UN FANTASMA EN LA MÁQUINA DE VAPOR, por Roberto Bayeto (III)

 

presenfantasmamaquinava

Un Fantasma en la Máquina de Vapor

Novela corta de Roberto Bayeto (III de IV)

Ilustraciones de Pedro Belushi

 

Caminó por el campo de batalla. Aún se advertían las explosiones en medio de la jungla viva, aunque eran esporádicas. Observó los restos de varios blindados que intentaran resistir el avance de las tropas del Gobierno Central. Estaban quemados y a su alrededor, los vencedores desplegaron los restos calcinados de los pilotos y artilleros en un complejo grabado impresionista: fragmentos de carne y hueso pintando un paisaje de Monet sobre una tierra cubierta de manchas de sangre simulando flores salvajes.
Avanzó entre los cadáveres colgados de cuerdas o clavados en largos palos, tropas acantonadas que bebían café, drogas o miraban distraídamente la 4-V, prisioneros que esperaban su turno en las picas, u oficiales de rostros vampíricos que lo contemplaban con la codicia del que quiere saborear carne fresca.

Varios minutos más tarde, se detuvo frente a una barraca donde un regimiento se preparaba para desarrollar una acción punitiva.

—Busco al mayor Alighieri… — dijo, mientras un teniente oscurecía la expresión de sus ojos.
—El está más adentro… con sus hombres… si es que así pueden llamárseles…
— ¿Tiene algún dato singular que aportar respecto al mayor? Necesito hablar con él debido a unos informes que me han llegado de Mneme. Se dicen cosas inquietantes de su persona y sus procedimientos…

El teniente le hizo una seña de que lo siguiera. Entre los árboles cercanos pudo sentir varias ráfagas de fusil y alaridos que más parecían de un animal que de un ser humano. Entraron a una tienda camuflada y protegida con un campo de dispersión. En su interior, estaba decorada como un templo hindú preatómico: estatuas de piedra de dioses perdidos tres mil años en el pasado bajo selvas tropicales, construcciones megalíticas y creencias obsoletas de personas semidesnudas que se alimentan con excremento de aves y vegetales indigeribles.

—Antes que nada, soy el teniente Visakhapatnam —dijo, mientras se cuadraba y saludaba marcialmente —. Como puede ver, profeso una variación de la religión de Sidharta, el Buda viviente, que no comparte la violencia innecesaria, aunque la tolera si no existe salida. Es por eso que no me agradan los procedimientos del “Mayor”. Son muy poco humanos, más dignos de un lobo… o un tigre cebado…
— ¿Usted pudo verlo en medio de uno de esos “procedimientos”?

El teniente negó con la cabeza.

—Vishnú no quiera que lo haga alguna vez. Sería como abrir las puertas del infierno; y después que se han abierto, ¿cómo hacer para no quemarse? Solamente he visto los resultados y con eso me alcanza… ¿Un té o un café, coronel?
—Le agradezco un café…

El café fue preparado por los nanos y recreado sobre la mesita donde el hindú tenía varias tazas de té vacías.

—El deja un sello… «una forma de impresionar a los enemigos», como dijera nuestro oficial de marketing. Yo creo que lo hace por placer, o quizás por un residuo inconsciente de su vida anterior como depredador. Tiene que haber sido eso, ya que se mueve por la jungla como un tigre. Sus hombres son como él, prolongaciones de sus oscuros designios, garras mágicas y cegadoras. Lo obedecen como a un Dios, y solamente unos pocos pueden seguirlo sin morir de horror o cansancio. Si estuviéramos en la Tierra diría que el Khaa de un hombre-demonio se apoderó de su cuerpo; él ahora tiene cuatro brazos que cortan la vida y pintan la jungla con sangre…
— ¿Me podría llevar hasta uno de los lugares donde el Mayor haya “trabajado” recientemente?

El hombre bajó la mirada.

—Puedo asignar una patrulla para que lo guíe… hay una pequeña ciudad que tuvo la mala fortuna de intentar resistir la entrada de nuestras tropas… Está a sólo una hora en deslizador. Le advierto que no es saludable para la mente humana ver lo que hay allí… Pero si usted insiste…

