo a Numinia.

El primer oficial no puede soportar la tentación y termina su orden con un <hic> ¡Prrrr! El puente, que había recuperado la cordura, vuelve a sumirse en un descontrol de risas.

Werner toma asiento en su mesa en el comedor. En seguida, los mozos sirven a la hilera de mesas. Inmediatamente comienzan las expresiones:

—¡Hey, Cacho! El sistema de ionización puso verde la carne.

—¡Parrillero: la carne es de vegetales!

Y un montón de cosas por el estilo.

—¡Cállense y coman! ―les dice Cacho―. Los de biología dicen que ésta carne es buena. Yo la probé y no me pasó nada.

—¡Sí, se te quemó el cerebro! ―grita uno de los de ingeniería. Todos ríen.

—Si no comen, tendrán una sesión completa de charlas con los pifanos.

Las risas son cada vez más fuertes. El capitán los mira y sonríe. Sabe que los muchachos necesitan divertirse. La misión es bastante compleja y es posible que tengan combate fuerte muy pronto. La Luz Solaris es una nave poderosa, pero atacará a los numianos en su propio sistema solar.

La vibración comienza suave y se intensifica. Todos dejan de reír de inmediato y algunos se aprietan el abdomen. Un leve sacudón provoca nauseas a los pocos que, por tratar de demostrar más experiencia o más control, no lo hicieron. Se está completando la burbuja para el pliegue del espacio-tiempo. Las naves de la flota pifana se acercan peligrosamente a la nave terráquea para quedar dentro del radio de acción del plegador espaciotemporal. Si los cálculos fueron bien hechos, mañana a las 600, hora de nave, debería completarse el pliegue y, aparecerían en los confines del sistema solar numiano para evitar que el enemigo pueda detectar las ondas gravitatorias que se generan cuando se realizan los saltos espaciales. Luego, les llevará un par de días llegar hasta el planeta.

Werner sonríe levemente. Olvidó advertirle a los pifanos las incomodidades del salto. Ahora, hasta que no se complete, no podrán comunicarse. Trata de imaginarse a los hipo-pedosos con el estómago revuelto por el pliegue espacial. Imagina a las naves pifanas hinchándose por las ventosidades de sus ocupantes.

El capitán mira el plato que le trae uno de los mozos. Un enorme pedazo de carne verde asada. Más verde que las verduras que lo acompañan. Cacho se acerca a su capitán y lo mira sonriente:

—¿Vio, capitán? No es fosforescente.

—Muy gracioso Bermúdez ―Werner lo empuja amistoso―. Si no fuera porque rechazar esas reses hubiera sido una descortesía, las hubiera dejado en tierra.

—Y perdernos este hermoso asado. Hubiera invitado a los pifanos…

—Aunque te parezca mentira, lo hice. Pero entre hipos y gases me explicaron que deben hacer ayuno y abstinencia antes de un combate… o algo por el estilo.

—En realidad es mejor que no vinieran. No sé si los filtros del sistema de ventilación de la nave hubieran soportado las flatulencias. ―El comentario del ingeniero provoca que algunos se atraganten.

—De todas formas, esto no me agrada. ―El capitán mueve negativamente la cabeza.

Cacho lo mira y se encoje de hombros.

—Será cuestión de no mirar ―agrega el capitán―. La gente de biología dice que el color es inocuo y, además, dicen que es una carne muy nutritiva. Por otra parte, la tripulación necesita de este tipo de fiesta.

—Ya hace tres años que salimos de la Tierra. Fueron demasiadas misiones seguidas.

—Lo sé. Lo sé. Cuando terminemos con esto, en tres pliegues estaremos en la Tierra. Piensa en los sueldos que llevan acumulados.

—Es cierto. Cuando lleguemos pienso darme la gran vida. <hic> ¡Prrrr! ―termina  el ingeniero imitando a los alienígenas.

Los parlantes del comedor suenan con una música muy alegre. Cuando ven que el capitán empieza a comer, el resto de la tripulación se abalanza sobre las fuentes. Las cargadas sobre el color de la carne resuenan por todos lados. La carne se ve extraña pero sabe deliciosa. Todos comen hasta saciarse.

De hecho, de las dos enormes reses que Cacho puso en la parrilla, sólo los huesos y un poco de grasa irán a las cubas de reciclaje. Las otras dos reses estarán en el criopreservador para el asado de festejo cuando enfilen hacia casa.

