Un Fantasma en la Máquina de Vapor
Novela corta de Roberto Bayeto (IV de IV)
Ilustraciones de Pedro Belushi
Kruegger se hallaba en la sala de trabajo de Conejito House. Cientos de hologramas y máquinas de recopilación, alineación y comparación de datos lo rodeaban, mientras a sus pies se desarrollaba una de las batallas más grandes que presenciara en su larga vida. Decenas de miles de soldados se enfrentaban contra todos los blindados, aviones, helicópteros y fortalezas autosuficientes. Era una masacre tan terrible que los camioncitos no daban abasto y los cuerpos de plástico, plomo y madera comenzaban a pudrirse sobre la llanura antes de que los pudieran llevar al interior del reciclador.
—Necesito información sobre casos de desapariciones recientes; preferentemente de los últimos cien años…
Una cantidad impresionante de datos comenzó a desfilar frente a sus ojos. La IA cantonal procesó los necesarios y dejó fuera lo prescindible.
Un dirigible estalló unos metros a su derecha y se precipitó sobre un regimiento de caballería que avanzaba hacia una fortaleza que flotaba a veinte centímetros del suelo. Los alaridos de los jinetes y sus caballos hicieron palidecer a los infantes de marina formados en la cubierta de un crucero francés de principios del siglo XXI que acechaba a tres carabelas.
Increíble… La fase posterior a los casos de alienidad menos evidentes es la desaparición…
Cotejó las cifras e hizo un promedio hasta el día en que se encontraba.
— ¿Por qué no supe esto antes?— preguntó.
—Era información clasificada. A partir de su ingreso en la investigación del caso Alighieri-alienidad, se le dio acceso a los bancos de datos de Quest…
Kruegger maldijo.
Según los antecedentes de Mneme, hay mil doscientos millones de casos de “ausencias”, exactamente el dos por ciento de toda la población humana en la Vía Láctea. Gente que de un día para otro se esfumó como si una mano los hubiera arrancado de entre nosotros… Interesante… Si los idiotas me hubieran facilitado estas estadísticas hace cinco años…
Buceó entre los datos y llegó a un árbol doblemente clasificado.
Dijo la clave en voz alta. El archivo se abrió y pudo acceder a una serie de informes que estaban vedados al público común de la RED, e incluso a investigadores con sus prioridades.
Cuando se apartó de allí, pudo notar que en toda la casa comenzaba una batalla masiva por posiciones sin sentido, al punto de que las máquinas que reciclaban a los combatientes dejaron de funcionar. Eso acarreó que millones de cadáveres se encontraran tirados en los corredores y que los esqueletos de acorazados, destructores y vehículos aéreos de todas formas, tamaños y épocas cubrieran el suelo, como el fondo arenoso de un océano espectral que cobija los cadáveres de la totalidad de los barcos que naufragaron desde que el hombre se lanzó al mar por primera vez.
La alteración en el ritmo de vida de su retiro lo preocupó al punto de consultar a la IA de la casa por el hecho.
—Es lógico; todo debe terminar alguna vez…— le respondió la entidad con un sospechoso tono de cinismo. Sin consultarlo con Kruegger, volvió a sus quehaceres destructivos.
Siríane…, pensó angustiado. Se deslizó a gran velocidad hasta uno de los ramales y después de introducirse en él, descendió hasta su laberinto subterráneo, más parecido ahora a una antigua cripta egipcia, cubierta de trampas y cadáveres de los arquitectos y sus esclavos.
Muerte y destrucción era la consigna. Los soldaditos se arrojaban unos sobre otros; tanques T-80 soviéticos, detonaban sus blindajes activos para contrarrestar el ataque de los M1 Abraham y contraatacaban con cohetes de carga hueca. Un escuadrón de ME-209 se enfrentó a dos MIG-31, mientras un F-16 con la cola destrozada por metralla hacía espirales y caía en medio de un silbido agónico. Sangre de aceite, plástico derretido, llantos de muñecas violadas por monos de sonrisas demoníacas que batían sus platillos o golpeaban sus redoblantes en un éxtasis sensual. Flotas de barcos enteras, resistiendo heroicamente el asedio de fragatas estelares que disparaban sus cañones frontales: líneas rojas y azules que cortan el aire con un siseo que hace erizar los pelos y dibujan un símbolo arquetípico que siempre estuvo latente en la mente humana, actuando como una bandera a cuadros cósmica.
Lorel Kruegger llegó hasta el lago, que ahora estaba cubierto de vehículos que se incendiaban: un infierno infantil de rostros de muñeca que se derriten como el tiempo sobre la cara de una mujer hermosa.
—Siríane…— alcanzó a murmurar.
La encontró entre unas piedras azules, junto a la orilla. Se deslizó sobre el agua baja donde docenas de peces y moluscos morían entre gemidos y estertores. Su cuerpo se había acomodado entre piedras y algas verdes. Las olas que causaban las explosiones de la ciudad submarina la agitaban como si se hubiera tratado de una rama mecida por la brisa de una tarde de otoño: el sol de un color cobre resaltando los contornos de las plantas y árboles, mientras los olores se sienten con más nitidez, como si en esa estación del año el aire tuviera una dimensionalidad superior.
El hombre se inclinó sobre la sirena y rozó su rostro con los dedos. Los ojos abiertos miraban hacia el cielo, en una expresión de sorpresa. Los pechos grandes, caían apenas hacia los lados de su tórax, mientras el agua se llevaba las escamas que se desprendían de su parte pisciforme: amatistas y ágatas arrastradas por la corriente hasta el fondo arenoso, formando un castillo de cristal donde viven princesas de rostro triste y galeones hundidos con cofres llenos de incógnitas y mapas que indican la salida del Infierno que el Hombre debe habitar por simple casualidad.
—Todo este horror te sorprendió, mi amor…— susurró Kruegger, mientras cerraba los ojos en un gesto primordial. En ese momento se sintió en comunión con la humanidad. Desde tiempos inmemoriales, todos los hombres y mujeres que presenciaban la muerte como espectadores, cerraban los ojos de las víctimas. Meditó sobre el sentido real de ese gesto. ¿Era porque los que se iban no debían ver más de este mundo que abandonaban? ¿O para que no entrara tanto terror por las impotentes ventanas? No lo supo. Tomó el cuerpo de Siríane y lo llevó hasta el centro del lago. Con cuidado, lo introdujo en el agua y después de besar los labios fríos, la dejó sumergirse hasta las profundidades. Se alejó de allí sin mirar atrás, siendo consciente de que ella nunca lo amó: una creación brillante de un hombre tan incapaz de brindar amor, que su propia obra jamás entendería el concepto.
Kruegger salió rápidamente de su casa agonizante y se transportó hasta el tetrágono. Era un fantasma mecánico de un tren del horror; un reflejo patético de un payaso muerto en el esqueleto de un circo abandonado.
— ¿Y si los puntos ciegos fueran nexos?— preguntó Müller a la IA—. Es la única explicación posible.
— ¿Nexos de conexión? ¿Pero con qué?— respondió la esfera.
—Quizás con otro sistema que el hombre no alcanzó a construir. No nos olvidemos que su conocimiento de la Ingeniería no era nada despreciable. Quizás pudiera estar a la busca de un nuevo concepto tecnológico y al no poderlo hallar, se suicidó.
— ¿Frustración?
—Algo similar.
—Demasiado drástico.
—La sicología humana lo es… aunque… eso sigue sin explicar el porqué del funcionamiento antinatural de esta cosa…
La esfera giró sobre sí misma y se situó encima de la máquina. La esfera giró sobre sí misma y se situó a la derecha de la máquina. La esfera giró sobre sí misma y se situó frente a la máquina. La esfera giró sobre sí misma y se situó a la izquierda de la máquina. La esfera giró sobre sí misma y se situó detrás de la máquina. La esfera regresó a su punto original, aunque comenzó a tambalearse con poca estabilidad casi imperceptiblemente.
