A VECES UNA DESPEDIDA SE TOMA SU TIEMPO

“No mires atrás. Si miramos atrás en los andenes, la imagen permanece como una promesa» (“Un toque de canela”, Tassos Boulmetis)

Siempre me he preguntado acerca de quién sufre más en una despedida, si el que se queda o el que se va. Durante mucho tiempo pensé que sufre más el que se queda, porque le dejan. Luego, con los años, llegué al convencimiento de que sufre más el que se va, porque tiene que dejar y sabe cuánto dolor, al mismo tiempo, deja en tierra. Sin embargo, no hace mucho, inmerso en el debate de una interminable despedida, fui consciente de repente de algo que me confirmó que la vida es simple, por mucho que nos empeñemos en complicarla, y que las cosas más sencillas son las que más se acercan a ser verdad: en una despedida no sufre más el que se queda porque le dejan, ni tampoco el que se va porque tiene que dejar; en una despedida, invariablemente, siempre sufre más el que más ama.

Un amigo. Yo, que soy poco de cuidar amigos, cuidaba, hace unos años ya, bastante a uno. Entre ambos había amores o pasiones comunes: los libros por un lado y por el otro el vino, si bien considerado igual que un libro, un objeto con alma contador de cuentos, de historias, o de vidas. Aquel amigo me escuchaba, complaciente, contar cuentos sobre el vino que en realidad no eran tales, y hasta me concedía, de vez en cuando, el regalo de opinar sobre ellos. Pero todo tiene un límite y un día, tal vez cansado de escuchar o de opinar, mi amigo me dijo una frase que él nunca hubiera imaginado cuánto me afectaría: “Big Fish también es un cuento de Tim Burton”.

Hay, en síntesis, dos tipos de despedida consensuada entre dos personas. Por supuesto también está aquella en la que uno de los implicados no está de acuerdo, pero yo a eso no lo llamo despedida, sino abandono. Para que una despedida sea tal, ambos participantes en la misma deben estar, con sus matices, de acuerdo en que deben decirse adiós.


Burton y Wallace.
 Fuera cual fuese la intención de mi amigo al decírmela, lo importante es que esa frase cinematográfica me condujo no hasta la película de Tim Burton, sino hasta la novela de Daniel Wallace. Así que bendito el cine que permite que el público en general conozca obras maestras literarias que, de otro modo, permanecerían más o menos escondidas en las librerías del olvido, pero maldito también el cine que hace que, a veces, se olvide que esas novelas existen.

Un tipo de despedida es aquélla en la que los involucrados se despiden sabiendo que se volverán a ver. Sabiendo, o confiando, o esperando, que suceda más pronto o más tarde, pero en todo caso el reencuentro está presente en los deseos de ambos. Puede ser un “Hasta luego”, o un “Hasta pronto”, o un “Nos vemos”. De este modo, el “Adiós” que se pronuncia al final no es un adiós, sino un “Espérame”, o un “Te esperaré siempre”.


Una novela.
 Big Fish, una novela de proporciones míticas es un breve libro y enorme cuento lleno de cuentos que abarcan toda una vida. Un libro de cuentos breves, claro, porque un cuento que no sea breve acaba cansando y en ese caso es mucho mejor concebirlo como novela desde el principio. Es un libro de chistes, también, malos casi todos, pero precisamente por eso son graciosos y se pueden contar muchas veces, aunque se sepa el final, hecho impensable en la mayoría de las circunstancias de la vida. Big Fish cuenta una historia que cuenta muchas cosas, pero, ante todo, lo más asombroso es que Big Fish es, en sí misma, una despedida.

La otra despedida es la que se sabe para siempre y se ofrece con un beso mojado en lágrimas en un lecho de muerte, en una estación de tren sin mirar atrás, o frente al volante de un coche antes de oír cerrar la puerta al otro lado, con un empujón tan débil que se queda entreabierta y hay que volver a abrirla, para volver a cerrarla del todo, después. En el fondo, todas son casi lo mismo, un “Adiós” que no es ni “Hasta luego”, ni “Hasta pronto”, ni “Nos vemos”, sino que, aunque jamás se llegue a decir así, es un “Hasta nunca” que finalmente suena a un “Hasta siempre”.


