SUICIDIOS, de Sergio Gaut vel Hartman

Algunas palabras del autor sobre el relato

La vida de un cuento puede abarcar un lapso más vasto del que supone leerlo. Quizá existe en la mente del escritor cuando él ni siquiera imagina que lo escribirá algún día y seguirá existiendo mucho más allá del momento en que lo entregue al editor para que éste lo publique. Incluso puede ser que exista de mil y una maneras en el lector, que lo odia, lo ama, lo descubre sólido, ingenioso o idiota. O sea, en resumidas cuentas, convengamos en que el poder del escritor sobre un cuento es limitado, a veces nulo. Hasta es posible que ni siquiera lo reconozca como propio cuando lo vuelva a leer, mucho tiempo después de escrito. Bien. Con «Suicidios» no me ha ocurrido nada de eso. Es posible que la razón haya que buscarla en que no es fantástico, sino inverosímil, una cualidad que amo por encima de otras. No escribo para que me crean, claro, habida cuenta de que, por definición, un escritor es un mentiroso y un exagerado. Se estarán preguntando, ¿y para qué escribes? Diré, munido de mi mejor cara de póker: no lo sé. Pero todo lo anterior es cierto.

Sergio Gaut vel Hartman

 

SUICIDIOS

Sergio Gaut vel Hartman

Ilustraciones: MIQUELàNGEL (GRUAGRàFICS)

 

Sabía que era veneno, y lo bebió como si fuese un vaso de ginebra.

—Será nuestro secreto —le dijo a la muchacha guiñando un ojo. Ella se encogió de hombros.

—No me importa. Casi no nos conocemos.

Él tomó un tulipán rojo del florero y se lo ofreció. Ella negó con la cabeza. Sus pensamientos eran transparentes como lágrimas; estás muerto, pensaba, estás muerto.

—¿Qué te hace suponer que moriré?

—Bebiste el veneno —dijo ella haciendo una mueca.

—Ibas a tirarte al paso del tren.

—No es asunto tuyo. ¿Podrías desatarme?

—¡Por supuesto que no! Moriremos juntos. Provocaré un incendio.

—¿El vaso está vacío? ¿No me darías un poco?

suicidios01Él la miró con una expresión quebradiza, como pidiendo perdón por pecados que no había cometido, pero que de todos modos lo aturdían.

—Aunque hubiera no te daría. Tu destino es otro. —Tomó el vaso y pasó el dedo por el borde, recogiendo el sedimento blancuzco, como talco, como harina, que se empeñaba en aferrarse al vidrio. Chupó el dedo y sonrió. —El fuego, ¿no es un elemento maravilloso?

—¿El fuego es un elemento? —Fue el turno de ella de mostrarse azorada.

—Primordial —dijo él—. Es una pena.

—¿Morir?

—En cierto modo. Ese cabello oscuro, esos ojos negros. Podría haberte explotado, haciéndote pasar por una bailarina marroquí, una fugitiva de los tuaregs o algo por el estilo.

—Los tuaregs no son personas feroces. Son bellos, gentiles y azules.

—Pronto pareceré un tuareg, entonces —dijo él. Una sonrisa ancha, enmarcada por puntos de nácar desmintió que fuera una persona a punto de morir. Y ella imaginó que todo era una complicada trampa.

—Todo esto es una complicada trampa —dijo, resignada, olvidando que cuando él la arrastró por el andén como si fuera una bolsa de lona, ella estaba a punto de arrojarse a las vías.

—¿Trampa? ¿Por qué haría trampas? ¿Qué ganaría? Ibas a morir de todos modos; sólo prolongué tu agonía para que fueras testigo de mi muerte.

—¿Eso te hace feliz?

—No. Sólo me da un poco de confianza y evita que intente una fuga de último momento.

—Ya no hay marcha atrás.

suicidios02—Ya no hay marcha atrás —repitió él. La llama nació con un silbido hueco, fulminando la mecha con voracidad. Se encendieron las cortinas, se encendieron los papeles que temblaban sobre la mesa, y las galletas y las frutas de cera y un sombrero de rafia, incongruente y engañoso.

—Podrías pegarme un tiro, ¿no? —dijo ella—. ¿No hay un arma en esta puta casa?

—Es cierto —dijo él. Se movió trabajosamente, tapándose el rostro para que el humo no le entrara en los ojos, y abrió el aparador. Sacó un 38 corto, comprobó la carga y se metió el caño en la boca.

—¡No! —gritó ella—. Yo primero; no seas sádico.

—Perdón —dijo él. Cambió la posición del arma y apuntó a la cabeza de la muchacha. Disparó. El veneno hizo su efecto. Las llamas envolvieron los cuerpos.

—¿Cuántas veces lo intentaste? —dijo ella.

—Cien, mil —dijo él moviendo la cabeza—; ya perdí la cuenta.

—¿Gas?

—Es tonto.

—Es cierto, el gas es tonto. —Se rieron al unísono; él la desató y juntos apagaron las chispas que se demoraban en la piel y los muebles, como rémoras de un mal sueño.

—¿Y ahora?

—Vayamos a tomar algo. Esto podría ser el comienzo de una linda amistad.

 

© 2006 Sergio Gaut vel Hartman, por el texto.
© 2006 MIQUELàNGEL (GRUAGRàFICS www.gruagrafics.com) por las ilustraciones.

 

 

SergioGautSergio Gaut vel Hartman nació en 1947, en Buenos Aires. Tipo empecinado, ha venido publicando sin cesar desde 1970, cuando Nueva Dimensión tuvo la osadía de aceptarle «Ardilla», un relato escrito en colaboración con Graciela Parini. En los últimos tiempos ha estado muy activo, impulsando Comunidad CF, un taller virtual de escritura, seleccionando material para Axxón y varias antologías, escribiendo libros de divulgación histórica y apareciendo en cuanto espacio le dé calce: Asimov Ciencia Ficción, Artifex, Paura, Fabricantes de Sueños, Galaxia… En 2004 su novela El juego del tiempo quedó finalista del II Premio Minotauro, pero por ahora no está programada su publicación. Eso no parece paralizarlo. Tiene otras dos novelas listas, varios libros de cuentos, y sigue escribiendo. Actualmente publica una columna en BEM on Line dedicada a descubrir nuevos talentos literarios.

Acerca de Interface Grupo Editor

Editamos en papel 75 números de la revista BEM entre 1990 y 2000 y desde 2003 hasta 2012 mantuvimos el portal BEM on Line. Tras múltiples problemas de software, decidimos traspasar a este blog los principales textos publicados en esos años. Interface Grupo Editor está compuesto por Ricard de la Casa, Pedro Jorge Romero, José Luis González y Joan Manel Ortiz.
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