GU TA GUTARRAK – NOSOTROS Y LOS NUESTROS. UN HOMENAJE A MAGDALENA MOUJAN OTAÑO.

por Domingo Santos

Una breve biografía suya nos dirá que Magdalena Araceli Mouján Otaño nació en Pehuajó (provincia de Buenos Aires) el 26 de marzo de 1926, en el seno de una conocida estirpe de bertsolaris [bertsolaris: bardos populares vascos que interpretan en público, a menudo de forma improvisada, sus vivencias, poesías y canciones]. Su abuelo materno, Pedro Mari Otaño, fue un reconocido escritor y poeta, que pese a vivir parte de su vida en Argentina y ser enterrado allí, jamás olvidó sus raíces, y tiene un monumento erigido a su memoria en su lugar de nacimiento, Zizurkil (Guipúzcoa). En 2007 sus familiares y descendientes publicaron en Argentina un libro con sus mejores trabajos y diversas aportaciones de familiares y allegados, con la finalidad de difundir su obra en todas las asociaciones vascas argentinas y españolas. La propia Mouján Otaño fue la impulsora del proyecto, pero falleció antes de completarlo, por lo que fue su prima Susana Ardanaz Otaño quien al final lo llevó a buen término. El título del volumen es Gu ta gutarrak, y por supuesto su relato figura incluido en él.

Magdalena Mouján Otaño

Magdalena Mouján Otaño

Con estos antecedentes, era lógico que Magdalena Mouján Otaño mostrara inclinaciones literarias, además de una profunda adhesión a todo lo vasco. A lo largo de toda su vida hizo gala de una inquebrantable euskaleridad, que se refleja en toda su obra, y de la que «Gu ta gutarrak» sea quizá su mejor ejemplo.

Doctorada en matemáticas por la Universidad de la Plata, ejerció la docencia en varias universidades argentinas, tanto públicas como privadas, y llegó a ocupar un cargo en la Comisión Nacional de la Energía Atómica. El golpe de estado de 1966, la dictadura del general Onganía y la tristemente célebre «noche de los bastones largos» fue un duro golpe para la vida universitaria e intelectual del país: gran número de intelectuales abandonaron Argentina, muchos de ellos rumbo a España. Magdalena Mouján Otaño no lo hizo, pero la represión subsiguiente la obligó a abandonar durante un tiempo la universidad. De vuelta a ella, siguió con su labor docente hasta su jubilación, tras la cual no abandonó sin embargo su contacto y su frecuente participación en numerosas actividades académicas.

Es autora de importantes trabajos sobre su especialidad, las matemáticas, y durante toda su vida fue una gran defensora de la cultura vasca. Su producción literaria, sin embargo, es escasa. Sus primeros cuentos los publicó bajo el seudónimo de Inge Matquim, y por desgracia en su mayor parte se han perdido. No fue hasta 1968 cuando eclosionó realmente, al ganar el primer premio del concurso de relatos de la Segunda Convención de Ciencia Ficción de la República Argentina celebrado en Mar del Plata, precisamente con el relato que nos ocupa.

No escribió ninguna novela, y sus cuentos publicados a lo largo de toda su vida abarcan sólo la media docena. Sin embargo, aunque sólo hubiera escrito uno de ellos, hubiera sido suficiente para encumbrarla a la gloria imperecedera. Me refiero por supuesto a «Gu ta gutarrak», considerado como el relato argentino de ciencia ficción más reeditado (siete ediciones, sin contar la secuestrada) y el que resume más que ningún otro la profunda euskaleridad de su autora.

«Gu ta gutarrak» tiene su origen directo en un conocido poema de 1899 de su abuelo Pedro Mari Otaño, en el que se inspira y al que pretende dar respuesta, y en particular en estos versos:

Zer da Euskera, nor da euskaldunak,
zeiñ, ta nongotarrak dira?
Galdezka daude atzerritarrak
alde ontarra begira
mundu gustyan bere berdiñik.

[El euskera, ¿qué es?
los baskos, ¿qué son?
¿quiénes? ¿de dónde vinieron?
pregunta el extranjero
mirando aquel rincón.]

