Womack nació en 1956 en Lexington, Kentucky, vivió una infancia dura y hasta 1987 no publicó su primera novela, Ambiente, cuya acción se desarrolla en una violenta y decadente nueva Nueva York del 2033, cuando los cambios climáticos han elevado el nivel de las aguas, obligando a levantar la ciudad y a construir diques gigantes de contención. Los «ambientes» son la nueva raza surgida de un terrible accidente, a quienes el sistema ha encerrado en un oscuro suburbio propio, con su propia religión y sus propias costumbres, y a los que se han unido los automutilados voluntarios. La sociedad, en la que se mueven tanto magnates de las finanzas como prostitutas esclavas, está dominada por la DryCo, la Dryden Corporation que no es sino la mafia convertida en una sociedad anónima con más poder que el Gobierno.
Womack tiene fama de cyberpunk, más punk que cyber, como explica Jim McClellan, quien dice que su ficción puede que no sea cibernética, mas su empeño por emplear la ciencia ficción como vehículo para la crítica social lo convierte en un acabado punky. Si su amigo William Gibson dijo en cierta ocasión que estaba más interesado en las cuestiones políticas y económicas de lo que lo estaban otros autores del género, esto vale el doble para Womack, cuya ficción está sazonada con una sátira social desalentadora y poderosas alegorías que exploran la decadencia urbana, la guerra de clases, las tensiones raciales y las religiones. Ambiente es ciencia ficción, ciertamente, al estilo de una Naranja Mecánica de los 90, y es la primera novela del ciclo de Nueva York, que incluye dos ucronías, Terraplane y Elvissey.
El Terraplane fue un popular modelo de automóvil de los años 30 al que Robert Johnson dedicó una de sus canciones, en el que viajan los protagonistas. La acción del libro arranca en un Moscú poscomunista tan violento y sin ley como una ciudad americana, cuya sociedad domina la Krasnaia (Roja), el equivalente ruso de la DryCo, por medio de un consumismo capitalista masivo que utiliza como icono al «Gran Amigo», una recreación nostálgica de Stalin. Dos agentes de la DryCo, el negro Luther y el blanco Jake, llegan a Moscú en busca de algo que no saben bien lo que es, algo de la mayor importancia que ha descubierto el físico cuánttico AA, Alexander Alekhine, que ha desaparecido de los rastreadores de Krasnaia.
Con una parafernalia futurista alcanzan la casa del sabio para encontrar sola en ella a su joven ayudante OO, Oktobrina Osiprova. Descubren el invento, una sencilla caja negra con botones, y descubren también que el ruso que creen que colabora con ellos es un traidor que los engaña. Cuando la situación se vuelve desesperada, aprietan los botones de la caja y pasan a sobrevolar los Estados Unidos, donde nadie responde a sus llamadas de prioridad DryCo.
Hacen un aterrizaje de emergencia y son recogidos por un médico negro y su esposa, al volante de un Terraplane, que los lleva a su casa. La Nueva York que atraviesan es una ciudad vieja y pobre, aunque reconocen su trazado urbano y el Empire State. Unos y otros se van dando cuenta de que conocen pasados diferentes y que los llegados del siglo XXI han sido desplazados hacia atrás en el tiempo hasta 1939. No han viajado exactamente a su pasado, sino a la esfera de existencia de un universo que coexiste con el suyo en su propio espacio, aunque su desarrollo ha sido más lento y distinto, como explica la científica Oktobrina. Dos mundos, resumirá luego el autor, que han seguido el mismo sendero por un camino diferente.
«La idea atenazó mi mente y el recuerdo la aterrorizó. Había cicatrices en la espalda de Doc, pero eso no era una cicatriz (…) un óvalo alargado se alzaba sobre su omóplato. La curva superior decía SIN DEPÓSITO; la inferior, SIN RETORNO. En el centro de aquel óvalo, con el tipo de letra empleado hasta el día mismo en que los absorbimos, su marca: COCA COLA, Co., ATLANTA, Ga.»
Doc había nacido esclavo, hijo de esclavos en una plantación de tabaco de la Reynolds, que en 1905 vendió ocho mil negros a precio de saldo a la Coca Cola porque necesitaba dinero para una inversión. Los transportaron como ganado y en cuanto llegaron los marcaron con el hierro de la firma. Trabajaban dieciséis horas diarias y a los que se retrasaban les daban de latigazos. Cuando Doc tenía 16 años lo «casaron» con Wanda, de 18, para que procrearan más esclavos para la Compañía. Ya entrado el siglo XX, la esclavitud fue abolida por presiones de los países europeos sobre las inversiones de J.P. Morgan en nuestro Continente.
Los hechos que le interesa narrar a Womack son las vivencias de los protagonistas, cinco personas empeñadas tan sólo en sobrevivir y tres en regresar a su mundo. Un día hace la concesión de que Luther lea en un libro de historia que Lincoln fue asesinado por un sureño proesclavista en 1861, por lo que no se dio la Guerra de Secesión, y ello revela el punto jumbar de un universo en el que Churchill murió atropellado por un taxi en Nueva York en 1931 y Franklin Delano Rooselvet fue asesinado en 1933, sustituyéndolo un presidente inepto que no supo sacar a los Estados Unidos de la Gtam Depresión. Hitler y Stalin se disponían a repartirse Europa, hasta que quedó sólo Hitler porque Stalin fue secuestrado y llevado al futuro por Krasnaia.