— ¿Fue enviado por el Alto Mando? — preguntó el sargento que dirigía la patrulla. El deslizador los transportaba rozando las copas de los árboles para prevenir un ataque de guerrilleros o unidades Tech autónomas.
—Algo por el estilo… Aunque todo es confidencial.
—Disculpe mi curiosidad, pero es que mi hermano es el General Skopis. Como se podrá imaginar, yo soy la oveja negra de una larga familia de militares cuyo rango nunca fue inferior al de Mayor…
—Conozco al general Skopis, fuimos juntos a «Baikonur». El tuvo las mejores calificaciones… —se señaló las jinetas de coronel.
—Extraoficialmente… mi hermano es un engreído de mierda… no nos soportamos y el se puso como loco cuando se enteró de que en lugar del estúpido puesto de oficina que me ofreció, decidí venir a combatir a este mundo perdido de los ojos de Aníbal… Si mi padre no fuera ahora un banco de datos de la Armada sin sentimientos ni orgullo, se moriría de vergüenza…

Frente a ellos se comenzó a alzar una gigantesca columna de humo. Provenía de una ciudad de edificios altos en la que se apreciaban cientos de focos de incendios.

—Estamos llegando… — dijo el sargento. Su rostro se tornó pálido por unos segundos.
—Disculpe mi falta de respeto… pero ese mayor debería estar en un frasco con formol en lugar de aquí… es todo un fenómeno…

El coronel dudó unos segundos.

— ¿Es tan terrible? Mis datos anteriores a su desempeño en la 51º son impecables. Era un hombre inteligente, querido por sus subalternos, y que cosechaba amistades en cada mundo que pisaba…
—Eso sería antes. Ahora es alguien que goza con el dolor ajeno y aún el suyo propio.  El cabo Etienne me contó que una vez lo vio autolacerarse con un alambre caliente, mientras observaba como sus comandos destazaban vivos a un grupo de hombres y mujeres de la guerrilla. Cuando murieron, varios minutos después de sufrir horriblemente, fueron puestos sobre el fuego y asados.
— ¿Todo eso no le sugieren exageraciones del cabo, sargento? ¿Se podría decir que es semejante a la antigua propaganda para desprestigiar a un gobierno con diferente sistema político.

El sargento pareció ofenderse.

—Señor, conozco al cabo desde que éramos rasos en Vadelquivir. Es un hombre sumamente práctico, poco imaginativo y duro como diamante. Nunca lo vi bromear, o exagerar, o sorprenderse con algo. Pero después de la anécdota que me contó, comenzó a volverse aún más hosco y nervioso, hasta que un día jamás volvió de la jungla. Mire… —señaló a la ciudad en ruinas —… al comienzo de la guerra, veníamos a comer y divertirnos aquí… eran calles llenas de más placeres de los que usted pueda imaginar. Hace dos semanas decidieron firmar un acuerdo con los rebeldes y declarar su falta de colaboración con nuestras tropas de ocupación. El Mariscal Rommel, una persona completamente desapasionada, envió al Mayor a “limpiar” la ciudad de terroristas… Como siempre, Alighieri se tomó su trabajo demasiado a pecho. Allí hay un claro, en esa plaza… o lo que queda de ella… —señaló.

El deslizador bajó entre unos árboles. Los cuatro comandos descendieron y rastrearon la zona antes de que el sargento y el coronel bajaran a tierra firme. Después de asegurar la zona, hicieron señas y los dos hombres salieron de la protección del blindado.

Lo voy a llevar a un centro cultural que siempre visitábamos. En él se reunían escultores y «pintores de viento»; en general el modus operandi del mayor apunta primeramente a esos lugares; no me pregunte el por qué… puede ser que él se sienta una especie de artista del dolor… no sé; es algo muy irracional para que yo lo entienda. Nunca fui el imaginativo de la familia…

Caminaron hasta la zona que indicara el sargento, mientras los soldados se desplegaban rápidamente buscando indicios de posiciones enemigas.

—Allí es… —señaló una enorme plaza cubierta por esculturas que reflejaban el sol con tonalidades carmesíes.
—Se ve que esta gente es aficionada a cubrir todo con esculturas… — murmuró el coronel, tratando de apreciar el sentido de la ubicación perpendicular de los objetos.
—Ellos no son los aficionados en este caso. Lo que usted ve es obra del mayor, aunque no una forma artística del tipo que usted se pueda imaginar o desear ver en su sala de invitados…
— ¿Me está diciendo que…? — alcanzó a preguntar el visitante, mientras sus ojos se habituaban a la claridad y podía ver los restos de los pobladores de la ciudad, que se alzaban como un rompecabezas surrealista hacia el cielo rojo y moribundo.

Se sustrajo del globo mnemónico que el EMP le suministrara con las impresiones del Coronel que hiciera la primera investigación sobre el Mayor Alighieri. En su cabeza bailaban una serie de hechos y teorías que intentaría cotejar con los datos y especulaciones que los otros hubieran recogido en las últimas horas. Se levantó del asiento y entró en la casa, escoltado por formas que se originaban en los rayos del sol y observaban el cielo con una sonrisa torva.