—Haré un esquema sobre las posibles formas que debería seguir un ingenio productor de fuentes de energía alternativas y de todo lo que a ésta le falta, a partir de los puntos ciegos. Quizás así podamos encontrar alguna lógica que sea posible estudiar.
Müller asintió.
—Debo pensar…
Salió de la casa y caminó varias cuadras por el barrio. La cantidad de aparatos que adornaban la zona parecía haberse multiplicado en los últimos días. Era como si los artistas que los crearan hubieran sido visitados por un escuadrón de númenes tiranos que los obligaran a trabajar horas extras.
Hay una orientación a formas más ilógicas. Se está abandonando la mecanicidad ortodoxa para concluir en fines que no puedo imaginar…
Llegó a una avenida en cuyo centro, una vereda de granito y pasto dejaba ver efigies insectoides que agitaban patas arrítmicamente. En el cielo, dos centenares de cilindros, torres y esferas se hamacaban apenas con la brisa, mientras sus anclajes geomagnéticos chirriaban esporádicamente al ser forzados.
—Coronel Müller… Solicitud de comunicarle informes recopilados por el SEED Central…—
Dijo en su terminal el IA de enlace.
Esta vía de comunicación es codificada… Algo grave debe estar sucediendo para que se tomen estos canales…
—Solicitud aceptada.
—En las últimas setenta y dos horas se han descubierto más de doscientas máquinas en puntos estratégicos de nuestros sistemas habitados. Características similares al del caso Alighieri en lo que respecta a situación patológica y desenlace de los sujetos constructores, aunque las estructuras de los artefactos son singulares. No hay parecido estético ni mecánico con los datos suministrados por usted aunque sí en el sentido que existen puntos ciegos en todas. No se sabe de dónde viene la fuente de energía, no se conoce situación física de emuladores…
—Quiero los esquemas de esas máquinas transferidos a mi IA en este mismo momento. Yo procederé enseguida de que éstos me lleguen. Mientras tanto, debo hacer una visita confidencial. Solamente llevará algunos minutos, quizás una hora… De repetirse una situación de emergencia, mi comunicador estará abierto…
Entró en el transportador y salió frente a la casa de Roman Polansky. Lo embargó la incertidumbre cuando se encontró con un equipo de robóts de reciclaje. De la morada de su maestro solamente quedaba un jardín que iba siendo desmontado y digitalizado rápidamente.
—Requiero respuesta de IA local sobre el destino del Ingeniero Roman Polansky, código personal 34455-A.
—El Ingeniero Roman Polansky, cp. 34455-A acaba de ser digitalizado en Banco Central, Mneme. Su solicitud anticipada fue revisada por Gobernador de Ciudad Mongol y aprobada inmediatamente. En una hora sus memorias autorizadas estarán disponibles para los usuarios facultados…
Müller bajó la vista y retrocedió hasta el transportador. A pesar de su aparente incomprensión de la acción de su maestro, existía una apreciación global de toda la obra en la que se movía como un personaje de Conrad; buscando la confirmación en un río plagado de obstáculos y misterios, hasta llegar a la conclusión de que la verdad no es más que una definición estéril que si no es por la mente del receptor, es tan inútil como su concepto y su valor ante la moral humana.
Un grupo de personas aparecieron en el transportador y lo observaron con curiosidad. Eran las primeras de estas características que advertía desde que llegara al planeta. Dos muchachas que caminaron sosteniéndose de las cinturas murmuraron algo en una jerga que el ingeniero no entendió. Después de consultar en un lenguaje gestual con sus compañeros —dos hombres de piel negra vestidos con trajes de llamativos colores — se alejaron hasta un parque que se manifestó detrás de unos cipreses de más de cien metros de altura. Müller fijó la vista en la ropa colorida y asoció los matices con el entorno, elaborando un enorme circuito lógico que utilizada los sentidos humanos como puntos de conexión para llegar hasta un fin indeterminado.
Los sentidos… conexiones… uniones entre lo cognoscible y lo incognoscible…
En su mente se movieron formas insólitas: colores que llegaban a un punto y se transformaban en aromas.
Hacía seis horas que trabajaba en los planos circuitales de las nuevas máquinas cuando percibió el patrón. No era definible con fundamentos de la mecánica convencional, pero aún así la similitud en el estilo se podía percibir. Los colores que se movieran en su mente cuando saliera del barrio donde viviera su amigo, retornaron y le brindaron nuevas claves de interpretación.
— ¿Lo has notado?— le preguntó a la IA.
— ¿El patrón? Sí, pero no es estructurable.
—Intuición. Pero una intuición compartida… Qué inquietante… Esto se parece al concepto de alienidad que maneja Kruegger. Algo que puede comprobarse por la disposición a definir lo mismo por los sujetos, aunque no aplicado en una estructura explicable en un manual. —Caminó por la habitación, dubitativo —. Debo reunirme con los otros inmediatamente. Mientras tanto, busca el parecido entre la ubicación de los puntos ciegos de todas las máquinas. Cuando lo concluyas, arma un patrón común a todas. Veremos si lo que le falta a la nuestra, es lo mismo que a las demás… de existir una similitud, los colores estarán en lo cierto…
La IA lo observó alejarse con un temblor en el cromo bruñido. Los líquidos se agitaron en el interior y una forma se asomó al cristal oscuro.
Se reunieron en la sala. Müller fue el primero en notar que el EMP no los atendía desde hacía varios minutos.
— ¿Puede ser una falla?— preguntó Schiapparelli.
—Lo dudo. Pero eso ahora no importa. He recibido informes de casos similares en diferentes puntos de la CONDOLEM y los esquemas de las máquinas tienen un patrón fijo —murmuró Müller.
Lovecraft asintió.
—Los constructores también se han suicidado de forma similar en lo que respecta a su “carácter”, aunque con variaciones en algunos casos o una equidistancia absoluta en otros. Creo que estamos ante una crisis masiva. La PSICO ya ha definido el trance como «Efecto Leming»… En las próximas horas se esperan reacciones similares y considerables entre las poblaciones de todos los sistemas habitados.
— ¿Más masivas que las matanzas que han estado sucediendo en las últimas cuarenta y ocho horas? —preguntó Schiapparelli sarcásticamente.
—Más aún… —respondió la mujer, mirándolo fijamente a los ojos.
Dándose cuenta de la espontánea hostilidad entre los dos agentes, Kruegger intervino intentando aplacar la atmósfera.
—Debemos resolver esto cuando antes. Quizás podamos alterar el cambio de alguna forma, aunque lo veo muy difícil— dudó; aún no se podía quitar la imagen de Siríane de su mente.
— ¿De qué cambio habla?— preguntó Schiapparelli. Lovecraft notó que la expresión de su rostro se había alterado al punto de hacerlo parecer otra persona desde que saliera a dar un paseo unas horas antes: un tritón encerrado en el cuerpo de un hombre, preocupado por que la débil piel que ocultaba su verdadera esencia se rompiera antes de lograr sus designios.
—Cambios. He descubierto en un archivo vedado de la CONDOLEM, que han existido más de un millón de desapariciones de personas con antecedentes de “alienidad” en alguna parte de su vida, pero no con alteraciones tan obvias como para ser registradas —dijo Kruegger.
—No entiendo— apremió Schiapparelli.
