Presentar a Saurio (cuyo nombre “oficial” permanece celosamente guardado en una bóveda en Fort Knox) es la tarea más sencilla y compleja que pueda imaginarse. Lo conocí en 1996, cuando fui jurado, junto a Pablo Capanna, Juan Jacobo Bajarlía, Juan José Manauta y Germán Cáceres, de un concurso de cuentos que organizó la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines. Había que elegir diez cuentos, que aparecerían en un libro, y Saurio fue uno de los diez. El libro se llamó Al sur de tiempo y, curiosamente, me deparó varias amistades entre los seleccionados. Seguí frecuentando a Saurio y se convirtió en parte esencial en cada proyecto que encaro, porque es un escritor “diferente”, porque es un colaborador tenaz y cumplidor, porque es un tipo formidable. Pasen y lean la entrevista y el cuento. Van a querer más carne de Saurio…
Sergio Gaut vel Hartman
Sergio Gaut vel Hartman: Empecemos por el principio, como corresponde, aunque bien sabemos que lo estructurado no es lo se nos da mejor.
Saurio: Nací en 1965. Esto quiere decir que no sólo tengo 47 años sino que toda mi adolescencia la pasé durante la última dictadura. Y la niñez durante la anterior dictadura y la debacle de los 70 de Perón, Isabel y López Rega. Aparte, durante todo ese periodo, y un poco más, viví en Adrogué, que es una ciudad de la zona sur del Gran Buenos Aires con más ínfulas que el resto de las ciudades vecinas, en una calle sin salida cortada por una vía de tren, en una casa flanqueada por un lado por una capilla con un enorme jardín y que muchos años estuvo abandonada y por otro lado con la casa de un coronel al que le pusieron un par de bombas durante los 70. A esto hay que agregarle que, salvo jardín de infantes y primer grado, toda mi educación la cursé en el Euskal Echea, un colegio de curas vascos y franciscanos que está en Llavallol, que es una zona fabril cercana a Adrogué. Y no era un colegio cualquiera, sino uno gigantesco, calculo que 15 hectáreas, con una enorme iglesia que dividía al colegio en dos zonas: a la derecha la de los curas y los varones y a la izquierda la de las monjas y las mujeres. Todo rodeado por un muro con alambre de púas tipo campo de concentración.
GvH: Eso, supongo, debe haber definido tu condición religiosa.
Saurio: Lo gracioso, o trágico, es que yo a los 10 años me descubrí que era ateo, quizás no tan fervientemente como ahora, pero sí imposibilitado de creer en las leyendas que nos contaban en las horas de religión. Y no me lo quedé callado, claro. Como te imaginarás, no era fácil ser un ateo declarado en un colegio de curas. Tampoco era sencillo ser un chico intelectual y poco deportivo en un colegio en el que gran parte de su superficie estaba ocupada por canchas de rugby, fútbol, voley, basquet o pelota vasca.
GvH: O sea que la pasaste bastante mal.
Saurio: Pero no todo fue negro en esas épocas. Tuve, y aún tengo, la fortuna de tener unos padres que fomentaron mi avidez por la lectura y el conocimiento. El arte y la literatura siempre estuvieron presentes en casa. Así, como hitos, están que mi viejo en los 70 compraba la revista Crisis, la cual yo leía con avidez; que en el 73 o 74 apareció por casa Las doradas manzanas del sol de Bradbury, del cual leí “El ruido de un trueno”; y que en el 79, cuando enfermé de hepatitis, mi viejo me trajo la revista Expreso Imaginario y dejé de sentirme solo porque descubrí que había otros adolescentes como yo, con gustos musicales y literarios distintos a la banalidad imperante. También, a instancias de mi madre, me hice socio de dos bibliotecas públicas de Adrogué, de donde saqué muchísimos libros que me formaron como lector y como escritor.
GvH: Supongo que esta etapa de formación explica en gran medida lo que siguió.
