Por Pedro Jorge Romero
Dije en mi reseña de la primera parte de la trilogía que Marte rojo es una novela de ciencia ficción «dura».
Por supuesto, tal afirmación es arriesgada. Uno tiende a relacionar la ciencia ficción dura con lo que se ha dado en llamar la supuesta historia futura de la humanidad (descrita por Donald Wollheim): primero se coloniza el sistema solar, se desarrolla el sistema económico adecuado, luego se resuelve el problema del viaje a velocidades superiores a la de la luz y se colonizan las estrellas, se desarrolla una federación de mundos unidos (o algo similar) y finalmente la humanidad adquiere poderes divinos y desafía a dios.
Mucha ciencia ficción, y mucha ciencia ficción dura, da por supuesto ese escenario, que asume que la especie humana no cambiará y que el futuro de dentro de mil años será similar a nuestro presente (pero con mayor tecnología).
Hay escritores que sin embargo utilizan un escenario parecido al descrito pero que en algunos sutiles detalles no se adapta muy bien. John Varley sería un ejemplo, y también tenemos a Kim Stanley Robinson.
Este segundo volumen de su trilogía de Marte, Marte verde, retoma la acción casi donde la dejó el anterior. Han aparecido los primeros marcianos (personas nacidas en Marte) y los responsables de la fallida revolución con que terminaba el primero viven escondidos. el libro cuenta las vías por las que se va fraguando una segunda revolución que habrá de liberar finalmente Marte. ¿Estamos ante la historia usual? Sí y no. Sí, porque evidentemente estamos hablando de un planeta del sistema solar y se hace hincapié en el desarrollo económico y político. No, porque Kim Stanley Robinson se cuida de adaptar la discusión a Marte.
De hecho, Marte verde puede leerse como una novela que dialoga con otras muchas novelas que tratan la colonización de otros mundos. Al contrario que Crónicas marcianas (que empieza con la mamá marciana limpiando el polvo mientras papá marciano lee un libro), Kim Stanley Robinson no utiliza Marte para buscar una América mítica que nunca existió, y al contrario que La luna es una cruel amante, no se conforma con reproducir la revolución americana. Si Marte ha de rebelarse, ha de rebelarse como Marte y con una declaración de principios adaptada a la sociedad marciana y a su sistema económico. ¿Y qué sociedad es ésa? Pues una sociedad que nace de la interacción de todas las sociedades humanas.
El Marte de Robinson es un Marte rico en usos, costumbres y lenguas. De hecho, los personajes principales (Nirgal, Coyote, Sax, Nadie, Maya, Art, etc.) emplean gran parte de su tiempo en recorrer los distintos hábitats marcianos (uno de las escenas más sorprendentes del libro se refiere a la visita a un enclave subterráneo construido por los antiguos habitantes de la Polinesia, completo con islas y todo). El autor pinta un maravilloso mundo lleno de posibilidades donde los marcianos de tercera generación son ya remotos e incomprensible para los personajes más viejos (que gracias a un tratamiento de longevidad, tienen más de 120 años al acabar el libro).
Esta voluntad de diversidad, aún mayor que la de Marte rojo, es lo que da todo su valor a Marte verde: pocas veces la ciencia ficción ha intentando imaginar un mundo con tal complejidad y riqueza de detalles, y con tal inteligencia. Un artículo de seis páginas sobre Marte Rojo publicado hace algún tiempo en la revista Science-Fiction Studies trataba únicamente de las primeras 50 páginas de la novela; tal es su riqueza. Pues eso no es nada comparada con su continuación. Y la tercera parte, Marte azul, es tan buena como las anteriores, así que no se extrañe si cuando, algún día, Fundación y Dune hayan sido olvidadas, todavía se hable del Marte de Kim Stanley Robinson.
Y, por supuesto, todo lo que dije sobre personajes y calidad literaria es aplicable por igual a esta novela. Es más, algunos personajes que aparecían en la primera se redefinen en esta segunda parte. Por ejemplo, al científico Sax se le dedica todo un capítulo de casi cien páginas titulado «El científico como héroe» (y que uno supone que podría haberse titulado «Retrato de un científico como un joven»), que cuenta casi su segunda infancia cuando se reintegra, después de muchos años de alejamiento, al estudio científico del planeta. En ese capítulo tiene la oportunidad de comprobar desde fuera el éxito o el fracaso de los proyecto que comenzó cuando era responsable de la terraformación del planeta. De hecho, la imagen de Sax, junto con la de Art -el terrestre que viene a explorar la nueva sociedad marciana- son las más importantes del libro, porque ambos están dispuestos a aprender.
El libro termina con la independencia de Marte. ¿Qué nos traerá el tercero? Quizá nos cuente el proceso de nacimiento de una utopía marciana. Tendrá que espera hasta mi próxima reseña.
Dije en mi comentario de Marte rojo que no me gustaba la obra de Kim Stanley Robinson. pero es evidente que novelas espléndidas como Marte rojo y Marte verde no pueden haber salido de la nada. Precisamente por esa razón, me leí toda la obra anterior de este autor y llegué a la conclusión que Kim Stanley Robinson es todo un maestro de la ciencia ficción.
© 2008 Pedro Jorge Romero
Marte verde, de Kim Stanley Robinson (Green Mars; 1994). Ediciones Minotauro. Barcelona, 1996-2008. Traducción de Ana Quijada. ISBN.978-84-450-7694-1. 652 páginas. 19 euros
Ha pasado casi una generación desde la llegada de los Primeros Cien. Tras la violenta y fracasada revolución de 2061, Marte rojo ha desaparecido. Meteoritos de hielo bombardean la atmósfera para hacerla más húmeda; en el desierto se siembran plantas transgénicas, los cráteres se transforman en praderas y el hielo de los polos en lagos helados. La nueva generación de colonos está expuesta a insurrecciones, conflictos y pruebas. Sobrevivientes de los Primeros Cien, entre ellos Hiroko, Nadia, Maya y Simon, saben que la tecnología no es suficiente. La creación de un nuevo mundo requiere confianza y colaboración, pero esas cualidades son tan escasas como el aire mismo que respiran en Marte…
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