Es un mundo en que los negros ocupan los atestados vagones traseros del metro mientras los blancos viajan sentados en los semivacíos delanteros, y donde un policía blanco puede matar impunemente a un negro, como lo hace para demostrar a los demás lo que les puede pasar. Jake es en él una fuerza desatada de la naturaleza con mentalidad y armas del futuro, capaz de descuartizar vivos a unos agentes con la sierra mecánica que siempre lleva consigo, y el autor se complace en la descripción detallada de cómo sus cuerpos se desploman al faltarles las piernas. Tampoco Luther le va a la zaga, capaz de retorcerle el cuello a un ser querido hasta escuchar el chasquido de sus vértebras, para acortar su espantosa agonía.
La buena Oktobrina, de la que se ha enamorado Jake y ella le corresponde con ardor, contrae el Síndrome de Dovlatov, que se expandió desde Siberia por todo el mundo después de la Gran Guerra y mató en pocos años a setenta millones de seres humanos: es una variante de lo que nosotros conocemos como sida.
En la carrera más violenta de todas, terminan por buscar con el Terraplane las fuertemente guardadas espirales de Tesla, el único lugar donde puede funcionar entonces el mecanismo temporal, masacrando a cuantos se les ponen por delante porque las ultratecnificadas armas del futuro son terroríficamente letales, pero recibiendo también el fuego encarnizado de muchos más. Les cabe morir en el siglo XX o franquear la barrera, para así alcanzar el XXI o quedar flotando entre dos mundos.
El lenguaje de la novela es telegráfico y se pretende futurista, mezcla de inglés victoriano, spanglish y rasta jamaicano; los sustantivos se abrevian y faltan los adjetivos y los adverbios, aunque este efecto aparece forzosamente diluido en su versión al castellano, pese al esfuerzo de su buen traductor. Con una gramática elemental, además, se asemeja a las «neo-hablas»: «)estás prep?», «)tienes info?», un new-talk -pronúnciese «nu tol»- que recuerda el habla de una máquina cuando no reproduce una línea de Shakespeare o de una canción del Robert Johnson que cautiva a Jake.
Se advierte fácilmente que la novela se escribió antes de la caída del muro: en la intelectualidad anglosajona siempre está presente el imperio despótico de la URSS que recogió el testigo del «Gran Juego» décimonónico que enfrentó a Rusia y la Gran Bretaña -recuérdese Kim de la India, de Rudyard Kipling- por el dominio de las fuentes centroasiáticas de materias primas, dos potencias imperiales que terminaron chocando en Afganistán.
Ya hemos dicho que Womack también explora el mundo de las religiones. En esta línea temporal existen sectas como la Iglesia Albigense Reformada de Jesús el Luminoso o la Casa Valentiniana de Dios, que implican la supervivencia del gnosticismo. La Biblia gnóstica incluye el Himno a la Luz y esta última Revelación va a jugar un papel importante en su siguiente novela, Elvissey.
La Elvisea es una ucronía menor cuyo lenguaje es todavía más oscuro pues, en cada novela que escribe, Womack da un paso más en la invención de una nueva lengua. En el siglo XXI otros dos agentes de la DryCo, John e Isabel, -ella una mujer rara que gesta a su hijo en vez de confiar su gestación a una máquina-, se desplazan a los años 50 para secuestrar a Elvis Presley y conducirlo a su tiempo, donde los fieles que han fundado la Iglesia de Elvis lo esperan pata otorgarle un status divino.
Son nuevamente dos universos paralelos entre los que no se da el habitual dualismo del bueno y el malo, pues J&I parten de una América ultracapitalista y autoritaria del futuro para arribar a otra racista y reaccionaria del pasado. El Elvis alternativo que hallan no es el que esperaban, sino otro que, con humor, no canta rock n’ roll sino los blues del Delta. El tema de los mesías, aunque sean falsos mesías, es caro a Womack.
© 2008 Augusto Uribe y Alfred Ahlmann
Womack, Jack. Terraplane (Terraplane, 1988), Ultramar, Barcelona, Literaria nº 15, 1991, traducción: Rafael Marín, rúst., 242 pp.
Womack, Jack. Ambiente (Ambient, 1987), Ultramar, Barcelona, Literaria nº 14, 1991, traducción: Rafael Marín, rúst., 238 pp.
Womack, Jack. Elvissey, Collins, 1993, hardcover; Grove Press, 1997, paperback.
Augusto Uribe es doctor en una ingeniería, periodista y tiene otros estudios; ya jubilado, es presidente de una sociedad de estudios financieros. Ha ganado varios premios Ignotus y ha publicado en libros, revistas y fanzines, como el antiguo BEM o Nueva Dimensión, que lo tuvo por su primer colaborador.
Alfred Ahlmann, director de la misión arqueológica española en Turquía, es doctor en Historia, profesor universitario en España e imparte clases en algunas universidades extranjeras: domina varias lenguas. Además de numerosos trabajos profesionales, ha publicado también artículos del género.