Saurio: Cuento todo esto porque creo que estas vivencias de la infancia y adolescencia explican bastante mi estilo alucinado y perverso de escritura, aparte de que mechadas en mis textos aparecen cosas más o menos inspiradas en sucesos reales de esas épocas. Especialmente las cosas más macabras y sórdidas de mis textos. Realmente, al recordar algunas cosas que viví, me sorprende no sólo no haber aparecido como víctima en las páginas policiales de los diarios sino el haber salido ileso de ellas.
GvH: ¿Qué autores leías por entonces?
Saurio: Influencias: Mario Levrero, sin lugar a dudas. Boris Vian, por supuesto. Samuel Beckett, Eugene Ionesco y Manuel Puig en los diálogos. Cortázar y Borges, claro, ¿quién no está marcado por ellos en estas pampas? ¡Isidoro Blaisten, cómo olvidarme de él! La revista Mad, por qué no. Néstor Sánchez. Kurt Vonnegut. J. G. Ballard, especialmente La exhibición de atrocidades. William Burroughs. Los dada y los surrealistas, al menos en la técnica y en ciertos trucos. Bukowski en poesía, no tanto en tema sino en la forma de encarar el poema. James Joyce, claro. Faulkner. Algo del Marqués de Sade. Obvio que la revista El Péndulo hizo lo suyo. Y después algunos más o menos post facto, como Thomas Pynchon, Terry Pratchett, Douglas Adams o Camilo José Cela, en quienes descubrí cosas que yo ya hacía, claro que ellos lo hacían mejor. Como puede verse, casi ninguno es un autor “de ciencia ficción” estrictamente hablando. Obviamente que leí mucha cf y fantasía “estrictamente hablando” y seguramente que hay genes de Bradbury, Asimov o Tolkienen mi escritura, más allá de que yo no lo quiera reconocer. Qué sé yo, cualquier cosa que uno lee lo influye, para bien o para mal. Incluso gente detestable como Erich von Däniken han dejado su huella en mi literatura.
GvH: Hablanos de tu obra publicada.
Saurio: En agosto de 2011 salió mi libro de cuentos Más sería vicio, que recopila muchos de mis “grandes éxitos”, cosas que salieron en Sinergia, Axxón, NM y La Idea Fija o en antologías y que sabía que habían gustado, por lo que fue una apuesta sobre seguro, además de como un resumen de mi carrera hasta el momento.
GvH: ¿Y tus proyectos actuales?
Saurio: Ahora estoy por sacar por La Idea Fija Ediciones un ebook de humor llamado Un libro al pedo que, a la manera de Rol de Cornudos de Cela, es un bestiario de ventosidades. Y en cualquier momento salen Un agujero sin bordes, que son los cuentos del capitán Ignatz Niemand, y El vacío del bostezo, que es una novela muy influenciada por París de Levrero y por El innombrable de Beckett. Esta novela estuvo a punto de ser publicada por Interzona, con contrato firmado y todo, pero después cambió el editor y todo se pudrió. Cosas que pasan.
GvH: Ya que lo nombraste, y dado que es tu pie “cienciaficcionero”, ¿quién es Ignatz Niemand?
Saurio: Con Ignatz Niemand tenés al menos otras dos influencias o inspiraciones, que son el Ijon Tichy de Stanislaw Lem y el Trafalgar Medrano de Angélica Gorodischer, además del universo demente de Douglas Adams de la saga del Autoestopista Galáctico. Ignatz Niemand surgió en una novela que lo tiene de protagonista, La indiferencia de los peces, aunque no es exactamente el Ignatz Niemand de los cuentos, más bien al Ignatz de la novela lo confunden con el astronauta, aunque incluso a él le queda la duda si no es en realidad el capitán Niemand. Es una novela bastante experimental, en realidad son tres nouvelles y una coda larga, bastante autónomas entre sí, pero en la que ciertos elementos se repiten y se resignifican. Y muchos de los cuentos del capitán, los que todos más o menos conocen, aparecen allí insinuados o más o menos desarrollados, aunque con otro punto de vista. Digamos que “Un agujero sin bordes” sería como una quinta parte de “La indiferencia de los peces” que se independizó de la novela, pese a que nunca fue pensado como parte de ella y es muy posterior. También con el capitan Niemand estoy escribiendo una novela, que probablemente se llame Lo que más bronca me da es haber sido tan gil. Y también estoy escribiendo una novela juvenil en la que el protagonista tal vez sea el hijo de Ignatz Niemand, el Ignatz de La indiferencia…, no el de los cuentos, creo.