Alexandra se paseaba por el jardín del tetrágono cuando una intensa sensación de cosquilleo se alojó en la planta de sus pies haciéndola reír incoherentemente.

Espero que nadie me haya escuchado…; se ruborizó.

Las cosquillas continuaron algunos minutos más y desaparecieron como vinieron, en un segundo y sin anuncio de algún tipo. Golpeó las plantas de sus pies en el piso de cerámica, en un intento de alejar la sensación, y caminó hasta el fondo por el costado de la casa. Siguiendo los caprichos de una calle de adoquines grises, se adentró en una serie de glorietas que le trajeron recuerdos inconexos de un pasado remoto, de una infancia olvidada en la torreta del lanzatorpedos de una fragata con un nombre tan sugestivo como «Sweet Sixteens». Las cosquillas volvieron una vez más, aunque solamente de su lado izquierdo. Por un impulso dobló a su izquierda y la sensación desapareció. Caminó cien metros más y esta vez sintió como una pluma que se deslizaba por el lado derecho de sus pies. Dobló hacia allí y nuevamente llegó la calma. Doscientos metros adelante, se detuvo. La pluma se agitó entre sus dedos. Ella rió entre dientes, sintiéndose estúpida, pero continuó hasta que sintió lo mismo en sus plantas. Estaba en una plazoleta cuyo piso subía y bajaba en medio de arbustos, estatuas y estructuras de bronce repujado. Eran puentes macizos, sin huecos debajo, que se levantaban como chichones. Parecía el resultado de un terremoto que arremetiera contra un camino de plástico siliconado. Alexandra se vio como un testigo inútil de un prodigio vacuo.

Esto es una locura… — masculló y giró para alejarse de allí y volver al interior de la casa. Fue en ese momento que sintió el olor a bizcochos calientes recién sacados del horno. Se detuvo, y su rostro se cubrió con un gesto de incertidumbre. Reconocía el aroma; no era cualquier olor, sino el producto de unas manos ancianas que tanto acariciaran su pelo cuando era pequeña. Las manos de su abuela, y la esencia ligeramente ahumada y vainillada de los bizcochos caseros que casi todas las tardes cociera en el horno de leña.

Trató de situar el origen del fenómeno. No fue difícil darse cuenta de que provenía de un hueco entre unos arbustos dorados que nacían junto a una estatua de Prometeo. Con temor, se aproximó hasta el lugar sospechando lo que encontraría: los recuerdos acudiendo a su mente como hojas secas que empuja el viento.

Las mitologías irlandesas cuentan que cuando una persona se ve a sí misma, se anuncia su muerte… es un mito, pero mi abuela de sangre irlandesa lo creía firmemente. Ella siempre comentaba que el momento de la muerte se da cuando la misma persona que tuvo la visión revive la experiencia desde el lado opuesto…

Se aproximó a la puerta vegetal y el olor de la vainilla y la crema se hizo mucho más intenso. Del otro lado pudo apreciar una mesa y una glorieta conocida. Sus ojos brillaron por la emoción.

Hacía tanto que había borrado estos recuerdos de mi mente…
Con una sensación de temor, apartó unas ramas y se asomó tratando de apreciar el resto de la aparición, quizás descubriendo a su abuela que cargaba con el plato de mantequillas.

Abuela… ¡cuánto daría por tomar el chocolate contigo en la granja! Rodeada de plantas y flores, con la glorieta sobre mi cabeza, ocultando a los soles gemelos y el cielo con nubes como pájaros prehistóricos…

Un perfume a chicle de frambuesa la inundó, mientras los pasos de unos pies calzados con zapatos de tacón se acercaron hasta el punto de unión entre el pasado y el presente.

— ¿Abuela? — atinó a murmurar.

Un rostro infantil apareció entre las hojas y flores blancas. La observó con una expresión de asombro, sonriendo prudentemente entre el temor y la curiosidad.

En Conejito House existía un extraño clima de expectación. Todos los juguetes se movían cautelosamente, como perritos de la pradera esperando el ataque de un águila hambrienta que no sucedía aún pero era inminente.