—Perdón, seré más específico. Primero, busqué en los archivos todos los casos de alienidad manifiesta y encontré los usuales con algunas nuevas admisiones. Eso me llevó a descubrir que existían secciones en los archivos que hasta el momento estaban vedadas para mí. Clasificadas. Salvando los obstáculos se me ocurrió buscar alteraciones de orden más leve y pude encontrar varios millones. Por un impulso, decidí solicitarle a Mneme un patrón en las actividades laborales o sociales de éstos individuos y de pronto se manifestó que mil doscientos millones, aproximadamente, habían desaparecido sin dejar rastro. Fue por eso que pensé en hacer una comparación con todas las teorías sobre la “alienidad” elaboradas hasta el momento, aún las más disparatadas y vean pues, Galímares, un sicólogo que desapareció hace cincuenta y dos años, escribió un artículo para la RED científica sobre un concepto sobre el cual los alienígenas no podían ser vistos. Según él, el universo estaba poblado por millones de especies no humanas que habitaban cientos de miles de mundos; o sea, una superpoblación intergaláctica.
— ¿Qué explicación daba para comprobar que no se podían ver?— preguntó Lovecraft, mientras se alisaba la ropa con un gesto inconsciente.
—Obviamente una explicación de orden psicológico. El tomaba como ejemplo los traumas. Sus teorías se basaban en el principio de que un trauma, algunas veces, altera la percepción de los sentidos. Hay individuos que ante una visión terrible, optan inconscientemente por una ceguera sicológica. Si se hace un estudio de su fisiología, no se encuentran lesiones, o sea que los ojos reciben la luz, la envían como una señal al cerebro, pero éste se niega a procesarla y por ende, el sujeto no ve. Lo mismo pasa con los demás sentidos. Según Galímares, los alienígenas para nosotros son invisibles. Nuestra vista, gusto, olfato, tacto y oídos los perciben, pero nuestro cerebro no tiene la capacidad de digerir la información. Es por eso que hemos encontrado despoblado el universo de razas no terrestres. Hace pocos días, se descubrió que las especies vegetales y animales de los mundos colonizados eran de origen terrestre; producto de la terraformación de una raza pre homo Sapiens. Ahora se ha propagado en los últimos días, un revival de las teorías de este sicólogo por parte de los estudiantes y recién egresados de la carrera de Alienidad.
Müller sonrió enigmáticamente. Los colores se iban ordenando en su cabeza.
— ¿O sea que según estas teorías, lo alienígena no se puede captar de ninguna forma?
—Si, aunque de una forma sicológica. Esto también se aplicaría a las otras especies. Ellos no podrían percibirnos; no importa como estén estructurados sus sentidos. Si tienen cerebro, tienen sicología y por ende están supeditados a las mismas limitaciones que los seres humanos o los animales terrestres —sacó una petaca de su bolsillo y bebió un largo trago. Por el olor, Lovecraft se dio cuenta de que el hombre estaba tomando ginebra. —Resumiendo: nuestra sicología no permitiría que nosotros percibamos nada desarrollado en otros mundos; ni células, ni animales, ni plantas, ni seres inteligentes y ni siquiera su tecnología o cualquiera de sus productos o desechos.
—Eso no es muy razonable. De ser así, al descender en algún planeta habitado por otra raza nuestros detectores los habrían localizado, al margen de nuestra sicología…— especuló Schiapparelli.
—Hay dos corrientes al respecto de ello: una afirma que por más que nuestros detectores capten a los alienígenas, nosotros somos incapaces de verlos siquiera por intermedio de ellos y la segunda es que nuestros detectores, como un producto humano tienen nuestras limitaciones; no pueden captar aquello para lo que no han sido fabricados.
—Pero si un Terraform desciende en un mundo xeno, destruiría toda forma de vida existente para dar paso a nosotros, o viceversa…— respondió Schiapparelli.
—No sería precisamente así. Hay casos en los que se han encontrado mundos que después de un sondeo somero, se han dejado de lado sin motivo aparente. Otros, han resultado tan insignificantes que ni siquiera se han investigado. Hay miles de anotaciones en las bitácoras de vuelo archivadas en la RED donde se habla de rutas cambiadas sin sentido por tripulaciones de gente de disciplina rígida, o de mundos que no han sido siquiera visitados solamente por un impulso del capitán o incluso, de los coordinadores de misión que se encontraban a decenas o cientos de años luz de ellos. Y hay algo que considero más extraño; aún incluso cuando leí esos informes sentía inconscientemente una afirmación de que estaba correcto que se dejara de lado el sondeo. A pesar de todo, también encontré muchos accidentes de navíos que chocaron contra algo inidentificable en pleno espacio y se desintegraron sin explicación aparente.
—Choques contra otras naves alienígenas…— murmuró Müller.
—Es una posibilidad — agregó Kruegger.
—Déjenme recopilar datos unos segundos… — el ingeniero se conectó a la RED y con los ojos cerrados aguardó diez segundos exactos. Enseguida los abrió y murmuró:
—Es… monstruoso… Desde que la humanidad se lanzó al espacio han existido más de cien mil casos de accidentes irresolubles no sólo en trayectorias de navíos, sino en colonias completas. Algunas estallaron sin motivo y otras fueron aplastadas por lo que se creyó una intromisión de antimateria, al menos eso especularon los teóricos. Hay un par de centenares más con características similares. El primero está registrado en la propia Tierra, en el año de 1908. Parece que una parte de una zona rusa llamada Tunguska fue impactada por algo que no dejó más huella que la destrucción. Primeramente se creyó que era un meteoro, por lo que varias expediciones buscaron por décadas sus fragmentos sin encontrarlos. Sobre fines del siglo veinte, un sabio de nombre Carl Sagan especuló sobre la posibilidad de que fuera un fragmento de la cola de un cometa. Al ser esta compuesta de hielo, después del impacto la tierra absorbió el agua y al demonio con las muestras. Lo que no puedo entender, es la razón por la que antes no se descubrió esto, o se especuló con la probabilidad de que un navío alienígena que no se detectara sensorialmente, fuera el responsable. Todos los datos estaban allí…
—Los alienígenas también, y no los podemos ver…— murmuró Kruegger.
—Somos un montón de inválidos recorriendo sin bastón una avenida muy transitada…— murmuró Schiapparelli.
— ¿Qué dijiste?— preguntó Lovecraft, bastante preocupada.
—No tiene importancia… tengo que salir a dar una vuelta. No estoy siendo de mucha ayuda en la discusión y preferiría caminar para meditar un par de ideas… Siento que soy un pájaro que intenta volar en un cielo sin aire…
—Está bien; pero en dos horas volveremos a reunirnos y te necesitamos aquí. Vamos a tomar una decisión con respecto a la máquina y la investigación de una vez por todas y presentar una conclusión definitiva al Comando Central. Creo que ya tenemos los datos suficientes para ello y en dos horas estaremos más avanzados en la recopilación de estadísticas…
Schiapparelli entró en la casa silenciosa. Nada funcionaba ya. Ni el guía EMP, ni el adaptador ambiental y ni siquiera el procesador central. Se dirigió al fondo y se detuvo frente al lago. Miró disimuladamente el jardín. Las Amandas cubrían toda la superficie. De las rosas, tulipanes y orquídea no se podía apreciar casi nada, tan sólo unos pocos pétalos arrugados que morían sobre la tierra húmeda.