La fiesta se prolonga hasta tarde y todo el personal que no estaba de guardia, se va a descansar.

Pocos segundos antes de las 600, la vibración se reinicia con suavidad y luego se intensifica. La mayoría de la tripulación se encuentra dormida, de manera que pocos hacen el ritual de tomarse los estómagos. El leve sacudón le indica, a los que están despiertos, que se ha completado el salto.

Apenas entran en el sistema, las naves pifanas se despliegan y viajan cada una por su lado hacia el único planeta sólido de ese sistema. En un par de días estarían en posición de destruir las estaciones espaciales interestelares.

La enfermería de la Luz Solaris comienza a poblarse. Los tripulantes que estaban de guardia, empezaron a ponerse verdes. Un verde casi fosforescente.

¡Capitán a enfermería! ¡Capitán a enfermería!”. Suena por los parlantes de la nave.

El capitán Werner se dirige a enfermería. Al pasar por la sección de ingeniería lo ve a Cacho solo, trabajando en la consola de motores.

—Cacho, ¿qué ha sucedido? Estamos todos verdes.

—¿Vio que color bonito?

—Bermúdez, ¿le saltaron los últimos fusibles que le quedaban en esa cabeza?

—No, capitán. Simplemente me siento bien. ¿Usted siente algo malo?

—¿Eh? No ―responde el capitán, perplejo―. En realidad me siento bien.

—Y entonces. ¿Cuál es el problema?

—Que estamos verdes.

—¿Y?

Werner no contesta. Se va a enfermería gesticulando furibundo. Nunca va a entender a su ingeniero. Cree que nunca entenderá a nadie de ingeniería. Están demasiado locos, más que los científicos.

El pasillo de enfermería se encuentra abarrotado de gente. La tonalidad de la gente va de un verde claro a un elegante verde oliva. Apenas ven al capitán todos se acercan a él.

—¿Qué nos sucede, capitán? ―grita uno bastante preocupado.

—¿Nos vamos a morir? ―pregunta otro.

El capitán empuja un poco para poder entrar en la enfermería. La doctora Reis se anticipa, la hace pasar y cierra la puerta a sus espaldas; la mujer muestra un verde que parece camuflage. El capitán la mira y se ríe.

—Toda la tripulación está verde ―dice la doctora con la seriedad de quien informa una sentencia de muerte.

—Dígame algo que no haya visto con mis propios ojos.

—Es sólo un tema de pigmentación.

—¿?

—No tiene nada de malo. Es por la ingesta de carne de ayer…

—Lo supuse.

—…salvo el color que tomó la piel, no hay nada de malo. Necesito más pruebas, pero creo que es beneficioso para la recuperación del cuerpo. Sólo Homer tiene problemas, pero como es hipocondríaco, siempre los tiene.

Werner no dice nada. Se acerca al comunicador, y se dirige a toda la nave.

Habla el capitán. El color que están viendo en su piel es el resultado de la ingesta de carne de la parrillada. Es temporal. Momentáneamente puedo comunicarles que es beneficioso debido a que favorece la recuperación del cuerpo ante pequeñas lesiones. Ahora, por favor, abandonen la enfermería y diríjanse a sus puestos”.

La doctora Reis lo mira asombrada.

—Yo jamás dije eso.

—Tampoco dijo ni dirá lo contrario. Necesito a toda la tripulación concentrada. Estamos en territorio enemigo.

Capitán al puente. Comunicación entrante”.

Cuando el capitán llega al puente, el mariscal de los pifanos ya está moviendo sus hidras mientras manipula los controles.

Con un movimiento de cabeza, Werner le indica al oficial de comunicaciones que habilite la comunicación visual. El pifano levanta la vista y al ver al capitán y a la tripulación del puente, entrecierra los ojos, contrae sus brazos-tentáculos y empieza a sacudirse.

<Hic><hic>¡Prrrr! <hic><hic><hic>¡Prrrr! <hic><hic>Paaresshe queee esshtaán veerdessh pooor cooombaaatir caapittaán<hic>¡Prrrr!”.

El mariscal continúa con sus sacudones. Primero el capitán se preocupa, hasta que se da cuenta que el alienígena se está riendo. El hijo de puta se está riendo del aspecto de los humanos.

—Mariscal Iircch. ¿Tiene usted algo que decir? ¿Olvidaron decirnos algo cuando nos brindaron los víveres?