GvH: ¿Qué estás haciendo ahora mismo?
Saurio: Lo que más estoy haciendo ahora relacionado con la ciencia ficción es la historieta “Cartoneros del Espacio”. Estoy muy contento con ella, aunque me demande mucho tiempo y en cierta medida haya hecho que las historias del capitán Niemand queden en el congelador.
GvH: Pero no solo la literatura te desvela. ¿Qué hay de tu condición de ilustrador, de diseñador?
Saurio: Escribir y dibujar son dos cosas que hago desde muy chico y que se fueron desarrollando simultáneamente, aunque en no igual medida. Soy mucho mejor escritor que dibujante, obviamente. Y hacer historietas y humor gráfico fue algo que me surgió naturalmente a los 10 y 11 años.
GvH: Tampoco dejaste afuera la música. ¿Me equivoco?
Saurio: No. Las computadoras me dieron la posibilidad de desarrollarme en el área de la música, que era algo muy deseado por mí y en lo que estaba imposibilitado por mi voz desafinada, mi falta de sentido del ritmo y la mala suerte de no haber encontrado profesores que pudieran hacerse cargo del desafío de enseñarme. Casi te diría que yo soy escritor y dibujante como efecto secundario de mi deseo frustrado de hacer música. Es básicamente una mentira, claro, porque yo ya dibujaba y escribía de antes, pero la cosa fue que a los 14 años, como cualquier adolescente, tuve la fantasía de armar una banda de rock. Mientras esperaba el milagro de que mi voz pudiese pegar dos notas correctas seguidas o empezar a tocar un instrumento por arte de magia me puse a escribir las letras y a hacer las tapas de los discos de esa hipotética banda, que se llamaba Arqa y que hacía rock sinfónico con inspiración de ciencia ficción.
GvH: ¿Podemos decir que tus intereses se articulan entre sí?
Saurio: La música también es una fuente de inspiración y de influencias en lo que escribo. Tengo varios cuentos basados en canciones y gente como The Residents o Laurie Anderson han aportado mucho a mi modo de escribir. Además de las innumerables citas a letras, claro.
GvH: ¿Qué es esto de las “citas”?
Saurio: Esto de las citas es otro aspecto importante de lo que escribo. Mi lector ideal es aquel que encuentra todas las referencias y “huevos de pascua” que escondo en los textos. Creo que un importante logro como escritor sería que alguien hiciera algo parecido a los Annotated Pratchet Files o las wikis dedicadas a las novelas de Pynchon, un listado de las referencias ocultas en mis textos, explicando de dónde viene tal o cual chiste o referencia. No sólo sería un logro porque sentiría que hay un grupo de lectores que se aproximan a mi ideal de lector sino que además me ayudaría a redescubrir cosas que puse y que ahora no recuerdo qué significan o a qué hacen referencia.
GvH: Eso nos conduce al humor. Es imposible abordar tu obra soslayando ese aspecto de tu creación.
Saurio: El humor también es una característica mía. Es el grado cero de mi escritura, como una vez me dijo un profesor en la facultad. Incluso cuando escribo en serio, o sin intención humorística explícita, el humor está presente y la reacción que yo espero cuando veo a alguien leer algo mío es que, al menos, esboce una sonrisa. Pero, como dice el texto que acompaña a la letra de “Tubthumping” de Chumbawamba, “No dejes que mi falta de seriedad te confunda, esto es serio”. Yo todo lo que escribo es serio o, mejor dicho, que detrás de los chistes y los fuegos de artificio hay temas serios.