Tan rápido… El tiempo no es ahora como lo concebíamos. Además, el tiempo es la percepción que nosotros tenemos de él. Sin seres inteligentes para comprenderlo, no existiría como concepto. Pero, ¿como será el tiempo que está llegando? ¿Se adaptará a la percepción de los Nuevos?… ¿Al ser ellos diferentes el tiempo también se comportará de manera diferente?…
Se desvistió y se arrojó al agua. Estaba fría pero la sensación en los músculos fue gratificante. Nadó hasta la catedral y en pocos minutos, llegó hasta la escalera cubierta de musgo verde y moluscos petrificados. Chorreando agua, trepó y subió hasta la entrada enorme, tallada en granito y acero gris. Dio unos pasos inseguros —el piso estaba muy resbaloso— y penetró en el umbral. Ya en el interior pudo ver que el templo era gigantesco. A medida que avanzaba, descubrió que en cada punto que él ocupaba, todo dependiendo del tiempo y el espacio, podía ver fragmentos de otras épocas pasadas, presentes y por venir. Su percepción de la realidad era confusa; en un segundo dado podía encontrarse observando un antiguo ritual celta y dos milésimas después, un Tsunami que barría las costas de Tokio. Su sentido empírico lo hizo experimentar con su posición. Primero se situó en un punto determinado y observó las imágenes que se le brindaban: una cacería de un búfalo por un grupo de hombres primitivos; caras pintadas, pieles curtidas y un sueño de estómagos llenos por una semana. Dos segundos después avanzó tres pasos y se detuvo: una entidad monstruosa salía de un limo negruzco y aullaba al cielo una letanía sin sentido; miles de reptiles danzaban a su alrededor, en medio de una serie de templos estructurados como muros huecos y columnas cubiertas de enredaderas verdes y flores amarillas.
Cuando se hubo repuesto de las imágenes, volvió al punto exacto desde donde partiera. Para eso se paró sobre las propias huellas de sus pies: unas sombras infantiles, que se movían de una forma intangible, saltaban o corrían a grandes velocidades entre ruinas de una titánica civilización tecnológica ya desaparecida hacía eones.
Las imágenes cambian a medida que uno se mueve, pero también con el transcurso del tiempo… Siento la necesidad de danzar bajo las nubes, de volar hacia las estrellas y tañer una flauta en medio de un océano de grandes rocas de roble…
Entre tantos efluvios de un tiempo ajeno que atravesaba como a un temporal, llegó junto a la muchacha, a la que a pesar de que nunca le preguntara su nombre, sabía que se llamaba Mariangel. Ella estaba sentada frente a una enorme estatua informe, un mármol blanco cubierto de espasmos que transmutaban lo pétreo en líquido; un recurso alquímico ante un cambio demasiado extraño para ser asimilado.
El tiempo ya no es nuestro… El tiempo es de los que lo perciben… de los que gobiernan el Universo…; supo en ese preciso instante.
— ¿Viste las flores?
—Sí— respondió. Se acomodó junto a ella y la tomó entre sus brazos. Una mano de finos y suaves dedos acarició su pene con un pulgar tímido.
— ¿Qué viste?— volvió a inquirir mientras con un gesto infantil comenzaba a lamerlo.
El rostro de él se distendió.
—Las Amandas… han ocupado todo el jardín…
La catedral comenzó a sumergirse lentamente: agua que se agita, mientras peces y anfibios danzan en la corriente, rodeados de tiempos extraños que han sido, son y serán. Unas sombras que comienzan a salir del fondo de arena y rocas, dejando burbujas como única prueba de su visita. Un sol sangrante, que muere junto con una pareja que observa el destino cercano con una sonrisa de éxtasis…
—Siempre quise morir de dos formas… Una, con un trago de ginebra en mi mano y escuchando Blues y la otra, desnudo junto a una bella mujer de ojos color miel y labios carnosos… —murmuró Schiapparelli, sonriendo.
—A veces el destino nos permite elegir… — respondió Mariangel, mientras el rugido del agua entrando en la zozobrante catedral entonaba una melodía sin voz.
Müller elaboró un intrincado gráfico de las similitudes entre las máquinas y descubrió que a pesar de todo, muchos de los puntos ciegos no coincidían.
—Pero los que en nuestra máquina obran de nexo con supuestos codificadores de señales y fuentes energéticas, son idénticos.
Müller se quitó los lentes que se conectara para recibir más información visual y los dejó sobre una mesa de trabajo.
—Tienes razón, pero eso plantea que los otros artefactos son diferentes a éste. Es como si juntos conformaran una enorme maquinaria de enlace…
—O una nueva tecnología que espera a alguien que debe llegar después de que nosotros desaparezcamos…— murmuró la IA. Se había elevado algunos metros y ahora descendía y se volvía a elevar.
— ¿Tienes algún problema?— preguntó el coronel. Había notado que en los últimos minutos la Inteligencia parecía un poco errática.
—No. Solamente tengo una duda… ¿qué sientes cuando me ves?— preguntó. En su voz existía un leve matiz sentimental, pero probablemente fuera un archivo del líquido de audio.
—Siento una gran admiración por tus diseñadores. Eres un conglomerado de líquidos de diferentes densidades que interactúan dándote las capacidades que posees…
—No era eso a lo que me refería… ¿Qué sientes cuando me ves… sabiendo que soy tu esposa?
El pareció no entender a lo que se refería.
—Soy ella; sé cada cosa que le contaste. Recuerdo cada noche de placer, tu olor cuando me hacías el amor, el sabor de tu pene en mi boca…
—Esto no tiene sentido —masculló Müller, consternado—. Entiendo que tú tienes la matriz de ella, pero no eres mi mujer…
— ¿Por qué? Recuerdo todo lo que Alejandra vivió. Tengo los mismos sentimientos… amor…— la esfera descendió hasta la altura de la cabeza del ingeniero. En el cristal comenzó a temblar una forma neblinosa. Un rostro.
— ¡Basta! Esto es estúpido. No eres más que un circuito de líquidos que tienen una matriz copiada. Un cristal de vídeo antiguo sin otro propósito que el de manifestar formas a los ojos de tu amo. Solamente guardas los recuerdos como una grabación mantiene hologramas 5.
El rostro de Alejandra Müller apareció en la superficie lisa con nitidez. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Eres cruel…— hipó.
— ¡Desconexión!— gritó rápidamente el coronel. La esfera se opacó y descendió hasta el piso, inmovilizándose.
Debo averiguar esto yo solo…, pensó Müller. Sus ojos estaban húmedos por la situación que le tocara vivir en los últimos minutos.
Se acercó al punto ciego de la derecha y trató de tocar el espacio vacío. Se acercó al punto ciego de la izquierda e intentó tocar el espacio vacío. Se acercó al punto ciego del centro e intentó tocar el espacio vacío. Se acercó al punto ciego superior e intentó tocar el espacio vacío. Se acercó al punto ciego posterior e intentó tocar el espacio vacío.
Se retiró de la máquina con la sensación consciente de haber tocado todos los espacios y encontrarlos realmente vacíos por un lado, pero con una insatisfacción subconsciente por otro. Como si la tarea que se encomendara no se hubiera llevado a cabo por motivos que él no tenía derecho a saber. En ese momento recordó que la insatisfacción siempre había estado allí, pero que no le prestó atención y solamente la notaba ahora, luego de las dudas que se plantearan en el proceso de la investigación.
—Apoyo…— solicitó. Tres minutos más tarde, un portal se abrió para que pidiera lo necesario.
Cuánta demora… Algo debe estar alterando los circuitos de la RED…
—Necesito un emulador psicotrópico… Quiero que corrija cualquier anomalía que detecte en mi cerebro en lo que sea relativo a las percepciones sensoriales.
Al menos esto funciona con los que tienen ceguera o sordera de origen traumático…
Un campo electromagnético casi imperceptible rodeó su cráneo. Cuando la impresión de hormigueo desapareció, avanzó de nuevo y trató de tocar el espacio vacío que existía en el punto derecho. Esta vez, pudo notar algo, como una imagen distorsionada que temblaba frente a sus ojos. Las yemas de sus dedos percibieron olores a cosas innominadas. Siguió el mismo procedimiento con los otros puntos y su cuerpo empezó a reaccionar negativamente, cubriéndolo de náuseas y fuertes cefaleas que arrancaron lágrimas de sus ojos. Se retiró de la máquina varios pasos, en un vano intento de huida, como si se tratase de un ratón que sintiendo curiosidad por el color de los ojos de un gato dormido, se diera cuenta demasiado tarde que despertarlo no fue una solución inteligente.