Noo sshe offfeenda ccaapitaán <hic>. Essh uuna peequeeña huumorraadaa <hic>. Heemossh oolviddaado deesshirles quee sshi coomen laa caarne dee kyumaak coosshidaa ppuedee proovocaar piimentaasshión veerde <hic>. Essha caarne se coome cruudaa <hic>. Sshólo los hurecoos laa coomen cosshida <hic> ¡Prrrr! <hic><hic> ¡Prrrr!”.

Werner ya no siente deseos de reírse de la manera de hablar de los pifanos; siente ganas de levantar los escudos ya apuntar las cápsulas de antimateria hacia las doce naves que aún se están desplegando, pero que siguen al alcance de las armas de la Luz Solaris. Pero recuerda a tiempo las reservas de tripodium que tienen los asteroides en las cercanías de Pifa y las necesidades que tiene la Tierra para acceder a esas reservas. Y el tiempo que le ha llevado a los embajadores negociar la explotación de esos asteroides.

—Mariscal. Aceptamos su humorada. En realidad, en la nave estamos encantados con la tonalidad verde que hemos tomado. Para nosotros, ponernos verdes es signo de deificación. ―El teniente de comunicaciones mira con asombro al capitán que habla con cara de póker. Esta vez no necesita hacer un esfuerzo para aguantar su risa. No piensa dejar que esos desubicados disfruten de su broma.

Werner habla con su par pifano sobre las estrategias a seguir y le explica por centésima vez, que la Luz Solaris no puede entrar en combate sin ser agredida. Que los términos del acuerdo sólo contemplan transportarlos por los pliegues.

Ya están a menos de una unidad astronómica de distancia. En las pantallas se pueden ver dos de las tres estaciones espaciales que utilizan los numianos para los cruceros interestelares y el acercamiento de los cazas. La Luz Solaris se mantiene oculta detrás del planeta que orbita paralelo a Numidia.

Werner observa los cruceros. Son naves que utilizan la hipervelocidad para transportarse. Es una tecnología obsoleta para la Tierra, pero le da ventaja sobre los pifanos. Werner recuerda las recomendaciones de evitar la contienda.

Las naves de ataque pifanas lanzan todas las naves robot que llevaban contra las estaciones espaciales. Pero los misiles no hacen mella en las naves atracadas en las estaciones y menos en las estaciones espaciales mismas. No hay fuego de respuesta. Los pifianos la pifiaron, piensa el capitán Werner. No hay posibilidad que infrinjan el menor daño. Una gran cantidad de naves robot se dirigen hacia el planeta y se incineran contra la pesada atmósfera.

—Capitán: los robots están esparciendo toxinas en el aire del planeta ―informa el oficial táctico.

—Eso no es lo que habíamos conversado ―se enoja el primer oficial.

—Lo sé. Pero aún así no podemos intervenir.

Los cruceros despegan de la estación espacial, y haciendo caso omiso de los robots que los revolotean como mosquitos disparándoles con armas de impacto, se acercan a los cazas.

—Capitán ― dice el comandante Muñoz sin dejar de mirar las consolas―. ¿No vamos a hacer nada? Los van a masacrar.

—No podemos. Les advertimos que no tienen tecnología suficiente para poder combatirlos. ―Mira su piel y la de su tripulación―. Se lo merecen. Les dijimos que no podíamos intervenir a menos que nos encontráramos en verdadero peligro. Y ni siquiera juntos pueden ponernos en peligro.

Las naves estelares se acercan a los cazas, con potentes rayos gravitatorios, los atrapan, y en con suaves movimientos los engullen. Parecen sapos tragándose molestas moscas.

La nave insignia de los atacantes, huye acercándose a la Luz Solaris.

Caaapitaán <hic>. Ssholisshiito asshilo <hic>. Pooor faaavoor, ssholisshitaaamoos  prootecsshión <hic> ¡Prrrr!

—Mariscal, le advertimos que no podíamos intervenir en el combate.

Las naves estelares descubren a la nave terrícola y la rodean.

—Oficial táctico. Prepare una cápsula de antimateria. Calcule una solución de tiro que no ponga a nadie en peligro.

—Defina nadie.

—Ni humanos, ni pífanos, ni numeanos.

—Claro. Que los androides se pudran.

—Bueno, ni androides. ―bufa el capitán.

El tripulante, con dos tonalidades de verde en la piel, se aboca a su tarea. En pocos segundos le informa al capitán.