Kruegger había abandonado la investigación por un par de horas. Después de la improvisada merienda con sus nuevos colegas, sintió la necesidad imperiosa de ver a Siríane y descansar del «Fin del Mundo». En su mente se agitaban sentimientos inusuales. El prioritario, la necesidad de tener, aunque fuera por unos instantes, una mujer que lo amara verdaderamente. El secundario, sentirse parte de algo, de una familia o al menos, una amistad importante. Kruegger era el único responsable de su soledad. Desechó todas las posibilidades de una familia, amigos o al menos pertenecer a un grupo determinado, por su pasión por la carrera que desempeñara durante más de dos siglos. Para olvidar sus carencias, él mismo diseñó a Siríane en un tanque de clonación y le cultivó una raíz de sus propios pensamientos en su cerebro. Después de que naciera y creciera, hombre y mujer pez se casaron en una pequeña catedral de plástico, regida por un mimo de trapo y madera que disfrazado de sacerdote, recitó todo el ritual con gestos mudos, incluido la irritante simulación de apoyarse en una ventana de vidrio. Esto hizo exasperar a Kruegger a tal punto que volvió dos días después e incendió el lugar con el muñeco dentro.

—Has vuelto… — le dijo la Sirena displicentemente, flotando desde unas olas blancas y azules.
—Tengo necesidades… me siento solo… Quiero sentir emociones profundas; tú sabes a qué me refiero.

Ella lo miró a los ojos y sacudió su pelo mojado, salpicándolo con agua salada.

—No puedes amar. Esa es la base de tu soledad. Te encantaría poder querer a alguien que no fuera una creación de tu ego, alguien real… —negó con la cabeza, mientras alzaba una mano y con sus dedos finos y blancos acariciaba el viento —. Sabes bien que eso es imposible.
—Pero no me quiero resignar. Necesito ser querido, deseo amar a alguien… darle mi verdadero yo. Hace mucho que lo oculto y antes de que me retire definitivamente, debo ver la luz, observar el corazón de otra persona… ¿Tu me amarías si yo te lo pidiera?
La sirena suspiró; su expresión de indiferencia se diluyó y sus ojos se iluminaron por unos instantes. La cola se agitó formando pequeñas olas que se alejaron hacia el centro del lago.
—No puedo amarte; eres consciente de ello. Soy un reflejo tuyo, y por eso tan imposibilitada de amar como tú.
—Pero tiene que haber una salida… en cierto aspecto, yo te amo…

Siríane sonrió. Sumergió la cabeza un par de segundos y la sacó otra vez, escurriendo el pelo con sus manos.

—Yo podría amarte si me lo ordenaras… pero eso sería tan artificial como tu necesidad de amar. Porque esa es la realidad, Lorel, y la conoces mejor que yo. Nunca pudiste amar porque no quisiste ni necesitaste hacerlo. Ahora te has encaprichado como con tantas cosas que hicieras en tu vida… Esta mansión, por ejemplo, es tu fantasía de niño de estar rodeado de juguetes y yo, tu obsesión con la magia y la fantasía. No eres una persona normal, Lorel, sino tendrías una mujer normal a tu lado y no media mujer que solamente puede darte medio placer… Me hiciste así porque no querías depender de mí. Eres un hombre enfermo… lamento tener que decirte todo esto pero en cierto aspecto, yo soy tú; me has recreado fuera de ti para que te señalara lo que tienes de malo desde una posición irreprimible. De la única forma que yo callaría, sería si me asesinaras… pero esa no es tu naturaleza…
—Tienes razón… no la es. Solamente soy un pobre viejo cansado, que desearía sentir el amor… el cariño de alguien. Antes consideraba que todo eso era una pérdida de tiempo. Ahora, lo añoro… hijos, nietos que corrieran a mi alrededor…

Siríane se acercó a él haciendo ondular su cuerpo suavemente sobre las olas.

—Ya es tarde, pero eso no importa, ¿no? Deseas tener el deseo de sentir la necesidad de todo eso, pero solamente es un deseo indirecto. Nunca tuviste una necesidad espontánea de amar, de tener hijos, de poseer una familia… Solamente quisiste conservar lo que tienes. Considérate satisfecho, al menos conseguiste más de la vida que la mayoría de las personas.

Kruegger meditó unos segundos. En su subconsciente siempre supo lo que la sirena le decía ahora, pero jamás se había atrevido a manifestárselo aún a sí mismo. Alzó la vista, miró a los ojos a la muchacha y sonrió.