Una reseña.
 Un padre se está muriendo y mientras se despide durante meses de su familia su hijo hace una semblanza de lo que fue su vida,  escuchándole contar, con sus últimos alientos, los mismos cuentos que siempre le ha contado. Si esa vida es la de verdad u otra, eso nunca se llega a saber. El adiós del padre, sabido desde el principio y por todos como para siempre, da un giro imprevisto al final, convirtiéndose sutilmente en un tipo de despedida inesperado.


A veces la despedida que va a ser transitoria se convierte, con el transcurso del tiempo, en permanente, pero eso no se sabe cuando se produce. Es mucho más infrecuente que suceda al revés. De modo que lo que marca la diferencia entre una despedida y la otra es el sufrimiento, o su intensidad, no a largo plazo, sino durante los días, o meses, que siguen a la separación. Así que es mejor, siempre, creer que se va a volver, aunque sea mentira.


Un cuento.
 Hoy me diría mi amigo que les estoy contando un cuento, seguro. Nunca se sabe, porque la verdad es que hace mucho que no hablo con él. En todo este tiempo transcurrido desde aquellas primeras conversaciones, de lo que si he conseguido estar seguro es de que no sólo todo lo que sucede, sucede por algo, sino que además sucede en el momento en que tiene que suceder, no antes ni después, y como las cosas no son como son, sino como cada cual las percibe, concluyo que los cuentos deben contarse como tales, avisando que de cuentos se trata, no vaya a ser que alguien, en algún momento, los vaya a ver como algo de verdad y le pase como a William Bloom, que nunca estaba seguro de lo que le contaba su padre. O no, claro, porque siempre podemos elegir lo que creernos. De todos modos, siempre le estaré agradecido a Edward Bloom por los cuentos que me contó en esta novela durante su perpetua despedida, y a mi amigo por ponerme en el camino que me llevó hasta ella. Big Fish es una obra maestra de obligada lectura para quien ama los cuentos, para los que los leen, los escriben, los sueñan, los desean, los viven, o todo ello al mismo tiempo. Y para los que no, pues yo diría que lo intenten; la novela es corta, se lee rápido y cuesta menos que el DVD. Luego si quieren pueden ver también la película de Tim Burton, allá cada cual.

Todas las despedidas, elegidas o no, provisionales o definitivas, son tristes; decir adiós nunca es algo completamente voluntario, decirlo por conveniencia o por verse obligado a ello es tan doloroso que decirlo sin querer, aunque en algún caso la palabra engañe a los sentidos con una sensación de alivio, que una vez reposada se muestra con su verdadera esencia amarga.

Una despedida. Me dice Joan Manel Ortiz que BEM on Line cierra, que ha terminado, que se acaba, que se va. Una despedida sin retorno en la que no daré un portazo, ni miraré atrás, ni diré “Hasta luego” ni “Hasta pronto”, porque sé que esto ya no va a volver y aún así tampoco quiero decir “Hasta nunca” ni “Hasta siempre”. Diré entonces, sin más, “Adiós, BEM, me has hecho feliz”. Y a los lectores, amigos, solamente “Gracias” y que me busquen si lo desean, porque no me voy a ir muy lejos.

Acerca de Interface Grupo Editor

Editamos en papel 75 números de la revista BEM entre 1990 y 2000 y desde 2003 hasta 2012 mantuvimos el portal BEM on Line. Tras múltiples problemas de software, decidimos traspasar a este blog los principales textos publicados en esos años. Interface Grupo Editor está compuesto por Ricard de la Casa, Pedro Jorge Romero, José Luis González y Joan Manel Ortiz.
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