Un anónimo Hitler will francés de 1949
«Soy profesor de pederastia experimental en el Instituto Kaiser Wilhelm de Berlín» es una frase sobre la que uno vuelve para asegurarse de que ha leído bien. Así es, está leyendo la ucronía Si l’Allemagne avait vainçu…, de Randolph Robban, seudónimo no desvelado de un autor francés que se presenta como un diplomático acreditado en París de Sicambria, país imaginario de los Balcanes. Cuatro años después de terminada la guerra escribió la detallada y sarcástica especulación de cómo habrían sido las cosas tras una victoria de Hitler.
Ya en 1945 apareció Nos, Adolf I, del húngaro Gaspar Laszlo, que fue la primera ucronía tras la contienda. Y pronto llegó Si Alemania hubiera vencido, donde Robban empieza por sentar las bases de que el mundo está amenazado por dos grandes peligros, el orden y el desorden. El orden es el de una sociedad universal, rígida y totalitaria, que aplasta al individuo suprimiendo su libertad y su felicidad. El desorden es la disolución de la sociedad organizada, la destrucción de las tablas de valores, «la muerte de los dioses». Ahora bien, el desorden es pasajero, marca la transición de un orden a otro, mientras que el orden está llamado a durar, a convertirse en fórmula definitiva y excluyente de toda sugerencia fértil o aventura innovadora.
En 1944 los ejércitos angloamericanos han liberado Francia. En enero de 1945 Alemania parece irremisiblemente derrotada, cuando un día veinte ciudades belgas, francesas e inglesas, escogidas porque en ellas están los depósitos de combustible de los Aliados, son borradas del mapa por otras tantas bombas de «dinámica subatómica», que los nazis han obtenido no del uranio y el plutonio, sino del polonio y el pomeranio. Hitler anuncia al mundo que poseía estas armas desde hacía tiempo, aunque no las había empleado hasta que sus enemigos pusieron pie en su sagrada patria. Ahora exige la capitulación incondicional y, como no se produce, bombardea Londres y Nueva York.
Los soldados extranjeros se retiran de Francia con pérdidas incalculables y los francesas que resisten son aniquilados. Los Estados Unidos claman contra armas que vulneran abiertamente el Derecho Internacional y la Convención de Ginebra en un alegato que no puede por menos que recordar lo que dijeron cuando ellos bombardearon Hiroshima y Nagasaki. Pero, junto con Inglaterra, terminan por ceder al ultimátum germano cuando una nueva bomba caída sobre Londres arrasa cuanto hay en cinco kilómetros alrededor del palacio de Buckingham y otras sobre Chicago causan millones de muertos. La derrota de la Unión Soviética reviste caracteres apocalípticos y, en el caos, surgen pueblos y etnias que combaten entre sí. Alemania y Japón la invaden y se la reparten, dividiendo Moscú en dos sectores de ocupación.
La conferencia de Postdam decide el reparto del mundo. A los japoneses, siempre recelosos de los alemanes porque ellos no poseen la bomba, se les conceden Siberia, China y el resto de Asia. Alemania ocupa la Unión Soviética y la Gran Bretaña y los pequeños países europeos pasan a ser estados satélites del régimen nacionalsocialista. La idea de igualdad y solidaridad entre los pueblos se reemplaza por la de diferencias y supremacía de razas. Italia tiene rango de potencia vencedora y Hitler concede a Francia status de nación amiga por su rechazo al bolchevismo, pasando a depender de ella Bélgica y Holanda.
A Inglaterra se la somete prácticamente al programa político, social y económico que propugnaba el Partido Laborista, de modo que las periódicas «crisis de izquierda» se convierten en un estado de crisis permanente, hasta que se consuma su desastre financiero. En el Este Hitler, al que los rusos dicen Guitler, no ve difícil transformar el bolchevismo en nazismo, para lo que utiliza a la propia jefatura del antiguo régimen. La mayor tarea de los nazis va a ser la reeducación de los norteamericanos, lo que tampoco parece empeño imposible al responsable de propaganda, Goebbels, particularmente en el Sur: «El que ha comido Negro comerá Judío o Demócrata si el alimento se le presenta con el suficiente atractivo».
Tras describir este tremendo catacronismo el autor, buen conocedor de los hechos realmente acaecidos, cuenta con viveza los alternativos en una serie de capítulos dedicados cada uno a un acontecimiento. En el primero, a Hitler le perturba que el valor de cada moneda venga fijado por su cobertura en oro y no por el esfuerzo de la nación, por lo que reúne las reservas del dorado metal de todos los bancos del mundo y las precipita en lo más hondo del océano, junto con el Director de la Reserva Federal estadounidense, que pide ser atado a los últimos lingotes y es cortésmente atendido.
Sigue la construcción en Palestina de un a modo de «parque antropológico» para los pocos judíos que quedan en Europa, la unificación de Irlanda, los juicios a Petain y De Gaulle y demás.