Examinado fríamente, el cuento en sí no es más que un relato clásico de paradojas temporales, tratado bajo el prisma de un ácido y cáustico humor: su idea base no es ni siquiera original. ¿Qué lo destaca entonces por encima de los demás? Indudablemente ese mismo sentido del humor, su socarronería, y sobre todo su particular empleo del lenguaje, con ese uso inteligente de la típica sintaxis con la que los vascos hablan el español y que transmite al lector, a través de su peculiar empleo de las palabras y la forma en que son ordenadas dentro de cada frase, la realidad de lo más profundo del pensamiento y del alma vasca (perdón, baska). En eso no tiene rival.

Sí, de acuerdo: puede que la absurda y desmesurada prohibición franquista que sufrió en su primera publicación le diera un aura martirológica que acrecentó su fama, pero en todo caso eso fue tan sólo un factor coadyuvante, no determinante. «Gu ta gutarrak» posee méritos propios como para alzarse por sí mismo muy por encima de la producción media de aquellos años y, si me apuran, también de éstos.

moujan001En cuanto a la célebre prohibición… Evidentemente fue un factor que a todas luces creó una aureola alrededor del cuento, hasta el punto que hoy en día todavía no puede hablarse de él sin mencionarla también a ella. Por eso (y por el hecho de que fui, junto con Sebastián Martínez y Luis Vigil, y por supuesto la autora, uno de los implicados directos en el caso, y por ello puedo contarlo de primera mano) creo que vale la pena profundizar un poco en el asunto para dejar constancia de cómo fueron realmente las cosas y mostrar de paso una vez más, como se ha hecho infinidad de veces con otros casos similares, los límites del absurdo y la aberración a los que llegó la censura franquista.

Estos son los hechos. Allá por los albores de 1970, la dictadura del general Franco llevaba ya algunos años intentando salir de su aislamiento y abrirse al mundo, empujada por la modernización y el progresivo desarrollo del país. Por ese motivo, e impulsada por Manuel Fraga Iribarne, por aquel entonces ministro de Información y Turismo del régimen, vio la luz la famosa Ley de Prensa e Imprenta de 1966, que pretendía ser una apertura a la libertad de expresión, hasta entonces férreamente amordazada. Pero era una ley sibilina, que aparentaba abrir la mano pero cerraba el puño. El principal ejemplo es su controvertido artículo segundo, en el que, tras un engañoso primer párrafo: «La libertad de expresión y el derecho a la difusión de información, reconocidas en el artículo primero, no tendrán más limitaciones que las impuestas por las leyes», se enmendaba la plana a sí misma añadiendo a continuación: «Son limitaciones: el respeto a la verdad y a la moral; el acatamiento a la Ley de Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales; las exigencias de la defensa Nacional, de la seguridad del Estado y del mantenimiento del orden público interior y la paz exterior; el debido respeto a las instituciones y a las personas en la crítica de la acción política y administrativa; la independencia de los Tribunales y la salvaguardia de la intimidad y del honor personal y familiar.»

¿Qué ocurría con quienes transgredieran estas limitaciones? El artículo 64 lo dejaba muy claro: «Cuando la Administración tuviere conocimiento de un hecho que pudiera ser constitutivo de delito cometido por medio de la Prensa o imprenta, sin prejuicio de la obligación de la denuncia en el acto a las autoridades competentes, dando cuenta simultáneamente al Ministerio Fiscal, podrá, con carácter previo a las medidas judiciales que establece el título V del Libro IV de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, ordenar el secuestro a disposición de la autoridad judicial, del impreso o publicación delictivos dondequiera que éstos se hallaren, así como de sus moldes para evitar su difusión.»

¿Qué significaba todo esto a nivel práctico, real? Bien, a los jóvenes que afortunadamente no han conocido esa etapa les diré que hasta la llamada Ley Fraga era obligatoria la consulta previa de todo lo que se publicaba en España: si deseabas editar algo, antes debías someterlo a las Autoridades competentes (léase la censura), las cuales te decían si podías publicarlo o no, o en todo caso te indicaban lo que no era correcto y debías suprimir o cambiar si querías seguir adelante con la edición. Con la Ley Fraga la censura desaparecía, como afirmaba orgullosamente el Artículo tres: «La Administración no podrá dictar la censura previa ni exigir la consulta obligatoria, salvo en los estados de excepción y de guerra previstos expresamente en las leyes.» ¿Qué pasaba si un editor tenía dudas sobre si un texto que deseaba publicar era o no políticamente correcto? El artículo cuatro tenía la solución, creando la fórmula de la consulta previa: si tenías dudas, decía, bastaba con someter, voluntariamente, por supuesto, el texto objeto de las dudas previamente a su publicación, y a su debido tiempo se te indicaba si podías publicarlo o no tal cual lo habías enviado, o en todo caso se te sugerían las correspondientes supresiones o rectificaciones si querías seguir adelante con la edición.