Tambaleándose, se detuvo y pudo observar el prodigio. La máquina era gigantesca. El centro, más definido, se agitaba parasitado por una serie de cosas enormes que pulsaban y producían explosiones de colores que se elevaban hacia las estrellas distantes. Huesos, millones de huesos de formas equinodérmicas se alzaban en torres geométricas, como antenas que posibilitaran captar no solamente el lenguaje de Dios, sino el de todos los seres que alguna vez vivieran en el Universo. Por los tubos óseos subían y bajaban a grandes velocidades, entidades blindadas que operaban como catalizadores y emuladores de frecuencia y energía: baterías y transformadores vivos que se alimentaban de una pequeña parte de los desechos del artefacto híbrido.
Müller observó todo con un gesto de absoluta impotencia; se sentía como un hombre de la edad de piedra ante el descubrimiento de que su dios es un animal carnicero y estúpido que solamente desea torturar y devorar su carne, y que además tiene el tiempo y el poder como para vencerlo fácilmente por más que luche o se esconda.
Salió del cuarto y se dejó caer en la mesa de reuniones. Primero vomitó, después lloró y a los pocos minutos, comenzaron a sacudirlo las carcajadas. El EMP suministró media docena de vasos de ginebra, jugo de naranja y leche que cayeron sobre el suelo desordenadamente.
—Es un detector de alienígenas…— rió el coronel— Detecta las naves que pasan por nuestro sistema planetario… Miles, a toda hora… El universo está superpoblado…— gimió, y rompió otra vez en carcajadas—. Colores… colores que suben hacia las estrellas y se unen con sonidos; hay un rostro que me sonríe desde los rayos del sol… es una muchacha hermosa… mi mujer… ella me observa desde los rayos del sol… Ah, me iba… —apuntó su dedo índice a su nariz y se la tocó, bizqueando los ojos — ¡Qué bueno, nunca había podido hacer esto…! ¿En qué estábamos? Sí… Los puntos ciegos, son en realidad prolongaciones de la máquina que se transforman en tecnología alienígena… es por eso que no las podemos ver… y están vivos… millones de formas de vida que corren junto a nosotros, como hormigas… como cucarachas… como pulgas… trilobites milenarios que nos observan como a plantas… Eso somos… plantas que esperan ser cortadas, millones de vegetales… una sopa primigenia que humea en el plato de un monstruo inimaginable llamado naturaleza…
Lovecraft se acercó lentamente y le aplicó un sedante. El coronel cayó dormido instantáneamente, mientras Kruegger asentía gravemente.
—Ese no es el misterio…— dudó el científico —… el misterio real es el porqué de todo. Cuál es la respuesta. Sabemos que esa máquina está detectando navíos no humanos y que para ello, es parte de una fusión entre nuestra tecnología y otras ciencias alienígenas. El problema es por qué fue construida, lo mismo que las otras que se han descubierto en los últimos días —hacía menos de diez minutos que la inestable RED les informara del hallazgo de los otros artefactos.
Lovecraft asintió mientras acomodaba al coronel en un sillón.
—Quizás estemos ante una nueva fase de la evolución —dijo ella, introduciendo un VYT en su boca y buscando un estímulo que seguramente no la satisfacería —. Aunque no se que decir. Debo reconocer que desde que comenzó la investigación, no hice más que preocuparme por recuerdos de mi propia niñez. No me interesaba nada más que eso… Y ante todo la certeza de que voy a morir pronto… ¿Conoce los mitos irlandeses sobre el encuentro en un camino con uno mismo?
—Si. Pero son solamente mitos… Usted es la única fuerte, Alexandra, y no debe dejarse llevar por las debilidades… Los mitos son solamente eso, folklore y debilidad…
—Es peculiar que alguien que vive en una juguetería y copula con una sirena creada en base a sus sueños infantiles juzgue a los mitos de esa forma.
Kruegger rió, asintiendo.
—No me interesa saber de donde sacó esa información, así que no me lo diga. Uno siempre puede ser objetivo con los asuntos de los demás. Esa es una premisa universal.
Ella se cruzó de brazos y caminó por la habitación. Se detuvo frente a la ventana y observó el jardín. El pasto ya no era verde, sino de un violeta lavado y las rosas habían desaparecido dejando lugar a unas flores de color amarillo de formas caprichosas y geometrías complejas.
— ¿No se preguntó el motivo por el que “nosotros”, precisamente fuimos enviados a investigar este caso?
—No pensé que hubiera más motivos que el de nuestras capacidades.
Ella negó con la cabeza, sin dejar de mirar el jardín.
—Creo que cada uno de nosotros tiene una forma… me refiero a nuestra mente, claro, que se enlaza en cierto patrón. Nuestros pensamientos unificados se empotran en un hueco diseñado con el fin de portar nuestras manifestaciones… A todos nos sucedió algo singular en nuestro pasado… menos, eso creo, a Schiapparelli… pero no dudo que le haya ocurrido en este mismo barrio, o que le pase en este mismo momento. Yo, de niña, me topé con una singularidad temporal que me permitió verme a mí misma tal como soy ahora, y viceversa… Usted… sobrevivió a los contactos con la alienidad en estado salvaje… uno en miles… y Müller, su mujer desapareció cuando probablemente una nave alien impactó contra la suya… y quién sabe cuántas cosas que no recordamos o no queremos recordar descansan en nuestro subconsciente.
Un vaso de un líquido rosa apareció en la mano de la mujer, que miró hacia el techo y maldijo entre dientes.
—Hace media hora que pedí esta porquería y recién ahora me lo dan… —bebió un sorbo — …y ni siquiera es licor de frutilla…
Kruegger flotó hacia la oficial de policía, mientras dejaba caer en el suelo una taza de té.
—Debo hablar con el coronel ¿cree que sea demasiado problemático despertarlo? —Preguntó.
—No se preocupe; imagino que quiere interrogarlo antes de que…
—Es un hecho, pero debo obtener una comprensión de la situación real, a riesgo de mi propia vida. Lo que va quedando de nuestra civilización depende de ello…
A pesar de que enfrentamos una guerra que tenemos perdida de antemano, nuestra naturaleza nos obliga a luchar hasta el último segundo…, pensó para sí.
La mujer se acercó al militar dormido y le suministró un reanimador. El hombre abrió los ojos y los observó con un rostro frío, sin vida.
—Coronel… Necesito saber cómo llegó a esa conclusión. Debemos interactuar con alguna de esas máquinas.
El militar masticó una comida imaginaria unos segundos, y después de parpadear nerviosamente, se enderezó y dijo:
— ¿Oyeron hablar de las ratas de la Isla Cook? Se reprodujeron tanto, que no había más de un centímetro entre una y otra. Se devoraban entre ellas. Ya no tenían alimento… Hasta que un día… puf. Quedaron dos o tres. ¿Teorías al respecto? La naturaleza tiene mecanismos eficientes para deshacerse de lo que sobra… Reciclaje…
—Coronel…— apresuró Lovecraft.
—Utilicé un soporte psicológico para que corrigiera los errores de percepción; no es cien por ciento seguro pero es bastante eficiente…— se rió estruendosamente, mientras se desprendía la camisa buscando que su cuerpo respirara oxígeno.
— ¿Qué vio?
—El cielo y el infierno. Un mosquito y una ballena azul. A Nueva York y un mono que salta de un árbol. El interior de una ciudad amurallada hindú y la textura de una esponja de mar. Los sueños sexuales de un adolescente y la muerte de un pájaro de plumaje azul… y el sentido de la vida y del Universo, encontré la lógica de la mecánica que rige todo lo existente… Pero olvidé lo último… ¿No les parece una broma? Descubrir la gran verdad y olvidarla de un momento a otro…
— ¿Dónde puedo encontrar una máquina que me dé las respuestas que estamos buscando?— preguntó Kruegger. Estaba nervioso y se movía continuamente en su asiento.