— ¿Sabes que me has sorprendido? Nunca te habías dirigido a mí de esta forma… tan autosuficiente y lógica.
—Nunca me necesitaste de esta forma. Pero no te mientas. Hablar conmigo es como hacerlo contigo mismo. Mi forma es una ilusión; yo soy solamente una imagen creada que salió de un tanque lleno de limo y pronto deberá volver a él; nadaré en los embalses primigenios y quizás, por primera vez pueda ser dueña de mis propios pensamientos y deseos. Tú crees que es muy triste estar solo, pero yo tengo que vivir con el estigma de que ni siquiera soy yo misma… —agitó su cola una vez más y nadó un par de metros hasta una zona profunda. Antes de sumergirse definitivamente, sonrió tristemente y dijo:
—Tengo malas noticias para ti, Lorel… el mundo no está hecho para ser disfrutado, sino para que lo ocupemos por un tiempo y dejemos nuestras huellas en él, como una página de un libro en una biblioteca infinita. Todos nosotros somos una página… solamente eso… Y algo más, es triste que sus creaciones sepan más del destino que ustedes mismos. Los humanos son una raza ingenua… siempre llegan dos pasos más tarde a todos lados y contemplan la verdad con una sonrisa estúpida…

Desapareció bajo el mar, mientras Kruegger intentaba llorar y dándose cuenta de que si lo lograba, el gesto sería tan ficticio como su necesidad de amar.

 

Cuento Un Fantasma en la maquina de vapor 16-3-2012 5 pag 85 p

Descendieron del vehículo frente a un enorme árbol de unos tres mil metros de altura, por doscientos de ancho. Era un Lobrino, una especie similar a los Baobabs terrestres aunque hasta cincuenta veces más grande y resistente.

—Hasta aquí puedo acompañarlo, coronel… más allá es territorio del mayor. Solamente entran sus hombres, o los restos de sus enemigos. Le insisto que quizás no vuelva a salir de allí. Es una zona que se podría definir como “terminal”… — le dijo el teniente al mando del deslizador.

—Gracias, teniente… pero tengo que cumplir con mis órdenes. No se preocupe por mí, sino por llevar de vuelta a su tripulación hasta la base.

Se saludaron rígidamente y el visitante observó por unos minutos, como la nave se alejaba y perdía más allá de una foresta de enormes palmeras color azul oscuro. Después, contempló el inquietante rostro del mayor pintado con sangre sobre la corteza del monstruo vegetal. Calculó que la pintura tendría unos cincuenta metros de altura. Se estremeció al intentar imaginar la cantidad de personas necesarias para suministrar tanta sangre.

Apartándose de la visión, el coronel Gagarin tiró del cerrojo de su fusil de asalto y comenzó a seguir las señales. Estas eran, en su gran mayoría, restos humanos tratados quirúrgicamente sin el menor sentido común. Estaban clavados en palos, cañas, colgados de las ramas de los árboles y a veces, flotando en “globos” autopropulsados e inmóviles sobre el camino.

No anduvo más de tres horas, cuando un sonido a su espalda le confirmó que estaba completamente rodeado por una unidad de limpieza de su propio ejército.

—Soy el coronel Gagarín, oficial de enlace del comando supremo del Gobierno Central… quiero que me lleven con el Mayor Alighieri para parlamentar; necesito que me responda a unas preguntas…

Varios hombres se desprendieron de la jungla como si se hubieran tratado de plantas que anteriormente no se encontraban allí. Estaban casi desnudos, cubiertos de pintura de camuflaje y barro. De sus cuellos colgaban adornos hechos con fragmentos humanos, algunos de los cuales el coronel identificó como dientes, orejas, dedos y vértebras aún húmedas.

—El Mayor no necesita parlamentar. El se encuentra en otro mundo… Este ya no es su mundo… — masculló un teniente que llevaba su rango labrado en el pecho, probablemente con un cuchillo y con su propia mano.
—Disculpe, teniente, pero creo que eso puede responderlo solamente el Mayor… A no ser que usted se considere con el mismo poder y rango que él… Pero eso podría ser considerado por algunas personas, como una especie de amotinamiento o blasfemia. De ser así, yo volveré por donde vine y no los molestaré nunca más…
—El Mayor lo verá… — lo sorprendió una voz desde su espalda. Era un gigantesco Genmod, una unidad de asalto y contención que movió apenas sus cuatro brazos indicando el camino a seguir.

Gagarin lo acompañó ante el gruñido del teniente que caminaba veinte metros detrás. No estuvo tranquilo hasta que llegaron a la base de operaciones, dos horas después, y el trastornado oficial se perdió definitivamente en la espesura.

El campamento del mayor Alighieri era realmente particular. En el medio de una veintena de edificios de cinco pisos, probablemente traídos por “cargadores” desde alguna ciudad tomada, se alzaba un templo con la forma de una cabeza humana, crestado por una serie de símbolos del cielo, las estrellas y la vida eterna. Frente al templo había un trono enorme. Una amalgama de huesos, piel curtida que Gagarin especuló era humana, metal blindado, restos de aviones posiblemente derribados por misiles enemigos, y dientes de “Elefantes de Shockley”, una especie local de tamaño y colmillos parecidos a los de los mamuts terrestres, se alzaba sobre un tinglado de piedra tallada con formas arábigas.