—Cápsula lista, objetivo fijado.

—No es el planeta. ¿no?

—No, es uno de los asteroides deshabitados.

—Bueno, dispare.

Un punto luminoso sale de la Luz Solaris y hace polvo al enorme asteroide. La nave pifana se cubre detrás del enorme crucero como un perrito faldero. Una de las naves numianas abre fuego contra la Luz Solaris. Las cargas de energía son absorbidas por los escudos y, reconvertida, se almacena en la nave. Los tripulantes del puente esperan aburridos. El oficial de comunicaciones juega al solitario contra la computadora. Luego de un rato, los numianos se cansan de disparar.

El teniente de comunicaciones hace un alto en su partida y decodifica una señal entrante.

Príncipe Nunnb a nave desconocida. Identifíquese y establezca intenciones.

Con un asentimiento del capitán activa las pantallas. La imagen que aparece es la de un bípedo con cara de reptil. Su pose altiva y arrogante demuestra su poder. Sus escamas iridiscentes brillan con las luces de su nave. Con sus tres ojos, observa atentamente la imagen del capitán. Su altivez torna en perplejidad. Con la punta de la cola escamosa, se rasca la cabeza. Y la perplejidad se convierte en veneración.

 —Soy el capitán Werner del crucero Luz Solaris de la Tierra. Somos transportistas. Generamos burbujas de transporte entre las estrellas.

Sabemos por qué están aquí. Son los dioses que estábamos esperando. Gracias por vuestra indulgencia frente a nuestro ataque producto de la confusión. Sed bienvenidos, y gracias por los bocadillos de regalo.

El capitán no demuestra su sorpresa y su asco. Esperaba cualquier reacción menos esa. El oficial táctico se pone a decodificar las señales que entran y salen de las naves. Al cabo de un rato informa:

—Capitán, creen que somos dioses. Aparentemente hace miles de años, una de las religiones ha predicho que desde los confines del espacio vendrían los dioses fundadores en una nave plateada. Los describen como unos seres de piel verde pero sin escamas y con sólo dos ojos ya que el tercero es para ver el… la mejor traducción sería esencia, alma.

—Primer oficial, opciones.

—La primera opción que veo es salir pitando de éste sistema solar y dejar que los pifanos y los numianos se arreglen solos. ¡Bah! Que los numianos se coman a los pifianos. No me gusta el papel de duende verde.

—Dios verde ―lo corrige el oficial táctico.

—Es lo mismo. La segunda opción es, tratar de establecer relaciones comerciales. Este sistema también tiene gran cantidad de tripodium.

La cara del comandante Muñoz se contrae. De pronto sus ojos, siempre vivaces, se mueven perezosos y con voz gangosa, dice:

—La tercera opción <hic> es destruir el planeta y teerminaar con los invaasores.

—Comandante ―lo reprime Werner, que de pronto siente el deseo irrefrenable de atacar las estaciones espaciales. Sacude levemente la cabeza, pero nota que ese impulso comienza a dominarlo―. ¿Qué está sucediendo? ―Pero no puede continuar. Nota que su personalidad es empujada a un rincón de su mente. Con pavor escucha a sus labios decir: ―Ooficiaal táctico. Destruya el planeta.

El oficial de comunicaciones se levanta y corre de un mamparo a otro rebotando en ellos.

Alguien en ingeniería enciende y apaga la gravedad artificial, lo que provoca que todos peguen pequeños saltos. Algunos se caen ridículamente al suelo.

El oficial táctico, que observa la escena con preocupación, acomoda nuevamente el color de su piel para asemejarlo más al de sus compañeros.

—Capitán. Sabe que no puedo hacer eso ―dice el mayor despreocupadamente.

Werner saca su arma y dispara hacia el oficial táctico. Este se mueve levemente. El proyectil de plasma falla y perfora la exclusa detrás del oficial.

El capitán se contorsiona en una lucha interior. Intenta recuperar su mente, su control. Pero sus labios, sus brazos y sus piernas lo le responden.

—Offficial tttáctttico. Busque solución de tttiro para destttrrruir… ―sigue luchando por el control de su cuerpo. La tensión deforma su cara. La mente que los invade lo fuerza a concluir― …planeta.

—Capitán. Nada ha cambiado desde… ―dice el mayor sin modificar su actitud displicente.

—Nuumianos. Coontrolan mmiii mente ―dice Werner con la cara distorsionada.