Naturalmente, esto era un arma de doble filo, maquiavélicamente ideada para que los editores se convirtieran en sus propios censores: si publicabas un texto conflictivo sin expurgarlo previamente por temor a que fuera prohibido, te exponías a que cayera sobre ti la espada de Damocles que pendía constantemente sobre tu cabeza; si te acobardabas y lo presentabas a consulta previa, estabas diciéndole a la Administración que había en él algo políticamente incorrecto, y en consecuencia el lápiz rojo volaba o la obra, artículo o lo que fuera era simplemente prohibida o fuertemente censurada. En consecuencia, ante la tesitura, muchos editores preferían autocensurarse, y su autocensura solía ser, por si acaso, más enérgica que la de la propia Administración.

En este estado de cosas nos llegó a la revista Nueva Dimensión, desde el otro lado del charco, el relato de Magdalena Mouján Otaño«Gu ta gutarrak», avalado por el premio recibido en Mar del Plata. El cuento nos entusiasmó desde el primer momento a todo el triunvirato redactor, y decidimos por unanimidad que nos encantaría publicarlo, pese a que tocaba un punto sensible en España: el vasco. Durante unos días discutimos la posibilidad de enviarlo a consulta previa, pero eso era como decir que allí había algo censurable. En nuestra ingenuidad de jóvenes y cándidos editores novatos pensamos que tal vez España sí estaba cambiando, y que en el fondo el cuento era la inocuidad personificada, de modo que decidimos seguir adelante sin más trámites. Programamos el cuento para nuestro número 14, lo imprimimos, lo encuadernamos, remitimos los ejemplares correspondientes al obligado Depósito Previo, aguardamos a recibir de vuelta el comprobante del depósito, convenientemente sellado y firmado con el nihil obstat, lo recibimos, y distribuimos alegremente el número.

Y entonces vino el mazazo.

Unos pocos días más tarde recibimos un oficio del Tribunal de Orden Público comunicándonos el secuestro preventivo del número 14 de la revista, «a la espera de juicio y resolución por parte de este Tribunal», por estimar que el cuento «Gu ta gutarrak» incluido en él «atentaba directamente contra la unidad de España», principalmente a través de algunos párrafos, convenientemente señalados en rojo como ejemplo.

Algunas gestiones efectuadas discretamente en los días siguientes nos revelaron lo sucedido. En Depósito Previo nadie había hallado nada censurable ni en el número ni en el cuento, pero el Fiscal Especial de Prensa de Barcelona (¿un aficionado a la ciencia ficción, un funcionario con exceso de celo?) pensaba de otro modo, y había presentado una denuncia por considerar que el cuento «fomentaba el separatismo». Y la maquinaria Administrativa se había puesto inmediatamente en marcha.

A partir de ahí se desató el pandemónium.

En Estados Unidos, Donald A. Wollheim, propietario de DAW Books y una de las personalidades más influyentes en el campo de la ciencia ficción en su país, apenas enterarse de la noticia movilizó reivindicativamente a todos los clubs de fans de ciencia ficción y movilizó al fandom para que mandaran enérgicas cartas de protesta a la embajada de España en Estados Unidos por ese «inaceptable atentado a la libertad de expresión». Harlan Ellison, que desde el inicio de Nueva Dimensión nos había brindado sus más entusiastas apoyo y colaboración, y que por aquel entonces colaboraba asiduamente con una serie de cadenas de televisión a nivel nacional, apenas supo lo ocurrido nos dijo que iba a preparar toda una serie de programas especiales sobre «la opresión que sufría la libertad intelectual en ese querido país». La propia autora envió al Ministerio de Información y Turismo un extenso curriculum vitae suyo en el que demostraba sin lugar a dudas que su categoría personal, científica e intelectual estaba mucho más allá y muy por encima de separatismos y atentados. Y no fueron los únicos.