Se dedica un capítulo al desarrollo de la filosofía europea tras la guerra. Adquiere gran auge el existencialismo alemán, que renace de sus cenizas: el autor cita largamente a Heidegger y Sartre. De modo análogo a cómo lo hicieran en Erfurt en 1808 Napoleón y Goethe, en el Instituto alemán de París, donde se educa a los jóvenes bajo el lema «Lo universal no existe sino para servir al Partido», Hitler, el hombre de la emociones violentas, se entrevista con el mayor pensador cartesiano francés, con los papeles cambiados. El Führer sostiene que el verdadero superhombre ha de ser todo instintos e impulsos, usará de su derecho a sojuzgar a los débiles, con argumentos en los que resuenan acentos de Nietzsche y Wagner.
Un capítulo sarcástico hasta lo cruel es el dedicado a la creación del Tribunal Penal Mundial. La comisión preparatoria define los llamados crímenes contra la Humanidad, como los bombardeos aliados sobre ciudades abiertas y los campos de extermino rusos. Se pregunta el autor cómo puede decir eso un país que ha lanzado bombas atómicas, mas en Nuremberg se juzga y se condena a los vencidos. Por supuesto que Rooselvelt, Churchill, Eisenhower, Montgomery y demás altos jefes están en paradero desconocido, ni siquiera se sabe si están vivos.
«Si ellos hubieran vencido», no menos cruel y sarcástico, es la ucronía que no puede faltar dentro de la ucronía, un libro que publica el autor bajo seudónimo en Suecia. Imagina en él lo que hubieran hecho los Aliados si hubieran sido ellos los que ganaran la guerra. El territorio alemán se divide en cuatro zonas administradas por los vencedores, pero sin barreras políticas ni económicas entre ellas. Los mandos militares no son juzgados porque no podían hacer sino lo que hicieron en una noción en estado de guerra.
El Tribunal Penal Internacional que se crea cuenta con la presencia de vencedores y vencidos y sus sentencias no tienen efectos retroactivos en cuanto a los crímenes de guerra y contra la Humanidad: los bombardeos atómicos americanos sobre Japón entran en esta categoría. A la nueva Sociedad de Naciones, que se funda en San Francisco con poderes para intervenir a nivel planetario, sólo pueden acceder los países con cierta semejanza de hábitos políticos e ideales. España es miembro de pleno derecho.
«Los Aliados reconocen unánimemente los grandes servicios que la política vigilante y enérgica de Franco ha prestado al equilibrio europeo.
-Franco es un importante factor de orden y de estabilidad en la vida internacional -ha declarado Molotov-, Vamos a rogarle la reanudación de las relaciones diplomáticas con la U.R.S.S. y vamos a enviarles al señor Gromyko como primer embajador. A cambio de ello no me desagradaría ver a Serrano Súñer nombrado embajador de España en Moscú.»
Francia decide desarmar a los militares republicanos que están en los valles de los Pirineos. Para contentar a la opinión pública de extrema izquierda, el Gobierno galo concede hospitalidad al Gobierno de la República Española en el exilio, concediéndole una subvención y un teatro para que se reúna, junto con los diputados, en sesiones para las que se venden entradas.
«Europeos y americanos observan con maravillada esperanza el renacimiento mundial del hispanismo, tanto en el aspecto económico como en el cultural, que ha seguido al restablecimiento de la paz mundial […] Frente a un mundo mongolasiático, la cultura occidental del hombre blanco y cristiano cuenta desde ahora con dos grandes centros de esplendor y de expansión pacífica: el centro anglosajón protestante y el iberoamericano católico.»
Hemos comprobado que los dos primeros párrafos entrecomillados figuran en la versión original francesa de la novela, mas no este último, introducido posiblemente por el propio autor para la traducción al castellano. Ésta contiene dos capítulos más, para actualizarla, El rearme de los Estados Unidos por Alemania y Los sucesos de Corea, como cuatro la posterior alemana, Wenn Deustchland gesiegt häte.
A Hitler le irrita profundamente el primitivismo totalitario que pretenden imponer los japoneses, que choca con sus proyecto de progreso universal. Cuando los expulsa del sector que controlan en Moscú, los nipones ya han conseguido su bomba atómica y declaran la guerra a Alemania. Son bombardeadas Hiroshima, Nagasaki, Frankfurt y Stuttgart, y luego Tokio y Berlín son arrasadas por los ingenios nucleares.
Así termina el libro, «llamado a convertirse en legendario», según su publicidad.
© 2012 Augusto Uribe y Alfred Ahlmann
Robban, Randolph. Si Alemania hubiera vencido (Si l’Allemagne avait vainçu…, 1949), Luis de Caralt, Barcelona, La Vida Olvidada, 1951, trad. Renato Lavergne, cartoné con sobrecubierta.
Augusto Uribe es doctor en una ingeniería, periodista y tiene otros estudios; ya jubilado, es presidente de una sociedad de estudios financieros. Ha ganado varios premios Ignotus y ha publicado en libros y revistas como el antiguo BEM o Nueva Dimensión, que lo tuvo por su primer colaborador.
Alfred Ahlmann, director de la misión arqueológica española en Turquía, es doctor en Historia, profesor universitario en España e imparte clases en algunas universidades extranjeras: domina varias lenguas. Además de numerosos trabajos profesionales, ha publicado también artículos del género.