GvH: ¿Podrías señalar dónde está la cisura que separa tu obra “seria” de tus trabajos humorísticos?
Saurio: No creo ser yo la persona correcta para decir cuáles son estos temas serios, un poco porque no es correcto que un autor le diga a sus lectores el modo de lectura “correcto” de sus textos y otro poco porque realmente lo ignoro y quiero seguir en esa ignorancia. Yo siempre estuve, y lo sigo estando, en contra de esa literatura que quiere “decir algo”, “dejar un mensaje”. Lo que uno tenga que decir, lo va a decir, quiera o no, y es mejor decirlo sin saberlo que hacerlo conscientemente, forzando al texto. La literatura no es la escuela, como creo que alguna vez escribió Italo Calvino.
GvH: Lo que nos conduce, inevitablemente, a una afirmación delicada: no estamos ante un autor “fácil”, digestivo, de los que consumen las señoras en la peluquería o la playa.
Saurio: Supongo que no he de ser un autor fácil de leer. No lo sé, porque cuando yo me leo me entiendo casi todo e, incluso, sé cómo terminan los cuentos sin siquiera leerlos, así que para mí yo soy ultra simple y muy previsible, pero supongo que a algunos lectores leerme se les complica bastante. Y si bien no es un programa literario, una intencionalidad manifiesta, es cierto que yo no escribo para lectores haraganes o que se quedan en lo anecdótico del texto. Si mis frases largas, mi apego al habla rioplatense o mis argumentos desmesurados e insensatos te molestan, entonces no me interesás como lector.
GvH: ¿Eso no denota una actitud pedante?
Saurio: No es una actitud pedante. Es que creo que leer también es parte del trabajo narrativo, la literatura no sólo implica que el autor meta contenido en el texto sino que el lector sepa sacarlo. Si está todo explicado y digerido no es la literatura que a mí me interesa, ni como autor ni como lector.
Los géneros literarios, como la ciencia ficción o los policiales, son útiles como puntos de referencia para saber a qué textos previos que uno leyó se parece a este nuevo texto que uno va a leer o escribir. Pero la orientación que te da el género puede fallar. Por ejemplo, hace relativamente poco intenté leer Marte Rojo de Kim Stanley Robinson y tuve que dejarlo porque me aburría soberanamente. Era una novela mainstream de relaciones humanas mezclada con un paper científico y de ingeniería sobre el modo en el que se podría poblar Marte. No era lo que busco en una novela de cf, o en una novela en general, que es que estimule mi imaginación y me divierta. De todos modos, creo que cada vez me interesa menos la ciencia ficción, en el sentido clásico del término. Creo que es hora de la pos-ciencia ficción. Bah, Ballard y William Gibson son eso, pos-ciencia ficción: el punto de vista de la cf aplicado a historias que no necesariamente son de cf.
GvH: Es que permanece en el lector, en general, la idea de una cf que se vincula al cine de efectos especiales. ¿Qué reacción te provoca esta postura?
Saurio: Cuando menciono que escribo ciencia ficción me enerva el comentario: “Ah, Asimov, Verne, Bradbury, La Guerra de las Galaxias”. Es como si a un escritor mainstream le dijeran “Ah, Flaubert, Dostoievski, Balzac, La caldera del diablo”. A uno no le quedan otras opciones que sonreír de compromiso y cambiar de tema o meterse en camisa de once varas y tratar de desasnar a su interlocutor. La verdad, ahora que lo pienso, no habría que decir que uno escribe, habría que decir que uno es ladrón de bancos o asesino serial y listo. Menos problemas.
© Sergio Gaut vel Hartman Mayo 2012
Puede leer el relato «¿Qué es lo que está construyendo?» de este autor aquí.
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