El coronel dudó unos instantes.
—En “Arenas Púrpuras” hay una «máquina para hablar con Dios»; aunque quizás Dios no le quiera hablar a ustedes… Es un tipo muy reservado… y además está loco… —lanzó una carcajada y volvió a dormirse.
—Debo ir allí…— murmuró el científico.
—Tiene suerte; está a pocos años luz y podrá usar el portal. Entretanto, yo buscaré por el barrio a Schiapparelli. Estoy preocupada por él, ya debería estar aquí desde hace una hora. No es que sea paranoica, pero es muy puntual… —mintió, inventando una preocupación que no existía.
El sonido de una máquina expulsando vapor en el exterior, se manifestó como un Molto Vivace de una sinfonía de hierro y océanos hirviendo en un mundo primigenio.
La casa donde fuera construido el mecanismo al que se refiriera Müller, estaba enclavada en una isla rocosa, junto a un océano azul oscuro donde navegaban gigantescos moluscos de caparazones púrpura que los habitantes locales usaban de transporte.
Era una mansión del período del Imperio Isabelino —una autócrata local en uno de los lapsos turbulentos de colonización espacial sobre la mitad del siglo XXIII— de forma octogonal, con techos fungoides. Estaba vacía. Los investigadores que debía contactar habían desaparecido. En cambio, un grupo de plantas de flores celestes crecían en el suelo mismo.
La máquina era —según la IA que aún funcionaba —similar a la que el coronel investigara, aunque en su parte frontal tenía un enorme asiento idéntico a una cola de stegosauro curvada.
No tengo otra posibilidad…
Se sentó y la encendió. Una serie de sonidos e imágenes sin sentido comenzaron a dar vueltas sobre él, como un remolino de viento que arrastra cien mariposas.
—Necesito el apoyo ahora mismo —ordenó a la RED local, que ya estaba informada sobre todo lo referido a la investigación y sus consecuencias.
El campo de acción psíquico envolvió su cráneo y en pocos segundos pudo sentir el hormigueo típico del enfrentamiento con la alienidad. Primero, fue la percepción de un rostro titánico que lo observaba desde una soledad tal que producía terror; enseguida, empezaron los sonidos, el gusto, los olores y las percepciones cutáneas, aunque todos se confundían y los olores eran percibidos por los ojos, o los sonidos por la lengua.
— ¿Por qué?— alcanzó a murmurar el científico, antes de que la respuesta llegara como un embate de un temporal de lluvia, viento y rayos que quemaban el cerebro. El mar se embraveció en el exterior. Una tormenta negra y violeta comenzó a envolver la casa: sensación de muerte inminente percibida por un niño que observa como su padre agoniza en una cama blanca. Decenas de jazmines sobre un cuerpo muerto, dados por un árbol que fallecerá un par de días después que su amo. Fidelidad vegetal llevada a extremos imprevisibles.
—No entiendo el tiempo…— alcanzó a murmurar Kruegger, mientras el mar rugía una canción de despedida y bienvenida a la vez.
Lovecraft recorrió todo el barrio sin encontrar a Schiapparelli. A pesar de que golpeaba las puertas —los sistemas automáticos ya no funcionaban —nadie salía a abrirle. Era como si todos hubieran huido ante la inminente invasión de un pueblo de salvajes bárbaros aficionados a comer carne humana y beber cerveza en sus cráneos.
¿Dónde se habrán metido?…
Recorrió las avenidas desiertas y observó las máquinas caídas: aves que sucumbían en sus jaulas por falta de alimentos; los esqueletos semiasomando entre la piel reseca, mientras los rayos del sol del atardecer les sacaban brillos ocres.
La mayoría de los artefactos se detuvieron, lo mismo que los relojes de los edificios. El cielo estaba vacío y los bulevares, atestados de pedazos metálicos o plásticos. En ese momento, Lovecraft sintió la necesidad de observar en el interior de una máquina enorme que aún dejaba escapar un hilillo de vapor: una locomotora que muere cuando la vía que recorre, se termina junto al abismo del fin del mundo.
Vio una mujer mayor, o al menos lo que quedaba de ella. Estaba aplastada entre los engranajes y pistones que aún intentaban moverse.
Esto es espantoso…
Por impulso, revisó todas las máquinas, corriendo sin detenerse, descubriendo los cadáveres reventados o quemados durmiendo plácidamente en los interiores de reloj de péndulo.
¡Todos!… ¡Todo el barrio!… ¿Pero cómo?…
Se alejó unos metros de los artilugios y vomitó junto a una columna. Un sonido de una risa la volvió al mundo, y se escurrió entre los jardines de un edificio de arquitectura Maya. Alexandra subió la escalera que parecía perderse en las nubes y después de diez minutos, llegó a un titánico patio de lozas verdes con motivos blancos y dorados. Se detuvo sobre la pintura de un jaguar. Decenas de templos y pirámides se perdían entre las nubes bajas que formaban montañas de algodón de caramelo envenenado: una trampa para los dioses niños de un pueblo que ya no existía.
Estuvo en el mismo lugar durante varios minutos, sin moverse, contemplando las piedras geométricas y acechantes desde su universo silencioso. Una sombra se movió a un lado de una cabeza de Quetzacoatl: colmillos de caimán, cuerpo sinuoso y alas de garza que se agitan aterrorizando a los herederos de los «dioses».
—Huyeron con sus naves y abandonaron sus ciudades… sus canales… solamente sus esclavos quedaron sobre la Tierra. Ellos fueron los que encontraron los conquistadores españoles, vivían entre las piedras de sus amos, pero no sabían para que servían. Plantaron alrededor de los canales hasta que estos se arruinaron y ya no pudieron traer más agua… Y al fin los encontramos, lejos del planeta… a los Dioses les llegó la Muerte por más que intentaron escapar… no hay lugar donde refugiarse de su beso frío y sus caricias secas… —susurró una voz detrás de las columnas de un templo.
— ¿Quién eres y por qué me cuentas esto? — preguntó Alexandra sin moverse de su posición.
—Lo primero no importa, y lo segundo es simple, te lo cuento porque no tengo nada más que hacer. La finalidad de los seres inteligentes no es la de moverse dentro de un guión previsto y lógico. A veces hacemos “horas extras”, reescribimos nuestro propio guión, o simplemente perdemos el tiempo con boberías… Tenemos ese derecho…
—Pero tiene que haber un fin. En este momento estoy dentro de una ciudad Maya del planeta Tierra. Hace unos segundos, caminaba por un mundo a cientos de años luz de aquí… Esto no puede ser real.
—Ah… la realidad, el tiempo, el espacio… conceptos humanos. No interesan, no son válidos. Hay personas que debido a su bajo coeficiente intelectual no sólo no se preguntan sobre las verdades del universo, sino que ni siquiera imaginan que puede existir algo así. A pesar de su ignorancia, el mundo a su alrededor mantiene la coerción. Ahora hay múltiples opciones respecto a tu posición en el Universo. Puedes estar soñando, puedes estar aquí realmente, puedes estar loca, puedes, puedes y puedes… Todo es parte de lo mismo… Y no tiene que haber un fin o un beneficio en que estés aquí, hablando conmigo, o no. No todo interactúa. Los soles dan energía a los mundos que cobijan vida, pero en cambio no reciben nada de ellos. ¿Altruismo? ¿Misterios de los dioses? ¿Algún propósito oculto? Quizás una parte de todo… quizás simple azar…
—No me siento protagonista de esta historia. Estoy asistiendo a una proyección aburrida del fin del mundo…
—Bienvenida a la realidad… Nadie es completamente protagonista de un documental sobre animales, solamente el director y los camarógrafos son los que tienen derecho a compaginar las imágenes… los mismos que los persiguen como depredadores durante semanas, acechan su intimidad y permiten que sufran o mueran…—la voz hizo una pausa — Saluda a la cámara…
La voz no volvió a escucharse. Alexandra esperó diez minutos y se alejó de la ciudad de piedra; descendió la escalera y atravesó las nubes, casi palpables. Poco tiempo después estaba de vuelta en la avenida. Las máquinas continuaban su labor de trituración. Se sentó en medio de la acera y observó los cilindros que se balanceaban con el viento.