Mientras ocurría todo esto, nosotros, en nuestra humilde condición de recién llegados al mundo de la edición y a los vericuetos de la Ley de Prensa, fuimos haciéndonos pequeñitos. La polvareda que se levantó en el extranjero, sobre todo en Estados Unidos, fue de órdago. Nuestro primer pensamiento sobre nuestro futuro fue una oscura y húmeda celda llena de ratas en una remota cárcel. Nuestro segundo fue el pelotón de fusilamiento. Nuestro tercero el garrote vil. Nos pusimos inmediatamente en contacto con todos nuestros amigos y conocidos de allende fronteras, pidiendo, rogando, suplicando, que por favor por favor por favor no hicieran nada, que olvidaran todo el asunto, que no despertaran aún más las iras de la bestia. Afortunadamente, nos vieron tan acongojados que nos hicieron caso.

Como gesto de adquiescencia, sumisión y buena voluntad a la decisión de las autoridades, arrancamos obedientemente el cuadernillo que contenía el cuento ofensor, sustituimos éste por el mismo número de páginas de una tira cómica, «Formicología» de Johnny Hart, volvimos a encuadernar el número, lo presentamos de nuevo a Depósito Previo, fue aceptado, y lo distribuimos con un medio suspiro de alivio. Quienes posean la colección de los primeros números de la revista verán que el número 14 tiene un tamaño cinco centímetros inferior a los demás, a causa de la doble encuadernación. Algunos (muy pocos) lectores tuvieron la suerte de conseguir el número original ante de ser secuestrado. Por lo que he oído, algunos de esos ejemplares alcanzan una alta cotización en el mercado de segunda mano.

(Y aprovecho para salir al paso aquí de una leyenda urbana que circula al respecto por ahí. No es en absoluto cierto que la inclusión del cómic «Formicología» como sustituto al cuento de Mouján Otaño tuviera en ningún momento el menor doble significado: simplemente pusimos lo primero que teníamos a mano. Estábamos demasiado asustados por lo ocurrido como para pensar en mensajes subliminales ni en retorcidos sentidos ocultos.)

Nuestro abogado (suscriptor de ND, Dios le bendiga) nos explicó para nuestro conocimiento, entre vasos de tila y cordiales, lo que podíamos esperar a partir del secuestro. Habría un juicio, dijo, y según como fuera este juicio podía ocurrir cualquier cosa: una multa, el cierre definitivo de la editorial, una pena de cárcel…

Aguardamos, con el alma en un puño.

Y aguardamos.

moujan002Pasó un tiempo, y no ocurrió nada. Ardíamos en deseos de averiguar qué estaba pasando en las insondables entrañas de la Administración, pero no nos atrevíamos a indagar nada. Mejor no meneallo, era el consejo general. Siguió pasando el tiempo, y siguió pasando, sin que ocurriera nada. Hoy, cuarenta años más tarde, sigue sin ocurrir nada. El temido juicio no llegó a celebrarse nunca.

¿Por qué?, nos preguntamos. ¿Tal vez el propio Fiscal del Estado se dio cuenta de que se había excedido con su denuncia? ¿Quizá sus propios compañeros fiscales le dijeron: «Macho, te has pasado cuatro pueblos»? ¿Es posible que el brote espontáneo y desmesurado de la primera reacción internacional en nuestro favor hiciera recapacitar a los altos cargos de la Administración, en una época en la que la opinión que se tuviera de España en el extranjero era algo tan importante que cualquier protesta internacional en defensa de la libertad de expresión en nuestro país era digna de tener en cuenta, y decidieran olvidar el asunto? No lo sé, y en el fondo creo que no deseo saberlo. A veces imagino que en algún recóndito rincón de la Administración debe de haber un dossier Nueva Dimensión etiquetado «Gu ta gutarrak», acumulando polvo y medio comido por las ratas. Dejemos que descanse en paz.

