La que hoy presento fue la primera columna de “Se buscan libros” que fue publicada en BEM, en el número 59 (Octubre-Noviembre de 1997) y que, en realidad, debía ser la tercera. Ocurrió que envié a los editores tres colaboraciones juntas, para ir teniendo un remanente en caso de dificultades para ir al día, escritas, organizadas y numeradas para ir siendo publicadas en orden, pero los fantasmas el disco duro decidieron gastarnos una broma y al final la primera publicada fue la prevista como segunda, viendo la luz sin presentación, sin introducción, sin avisar, lo cual me obligó a modificar la que debía haber sido la primera (que al final fue la segunda, quedando como tercera la que escribí como segunda) explicando al sufrido lector lo acontecido, y así quedó la cosa.
Ahora, en esta repetición de columnas, he preferido conservar el orden real de publicación, no el previsto, del mismo modo que no tocaré una coma en las mismas, aunque quisiera. Pero prefiero hacer honor a la precisión histórica, antes que aprovecharme de la reedición y del nuevo medio para enmendar errores del pasado.
En cuanto a la motivación secundaria (todo en esta vida tiene un motivo secundario, no lo olvidemos) que me llevó a escribir la presente reseña (por encima de la principal, que por supuesto es hablar de una novela de gran calidad) está mi preocupación por la enfermedad que mencionaba en ella: el Alzheimer. Y me obligo a decir sólo preocupación, y no pavor, por no parecer exagerado. Quien haya experimentado la vivencia de tratar con un enfermo de Alzheimer, con alguien muy querido con quien se ha estado toda la vida y que de repente abandona la envoltura física y se va para no volver, sabrá de lo que hablo, sabrá lo duro que es ver vivir, respirar, moverse y hablar a alguien que te quería y que ya ni siquiera te reconoce, o que te confunde con alguien que pasó por su vida muchas décadas atrás. Y entenderá el miedo que se desencadena al comprobar que, por herencia o mala suerte, la china del Alzheimer le puede tocar a uno mismo.
Como decía en la columna, siempre se ha pensado que no hay nada peor que la muerte pero, de verdad, el Alzheimer es peor.
Un billete de ida y vuelta a la cordura
Pocas veces una novela ha estado a la vez tan lejos y tan cerca de la realidad como la que hoy he encontrado en el montón de libros viejos de la vieja tienda de saldo. Pocas veces una novela ha transformado tan radicalmente el gesto alegre del lector que comienza su aventura en una mueca de angustia y dolor, espejo de la amargura que encierran sus páginas. Pocas veces una novela ha descrito con tanta crudeza una enfermedad cuya tragedia mayor no es el destino de quien la padece, sino la crueldad innombrable que le permite saber lo que le va a ocurrir.
Flores para Algernon narra la historia de Charlie Gordon, un hombre de 32 años con el carácter de un niño a causa de su retraso mental. Escrita en forma de diario por el propio Charlie, va describiendo su progresivo desarrollo gracias a una innovadora operación quirúrgica a la que él, y el ratón Algernon (que siempre le ganaba en las pruebas de aptitud), se someten para incrementar su inteligencia, lo cual se puede apreciar tanto en la calidad de sus pensamientos como en la gramática y la ortografía de las que se sirve para expresarlos. El resultado de la intervención es la aparición de un nuevo hombre superinteligente que debe empezar a convivir con sus recuerdos, por primera vez poseedores de un sentido que nunca antes habían tenido: los anhelos de un inocente adulto que desea ser tan inteligente como aquellos que le rodean, la ingenuidad del adulto-niño que le llevaba a interpretar como muestras de afecto y amistad el rechazo y las desalmadas burlas y humillaciones de una sociedad primitiva y cruel, enfrentándose al deficiente mental que fue y que le acecha en cada esquina, a cada instante, como un enemigo feroz y despiadado, dirigiendo su vida sin permitirle siquiera mantener una relación con la mujer que ama, dispuesto a retomar posesión de su cuerpo a la menor oportunidad.
Aunque la novela se desarrolla con diferentes tramas (casi inexistentes en el relato breve original publicado anteriormente) “Flores para Algernon” puede dividirse en dos partes principales: por un lado la historia de ciencia ficción pura que narra el aumento artificial de la inteligencia de un ser humano, y por otro el hecho inevitable que es el protagonista real de la novela por encima de cualquier planteamiento científico o fantástico: la vuelta atrás en el proceso y el terror de quien sabe que va a perder su capacidad de raciocinio.
Y esta segunda parte, por desgracia, no es ciencia ficción. La realidad se llama Alzheimer.
El olvido de algo en determinadas circunstancias es parte del proceso normal de envejecimiento, incluso en personas jóvenes. Todos hemos experimentado alguna vez el olvido de nombres, fechas o lugares; sin embargo, este olvido difiere de la enfermedad en que quien la padece se pierde en lugares conocidos, olvida los nombres de los familiares cercanos, olvida cómo vestirse, cómo leer o cómo abrir una puerta. “El problema no es saber dónde dejé las llaves, sino que a veces no sé para qué sirven las llaves”.
Los síntomas normalmente se presentan en adultos mayores de 65 años (aunque también puede afectar a personas de 40 ó 50 años), y pueden incluir pérdidas en las habilidades del lenguaje (como dificultad para encontrar palabras de uso cotidiano), problemas en el pensamiento abstracto, para finalizar ideas y para seguir instrucciones, juicio pobre, pérdida de la memoria reciente, incapacidad para recordar nombres, lugares o eventos, desorientación en el tiempo y el espacio, vagabundeo, trastornos de conducta y personalidad, agresividad. El resultado general es un notorio deterioro de los hábitos personales y hasta de apariencia.
La enfermedad la causan las neuronas que controlan la memoria y el pensamiento, pues al estar deterioradas interrumpen el paso de mensajes entre ellas. Estas células desarrollan cambios distintivos: placas seniles y haces neurofibrilares (degeneraciones del tejido cerebral). La corteza del cerebro (principal origen de las funciones intelectuales) se atrofia, se encoge y los espacios en el centro del cerebro se agrandan, reduciendo por lo tanto su superficie.
La enfermedad de Alzheimer produce una disminución de las funciones intelectuales lo suficientemente grave como para interferir con la capacidad para realizar actividades de la vida diaria. Es progresiva, degenera el cerebro y provoca deterioro de memoria, de pensamiento y de conducta. Finalmente incapacita a quien la padece para cuidar de sí mismo.
Flores para Algernon es mucho más que una historia de ficción o científica, pues sólo utiliza estos elementos para justificar una historia humana. Daniel Keyes está lejos de opinar que un discapacitado de cualquier tipo debe ser necesariamente infeliz. Charlie es feliz en su ignorancia. Lo terrible para un hombre no es padecer una discapacidad, ni tan siquiera el hecho de saber que la va a padecer, sino tener la certeza de que no sirve de nada ni luchar contra ella, ni asumir estoicamente la necesidad de convivir con sus consecuencias. En este caso, el más poderoso esfuerzo de la voluntad es inútil, pues hasta la misma voluntad queda anulada.
El auténtico horror de la novela, y de quien padece la enfermedad de Alzheimer, es comprobar que existe algo más espantoso que la muerte misma: la conciencia de la inevitable destrucción de la propia identidad.
© 2003 Luis Astolfi
Título: Flores para Algernon
Título original: Flowers for Algernon
Autor: Daniel Keyes
Año: 1966
Traducción: Domingo Santos
Colección: Biblioteca de Ciencia Ficción, número 23, Ediciones Orbis S.A. y Acervo Ciencia Ficción nº1