En ese preciso momento se dio cuenta de que su mente ya no era la misma. Sentía una ajenidad sin esperanzas, no tenía ningún motivo para seguir viviendo y fue consciente de que no lo había tenido nunca.
Siempre fui parte de una enorme máquina que no servía para nada. Existíamos solamente para dar a luz a otra especie, que a su vez existirá para parir otra más y así por todos los eones que le quedan al universo. Cuando éramos una raza joven, todo se justificaba por nuestra inconsciencia. Ahora, viejos y desencantados nada tiene sentido. Somos un desperdicio del que no quiero participar…
Se desnudó y caminó zigzagueando, esquivando máquinas rotas y gente rota: un mundo de juguetes que ya cumplieron su ciclo; pertenencias obsoletas de un niño que se ha transformado en adolescente y ahora requiere otro tipo de diversiones.
Sus pies descalzos pisaron charcos de sangre, pasto y cemento azul. De vez en cuando, se lastimaban con vidrios rotos o fragmentos de acero producto de alguna explosión ocasional. Mientras caminaba, las huellas rojas la seguían: sobre el suelo, una gran pintura india que improvisaba un gigantesco mensaje de auxilio para no ser leído.
Schiapparelli murió primero. El era empático; el más sensible. Kruegger lo hará al final. Es casi un alienígena; al menos podrá comprender… ver antes de irse… Y yo, buscaré un nido y anidaré, engendraré a mis hijos de carne y metal; veré el sol salir y ponerse una y otra vez, hasta que las estrellas se apaguen… los océanos de sangre brillando bajo los fuegos…
Encontró una máquina vacía y aún funcionando. Era un cilindro que se sacudía y dejaba entrever un tablero de ajedrez con fichas de ludo por un lado y una pantalla de televisión que mostraba una imagen geométrica fija por otro. Se detuvo ante ella, la acarició lentamente, después lamió su textura y sonriendo, se masturbó con sus dedos largos y finos. En esa tarea estuvo durante cinco minutos, hasta que el orgasmo la hizo temblar y morderse los labios. Cuando las sensaciones se disiparon, sacó los dedos de su vagina y trazó con su flujo un símbolo del Ying y el Yang sobre la superficie de metal, abrió un compartimiento pequeño que la máquina tenía en su reverso y se introdujo por allí. Lo primero que sintió, fue cuando los engranajes atraparon los dedos de sus pies y los huesos se partieron en decenas de pedazos. Lo segundo, una sensación de éxtasis en el momento que el corazón dejó de funcionar; y lo tercero, una paz intraducible mientras su cerebro se sumía en una negrura relajante, que le dejó ver cada recuerdo que guardara a lo largo de toda su vida como en una proyección cinematográfica de lujo, donde el único invitado es uno mismo.
Kruegger llegó al portal del barrio en el que comenzara su investigación. Desde que regresara, interpretaba que el paso a una nueva fase en la civilización humana estaba dando principio. Caminó cojeando levemente y se sentó en el banco del porche. Sus sentidos se habían visto alterados por el diálogo que tuvo con la máquina. Un hecho definitivo en lo que le quedaba de vida.
El sol del atardecer aún se mantenía en el cielo y atravesaba con sus rayos unas ramas cubiertas de hojas verde claro. La luminosidad lo encandiló y pudo captar entre el resplandor que resumía su visión a formas difusas, el movimiento de seres que saltaban o corrían de un edificio a otro, disfrutando de la soledad del mundo en que les tocara vivir. Cuando la bola de fuego descendió detrás de los edificios. Su visión volvió a la frecuencia normal y solamente percibió las máquinas rotas y algún movimiento que otro de poleas que luchaban contra un destino inevitable.
Se levantó y entró a la casa. El coronel, tranquilo, lo esperaba sentado a la mesa de la sala. Junto a él, la IA se encontraba despedazada metódicamente sobre el suelo: sangre, metal, entrañas rojizas y aceradas; todas las partes formando el rostro de una bella mujer que miraba desde un cielo infinito de constelaciones extrañas.
—Sabía que vendría, profesor…— murmuró el hombre, con el rostro cubierto de rojos y azules.
—Lo sé. Yo también era consciente de que usted sería uno de los últimos en irse. Es muy fuerte, Müller…— el científico se acomodó en un sillón dejándose caer pesadamente. Ya no flotaba. Su suspensor descansaba en la calle, integrando una maquinaria que sería llevada por la primera brisa que se dignara pasar por allí desde y hasta un continuum inescrutable.
Müller movió los brazos y escribió en el aire un relato sobre una especie que se enfrentaba a su destino con indiferencia, sobre otra que se entregaba a la histeria colectiva y el horror primigenio y una última que desafiaba al Universo con la frente alta, y los labios crispados por la cólera. Movió los labios en un murmullo silencioso, leyendo cada palabra que se prendía del aire y después de que hubo leído todo siete veces, lo borró con el dorso de su mano izquierda. Sonrió, satisfecho y miró al recién llegado con una expresión sobreprotectora.
— ¿Y, profesor, pudo hablar con Dios… Pudo ver toda la grandiosidad del momento? El Comando Central ha dejado de transmitir… Nuestra cabeza se ha desconectado de nuestro pene… Ya no hay forma de reproducción posible…
—He visto el fin… — musitó Kruegger. Sus ojos parecían velados con un lente opaco. No brillarían más. —Sentí la agonía de los neanderthales cuando los recién nacidos Homo Sapiens los eliminaban con virus que generaban sus organismos inconscientemente. —Tembló unos segundos, pero se recuperó —Es así como la naturaleza deja atrás una etapa. Los neanderthal eran grandes, de físicos musculosos, no poco inteligentes. Era lo que necesitaban para sobrevivir. Con el tiempo, aparecimos nosotros, más pequeños, astutos. A medida que pasaban los milenios nuestros cuerpos se redujeron hasta el punto de que nuestra estatura promedio es de un metro cincuenta. ¿Para qué más? Después llegamos a los límites, entonces la madre naturaleza comenzó a actuar nuevamente. Enfermedades, guerras… Ahora es diferente. Gracias a nuestra tecnología hemos superado parcialmente a la naturaleza, nuestro enemigo despiadado. Si ella sintetiza un virus, lo eliminamos en menos de veinte horas. Nunca podría con nosotros en ese campo. Tampoco nos derrotarían los nuevos humanos en una guerra frontal. Nos extendimos por el cosmos de tal manera que demorarían siglos en exterminarnos completamente, amen de que nuestra capacidad bélica es tal, que volaríamos todos en pedazos… todos juntos. La salida es la alienidad. Hemos llegado al punto de captarla, pero no de digerirla. Es como una droga tóxica. No podemos resistir las sensaciones que nos brinda, pero al hacerlo nos mata. Nuestra tecnología es incapaz de contrarrestar un efecto que hasta destruye a las Inteligencias Artificiales. Es una especie de virus mental… Siempre supimos que lo último que dominaríamos sería la mente… Por desgracia nunca llegamos a gobernarla completamente, pero de ser así, la naturaleza hubiera encontrado otros medios. Nos lleva eones de experimentos y no sólo con los seres humanos.
Müller movió la cabeza de derecha a izquierda, como una mantis. Se fijó en el aire y descubrió una palabra que flotaba en su mente. La borró nerviosamente.