Posteriormente, Nueva Dimensión publicó otros dos relatos de Magdalena Mouján Otaño: «Bicho’e parra en órbita» (ND 18) y «El lagarto rojo» (ND 101). Y, como ocurre con todas las cosas, el tiempo pasó, y llegó el momento en que se cumplió el primer centenario (en números de la revista) del suceso que había trastocado de tal modo nuestra bisoña vida de editores, Corría el año 1979. El infamoso artículo segundo de la Ley de Prensa de 1966 había sido derogado en 1977, y había arrastrado consigo al no menos infamoso artículo 64. Francohabía muerto, la transición estaba en plena marcha, acababa de aprobarse la Constitución, por todas partes soplaban aires de libertad. Era el momento propicio. Así que en el número 114 de la revista Nueva Dimensión publicamos de nuevo, con todos los honores, el cuento de Magdalena Mouján Otaño, y nos sentimos íntimamente reivindicados. Nosotros y la autora.

En total, «Gu ta gutarrak» ha conocido en español otras seis ediciones, aparte las dos de ND: una en el número 20 de la revista electrónica Axxon, cuatro de ellas formando parte de sendas antologías: Los universos vislumbrados: antología de ciencia ficción argentina(1978, selección de Jorge A. Sánchez); Lo mejor de la ciencia ficción latinoamericana (1982, selección de Bernard Goorden y A.E. van Vogt); Ciencia ficción argentina: antología de cuentos (1990, selección de Pablo Capanna); y , (1995, selección también de Pablo Capanna), y el volumen dedicado a su abuelo Pedro Mari Otaño citado al principio. Además, ha sido traducido al francés, al inglés, al alemán, al sueco y al finlandés. No he tenido ni la ocasión ni la oportunidad de ver ninguna de esas ediciones (ni siquiera la francesa o la inglesa, que son las que entran dentro de mi campo de comprensión del idioma), pero me pregunto a veces cómo habrán resuelto los respectivos traductores el verter a sus respectivos idiomas el particular estilo del lenguaje del relato. Imagino que debió de ser todo un reto.

Para terminar, y para rematar dignamente este homenaje a un cuento y a una autora que desde hace muchos años tengo muy cerca de mi corazón, he aquí, en la sección correspondiente a cuentos, reeditado una vez más y con todos los honores, el relato «Gu ta gutarrak» de Magdalena Mouján Otaño. Quienes no lo conozcan podrán saborearlo por primera vez; quienes ya lo conozcan podrán deleitarse con una nueva lectura. Para todos ellos, además, he incluido el plus de un añadido que supongo interesará a todos los lectores de BEM on Line: en él están señalados los párrafos que, hace cuarenta años, motivaron que el Fiscal del Estado de Barcelona instara el secuestro del número 14 de la revista Nueva Dimensión por «atentar directamente contra la unidad de España». Me abstengo de hacer ningún comentario sobre ellos: que cada cual lea y juzgue según su propio criterio.

Y eso es todo lo que puedo decir aquí. Magdalena: desde el lugar donde estés ahora, recibe el más cariñoso homenaje de todos tus lectores, junto con un fuerte abrazo de tu humilde admirador.

© 2010 Domingo Santos

Puede leer a continuación el relato de Magdalena Mouján Otaño «Gu Ta Gutarrak» si pincha aquí. En tinta roja se destaca las partes del texto que el censor de turno creyó  conveniente expurgar.

 

Domingo Santos (Pedro Domingo Mutiñó), a pesar de ser un escritor de reconocido prestigio en el género (los premios Gabriel, por poner un ejemplo, toman su nombre de su novela homónima), es mucho más conocido por haber sido uno de los editores de la mitica revista Nueva Dimensión durante quince años. Es imposible exagerar la importancia que para la ciencia ficción española ha tenido este autor, que, además de escribir, ha dirigido multitud de colecciones (Superficción, Ultramar, Acervo, Jucar…) y de revistas (la última de ellas la excelente Asimov Ciencia Ficción, de Robel), a través de las cuales ha dejado su impronta de forma indeleble. ActualmenteDomingo Santos vive en Zaragoza, sigue dedicado a labores editoriales y escribe una columna en BEM on Line con el nombre de El rincón de Gabriel.

Acerca de Interface Grupo Editor

Editamos en papel 75 números de la revista BEM entre 1990 y 2000 y desde 2003 hasta 2012 mantuvimos el portal BEM on Line. Tras múltiples problemas de software, decidimos traspasar a este blog los principales textos publicados en esos años. Interface Grupo Editor está compuesto por Ricard de la Casa, Pedro Jorge Romero, José Luis González y Joan Manel Ortiz.
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