El coronel se sintió completamente afectado por la visión, ya que nunca hubiera imaginado que Alighieri retrocediera tan evidentemente a los arquetipos humanos más degradantes: el dominio de semejantes por medio de una religión totémica, el canibalismo ritual, y el homicidio sin sentido.

—El mayor pronto estará con usted, coronel… En este momento se encuentra ocupado. Hay muchos prisioneros para ser convertidos… y muchas bocas que alimentar. Imagino que comprenderá que en selvas tan pobres como las de este mundo, los animales y plantas comestibles no se encuentran en todas partes.
—Entiendo… — respondió el oficial, tratando de no contradecir al gigantesco guerrero, que portaba dos espadas del largo de un hombre común en su espalda.

Nadie le ofreció café, alimentos o siquiera un asiento. El coronel agradeció mentalmente que a ningún soldado se le ocurriera llevarle un plato de sopa. Media hora después, sintió el sonido de unas flautas y el Mayor fue transportado desde un sector de la foresta circundante hasta su trono. Su cuerpo era obeso, estaba vestido apenas con un pantalón caqui y su cráneo rapado había sido pintado con ideogramas de origen desconocido. Dos muchachas desnudas se acostaron a sus pies, mientras observaban al intruso con expresión distante.

Alighieri hizo un gesto al recién llegado. Este subió por la escalera de piedra y llegó junto a él, no sin antes ser despojado de sus armas por un par de comandos de mirada reptilesca.

—Hola, coronel Gagarin… veo que mis acciones poco ortodoxas han llegado a los oídos del “Alto Mando”… y han enviado a uno de sus “ojos”… —inclinó su cuerpo hacia adelante —… ¿qué han visto sus ojos, coronel?

El oficial no dudó al responder:

—Creo que ha llegado demasiado lejos, Mayor… yo le aconsejaría que repliegue sus tropas y se presente cuanto antes en la comandancia cantonal. El “Alto Mando” reconoce su valor e incluso, a pesar de no compartir sus métodos, su patriotismo y habilidad para erradicar focos de resistencia del enemigo… Pero el planeta está siendo dominado paulatinamente y la estrategia debe ser otra a partir de ahora.

Alighieri se recostó en el trono; en su rostro había una expresión de cansancio.

—No imagina cuánto he luchado para establecer este orden… aunque usted no lo vea, existe un lenguaje en este lugar, palabras para hablar con Dios… los cuerpos… el horror… todo es una forma para llamar la atención de nuestro Creador; es la única forma de que él gire su enorme cabeza y se sustraiga de la contemplación del Universo para recordarnos a nosotros, sus hijos olvidados… —se tomó el rostro entre las manos unos instantes. Enseguida alzó la vista y sonrió echando la mandíbula hacia adelante mientras arrugaba el entrecejo —. Nada es fútil, coronel. Cuando él mire y vea todo el horror, las cosas terminarán definitivamente y un nuevo orden regirá en el Universo. El se equivocó, pero no lo sabe. Yo he venido a este erial a recordárselo…

Gagarin se mantuvo inmóvil, observando al ser extraño en que se convirtiera el Mayor Alighieri. Una manifestación de todas las obsesiones y misterios aberrantes que el hombre arrastró desde que le dio la espalda a sus dioses carniceros para erigirse él mismo como un depredador superior.

—Yo he escrito este libro para que Dios lo lea. Es una obra pequeña, pero con una tapa lo suficientemente llamativa como para que «El» sienta curiosidad y lo abra… Imagino que usted me estará juzgando; que pensará que estoy rematadamente loco…
—La locura tiene cien mil caminos y cada uno termina en el abismo… —dijo el coronel —. Usted no está bien, pero en nuestra civilización nada es irreversible. Debe regresar conmigo. Lo internaremos en un sanatorio donde lo curarán en menos de diez horas…
—Me gusta su sinceridad, coronel. Entiendo que a los ojos de los Homo Sapiens me vea como un monstruo sediento de sangre; pero están equivocados. Yo solamente represento los milenios de evolución a costa de millones de litros de sangre animal y humana. Soy la sublimación de cada uno de esos muertos, de su dolor y desesperación. En base a eso construimos nuestro Universo Personal, coronel. No se asuste de lo que usted es en realidad… así, simple y descarnado. Todos somos monstruos… Todos somos paridores del horror; vivimos por intermedio de él y nuestro fin es complacerlo…

Se levantó unos segundos, miró al cielo, a su alrededor y fijó la vista en los cientos de cadáveres que se balanceaban por las ráfagas de viento. Estuvo así hasta que algún signo ininteligible entre los árboles, le hizo alzar los brazos y sacudir la cabeza de derecha a izquierda. Unos momentos más tarde se dejó caer en el trono: su rostro era una máscara mortuoria de alguna perdida religión asiática.