El oficial táctico observa inmutable al capitán, y al primer oficial. Con su vista recorre el puente y nota que parece la sala de día de un manicomio descontrolado. Él ha sentido un cosquilleo en la parte orgánica de su mente, pero su cerebro positrónico lo ha protegido. Werner lucha por no levantar el arma contra el mayor. El androide no le presta atención. Observa sus consolas. Escanea las naves numianas pero no ve ningún tipo de energía que emane de ellas. Dos de las naves se mueven descontroladas como danzando alrededor de la Luz Solaris. Otra comienza a alejarse del planeta. Puede ver en los sensores del crucero que están activando el hiperimpulso. Escanea la nave pifana y ve el perfil infrarrojo de todos los tripulantes. Están estáticos, con sus cabezas resplandeciendo ante la mirada de los escáneres. Inicia el protocolo de defensa. Una cápsula de antimateria impacta en la nave pifana convirtiéndola en un puñado de moléculas.

El capitán Werner cae sobre sus rodillas, el primer oficial se desploma sobre su sillón. El teniente de comunicaciones está desvanecido por los golpes contra los mamparos. Fuera del crucero, la nave numidia, detiene su salto hiperespacial.

—¿Quée ha sucedido? ―El primer oficial trata de levantarse.

—Los pifanos los controlaban. ―dice el androide.

—Eso es imposible. Los embajadores nos dijeron que no encontraron nada que pudieran afectarnos.

—Por supuesto que a un androide no le afectó… y a los humanos comunes, posiblemente tampoco. Pero al comer la carne de kyumak cocinada, las mentes se hicieron permeables al control.

—¿Qué hacemos con los numianos que tienen a los pifanos? ―pregunta el primer oficial―. ¿Dejaremos que se los coman?

—Comuníqueme con el príncipe numiano.

El comandante tropieza con su teniente y se sienta en la consola de comunicaciones. A los pocos segundos, en la pantalla, el príncipe Nunmb se ve desorientado.

—Príncipe Nunmb. Disculpe que lo moleste ¿están todos bien?

Sí, sólo desorientados. Siempre que nos acercamos a los pifanos tratan de controlarnos”.

—No lo sabíamos. A nosotros no nos podían controlar hasta que ingerimos ciertos alimentos que nos han provisto. Vamos a abandonar vuestro sistema, pero tenemos un pequeño problema de conciencia.

Por nosotros está todo en orden. Los pifanos son muy ladinos”

—El problema es con los pifanos que han capturado. Si bien merecen ser enjuiciados, no podemos permitir que se los coman.

El príncipe hace un gesto de asco y mira con los tres ojos extremadamente abiertos.

Eso sería asqueroso.  Nosotros no tenemos pifanos prisioneros

—Pero en las naves que capturaron…

Estaban los bocadillos que ustedes nos mandaron. Estaban las reses de kyumak”

Los capitanes de las naves se miran perplejos y ambos empiezan a reír. Cada uno a su manera. Parece que los pifanos sí los controlaron después de todo.

© Daniel Antokoletz 2012

AntokoletzDaniel Antokoletz Huerta (Buenos Aires, 1964) comenzó a escribir desde muy joven y ha obtenido varios galardones tanto a nivel local como nacional. Entre los principales se encuentran el Primer Premio del certamen “Cuentos para Niños”, del Consejo Argentino de Mujeres Israelitas de la Argentina, en 1993, y, en ese mismo año, la Primera Mención del Premio “Más Allá” del Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía por su cuento breve “La sentencia”. Sus narraciones fantásticas y de terror se han publicado en diversos diarios, revistas y antologías, entre los que debe señalarse el que fue seleccionado para Cuentos de la Abadía de Carfax, historias contemporáneas de horror y fantasía (2005). Para el primer trimestre de 2011 Ediciones Andrómeda anuncia su novela Contrafuturo. Trabaja en investigación tecnológica relacionada con robótica y sistemas.

 

Puede leer la entrevista que le hizo Sergio Gaut vel Hartman, pinchando aquí.

Acerca de Interface Grupo Editor

Editamos en papel 75 números de la revista BEM entre 1990 y 2000 y desde 2003 hasta 2012 mantuvimos el portal BEM on Line. Tras múltiples problemas de software, decidimos traspasar a este blog los principales textos publicados en esos años. Interface Grupo Editor está compuesto por Ricard de la Casa, Pedro Jorge Romero, José Luis González y Joan Manel Ortiz.
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