La Ciencia-Ficción está de moda. Pero mientras el mercado cinematográfico cuenta cada vez con mayor número de adeptos el de los libros sigue siendo relativamente pequeño.
Puede que las nuevas generaciones, más adictas en su infancia al televisor que a los libros, tengan una cultura de la imagen que excluya la de la lectura propiciada además por la apabullante superioridad tecnológica de los mass-media sobre el papel pero que no deja de ser preocupante si atendemos a quienes ejercen el control de la producción de dichos medios.
Simplificando se podría afirmar que los libros son de quien los escribe y las películas de quien les produce. Los costos de un libro se recuperan con un mercado relativamente pequeño y el autor del texto puede ejercer un control bastante elevado sobre el producto final. Esto le permite expresar ideas y temáticas consideradas minoritarias. El caso de una película es distinto. Los costos son elevados y su amortización requiere su venta en muchos países con culturas, costumbres, religiones, tolerancias y leyes distintas. El mensaje ha de ser rebajado a niveles intelectuales ínfimos y se impone el “tolerado para todos los públicos”.
A esto hay que añadir que el mensaje nunca es aséptico. El autor de un libro expresa sus ideas y su ideología a través del texto. Y los productores de una película han de cuidar, no solo de no herir susceptibilidades entre los posibles receptores, sino también de exportar el modelo de vida que les permite seguir con su negocio. La visión de la Ciencia Ficción aportada por la industria del cine norteamericano ha creado, debido a estas limitaciones, un imaginario restrictivo del género que se ha visto reforzado por la
irrupción de elementos de narrativa fantástica, sobrenatural, religiosa y seudo-científica que han contribuido en parte a enriquecer el género pero también a sembrar confusión entre lectores y espectadores.
Entre los elementos que, según criterio general, son aceptados como básicos en la Ciencia-Ficción existen dos que, a mi modo de ver, convendría destacar.
El primero de ellos es el modelo de sociedad. La literatura de ciencia ficción es mayoritariamente estadounidense. Y, del mismo modo que sucedió en el cine con la aportación de western, el modelo que se ha ido consolidando es el modelo basado en el modo de vida americano. El futuro descrito acostumbra a ser, cuando no catastrofista, un futuro de conquista imperialista del universo. Los protagonistas son militares que en formidables naves espaciales llegan a los rincones más alejados de la galaxia –o del universo, los menos reflexivos– para imponer el dominio de la tierra (llámese como se llame el gobierno constituido), sus leyes y su sistema económico en beneficio propio. El modelo de la conquista del continente americano por millares de aventureros, ladrones, violadores, asesinos, depredadores y trasmisores de enfermedades es el que siguen una legión de novelas y películas de esta corriente que, a veces pero no siempre, es considerada como un subgénero. Es una ciencia-ficción precopernicana en la que la Tierra sigue siendo el centro del universo. Consecuencia lógica es una estructura socio-política casi medieval, militarista, con un poder repartido en pequeños estados gobernados despóticamente por tiranos que se enorgullecen de llevar sobrenombres de rey, príncipe y similares con pretensiones de constituir un imperio y en donde el poder no emana del pueblo sino de la fuerza bruta y del control de los medios de producción (sobretodo de los alimentos que se suponen escasos)
El segundo elemento, posiblemente consecuencia también de su origen, es la introducción de elementos sobrenaturales (religiosos o fantásticos) para justificar situaciones poco verosímiles incluso con una generosa extrapolación de la ciencia. Ya no bastan las pseudociencias y hay que ir más lejos aceptando la magia, la brujería, los dioses, las hadas, los elfos, los gnomos y demás seres mitológicos. La lucha entre el Bien (con mayúsculas y representado por los descendientes de los antiguos EEUU) se enfrenta a los poderes del Mal (en una continuación futura y inacabable de la lucha Bushiana) para derrotar a las minorías que se oponen al modelo belicista expansivo anglosajón. Claro que para luchar contra el diablo y aliados (ecologistas, comunistas, pacifistas y toda clase de gente de mal vivir) no bastan simplemente las armas y el ejército del bien acude, frecuentemente, a la ayuda de los magos “buenos”, los hechiceros y adivinos que han puesto sus conocimientos al servicio de los que deciden donde está el bien y quienes son los culpables. En su afán de dejar las cosas claras la simplicidad llega a límites imprevisibles: el aspecto físico, los nombres, los atuendos, las armas tienen formas, diseños y colores que responden perfectamente al bando al que pertenecen. i>El Señor de los Anillos, supuestos valores literarios aparte, es un claro exponente de lo que intento explicar.
Pienso que cada generación es deudora de los mitos de su infancia. Y, por supuesto, quienes tuvieron sus primeras lecturas con El Guerrero del Antifaz son distintos de los que lo hicieron con El Capitán Trueno. A la generación de La guerra de las galaxias ha sucedido la de Harry Potter y El Señor de los Anillos. Pero una de las posibles aportaciones de la cultura de la imagen es la de la identificación mediante el disfraz. La generación nacida en los años 40 podíamos soñar con Zoraida o La Mujer Pirata pero, no muchos se vestían de Guerrero. Ahora, el fenómeno mitológico nos hace dibujar mapas de la tierra media, escribir diccionarios de lenguas tolkianas y transformarnos en hobits o elfos. Un curioso fenómeno de regresión a la infancia.
© 2004 Toni Segarra
Toni Segarra ha trabajado como redactor en el semanario Treball en temas relacionados con la cultura popular: cine, novela negra, còmics, etc. Ha sido jefe de redacción de la revista Bang! dedicada al estudio del còmic. Es ingeniero industrial. Fue uno de los artifices de la HispaCon de Mataró (1997), congreso anual de aficionados y profesionales españoles de la ciencia ficción, y también parte de la organización de las Trobades de Ciència-Ficció de Mataró