—El Horror… El Horror… — murmuró, mientras se tomaba el rostro con las manos y las lágrimas corrían entre sus dedos pintados con jeroglíficos. Después subió la mirada y observó más allá del coronel y sonrió con un gesto cínico.

Schiaparelli se despojó del globo de memoria y de la conexión con las impresiones del coronel. Caminó algunos segundos sin sentido, buscando en el jardín un banco limpio en el cual sentarse. Se acomodó en uno de madera azul y observó un arbusto con forma de libélula que se agitaba imperceptiblemente por el viento.

Esto último se parece demasiado a “El Corazón de las Tinieblas”, de Joseph Conrad… No entiendo si todo se manifestó como una alegoría inconsciente en Alighieri y salió a la luz estructurado de esta manera, o si él se estaba burlando de todos, actuando en una sátira elaborada en algún momento de su adolescencia y proyectada en su madurez… —dudó unos segundos —… también podría ser que todo responda a un guión escrito por alguien más, alguien más allá de nuestra comprensión… Un marionetista del tiempo… aunque me parece que todos estos acontecimientos me están llevando a divagar y buscar las respuestas en el esoterismo… Eso no es bueno. La mística es la respuesta de los débiles…
—Por favor… necesito manifestaciones o variaciones de la novela de Joseph Conrad, el “Corazón de las Tinieblas”…

Una serie de datos fueron enviados a su mente, y el título de una antigua película olvidada hizo que él pidiera un standby en el resto de la información.

— ¿Apocalipsis Now? Necesito ver esa película…

Todo el filme fue proyectada a su cerebro en veinte segundos con un sistema de transferencia directa. Schiapparelli había visto varios cientos de estas «cintas» en su infancia, cuando sus sentidos aún estaban en proceso de reacondicionamiento. Ese tipo de obras ya no se utilizaba por ser para la actual capacidad de absorción de información catedrática o técnica de la mente humana, como un pequeño spot publicitario, una minúscula muestra estética que se movía en planos obsoletos. A pesar de todo, la coordinación entre el “tiempo real” y el “virtual” le permitía percibir los datos de la película como un recuerdo reciente, congelando las escenas o examinándolas detenidamente.

Brando… Alighieri se parecía al actor, a Marlon Brando… No hay dudas, todo esto es una broma, una forma de transmitir un mensaje a la posteridad; a los investigadores del mañana… Cada una de las espantosas acciones de Alighieri en su campaña militar tuvo un motivo muy claro: contar algo, dar claves. El sabía desde antemano que terminaría como lo hizo. Fue por eso que se entregó un par de meses más tarde y posteriormente retiró a esta casa… ¿Pero cuál es la razón por la que lo hizo? ¿Cuál es la certidumbre velada en sus masacres, su suicidio y la construcción de la máquina? Y lo que es más inquietante… ¿Por qué miró más allá del coronel investigador? ¿Era a los que estudiaran sus actos en el futuro? ¿Era un gesto para alguien como yo que viniera a descifrar su suicidio ya planificado en ese tiempo?

Se levantó del asiento y se paró frente a una fuente reseca, en cuyo fondo se adherían restos óseos de innumerables peces y tortugas.

Todo es parte de una burla de connotaciones cósmicas… Y Alighieri es el gran mimo mediocre que no sabe hacerse comprender…

Contempló los esqueletos de tortuga con aspecto de escafandras alienígenas e imaginó que en su tranquilidad ósea se comenzaba a manifestar una forma de vida silente que esperaba el colapso definitivo de las especies orgánicas para levantarse y correr por los mundos, brillando en la oscuridad y creando una nueva razón ósea basada en la indiferencia y la soledad.

—Tenemos datos definitivos de todos los cantones… Existe oficialmente una situación de emergencia. Se han despertado innumerables rebeliones y los muertos se cuentan por millones. La gente está optando por agredir a sus vecinos, o encerrarse y hacer cosas irracionales… —comentó Lovecraft, mientras se quitaba el abrigo y lo arrojaba sobre un sillón.

El empático, que estaba apoyado sobre la mesa, alzó la cabeza de entre sus brazos y dijo:

—Yo tengo algunas novedades… Creo que Alighieri sabía todo esto desde hace varias décadas. En su campaña militar hizo cosas… se podría decir que de la misma influencia sicológica y estética que su reciente autoinmolación. El sabía lo que hacía; cada paso que dio estaba planeado de antemano. Detrás de todos sus actos, obraba una conciencia anormal, nociva, e inmoral.