—El nombre de Dios… ¿Puede ser una persona tan distraída que deja el verdadero nombre de Dios flotando en el aire? —Volvió a recuperarse de sus delirios por unos segundos y preguntó:
—Todo esto, la evolución, me explico, apunta hacia algo… El azar no dicta los destinos de las especies inteligentes. Existe un fin, de otra forma todo sería estúpido… ¿Usted sabe cuál es el fin del camino, profesor? ¿Es consciente de la verdad absoluta, del sentido de la vida inteligente?
Kruegger cerró los ojos e intentó recordar la conversación con Dios, o lo que él interpretara como Dios.
—La naturaleza, ha elaborado una larga cadena de eslabones de información que recorre el cosmos y se engancha en las conciencias como un puente entre las estrellas. Cada átomo, cada partícula de polvo cósmico es un elemento imprescindible… es como el principio de los nanochips, ellos obran con un programa básico, no pueden apartarse de él, e incluso la improvisación es parte de ese programa…
—Profesor… Creo que se está apartando de la esencia de la respuesta…
—Tiene razón… la respuesta al sentido del Universo, la vida y la inteligencia… es que el Fin de todo es que la inteligencia, como concepto interracial, debe recorrer todo el camino de la evolución para llegar al Principio… La inteligencia, amigo Müller, debe transformarse al final, en la Naturaleza que le dio origen… nada más simple que eso… El Universo debe terminar donde comienza y viceversa… La Inteligencia, al final, perderá su consciencia y se transformará en una fuente de poder inimaginable, cuyo único fin es la Creación, un Inconsciente Universal, una colectividad de elementos interactivos con un único fin, que en sí mismo es todos los fines posibles…
—Entonces lo sabe, profesor. Bueno, — se levantó y fue hasta él. Lo abrazó, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas arrastrando rojos y azules —fue un gusto conocerlo, pero debo partir. He construido una bella máquina que me llevará a las alturas y me permitirá ver el final de este mundo. Cuando todo termine, no recibiré más alimentos ni agua y moriré; pero antes grabaré todo. Soy un ingeniero, un militar y al menos, buscaré que mi muerte no sea en vano. Caminó hasta el patio y trepó en una torre de acero con dos hélices en la parte superior y turbinas a los lados. En el centro, una burbuja de vidrio llena de un líquido similar al amniótico, recibió el cuerpo del coronel y éste se ubicó en posición fetal. Desde el interior, giró la cabeza rapada y miró a Kruegger; por unos intercomunicadores tarareó “Así Hablaba Zaratustra”, de Strauss, burlándose de algo que el profesor no comprendió y murmuró:
—Qué desperdicio que la verdad le llegue a una especie cuando va a desaparecer… —. Presionando con sus manos y pies una serie de pedales que hicieron que los motores se encendieran, el objeto se elevó hasta perderse en el cielo rápidamente.
Kruegger decidió partir también, pero antes, quería mirar por última vez a la máquina que no era la responsable, pero sí un marcador para el comienzo de todo el proceso. Razonó la situación desde el punto de vista de un empleado de una empresa que es suplantado por otro mejor y más joven. En todos los planetas, ya debían estar naciendo los nuevos, cuyo inconsciente era capaz de encadenarse con el de los alienígenas, logrando una comprensión del cosmos absoluta.
Somos desechables…, pensó. —Pero debo reconocer que todas las teorías que elaboramos aquí pueden no ser válidas. Quizás todo se esté terminando definitivamente, sin una nueva etapa. Quizás no existan alienígenas y todo esto sea un error de interpretación. O que estemos siendo invadidos por una especie muy superior a la nuestra que se haya ocultado hasta éste momento y descubrió como borrarnos del Universo con un sólo movimiento, un Jaque Mate astronómico. Hay miles de opciones o explicaciones; hasta podría pensar que el tiempo tenía un límite y se está terminando. Al no haber más tiempo, los seres que lo perciben deben desaparecer con él. Si todo en este universo tiene un fin, hasta el tiempo puede morir…
Entró en la sala donde el artefacto vibraba y enviaba ondas de frecuencia con olor a maquillaje de payaso: rostros blancos y rojos haciendo gestos enigmáticos a un público que no los entiende pero ríe igual.
Caminó hasta el monstruo de acero y materiales inconcebibles sin verlo. Se detuvo a pocos metros de la forma y con los ojos cerrados captó los temblores que le llegaban por la piel. Estuvo así solamente dos minutos y se alejó hacia la salida, sin un gesto siquiera: rostro de clown que intenta divertir a niños amargados por la pérdida de sus padres en una guerra ignota; una horda de payasos inconscientes que lucha por la risa de un anciano muerto y fosilizado hace milenios.
Antes de cerrar la puerta a sus espaldas y adentrarse en la destrucción que crecía hasta su apogeo, Lorel Kruegger miró hacia atrás, como si se hubiera tratado de un moderno Lot que transgrediendo la historia observara la consumición de Sodoma en una nube de fuego en lugar de su mujer. Entonces fue cuando lo vio… Era Alighieri. Su cuerpo, cubierto de alambres y carnes que no eran las suyas, se agitaba entre los vapores y chisporroteos con aroma a incienso, plástico quemado y perfume de muchachas de ojos rasgados. Un jinete de humo y acróbata eléctrico que montara a Leviatán: danzarín de fuego y explosiones amarillas. Un fantasma en la máquina de vapor, con la mitad de su cuerpo mutilado retorciéndose en este mundo, y el resto interpenetrando otras realidades y otras sicologías, jugando con el destino y bebiendo del fin de los tiempos, como un Cristo surrealista lo hace con un cáliz lleno con la sangre de un Pueblo que termina su actuación en el Universo.
Kruegger salió de la casa y se internó entre las sombras que danzaban felices, por la herencia que sus viejos padres les dejaran sin saberlo.
FIN
© 1996 – 2012 Roberto Bayeto por la novela corta
© 2012 Pedro Belushi por las ilustraciones
NOTA: Esta novela corta de Roberto Bayeto se ha publicado en cuatro partes.
Roberto Bayeto Carballo (Montevideo, 1964). He escrito los guiones de dos álbumes de comics en nueve idiomas —Genética Grunge—, los cuales salieron no solo en hard cover, sino también en revistas como Heavy Metal, la mejor publicación de cómics del planeta, según los entendidos —a mí me gustaba más El Víbora, pero es una cuestión personal— en sus especiales Sirenas y Steampunk; me publicaron una novela corta llamada En la Tierra Donde Viven los Dragones en la revista Isaac Asimov española, dirigida por el Pope de la ciencia ficción hispana y una de las mejores personas que he conocido, Domingo Santos; un relato “Monstruos” y una crónica de mi viaje a Utopiales 2004 en la misma BEM, el relato “Monstruos” como “Mordeurs” en la antología Utopiae 2004, relatos y comics en Axxon, Vórtice, Skorpio, Galileo y NO, Argentina, Ad Astra española, en la antología Fragmentos del Futuro de Espiral, Diaspar, REM, Trantor y artículos en diarios y suplementos uruguayos, uno de ellos sobre mis cuatro años en la Policía uruguaya, en un grupo táctico de asalto urbano… y un largo etc”. En este portal publicó el relato «El mercado de las sombras».
Pedro Belushi, ilustrador y guionista. Ha trabajado en multiples proyectos de ilustración y comic. Entre sus obras están Melquiades y El Genio ( Dibujo y guión. Ed. Sulaco 2000) y Mighty Sixties ( Guión y diseño, junto a Carlos Vermut. Amaniaco Ed. 2001).
Ha hecho diversas exposiciones de su obra gráfica dentro del Circuito de Jóvenes Creadores de su comunidad. Actualmente colabora con BEM on Line y otras revistas de CiFi haciendo ilustraciones para relatos y portadas, así como guiones para otros ilustradores como Carlos Vermut, Nando o Pablo Espada (con quien hizo Clon 27, una de las primeras tiras seriadas en internet)