Müller asintió, mientras miraba la pared; en su mente se movían formas extrañas, conexiones imposibles se unían a otras más lógicas. Cada vez que una encajaba, los colores se uniformizaban y titilaban como surgidos de un videojuego necromántico.

—Alighieri era víctima de esa enfermedad que definimos como alienidad. Cada uno de sus movimientos están regidos por una conciencia extraña, inusual y completamente hostil para nuestra forma de pensamiento. Cuando ello se manifiesta, la mente humana se ve imposibilitada de procesarlo y “enloquece” para llamarlo de una manera. Esa “locura” no se mueve en los planos convencionales ni en las dimensiones que conocemos; por ahora, se podría decir que se muestra como una enfermedad mental incurable y no existen patrones para definir un origen específico. Alighieri la padeció, una gran parte de la humanidad la padece hoy, y si las cosas siguen así, todos la padeceremos en unos pocos días… — afirmó el alienista.
— Una forma virósica desconocida…; — murmuró Müller.
— ¿Pero de ser como usted teoriza, la humanidad se terminaría en unas pocas semanas? —preguntó Lovecraft; aún incrédula.

Kruegger asintió.

—Parecería ser que ese es el destino del Hombre actual… Y no puedo imaginar formas de reprimir el avance de la “alienidad”.  Discúlpenme… pero necesitaría tomarme algunos minutos para viajar hasta mi residencia. Quiero cotejar algunas teorías con mi base de datos personal… Quizás de esa forma pueda tener más referencias para sopesar y así, descubrir una “vacuna” contra la extinción masiva… Se que esto último sonó un poco pomposo pero no se me ocurre otra forma de definirlo.
—Está bien, profesor… Nosotros también tenemos cosas que hacer —murmuró la mujer, observando el jardín que se extendía más allá del ventanal.
El alienista se alejó de la habitación mientras era observado por los demás como quien lo hace con un ser extraño que surge de una foresta de la que todos comentan historias morbosas.

 

© 1996 – 2012 Roberto Bayeto por la novela corta

© 2012 Pedro Belushi por las ilustraciones

NOTA: Esta novela corta de Roberto Bayeto se publica en cuatro partes

 

bayeto1Roberto Bayeto Carballo (Montevideo, 1964). He escrito los guiones de dos álbumes de comics en nueve idiomas —Genética Grunge—, los cuales salieron no solo en hard cover, sino también en revistas como Heavy Metal, la mejor publicación de cómics del planeta, según los entendidos —a mí me gustaba más El Víbora, pero es una cuestión personal— en sus especiales Sirenas y Steampunk; me publicaron una novela corta llamada En la Tierra Donde Viven los Dragones en la revista Isaac Asimov española, dirigida por el Pope de la ciencia ficción hispana y una de las mejores personas que he conocido, Domingo Santos; un relato “Monstruos” y una crónica de mi viaje a Utopiales 2004 en la misma BEM, el relato “Monstruos” como “Mordeurs” en la antología Utopiae 2004, relatos y comics en Axxon, Vórtice, Skorpio, Galileo y NO, Argentina, Ad Astra española, en la antología Fragmentos del Futuro de Espiral, Diaspar, REM, Trantor y artículos en diarios y suplementos uruguayos, uno de ellos sobre mis cuatro años en la Policía uruguaya, en un grupo táctico de asalto urbano… y un largo etc”. En este portal publicó el relato «El mercado de las sombras».

 

pedrobelushiPedro Belushi, ilustrador y guionista. Ha trabajado en multiples proyectos de ilustración y comic. Entre sus obras están Melquiades y El Genio ( Dibujo y guión. Ed. Sulaco 2000) y Mighty Sixties ( Guión y diseño, junto a Carlos Vermut. Amaniaco Ed. 2001).

Ha hecho diversas exposiciones de su obra gráfica dentro del Circuito de Jóvenes Creadores de su comunidad. Actualmente colabora con BEM on Line y otras revistas de CiFi haciendo ilustraciones para relatos y portadas, así como guiones para otros ilustradores como Carlos Vermut, Nando o Pablo Espada (con quien hizo Clon 27, una de las primeras tiras seriadas en internet)

Acerca de Interface Grupo Editor

Editamos en papel 75 números de la revista BEM entre 1990 y 2000 y desde 2003 hasta 2012 mantuvimos el portal BEM on Line. Tras múltiples problemas de software, decidimos traspasar a este blog los principales textos publicados en esos años. Interface Grupo Editor está compuesto por Ricard de la Casa, Pedro Jorge Romero, José Luis González y Joan Manel Ortiz.
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